El que teme a Dios no se contenta
con huir del mal, que esto no tanto sería temer a Dios, como temer la pena y el
castigo; se esfuerza también por hacer
el bien, porque el temor filial, cual debe ser el de Dios, quiere agradarle, y
por consiguiente solicita hacer lo que le agrada. La prudencia, o por mejor
decir la verdadera sabiduría, es inseparable de toda virtud cristiana.
Tenga uno en buena hora todo el
ingenio imaginable, sin esta guía no dará paso que no sea en un precipicio; por
el contrario, el más moderado entendimiento, dotado de mucha piedad, pocas veces
dejará de caminar con acierto.
Desengañémonos, que no hay otra
verdadera sabiduría sino la de la salvación eterna. La sabiduría del mundo es
una necedad enmascarada, es una sabiduría insensata. Quien yerra en los
principios, ¿Cómo puede acertar en lo demás? Algún día conocerán esos sabios de
perspectiva, aunque lo conocerán muy tarde, que anduvieron errados y
descaminados. Ergo erravimus, nos
insensati.
La verdadera sabiduría consiste en
no equivocar el fin, y en acertar con los medios. Y pregunto: ¿son por ventura
de este carácter esos discretos del mundo? No tienen pues que aspirar a esta
verdadera gloria, ni crean que la sabiduría cristiana se halla en los sabios
del siglo. Con toda verdad se puede decir que no hay rectitud, no hay bondad,
no hay entendimiento sino en los buenos cristianos, ellos solos son los sabios
verdaderos; ellos sí que logran la alegría, la quietud, y aun la felicidad de
esta vida. Mientras viven son respetados, y esta gloria les acompaña hasta la
sepultura. Es la estimación un tributo que se debe a la virtud. Ninguno se exime
de pagarle. Aun los mismos que la persiguen, la respetan. No puede separarse la
verdadera gloria de la verdadera piedad. ¡Buen Dios! ¿Qué inmortalidad puede
esperar el que se condena?
TOMADO DEL "AÑO CRISTIANO" DE CROISSET
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