No me alegro por su muerte, como tal, así como tampoco me causa tristeza. Como católico estoy obligado a rezar por que Dios haya tenido piedad de su alma y se haya compadecido de él en sus postreros momentos. Hasta ahí la caridad.
Ahora bien, como colombiano, no
me es posible olvidar la estatua erigida por el déspota en honor de “Tirofijo”,
ese tristemente célebre narcoterrorista, que por décadas derramó sangre
colombiana, destruyendo familias enteras y sembrando el terror en las zonas que
corrieron la suerte de estar bajo su influencia; así como tampoco olvido el
insultante minuto de silencio que realizó cuando se enteró de que el terrorista
Raúl Reyes había sido dado de baja por las fuerzas militares colombianas, ni el
apoyo que siempre mostró hacia la causa de las FARC exigiendo siempre a la
comunidad internacional el “reconocimiento de su lucha”; cosas estas que son
tan solo breves muestras de lo que fue su actitud complaciente y más que
complaciente cómplice, con un grupo narcoterrorista que por 5 décadas ha
ensangrentado sin tregua el suelo de la patria, en nombre de un discurso
pseudosocial que donde quiera que ha triunfado, lejos de cumplir las promesas
que lo encumbraron, ha sabido dejar tras de sí solo una estela de miseria y de
muerte. Hugo Chávez fue sin duda un enemigo de Colombia y de la paz de nuestra
tierra.
Ha muerto Chávez, y aunque no me
es permitido alegrarme de su muerte, como tal, sí me alegro por la oportunidad
que ahora tiene Venezuela de tomar de nuevo las riendas de su futuro y mirar
hacia adelante sin ver en el horizonte el sombrío fantasma del socialismo,
ideología enfermiza y dañina como pocas, sin duda uno de los errores más catastróficos
que han visto las sociedades, con la capacidad de reducir a cenizas las
naciones que tienen la desgracia de caer bajo su yugo, de manera inexorable.
No me alegro por su muerte, como
tal, pero entreveo en ella, como figurado, el destino de esas ideologías de
muerte, que una vez que se les da cabida en el cuerpo social, van infectando institución
tras institución, ley tras ley, conciencia tras conciencia, hasta reducir la
sociedad a triste servidumbre que solo termina con su muerte, tarde o temprano;
ahí está la historia para demostrar la veracidad de nuestro aserto.
No me alegro por su muerte, como
tal, pero sí me alegra la esperanza de que esa tragedia que es el socialismo
encuentre en la muerte de su principal propulsor el inicio del fin para su
proyecto hispanoamericano, amenaza latente con la que ya nos acostumbrábamos a
vivir y que nos angustiaba sobre manera ante la perspectiva fatídica de unas
patrias hispanas entregadas a las fauces nunca saciadas de la bestia
socialista, que siempre ha destruido todo a su paso.
Repito, no me alegro por su
muerte como tal, por el contrario, espero que Dios en su misericordia se haya
apiadado de él llegado el momento inefable, para bien de su alma; esto es lo
que pido en mis oraciones, así como también pido al cielo que no vuelva a
castigar a Hispanoamérica con el surgimiento de un personaje tan comprometido
con la propagación de una ideología que carga en su haber con más de 100
millones de muertos, si sumamos todos los infelices caídos en las naciones
donde ha clavado sus garras el monstruo socialista.
Finalmente, quisiera dirigir por
un momento mis pensamientos hacia los soldados y policías de la patria, y hacia
sus familias. Ellos han sufrido en carne propia la saña asesina de las FARC,
cinco décadas llevan poniéndole el pecho a las balas disparadas por terroristas
ávidos de poder y de dinero, que para conseguirlos no han reparado en los
medios, ni cuando estos medios han consistido en arrasar a sangre y fuego
poblaciones enteras de personas humildes. A esos héroes colombianos vaya todo
mi reconocimiento, son ellos con sus historias de vida, los que mejor nos
pueden hablar del carácter asesino de esa ideología socialista-marxista que
tuvo en Hugo Chávez un propagador incansable.
Ha muerto el déspota venezolano
Hugo Chávez, y quiera Dios que junto a él descienda al sepulcro el sueño, o más
bien pesadilla, de una Hispanoamérica entregada a las cadenas socialistas. No me
alegra su muerte, pido por su alma y por que nunca surja en estas tierras alguien
ni remotamente parecido a aquél cuya muerte hoy es, tristemente, un signo de
esperanza.
Leonardo Rodríguez
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