El matrimonio
El matrimonio, fundamento
indispensable de todo vínculo legítimo de parentesco, es la base primera de la familia
y de toda sociedad civil, la primera sociedad humana que ha conocido la tierra
y el vínculo misterioso, que uniendo a dos seres de la misma naturaleza, ha
perpetuado constantemente en el mundo la descendencia admirable del rey de la creación.
En su santuario busca la mujer el título sagrado de madre, el hombre el cariño inefable
de su compañera, las delicias y el orgullo de la paternidad, y el género humano
el secreto divino de la transmisión de su existencia. Inapreciable don del
cielo, es el matrimonio el molde ideal donde se unen dos corazones para no formar
más que una misma carne, un mismo espíritu, un mismo ser, hacer comunes sus
penas y sus tristezas, sus felicidades y sus desdichas, cumplir juntos su
destino en la tierra y perpetuar su cariño más allá de la tumba, dejando en el
mundo nuevos seres semejantes a ellos, que con respeto recordarán su augusta memoria.
Nada hay comparable con esta sorprendente unión de las dos mitades del género
humano, con este celestial e indisoluble enlace, que completa la humanidad en
los lazos de puro y providencial amor.
El hombre, para cumplir
su misión en el mundo, necesita confiar a la mujer el cuidado y los desvelos
del hogar; necesita, después de los trabajos incesantes del día, hallar
consuelo y ternura en el santuario doméstico; necesita hallar un corazón que
lata al mismo tiempo que el suyo, y que no tenga otras aspiraciones, otros
deseos, otra gloria, otra ambición que su mayor ventura y su felicidad sin
término; necesita también el amor y la vida de la mujer, no sólo por la ternura
que halla siempre en su pecho y por el cariño ideal que sus encantos hacen germinar
en el fondo del alma, sino hasta por los mismos desvelos y los sacrificios
heroicos que le impone.
Sin el cariño, en fin,
de la mujer, el hombre vive triste y taciturno en el mundo, envuelto en sombría
soledad; combatido por desenfrenadas pasiones, juguete de las adversidades, el
dolor y la amargura arrancan de su pecho crueles y profundos lamentos, y no
tiene un corazón amante a quien confiar sus penas, una mirada de cariño donde
ampararse en la hora del infortunio; la muerte le arrebató el amor de sus
padres, dejó su hogar desierto, sembró en torno suyo la soledad; y ve pasar los
días de su vida sin esperanza, sin consuelo, devorado por sentimientos egoístas,
por sensaciones groseras. Pero al fin convierte sus miradas hacia su compañera,
y la mujer le comunica sus ensueños, sus presentimientos, sus intuiciones
divinas, le descubre horizontes sin término de felicidad infinita, le subyuga,
le encadena, le fascina, y en cambio le da hogar, familia y amor, devuelve a su
corazón la alegría, reanima en su alma la esperanza.
Más débil y más
delicada que el hombre, la mujer sola en el mundo es a su vez como la flor que
brota solitaria en medio de los campos desiertos; el soplo de la tormenta destroza
su tallo esbelto y frágil, los ardores del sol destruyen los matices de su
hermosura, se marchita, languidece y muere; necesita también el apoyo de una mano
amante, necesita cobijarse bajo el cariño de un ser querido a quien consagre
toda su existencia, a quien confíe todos sus pesares, sus más íntimos
sentimientos, sus más ocultos deseos, y el hombre al instante le ofrece su protección
y su amparo, le convida a unir para siempre sentimientos , aspiraciones y
destinos; y ambos se juran eterno amor para combatir unidos las tristezas de la
vida.
(Tomado de "El matrimonio: su Ley Natural, su historia, su importancia social" de Joaquín Sánchez de Toca Calvo )
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