MI QUERIDO FEDERICO:
Si yo tuviera cien pechos y cien
voces, no cesaría de gritar: ¡Oh, hombres, mis amigos! y mis hermanos! El error
más radical, el más cruel, el más desastroso, y desgraciadamente el más
extendido en nuestros días, es creer que la vida de acá abajo es la verdadera
vida.
He ahí, amigo mío, el Goliath
contra quien debes combatir, no solamente tú, sino todo hombre y toda mujer que
vienen á este mundo. Esa lucha será de todos los días y de todas las horas.
Para sostenerla emplearás, no sólo las armas que te he proporcionado en
nuestras primeras correspondencias , sino todas las que la Iglesia misma te ha
dado; á manejarlas bien deberás dedicar toda la energía de tus potencias, tu razón,
tu fe, tu voluntad.
La lucha es decisiva: de ella
dependen tu felicidad ó tu desdicha; tú mismo eres lo que en ella se disputa.
Es guerra á muerte. Como en los antiguos combates de gladiadores, que se
llamaban sine remissione, no se da cuartel al vencido; tiene que morir en el
campo de batalla.
EL ERROR QUE CONSISTE EN CREER
QUE ESTA VIDA ES LA VIDA, ES EL MÁS RADICAL DE TODOS LOS ERRORES.
Le llamo radical porque es el
primero. Mientras en los otros errores no se incurre sino adelantando en edad,
éste tiende á apoderarse del hombre desde la infancia. La razón medio desarrollada,
envuelta en los sentidos como el cuerpo en el vestido, no conoce durante los
primeros años otra vida que ésta. Para desengañarla, ó si te parece mejor, para
ilustrarla, se necesita de tiempo y de muchos cuidados.
Radical. A diferencia de otros
errores, que no recaen en general sino sobre algunos puntos particulares, ó no
afectan, digámoslo así, más que á la superficie del alma, éste ataca al hombre
en lo más íntimo de su ser, en la noción misma de la vida, y atacándole así le fascina.
Los engañosos encantos desorientan la razón, desorientan la voluntad, desorientan
el corazón, falsean toda la existencia y acaban por atraer á su víctima al
tragadero de la antigua serpiente. Me explicaré con la siguiente anécdota.
Siendo yo estudiante, estaba de
vacaciones. Era el mes de Setiembre; las avellanas se hallaban en sazón. Se
sabía que las mejores se criaban en la falda de una montaña expuesta al sol de
Mediodía. Algunos árboles, muchos arbustos, la maleza y las zarzas cubrían el
pié de ásperas rocas, desnudas por la lluvia, y en cuyos abrigados rincones tenían
sus guaridas reptiles más ó ménos dañinos. Uno de mis compañeros y yo trepamos
ágilmente á la montaña, buscando á derecha é izquierda, con nuestros ojos de lince,
avellanas que pudiéramos atrapar.
Apenas habíamos dado algunos
pasos, observamos en la picota de un joven fresno un pinzón que piaba de un
modo lastimero, batía las alas y bajaba de rama en rama sin advertir nuestra
presencia, sin asustarse de nosotros.
Nos paramos á mirar tal
espectáculo, cuya causa nos era desconocida. El pajarillo, no obstante, seguía
descendiendo, y ya casi llegaba á la altura de nuestras cabezas, cuando bajando
la vista vimos al pié del árbol una gran víbora, inmóvil, con la cabeza levantada
y los ojos fijos en los del pobre pinzón: lo fascinaba, y fascinándole, lo
atraía á su tragadero. Comprendimos lo que era, y con un movimiento de brazo,
cortando el rayo visual de ambos animales, rompimos el hechizo. Huyó la víbora,
y el afortunado pajarito echó á volar, no sin darnos muy bien las gracias, y
con razón, que si tardamos un instante más era perdido.
El efecto producido en aquel
pájaro por la mirada fascinadora de la serpiente lo produce también en sus
desventuradas víctimas, el error de tomar esta vida por la vida verdadera. Más
allá de esta vida no ven nada; más allá de los negocios de esta vida, nada; más
allá de las ocupaciones de esta vida, nada; más allá de los bienes y los males,
de las alegrías y las penas de esta vida, nada, absolutamente nada. Para ellos
todo se encierra en los estrechos límites del tiempo: que se haga la prueba de
hablarles de otra vida, de otros intereses, de otros bienes y otros males; como
el pájaro fascinado, no ven nada ni entienden nada: van y van, y siguen yendo por
el camino á que los atrae la engañosa fascinación, ¿Quieres convencerte de ello
por ti mismo? Fíjate en su vida, observa sus habitudes, conoce sus
preocupaciones, sus temores, sus ambiciones, sus dolores. Lee sus diarios, sus libros,
sus discursos; escucha sus conversaciones íntimas. Diez, veinte y cien veces
que renueves la prueba, á todas horas y en todas las circunstancias te dará el
mismo resultado. Fascinación, fascinación de las bagatelas, fascinatio nugacitatis,
que no los deja ver los bienes y los males reales, y menos el abismo á que se
dirigen: obscurat bona ,¡Desdichados! ¡Y caen por miles cada día!
EL ERROR CONSISTENTE EN CREER
QUE ESTA VIDA ES LA VIDA, ES EL MÁS CRUEL DE TODOS LOS ERRORES.
Digo cruel, porque degrada al
hombre y le hace desventurado: lo vas á ver.
Le degrada. Ciertos locos, que en
vez de estar en las gavias, andan con el seudónimo de sabios por esas regiones
del mundo moderno, que presumen ser palacios de la ciencia, tienen sobre el
hombre ideas bien peregrinas. Hace unos cien años que uno de esos maestros pretendía
que el hombre había comenzado por ser una carpa... y se tenía á sí mismo por un
pez perfeccionado. Otro decía que el hombre es una masa organizada, que recibe
el espíritu de todo lo que la rodea... y se reputaba un pedazo de lodo.
Cincuenta años más tarde, uno de
sus discípulos definía al hombre: un tubo apetitivo y digestivo, abierto por
arriba y por abajo... y se conceptuaba simple máquina. Debo decirte que estas
definiciones no corren ya: murieron con sus inventores.
Los locos de hoy día, más
instruidos ya que sus antepasados, han descubierto, gracias á la fisiología
comparada, que el hombre desciende del mono. En lugar de admitir nuestra noble
alcurnia, y decir con todo el linaje humano: Somos de nuestro padre, que fue de Noe que fue de Adán, que fue de Dios; ellos se creen hijos, nietos ó tataranietos
de algún gorila de largo rabo y agudo hocico, solitario habitante de las selvas
africanas. Y se quedan tan orondos, y hacen esfuerzos desesperados por
persuadirse á sí mismos, y aun á otros. A decir verdad, en vista de sus
instintos y de las zancadas que dan, se encuentra uno tentado á concederles tan
honrosa genealogía.
Pero no. «Alma abyecta, les dice
Rousseau; en vano quieres envilecerte: tu miserable filosofía te hace semejante
á las bestias; pero tu genio depone contra tus principios, y el abuso mismo de
tus facultades prueba su excelencia á despecho tuyo».
Mal que les pese á ese puñado de
pequeños gorilas, el hombre forma una especie aparte en la cadena de los seres:
es la criatura más noble del mundo visible. Dotado de razón y de libertad, es
el rey de todo lo que le rodea. Si por su cuerpo, obra acabada de un poder y
sabiduría infinitos, toca á los seres materiales, es para dominarlos; en tanto
que por su alma, mil veces más noble que su cuerpo, toca á los seres puramente espirituales,
y es para ennoblecerse. ¿Quién dirá su dignidad? Nobleza obliga: ¿quién dirá la
extensión de sus deberes? Y sin embargo, la grandeza del hombre desaparece ante
la grandeza del cristiano. Hijo de Dios, heredero de Dios: tal es el cristiano.
¿Comprendes, mi querido amigo, semejante grandeza? Ser hijo de un rey es ser
algo; pero ¡ser hijo de Dios! Ser heredero presunto de ricos tesoros, de vastos
dominios, de quintas magníficas, de un nombre gloriosamente histórico, algo es;
ser heredero de las cinco partes del mundo sería mucho más. Pero ser heredero
de Dios, no solo de sus bienes, sino de Él mismo, de su poder, de su sabiduría,
su majestad, sus felicidades infinitas, hasta el punto de hacerse uno con Él,
¡oh, qué herencia! La razón se pierde aquí.
Pues á este hombre tan grande; á
este cristiano, mil veces más grande que el hombre; á este ser inmortal de tan
sublimes destinos; á este dios de la tierra, vasallo solamente del Dios del
cielo, post Deum terrenus Deus, ¿en qué le trueca el error de que hablamos? En
un calador de moscas, en un fabricante de telarañas, en un caballo de montar.
No tengo yo tiempo para
presentártelo en el desempeño de tan dignos oficios. Hasta mañana.
Tuyo afectísimo...
(Tomado de "Esta vida no es la vida", Monseñor Gaume)
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