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miércoles, 6 de marzo de 2013

¡Ha muerto el déspota venezolano Hugo Chávez!





No me alegro por su muerte, como tal, así como tampoco me causa tristeza. Como católico estoy obligado a rezar por que Dios haya tenido piedad de su alma y se haya compadecido de él en sus postreros momentos. Hasta ahí la caridad.

Ahora bien, como colombiano, no me es posible olvidar la estatua erigida por el déspota en honor de “Tirofijo”, ese tristemente célebre narcoterrorista, que por décadas derramó sangre colombiana, destruyendo familias enteras y sembrando el terror en las zonas que corrieron la suerte de estar bajo su influencia; así como tampoco olvido el insultante minuto de silencio que realizó cuando se enteró de que el terrorista Raúl Reyes había sido dado de baja por las fuerzas militares colombianas, ni el apoyo que siempre mostró hacia la causa de las FARC exigiendo siempre a la comunidad internacional el “reconocimiento de su lucha”; cosas estas que son tan solo breves muestras de lo que fue su actitud complaciente y más que complaciente cómplice, con un grupo narcoterrorista que por 5 décadas ha ensangrentado sin tregua el suelo de la patria, en nombre de un discurso pseudosocial que donde quiera que ha triunfado, lejos de cumplir las promesas que lo encumbraron, ha sabido dejar tras de sí solo una estela de miseria y de muerte. Hugo Chávez fue sin duda un enemigo de Colombia y de la paz de nuestra tierra.

Ha muerto Chávez, y aunque no me es permitido alegrarme de su muerte, como tal, sí me alegro por la oportunidad que ahora tiene Venezuela de tomar de nuevo las riendas de su futuro y mirar hacia adelante sin ver en el horizonte el sombrío fantasma del socialismo, ideología enfermiza y dañina como pocas, sin duda uno de los errores más catastróficos que han visto las sociedades, con la capacidad de reducir a cenizas las naciones que tienen la desgracia de caer bajo su yugo, de manera inexorable.

No me alegro por su muerte, como tal, pero entreveo en ella, como figurado, el destino de esas ideologías de muerte, que una vez que se les da cabida en el cuerpo social, van infectando institución tras institución, ley tras ley, conciencia tras conciencia, hasta reducir la sociedad a triste servidumbre que solo termina con su muerte, tarde o temprano; ahí está la historia para demostrar la veracidad de nuestro aserto.

No me alegro por su muerte, como tal, pero sí me alegra la esperanza de que esa tragedia que es el socialismo encuentre en la muerte de su principal propulsor el inicio del fin para su proyecto hispanoamericano, amenaza latente con la que ya nos acostumbrábamos a vivir y que nos angustiaba sobre manera ante la perspectiva fatídica de unas patrias hispanas entregadas a las fauces nunca saciadas de la bestia socialista, que siempre ha destruido todo a su paso.

Repito, no me alegro por su muerte como tal, por el contrario, espero que Dios en su misericordia se haya apiadado de él llegado el momento inefable, para bien de su alma; esto es lo que pido en mis oraciones, así como también pido al cielo que no vuelva a castigar a Hispanoamérica con el surgimiento de un personaje tan comprometido con la propagación de una ideología que carga en su haber con más de 100 millones de muertos, si sumamos todos los infelices caídos en las naciones donde ha clavado sus garras el monstruo socialista.

Finalmente, quisiera dirigir por un momento mis pensamientos hacia los soldados y policías de la patria, y hacia sus familias. Ellos han sufrido en carne propia la saña asesina de las FARC, cinco décadas llevan poniéndole el pecho a las balas disparadas por terroristas ávidos de poder y de dinero, que para conseguirlos no han reparado en los medios, ni cuando estos medios han consistido en arrasar a sangre y fuego poblaciones enteras de personas humildes. A esos héroes colombianos vaya todo mi reconocimiento, son ellos con sus historias de vida, los que mejor nos pueden hablar del carácter asesino de esa ideología socialista-marxista que tuvo en Hugo Chávez un propagador incansable.

Ha muerto el déspota venezolano Hugo Chávez, y quiera Dios que junto a él descienda al sepulcro el sueño, o más bien pesadilla, de una Hispanoamérica entregada a las cadenas socialistas. No me alegra su muerte, pido por su alma y por que nunca surja en estas tierras alguien ni remotamente parecido a aquél cuya muerte hoy es, tristemente, un signo de esperanza.

Leonardo Rodríguez  


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