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miércoles, 9 de octubre de 2013

El error más grande




MI QUERIDO FEDERICO:

Si yo tuviera cien pechos y cien voces, no cesaría de gritar: ¡Oh, hombres, mis amigos! y mis hermanos! El error más radical, el más cruel, el más desastroso, y desgraciadamente el más extendido en nuestros días, es creer que la vida de acá abajo es la verdadera vida.
He ahí, amigo mío, el Goliath contra quien debes combatir, no solamente tú, sino todo hombre y toda mujer que vienen á este mundo. Esa lucha será de todos los días y de todas las horas. Para sostenerla emplearás, no sólo las armas que te he proporcionado en nuestras primeras correspondencias , sino todas las que la Iglesia misma te ha dado; á manejarlas bien deberás dedicar toda la energía de tus potencias, tu razón, tu fe, tu voluntad.

La lucha es decisiva: de ella dependen tu felicidad ó tu desdicha; tú mismo eres lo que en ella se disputa. Es guerra á muerte. Como en los antiguos combates de gladiadores, que se llamaban sine remissione, no se da cuartel al vencido; tiene que morir en el campo de batalla.

EL ERROR QUE CONSISTE EN CREER QUE ESTA VIDA ES LA VIDA, ES EL MÁS RADICAL DE TODOS LOS ERRORES.

Le llamo radical porque es el primero. Mientras en los otros errores no se incurre sino adelantando en edad, éste tiende á apoderarse del hombre desde la infancia. La razón medio desarrollada, envuelta en los sentidos como el cuerpo en el vestido, no conoce durante los primeros años otra vida que ésta. Para desengañarla, ó si te parece mejor, para ilustrarla, se necesita de tiempo y de muchos cuidados.

Radical. A diferencia de otros errores, que no recaen en general sino sobre algunos puntos particulares, ó no afectan, digámoslo así, más que á la superficie del alma, éste ataca al hombre en lo más íntimo de su ser, en la noción misma de la vida, y atacándole así le fascina. Los engañosos encantos desorientan la razón, desorientan la voluntad, desorientan el corazón, falsean toda la existencia y acaban por atraer á su víctima al tragadero de la antigua serpiente. Me explicaré con la siguiente anécdota.

Siendo yo estudiante, estaba de vacaciones. Era el mes de Setiembre; las avellanas se hallaban en sazón. Se sabía que las mejores se criaban en la falda de una montaña expuesta al sol de Mediodía. Algunos árboles, muchos arbustos, la maleza y las zarzas cubrían el pié de ásperas rocas, desnudas por la lluvia, y en cuyos abrigados rincones tenían sus guaridas reptiles más ó ménos dañinos. Uno de mis compañeros y yo trepamos ágilmente á la montaña, buscando á derecha é izquierda, con nuestros ojos de lince, avellanas que pudiéramos atrapar.

Apenas habíamos dado algunos pasos, observamos en la picota de un joven fresno un pinzón que piaba de un modo lastimero, batía las alas y bajaba de rama en rama sin advertir nuestra presencia, sin asustarse de nosotros.

Nos paramos á mirar tal espectáculo, cuya causa nos era desconocida. El pajarillo, no obstante, seguía descendiendo, y ya casi llegaba á la altura de nuestras cabezas, cuando bajando la vista vimos al pié del árbol una gran víbora, inmóvil, con la cabeza levantada y los ojos fijos en los del pobre pinzón: lo fascinaba, y fascinándole, lo atraía á su tragadero. Comprendimos lo que era, y con un movimiento de brazo, cortando el rayo visual de ambos animales, rompimos el hechizo. Huyó la víbora, y el afortunado pajarito echó á volar, no sin darnos muy bien las gracias, y con razón, que si tardamos un instante más era perdido.

El efecto producido en aquel pájaro por la mirada fascinadora de la serpiente lo produce también en sus desventuradas víctimas, el error de tomar esta vida por la vida verdadera. Más allá de esta vida no ven nada; más allá de los negocios de esta vida, nada; más allá de las ocupaciones de esta vida, nada; más allá de los bienes y los males, de las alegrías y las penas de esta vida, nada, absolutamente nada. Para ellos todo se encierra en los estrechos límites del tiempo: que se haga la prueba de hablarles de otra vida, de otros intereses, de otros bienes y otros males; como el pájaro fascinado, no ven nada ni entienden nada: van y van, y siguen yendo por el camino á que los atrae la engañosa fascinación, ¿Quieres convencerte de ello por ti mismo? Fíjate en su vida, observa sus habitudes, conoce sus preocupaciones, sus temores, sus ambiciones, sus dolores. Lee sus diarios, sus libros, sus discursos; escucha sus conversaciones íntimas. Diez, veinte y cien veces que renueves la prueba, á todas horas y en todas las circunstancias te dará el mismo resultado. Fascinación, fascinación de las bagatelas, fascinatio nugacitatis, que no los deja ver los bienes y los males reales, y menos el abismo á que se dirigen: obscurat bona ,¡Desdichados! ¡Y caen por miles cada día!

EL ERROR CONSISTENTE EN CREER QUE ESTA VIDA ES LA VIDA, ES EL MÁS CRUEL DE TODOS LOS ERRORES.

Digo cruel, porque degrada al hombre y le hace desventurado: lo vas á ver.

Le degrada. Ciertos locos, que en vez de estar en las gavias, andan con el seudónimo de sabios por esas regiones del mundo moderno, que presumen ser palacios de la ciencia, tienen sobre el hombre ideas bien peregrinas. Hace unos cien años que uno de esos maestros pretendía que el hombre había comenzado por ser una carpa... y se tenía á sí mismo por un pez perfeccionado. Otro decía que el hombre es una masa organizada, que recibe el espíritu de todo lo que la rodea... y se reputaba un pedazo de lodo.

Cincuenta años más tarde, uno de sus discípulos definía al hombre: un tubo apetitivo y digestivo, abierto por arriba y por abajo... y se conceptuaba simple máquina. Debo decirte que estas definiciones no corren ya: murieron con sus inventores.

Los locos de hoy día, más instruidos ya que sus antepasados, han descubierto, gracias á la fisiología comparada, que el hombre desciende del mono. En lugar de admitir nuestra noble alcurnia, y decir con todo el linaje humano: Somos de nuestro padre, que fue de Noe  que fue de Adán, que fue de Dios; ellos se creen hijos, nietos ó tataranietos de algún gorila de largo rabo y agudo hocico, solitario habitante de las selvas africanas. Y se quedan tan orondos, y hacen esfuerzos desesperados por persuadirse á sí mismos, y aun á otros. A decir verdad, en vista de sus instintos y de las zancadas que dan, se encuentra uno tentado á concederles tan honrosa genealogía.

Pero no. «Alma abyecta, les dice Rousseau; en vano quieres envilecerte: tu miserable filosofía te hace semejante á las bestias; pero tu genio depone contra tus principios, y el abuso mismo de tus facultades prueba su excelencia á despecho tuyo».

Mal que les pese á ese puñado de pequeños gorilas, el hombre forma una especie aparte en la cadena de los seres: es la criatura más noble del mundo visible. Dotado de razón y de libertad, es el rey de todo lo que le rodea. Si por su cuerpo, obra acabada de un poder y sabiduría infinitos, toca á los seres materiales, es para dominarlos; en tanto que por su alma, mil veces más noble que su cuerpo, toca á los seres puramente espirituales, y es para ennoblecerse. ¿Quién dirá su dignidad? Nobleza obliga: ¿quién dirá la extensión de sus deberes? Y sin embargo, la grandeza del hombre desaparece ante la grandeza del cristiano. Hijo de Dios, heredero de Dios: tal es el cristiano. ¿Comprendes, mi querido amigo, semejante grandeza? Ser hijo de un rey es ser algo; pero ¡ser hijo de Dios! Ser heredero presunto de ricos tesoros, de vastos dominios, de quintas magníficas, de un nombre gloriosamente histórico, algo es; ser heredero de las cinco partes del mundo sería mucho más. Pero ser heredero de Dios, no solo de sus bienes, sino de Él mismo, de su poder, de su sabiduría, su majestad, sus felicidades infinitas, hasta el punto de hacerse uno con Él, ¡oh, qué herencia! La razón se pierde aquí.

Pues á este hombre tan grande; á este cristiano, mil veces más grande que el hombre; á este ser inmortal de tan sublimes destinos; á este dios de la tierra, vasallo solamente del Dios del cielo, post Deum terrenus Deus, ¿en qué le trueca el error de que hablamos? En un calador de moscas, en un fabricante de telarañas, en un caballo de montar.

No tengo yo tiempo para presentártelo en el desempeño de tan dignos oficios. Hasta mañana.


Tuyo afectísimo...



(Tomado de "Esta vida no es la vida", Monseñor Gaume)

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