Hoy es
corriente objetar a esa concepción
que la noción de
una verdad-copia no
resiste el examen,
puesto que el
intelecto no puede comparar
la cosa tal
cual es, y
que no se
le alcanza, con la
cosa tal
cual se la
representa, única que él conoce . Me
atrevo a decir que
si eso es
todo lo que
el idealismo moderno
puede reprochar al realismo
medieval, aquel ni
siquiera se da
cuenta de lo que
puede ser un
realismo verdadero. Sin
duda, la costumbre
que se ha tomado,
desde Descartes, de
ir siempre de la mente
al ser, invita a
interpretar la “adaequatio
rei ad intellectus”
como si se
tratase de comparar la representación de
una cosa a ese fantasma
que es para nosotros
la cosa fuera
de toda representación. Es fácil juego
denunciar las contradicciones sin número en que incurre
la epistemología cuando entra
en esa vía,
pero es justo
añadir, pues es
un hecho, que la filosofía medieval
clásica no entró
en ellas. La
verdad de que esta
habla es ciertamente
la del juicio,
pero el juicio
no es conforme a
la cosa sino
porque el intelecto
que lo expresa
se volvió primero conforme al
ser de la
cosa. Es su
esencia misma poder
llegar a ser todo
por modo inteligible.
De modo que
si puede afirmar
que una cosa es,
y que es
esto en vez
de aquello, es
porque el ser
inteligible de la cosa
se ha hecho
suyo. Sin duda, no
encontramos nuestros juicios
en las cosas,
y precisamente por
eso no son infalibles, pero
en las casas encontramos
al menos el
contenido de nuestros
conceptos, y si, en
condiciones normales, el
concepto representa siempre
tal cual es lo
real aprehendido, es
porque el intelecto
sería incapaz de
producirlo si él
mismo no hubiese
llegado a ser
la cosa que el concepto expresa y sobre la
esencia de la
cual el juicio
debiera regirse siempre.
Resumiendo: la adecuación que
el juicio establece
entre la cosa
y el intelecto presupone
siempre una adecuación
anterior entre el
concepto y la cosa,
que a su
vez se funda
en una adecuación
real del intelecto con
el objeto que
le informa. Así,
pues, en la relación ontológica primitiva del
intelecto al objeto
y en su adecuación real
se encuentra, si no
la verdad en
su forma perfecta
que solo aparece
con el juicio, al
menos la raíz
de esa igualdad
de la que
el juicio toma
conciencia y expresa en
una formula explicita.
El vocablo
verdad presenta, pues,
tres sentidos diferentes,
aunque estrechamente
vinculados, en la filosofía de Santo Tomas:
un sentido propio
y absoluto, y
dos sentidos relativos.
En un primer
sentido relativo, el vocablo
"verdadero"
designa la condición
fundamental sin la cual
ninguna verdad sería
posible, es decir,
el ser. En
efecto, no puede haber
verdad sin una
realidad que pueda
ser llamada verdadera cuando
se halle en relación con
un intelecto. En
este sentido es, pues, exacto
decir con San Agustín
que lo verdadero
es lo que
es: verum est id
quod est. En
el sentido propio,
la verdad consiste
formalmente en el
acuerdo ontológico del
ser al intelecto
es decir en la
conformidad de hecho que se
establece entre ellos,
como se establece entre
el ojo y el
color que él
percibe ; es lo
que expresa la definición clásica de
Isaac Israeli: veritas
est adaequatio rei
et intellectus, o también la
de San Anselmo,
repetida por Santo
Tomas: veritas est rectitudo
sola mente perceptibilis, pues adecuación de
hecho es la rectitud de una
mente que concibe
que lo que
es es, y
que lo que no, es
no es. Por último llega
la verdad lógica
del juicio, que no
es sino la consecuencia de
esta verdad ontológica:
et tertio modo definitur verum secundum
effectum consequentem, de
modo que el conocimiento es
aquí la manifestación
y la declaración
del acuerdo ya realizado
entre el intelecto
y el ser:
el conocimiento resulta
y surge literalmente de la verdad
como un efecto
de su causa,
y por eso, fundado
en una relación
real, no tiene por
qué preguntarse cómo alcanzar
la realidad.
(tomado de "El espíritu de la filosofía medieval")
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