LA NOCIÓN DE VIRTUD
1. Aproximación a la noción de
virtud
De un modo muy general se llama
virtud al principio del movimiento o de la acción. Es lo mismo que energía,
potencia activa o capacidad de obrar o de hacer algo. Santo Tomás lo dice
claramente: "la virtud significa el principio del movimiento o de la
acción"; y también: "La virtud designa el principio de la
acción". Ésta es la acepción más amplia.
En un sentido más restringido, la
virtud significa la perfección de la misma potencia activa, tanto si es una
perfección que dicha potencia tiene por ú misma, como si se trata de una
perfección sobreañadida y complementaria, o sea, un hábito de la potencia
activa que dispone a ésta de manera estable en orden a la operación perfecta o
a la consecución del fin. Es lo que dice el Aquinate en este otro texto:
"la virtud designa cierta perfección de la potencia. Porque la perfección
de cada cosa se establece por orden a su fin, y el fin de la potencia es su
acto, por lo cual una potencia es perfecta cuando está determinada a su acto.
Pues bien, hay potencias que están por sí mismas determinadas a sus actos, como
son las potencias naturales activas, y por eso dichas potencias naturales se
llaman, sin más, virtudes. Pero las potencias racionales, que son las propias
del hombre, no están unívocamente determinadas a sus actos, sino que se hallan
indeterminadas respecto de muchas cosas, y así son determinadas a sus actos
mediante hábitos"'.
Según esto, existen dos tipos de
potencias activas. Unas rigurosamente determinadas en orden de sus actos, de
suerte, que obran siempre de la misma manera y producen los mismos efectos. A
veces estas potencias son totalmente activas y entonces obran constantemente,
si algún obstáculo no se lo impide. Otras son, en parte pasivas, y entonces no
obran sin un previo estímulo. Pero la univocidad de sus operaciones no sufre
menoscabo en ninguno de estos dos supuestos. Si no se necesitan estímulos obran
unívocamente sin ellos, y si los necesitan, obran del mismo modo frente a los
mismos estímulos. Estas potencias activas, como tienen en sí mismas todo lo que
necesitan para la determinación y perfección de sus acciones, pueden llamarse,
sin más, virtudes, y así decimos, por ejemplo, que un ser viviente tiene la
virtud de nutrirse, y la de crecer, y la de reproducirse.
Pero hay otro tipo dé potencias
activas, las que no están unívocamente determinadas a sus actos y a sus
efectos. Éstas son las potencias activas propiamente humanas o racionales, como
son el entendimiento y la voluntad (que son racionales por esencia) y los
apetitos sensitivos (que son racionales por participación, es decir, que
reciben el influjo de la razón y de la voluntad). Estas potencias no son
virtudes por sí mismas, pues carecen naturalmente de la determinación y
perfección de sus acciones. Necesitan, por consiguiente, una perfección
sobreañadida, un hábito que las capacite para obrar bien en orden a su fin;
perfección y hábito que merecen propiamente el nombre de virtud.
Es en esta última acepción en la
que Santo Tomás llama a la virtud "complemento de la potencia activa"
y también "lo último en cada potencia". Véanse estos dos textos:
"La virtud, según el significado de su nombre, designa el complemento de
una potencia (activa); y por esto también se llama fuerza, en tanto que una
cosa cualquiera, por la potestad completa que tiene, puede realizar su impulso
o su movimiento. Las virtudes, pues, con arreglo a su nombre, designan la perfección
de la potencia"; "Según Aristóteles, la virtud es cierta perfección y
se entiende que lo es de una potencia en orden a su efecto máximo. Porque la
perfección de una potencia no se obtiene en cualquier operación, sino en la que
presenta cierta magnitud o dificultad: ya que toda potencia, por imperfecta que
sea, puede realizar ella sola una operación módica o débil. Por ello es propio
de la virtud versar sobre lo difícil y bueno”. Tenemos, pues, que la virtud es
la perfección de una potencia activa, perfección sobreañadida a modo de
complemento y que lleva a dicha potencia al máximo de su capacidad. Mas como la
perfección se dice de muchas maneras, conviene determinar aquí qué tipo de
perfección es el que la virtud procura o constituye.
Una cosa cualquiera puede ser
perfecta de tres modos: en cuanto a su esencia, en cuanto a su operación y al
fin alcanzado por ella, y en cuanto a la disposición conveniente de sus
facultades en orden a la perfecta operación de las mismas. Santo Tomás lo dice
así: "La perfección de una cosa es triple. En primer lugar en cuanto a la
constitución de su ser (es decir, la esencia). En segundo lugar en cuanto a
ciertos accidentes sobreañadidos y que son necesarios para la operación
perfecta. En tercer lugar, en cuanto al hecho de que la cosa alcance algo
distinto de ella como su fin"'. Pues bien, la perfección propia de la
virtud es la señalada en segundo lugar en el texto que acabamos de citar, o
sea, la que proporcionan ciertos accidentes eme se añaden a las potencias
operativas y que son necesarios para que éstas lleven a cabo la operación
perfecta que les es propia y el consiguiente logro de su fin.
Tomado de “Virtud y personalidad”
de Jesús García López.
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