LA INFANCIA ESPIRITUAL
¿En qué consiste, pues, este entrar en el camino de la infancia espiritual?
En adoptar los sentimientos de los niños y portarse en todo con nuestro Padre
celestial, como ellos con su padre terreno. Nuestro Señor de tal modo insistió
en el Evangelio sobre la necesidad de hacerse niños para entrar en el reino de
los cielos, que tenemos que llegar a esta conclusión "que el divino
Maestro quiere expresamente que sus discípulos vean en la infancia espiritual
la condición necesaria para conseguir la vida eterna" Muchos tal vez piensen
que eso es cosa fácil y que es ir al cielo sin mucho trabajo.
En realidad, el
espíritu de infancia implica un sacrificio costosísimo al orgullo humano, pues
consiste en la total negación de sí mismo. "Excluye, decía Benedicto XV, el
sentimiento soberbio de sí mismo, la presunción de conseguir por medios humanos
un fin sobrenatural y la veleidad engañosa de bastarse a sí mismo en la hora
del peligro y de la tentación. Supone una viva fe en la existencia de Dios, un
rendimiento práctico a su poder y a su misericordia, un acudir confiado a la
Providencia de Aquel que nos da su gracia para evitar todo mal y conseguir todo
bien".
Y no creamos que este camino sea de libre elección o que
esté reservado para las almas no manchadas nunca con el pecado. Las palabras
del Señor son formales y se dirigen a todos sin excepción: "Si no os
hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Y ¿quién tiene
que volverse niño, sino el que ya no lo es? Estas palabras entrañan, pues, la
obligación de trabajar por conquistar los dones de la infancia y por volver a
practicar las virtudes propias de la infancia espiritual".
(tomado del "año litúrgico" de Don Gueranger)
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