Solamente en la elevación del
monte, donde el aire es siempre puro, se ve al Cordero inmaculado, y en su
compañía aquella multitud de almas escogidas, que no se avergonzaron del
Evangelio, y pisando generosamente todos los respetos humanos, hicieron gloriosa
vanidad de servirle, llevando escrito su nombre en la misma frente a vista de
todo el mundo. Una virtud mediana, una alma
tibia y cobarde no pierde jamás de vista la tierra, y así solo ve al Cordero
muy de lejos. No basta tener su nombre en la boca; es menester llevarle
estampado en la frente. Muchos temen hacer una declaración tan pública, porque después
es menester sostenerla con una conducta irreprensible. Es menester parecer cristiano; pero también es menester que cada uno
sea lo que parece. Nuestras costumbres y nuestras operaciones han de decir
mudamente la religión que profesamos.
¡Qué gran don es la virginidad! ¡Qué
excelentes son sus méritos! ¡Qué grandes los privilegios que goza! Solamente
los vírgenes siguen al Cordero a cualquier parte donde vaya, ellos solos están
cerca de su persona; ellos solos, digámoslo así, componen su corte.
Como la virginidad es el estado más
perfecto, el más excelente: cualquier favor señalado, cualquier gracia
distinguida parece que se reserva para las que la profesan. Quiso Dios que el
sacrificio de los vírgenes en la persona de los santos Inocentes consagrase,
por decirlo así, las primicias de la redención. Ciertamente Dios no se complace sino en las almas puras; ellas
tienen el privilegio de conocerle mas perfectamente en esta vida, y de ser más
distinguidas en la otra. Para conservarse delante del trono de Dios, es
menester no tener mancha.
TOMADO DEL "AÑO CRISTIANO" DE CROISSET
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