"En
los siglos de fe se ponía el objetivo y el fin de la vida, más allá de la vida
misma. Los hombres de aquellos tiempos se acostumbraron, así, naturalmente, y
por así decir casi sin querer, a tener, luego de una larga cadena de años, un
objetivo fijo en dirección al cual ellos caminaban sin cesar, y aprendían
mediante pequeños progresos, a reprimir mil deseos fugaces con tal de alcanzar
con mayor seguridad ese objetivo central que se habían trazado.
Después,
cuando esos hombres se ocupaban de las cosas de esta tierra, empleaban esos
mismos hábitos aprendidos en su vida religiosa. Ellos se fijaban para sus
acciones de esta vida, de preferencia, un objetivo último, en dirección hacia
el cual dirigían todos sus esfuerzos. No se los veía intentar cada día nuevas
empresas; sino que iban siempre tras de un objetivo futuro que no se cansaban
de perseguir.
Esto
explica por qué los pueblos religiosos consiguieron frecuentemente cosas tan
duraderas. Lo que ocurría era que, teniendo la mirada fija en el otro mundo,
habían en realidad encontrado el secreto para alcanzar el éxito en ésta. Las
religiones fortalecen el hábito de comportarse con miras al futuro. En esto
ellas no son menos útiles para la felicidad en esta vida que para la felicidad
en la venidera. Es uno de sus mayores aspectos con relevancia política. Pero
sucede que a medida que las luces de la fe se oscurecen, la vista de los
hombres se empequeñece, y cada día los objetivos de las acciones humanas se
ponen más cercanos.
Cuando
los hombres se han acostumbrado a no ocuparse más de lo que ha de suceder
después de esta vida, se les ve recaer fácilmente en una indiferencia completa
y brutal acerca del futuro, cosa por demás conforme a ciertos instintos de la
especie humana. Apenas pierden el hábito de poner sus principales esperanzas en
el largo plazo, son llevados naturalmente a buscar sin tardanza hasta sus más
pequeños deseos, y parece que a partir del momento en que desesperan de vivir
una eternidad, se vuelven dispuestos a actuar como si no debieran existir más
que un solo día.
En
los siglos de incredulidad, es, pues, de temer que los hombres se entreguen sin
cesar a los azares diarios de sus deseos, y que, renunciando enteramente a obtener
aquello que sólo es posible obtener con largos esfuerzos, no sean capaces de
fundar nada grande, pacífico y duradero."
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