Hemos estado hablando del
escepticismo, en primer lugar señalábamos la importancia de profundizar en este
tema ya que actualmente la característica principal de la sociedad en la que
vivimos es precisamente un cierto escepticismo de carácter práctico. Por lo
tanto es importante que aprendamos a conocer en qué consiste este error para
poder igualmente responder a quienes se encuentren hoy bajo su influencia.
Dijimos también que el escepticismo es
aquella postura filosófica, y más específicamente hablando, aquella postura
epistemológica que afirma que el conocimiento humano no alcanza una realidad
extra mental, es decir, una realidad más allá de la mente del sujeto que
conoce, sino que limita el alcance del conocimiento, de la ciencia, de la
inteligencia misma, al mundo meramente subjetivo de las personas. De esta
manera cierra la posibilidad de contacto entre la persona y todo aquello que no
sea en el fondo ella misma. Permanece entonces el sujeto encerrado en su propio
mundo, sin posibilidad de alcanzar algo más allá de sus propias representaciones
internas, y por lo tanto, que abierto el camino para que el sujeto se proclame
creador de la realidad, de su realidad. Lo cual es lo que vemos en la sociedad
actual donde los seres humanos han caído en el error de creer que la realidad
la construye cada uno desde sus propias elecciones personales.
Después de esto hacíamos un breve
recorrido por la historia para encontrar los autores que habían dado nacimiento
a la postura escéptica. Vimos a Pirrón
de Elis, Sexto Empírico y Michel de Montaigne. Ahora corresponde ocuparnos un
poco de las ideas del filósofo que es considerado el padre de la filosofía
moderna, René Descartes.
Descartes fue un filósofo francés
nacido en el año de 1596, sobre él se han escrito cientos de libros y tal vez
aún faltan muchos por escribirse, esto es debido a que cada nueva generación de
filósofos siente la necesidad de ocuparse de la herencia cartesiana. Este
filósofo, como ya se dijo, es considerado el padre de la filosofía moderna, ya
que fue él quien lanzó al mundo esa idea de que el conocimiento humano se basa
en el conocimiento de las ideas que el sujeto forma en el interior de su mente.
Y aunque Descartes después de establecer esta idea inicial busca la manera de
probar la existencia de un mundo independiente de la mente, es decir, de un
mundo objetivo existente en sí mismo, lo cierto es que ya el daño estaba hecho
y lo que vino después Descartes fue simplemente el desarrollo lógico de sus
ideas.
Descartes inicia su filosofía
afirmando que se debe dudar de todo. En la época en la que Descartes vino al
mundo estaban ocurriendo muchos cambios en todos los niveles: cambios
políticos, cambios sociales, cambios culturales, cambios científicos, cambios
geográficos, cambios religiosos, etc. Y el universo medieval en todos sus
aspectos estaba decayendo y estaba siendo puesto en duda. Por ejemplo:
Aristóteles había reinado indiscutiblemente en el universo de las universidades
medievales; las grandes construcciones filosóficas y teológicas que se habían
edificado en la edad media, como la de Santo Tomás de Aquino, se basaban en
principios aristotélicos. Pero después del renacimiento hubo un gran despliegue
y un gran avance de la ciencia experimental, lo cual llevó al rechazo de las
ideas de Aristóteles en este campo. El problema estuvo en que esos autores no
supieron distinguir entre lo que eran en Aristóteles sólo ideas sobre el mundo
físico que dependían de las condiciones precarias en las que Aristóteles las
había concedido, y por otro lado, los principios de la metafísica y de la
epistemología aristotélicas; cuya validez permanecía sólida incluso después de
que habían sido superadas sus ideas al nivel de la naturaleza física. No se
hizo esta distinción y por lo tanto toda la herencia aristotélica y medieval
fue condenada en una sola sentencia.
En este ambiente donde todo estaba
cayendo, donde un nuevo mundo estaba naciendo, donde las antiguas ideas al
parecer habían finalmente demostrado estar equivocadas, etc. En este mundo,
repetimos, Descartes creyó que lo mejor era comenzar todo desde cero, no tomar
nada del pasado, construir todo nuevamente, ignorar siglos y siglos de historia
y mirar solo hacia adelante donde un nuevo mundo parecía estar siendo construido.
Descartes entonces dudó de todo.
Descartes creyó que ya que todos antes
de él se habían equivocado, le correspondía a él iniciar nuevamente; se sintió
enviado a renovarlo todo, así como Cristóbal Colón un siglo antes había
cambiado los mapas del mundo, de la misma forma Descartes se propuso cambiar los
mapas de la ciencia. Y no de esta o de aquella ciencia, sino de todas, su
ambición era renovar todas las ciencias con el fin de liberarlas de los errores
del pasado y construirlas sobre bases sólidas, bases que permitieran poner a
las ciencias lejos de toda duda.
Para llevar a cabo este ambicioso
proyecto Descartes consideró que la mejor manera era empezar por buscar algo de
lo cual no fuera posible dudar, algo, lo que fuera, un conocimiento cierto,
verdadero, indubitable, que pudiera servir de punto de partida para lo demás.
Descartes pensaba de esta manera porque él era ante todo un matemático, y en
matemáticas se suele partir de un axioma fundamental y se procede a deducir
consecuencias que se apoyan en la veracidad del axioma inicial. La matemática
es deductiva en su proceder y Descartes creyó que ese era el modelo de toda
ciencia. Para él toda ciencia debía construirse sobre ese modelo matemático, es
decir, encontrar uno o unos principios primeros que fueran absolutamente
ciertos y de ellos deducir el resto del conocimiento humano.
Pues bien, Descartes comenzó entonces
a dudar de todo, tratando de encontrar algo de lo cual fuera imposible dudar. En
este proceso tuvo un día una revelación, una especie de iluminación
intelectual, y mientras se encontraba dudando de todo, cuestionándolo todo,
descubrió que había algo de lo cual no podía dudar, algo de cuya existencia era
imposible dudar: el yo pensante. Porque Descartes podía poner todo en duda
diciendo “yo dudo de esto…” ”yo dudo de aquello…” “yo dudo por esta razón…”
etc. Pero en medio de todo eso permanecía el ‘yo’, el sujeto profundo que
ejercía el acto de dudar. De manera que era posible dudar de todo menos del
hecho mismo de estar dudando, y era un ‘yo’ el que dudaba, es decir, se podía
dudar de todo menos de la evidente existencia del sujeto de la duda, el yo
pensante. Entonces Descartes resumió su descubrimiento en esa frase que lo ha
hecho famoso: pienso, luego existo.
Miremos entonces lo que ha hecho
Descartes. En primer lugar ha invertido el orden de las cosas, ya no es la
realidad y solo después mi conocimiento de esa realidad, sino que ahora la
realidad se pone en duda, es dudosa, está como entre paréntesis, mientras que
el ‘yo pensante’, mi propia realidad subjetiva es cierta, sólida, evidente,
cercana, clara y distinta. Eso significa que en adelante primero estará el ‘yo’,
solo después en segundo momento y en dependencia respecto del ‘yo’ estará la
realidad, de manera que por decirlo de alguna manera: la realidad de lo real
dependerá de la subjetividad del sujeto. La realidad ahora es secundaria,
dependiente, menor.
Descartes descubre entonces la idea
del ‘yo pensante’ como la primera, la base de todas las demás. Y al analizar
esa idea Descartes descubre que se caracteriza por ser una idea ‘clara y
distinta’, es decir, una idea que es clara y por tanto puedo distinguir de
otras ideas con facilidad; y además es distinta porque las características de
esa idea las comprendo por completo, totalmente. Descartes concluye que siendo
esas las características de la idea del ‘yo pensante’, es posible entonces
aceptar como cierta toda idea que cumpla con esas características. De manera
que toda idea que al analizarla yo encuentre que es clara y distinta, puedo con
tranquilidad tenerla por verdadera, por cierta. Y así es como Descartes pasa,
luego de la idea del ‘yo’, a demostrar por ese mismo método la existencia de
Dios.
Para ello Descartes emplea una forma
de probar la existencia de Dios que ya era antigua, no la inventa Descartes, el
llamado argumento ontológico de san Anselmo, que es más o menos como sigue:
tenemos la idea de que Dios es un ser de tal naturaleza que no puede pensarse
que exista un ser más grande ni más perfecto. Pues bien, ese ser debe existir
en la realidad, porque si no existiera, sería posible pensar un ser más
perfecto que ese, a saber, un ser que aparte de existir solo en las ideas,
existiera en la realidad. Por tanto, ese ser mayor que el cual nada puede
pensarse, debe existir realmente.
Este argumento fue rechazado por santo
Tomás de Aquino porque es un modo de razonar que se mueve solo entre ideas, sin
tocar jamás el mundo de la realidad concreta, y de un mundo de solo ideas no es
posible saltar de repente al mundo de lo real existente independientemente del
sujeto pensante. La razón profunda del rechazo de Tomás es tal vez el hecho de
que las ideas son pensadas siempre como esencias, y la existencia concreta no
es pensable sino que se intuye de forma directa a partir de la experiencia
sensible de los individuos, o se deduce racionalmente a partir de las características
de dichos individuos. Este es precisamente el camino escogido por el mismo
Tomás en sus famosas cinco vías para probar la existencia de Dios, santo Tomás
parte en cada una de ellas de un hecho sensible, comprobable empíricamente, y a
partir de ese hecho, mediante el razonamiento causal, santo Tomás se eleva
hasta la existencia de un Ser Supremo que sea la causa primera y la explicación
última de los hechos.
Entonces tenemos que Descartes cree
haber probado ya la existencia del ‘yo pensante’ y la de Dios. Luego pasa
Descartes a probar la existencia del mundo exterior, y para ello hace lo mismo,
es decir, analiza ideas, solo ideas, sin recurrir jamás al testimonio de los
sentidos. Así como Descartes cree que el ‘yo’ es ante todo una substancia pensante,
de manera que el pensamiento es su esencia íntima, de igual forma considera que
en el caso de la idea que tiene del mundo externo su esencia es la de ser una
realidad constituida de partes en el espacio, partes que interactúan unas con
otras por medio del contacto físico, del contacto mecánico. Esto lo resume
Descartes diciendo que la substancia del mundo externo, o mejor dicho, la idea
que tiene sobre el mundo externo, es la de una substancia extensa. Con esa
palabra Descartes se refiere a la característica de tener partes en el espacio
e interactuar por contacto físico o mecánico.
Entonces al final se encuentra
Descartes con que, haciendo uso de meras ideas, encerrado en su cabeza,
supuestamente ha hecho tres grandes descubrimientos, ha encontrado tres ‘realidades’
de las que es imposible dudar, tres ‘realidades’ en las que se puede confiar
como bases para edificar toda ciencia y todo conocimiento: el ‘yo’, como
substancia pensante; el mundo, como substancia extensa y Dios.
Aquí conviene fijarnos en algo,
Descartes hasta este momento ha desechado el testimonio de sus sentidos, ha
hecho su filosofía con los ojos cerrados y concentrado únicamente en las ideas
que tiene en su mente. Y a partir del análisis de las características de esas
ideas ha creído poder concluir su existencia real. ¿Cómo ha sido esto posible? Ha
sido posible por la particular idea que Descartes tenía acerca del conocimiento
humano. Veamos.
Descartes se propuso analizar sus
ideas, de espaldas a lo real, porque para Descartes todo lo que hay en la mente
son ideas (lo cual es en cierto modo verdadero); cuando conocemos algo, ese
algo no se introduce físicamente en la mente, por ejemplo si estamos viendo un
edificio, dicho edificio sigue estando fuera de nosotros, pero en cierta forma
también está dentro de nosotros por medio de la vista. Entonces aquello que
conocemos no penetra en nosotros sino que permanece afuera. De este hecho
Descartes concluyó que no conocemos cosas sino ideas, la realidad permanece
siempre más allá de nosotros.
El error de Descartes en este punto
consistió en creer que las ideas que el sujeto forma en su mente son como
copias o representaciones de lo extra mental, y que solo conocemos dichas
copias o representaciones. De manera que al no disponer en nuestra mente de
otra cosa que no sean las representaciones mismas que nosotros creamos, no es
posible para nosotros saber si esas representaciones son imágenes fieles de lo
real. Para saberlo tendríamos que poder comparar las ideas con lo real, pero
solo tenemos en nosotros las ideas. Entonces, solo podemos comparar ideas con
ideas y tratar, a partir de meras ideas, de deducir la existencia real de
objetos extra-mentales.
A esta forma de entender el proceso
del conocimiento le daremos una mirada en el apartado siguiente, tratado al
mismo tiempo de compararla con la que es la visión clásica sobre el mismo.
Leonardo R
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