En rigor, no hay Estado
si éste no es
laico, porque no hay rigurosa soberanía
estatal donde se reconoce una
legalidad trascendente y una autoridad
religiosa que la
recuerde con una
validez que se imponga a
la legalidad del derecho positivo. Por ello los defensores del
Estado liberal pugnaron durante todo
el siglo XIX y XX para que los
países católicos adoptaran el régimen de libertad religiosa. No como un sistema
equivalente a la antigua tolerancia de derecho
común de las
comunidades disidentes en
los países de religión
tradicional y mayoritaria,
sino como un
principio de derecho
constitucional acompañado siempre, inmediata o consecutivamente, de la pérdida
de la unidad religiosa y de la “licuefacción” de la fe
y moral cristiana ambiental. De tal modo que
las variables “Estado en
construcción” y “libertad
de conciencia” sumadas a la
“libertad religiosa” han tenido como resultado necesario el Estado moderno
esencialmente laico.
(tomado de "LA LIBERTAD MODERNA DE CONCIENCIA Y DE RELIGIÓN Y LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO.
UNA APELACIÓN A NUESTRO PRESENTE HISTÓRICO" de JULIO ALVEAR TÉLLEZ)
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