jueves, 14 de mayo de 2015

(3) Breve estudio sobre el escepticismo

Hemos estado hablando del escepticismo, en primer lugar señalábamos la importancia de profundizar en este tema ya que actualmente la característica principal de la sociedad en la que vivimos es precisamente un cierto escepticismo de carácter práctico. Por lo tanto es importante que aprendamos a conocer en qué consiste este error para poder igualmente responder a quienes se encuentren hoy bajo su influencia.

Dijimos también que el escepticismo es aquella postura filosófica, y más específicamente hablando, aquella postura epistemológica que afirma que el conocimiento humano no alcanza una realidad extra mental, es decir, una realidad más allá de la mente del sujeto que conoce, sino que limita el alcance del conocimiento, de la ciencia, de la inteligencia misma, al mundo meramente subjetivo de las personas. De esta manera cierra la posibilidad de contacto entre la persona y todo aquello que no sea en el fondo ella misma. Permanece entonces el sujeto encerrado en su propio mundo, sin posibilidad de alcanzar algo más allá de sus propias representaciones internas, y por lo tanto, que abierto el camino para que el sujeto se proclame creador de la realidad, de su realidad. Lo cual es lo que vemos en la sociedad actual donde los seres humanos han caído en el error de creer que la realidad la construye cada uno desde sus propias elecciones personales.

Después de esto hacíamos un breve recorrido por la historia para encontrar los autores que habían dado nacimiento a la postura escéptica. Vimos a  Pirrón de Elis, Sexto Empírico y Michel de Montaigne. Ahora corresponde ocuparnos un poco de las ideas del filósofo que es considerado el padre de la filosofía moderna, René Descartes.

Descartes fue un filósofo francés nacido en el año de 1596, sobre él se han escrito cientos de libros y tal vez aún faltan muchos por escribirse, esto es debido a que cada nueva generación de filósofos siente la necesidad de ocuparse de la herencia cartesiana. Este filósofo, como ya se dijo, es considerado el padre de la filosofía moderna, ya que fue él quien lanzó al mundo esa idea de que el conocimiento humano se basa en el conocimiento de las ideas que el sujeto forma en el interior de su mente. Y aunque Descartes después de establecer esta idea inicial busca la manera de probar la existencia de un mundo independiente de la mente, es decir, de un mundo objetivo existente en sí mismo, lo cierto es que ya el daño estaba hecho y lo que vino después Descartes fue simplemente el desarrollo lógico de sus ideas.

Descartes inicia su filosofía afirmando que se debe dudar de todo. En la época en la que Descartes vino al mundo estaban ocurriendo muchos cambios en todos los niveles: cambios políticos, cambios sociales, cambios culturales, cambios científicos, cambios geográficos, cambios religiosos, etc. Y el universo medieval en todos sus aspectos estaba decayendo y estaba siendo puesto en duda. Por ejemplo: Aristóteles había reinado indiscutiblemente en el universo de las universidades medievales; las grandes construcciones filosóficas y teológicas que se habían edificado en la edad media, como la de Santo Tomás de Aquino, se basaban en principios aristotélicos. Pero después del renacimiento hubo un gran despliegue y un gran avance de la ciencia experimental, lo cual llevó al rechazo de las ideas de Aristóteles en este campo. El problema estuvo en que esos autores no supieron distinguir entre lo que eran en Aristóteles sólo ideas sobre el mundo físico que dependían de las condiciones precarias en las que Aristóteles las había concedido, y por otro lado, los principios de la metafísica y de la epistemología aristotélicas; cuya validez permanecía sólida incluso después de que habían sido superadas sus ideas al nivel de la naturaleza física. No se hizo esta distinción y por lo tanto toda la herencia aristotélica y medieval fue condenada en una sola sentencia.

En este ambiente donde todo estaba cayendo, donde un nuevo mundo estaba naciendo, donde las antiguas ideas al parecer habían finalmente demostrado estar equivocadas, etc. En este mundo, repetimos, Descartes creyó que lo mejor era comenzar todo desde cero, no tomar nada del pasado, construir todo nuevamente, ignorar siglos y siglos de historia y mirar solo hacia adelante donde un nuevo mundo parecía estar siendo construido. Descartes entonces dudó de todo.

Descartes creyó que ya que todos antes de él se habían equivocado, le correspondía a él iniciar nuevamente; se sintió enviado a renovarlo todo, así como Cristóbal Colón un siglo antes había cambiado los mapas del mundo, de la misma forma Descartes se propuso cambiar los mapas de la ciencia. Y no de esta o de aquella ciencia, sino de todas, su ambición era renovar todas las ciencias con el fin de liberarlas de los errores del pasado y construirlas sobre bases sólidas, bases que permitieran poner a las ciencias lejos de toda duda.

Para llevar a cabo este ambicioso proyecto Descartes consideró que la mejor manera era empezar por buscar algo de lo cual no fuera posible dudar, algo, lo que fuera, un conocimiento cierto, verdadero, indubitable, que pudiera servir de punto de partida para lo demás. Descartes pensaba de esta manera porque él era ante todo un matemático, y en matemáticas se suele partir de un axioma fundamental y se procede a deducir consecuencias que se apoyan en la veracidad del axioma inicial. La matemática es deductiva en su proceder y Descartes creyó que ese era el modelo de toda ciencia. Para él toda ciencia debía construirse sobre ese modelo matemático, es decir, encontrar uno o unos principios primeros que fueran absolutamente ciertos y de ellos deducir el resto del conocimiento humano.

Pues bien, Descartes comenzó entonces a dudar de todo, tratando de encontrar algo de lo cual fuera imposible dudar. En este proceso tuvo un día una revelación, una especie de iluminación intelectual, y mientras se encontraba dudando de todo, cuestionándolo todo, descubrió que había algo de lo cual no podía dudar, algo de cuya existencia era imposible dudar: el yo pensante. Porque Descartes podía poner todo en duda diciendo “yo dudo de esto…” ”yo dudo de aquello…” “yo dudo por esta razón…” etc. Pero en medio de todo eso permanecía el ‘yo’, el sujeto profundo que ejercía el acto de dudar. De manera que era posible dudar de todo menos del hecho mismo de estar dudando, y era un ‘yo’ el que dudaba, es decir, se podía dudar de todo menos de la evidente existencia del sujeto de la duda, el yo pensante. Entonces Descartes resumió su descubrimiento en esa frase que lo ha hecho famoso: pienso, luego existo.

Miremos entonces lo que ha hecho Descartes. En primer lugar ha invertido el orden de las cosas, ya no es la realidad y solo después mi conocimiento de esa realidad, sino que ahora la realidad se pone en duda, es dudosa, está como entre paréntesis, mientras que el ‘yo pensante’, mi propia realidad subjetiva es cierta, sólida, evidente, cercana, clara y distinta. Eso significa que en adelante primero estará el ‘yo’, solo después en segundo momento y en dependencia respecto del ‘yo’ estará la realidad, de manera que por decirlo de alguna manera: la realidad de lo real dependerá de la subjetividad del sujeto. La realidad ahora es secundaria, dependiente, menor.

Descartes descubre entonces la idea del ‘yo pensante’ como la primera, la base de todas las demás. Y al analizar esa idea Descartes descubre que se caracteriza por ser una idea ‘clara y distinta’, es decir, una idea que es clara y por tanto puedo distinguir de otras ideas con facilidad; y además es distinta porque las características de esa idea las comprendo por completo, totalmente. Descartes concluye que siendo esas las características de la idea del ‘yo pensante’, es posible entonces aceptar como cierta toda idea que cumpla con esas características. De manera que toda idea que al analizarla yo encuentre que es clara y distinta, puedo con tranquilidad tenerla por verdadera, por cierta. Y así es como Descartes pasa, luego de la idea del ‘yo’, a demostrar por ese mismo método la existencia de Dios.

Para ello Descartes emplea una forma de probar la existencia de Dios que ya era antigua, no la inventa Descartes, el llamado argumento ontológico de san Anselmo, que es más o menos como sigue: tenemos la idea de que Dios es un ser de tal naturaleza que no puede pensarse que exista un ser más grande ni más perfecto. Pues bien, ese ser debe existir en la realidad, porque si no existiera, sería posible pensar un ser más perfecto que ese, a saber, un ser que aparte de existir solo en las ideas, existiera en la realidad. Por tanto, ese ser mayor que el cual nada puede pensarse, debe existir realmente.

Este argumento fue rechazado por santo Tomás de Aquino porque es un modo de razonar que se mueve solo entre ideas, sin tocar jamás el mundo de la realidad concreta, y de un mundo de solo ideas no es posible saltar de repente al mundo de lo real existente independientemente del sujeto pensante. La razón profunda del rechazo de Tomás es tal vez el hecho de que las ideas son pensadas siempre como esencias, y la existencia concreta no es pensable sino que se intuye de forma directa a partir de la experiencia sensible de los individuos, o se deduce racionalmente a partir de las características de dichos individuos. Este es precisamente el camino escogido por el mismo Tomás en sus famosas cinco vías para probar la existencia de Dios, santo Tomás parte en cada una de ellas de un hecho sensible, comprobable empíricamente, y a partir de ese hecho, mediante el razonamiento causal, santo Tomás se eleva hasta la existencia de un Ser Supremo que sea la causa primera y la explicación última de los hechos.

Entonces tenemos que Descartes cree haber probado ya la existencia del ‘yo pensante’ y la de Dios. Luego pasa Descartes a probar la existencia del mundo exterior, y para ello hace lo mismo, es decir, analiza ideas, solo ideas, sin recurrir jamás al testimonio de los sentidos. Así como Descartes cree que el ‘yo’ es ante todo una substancia pensante, de manera que el pensamiento es su esencia íntima, de igual forma considera que en el caso de la idea que tiene del mundo externo su esencia es la de ser una realidad constituida de partes en el espacio, partes que interactúan unas con otras por medio del contacto físico, del contacto mecánico. Esto lo resume Descartes diciendo que la substancia del mundo externo, o mejor dicho, la idea que tiene sobre el mundo externo, es la de una substancia extensa. Con esa palabra Descartes se refiere a la característica de tener partes en el espacio e interactuar por contacto físico o mecánico.

Entonces al final se encuentra Descartes con que, haciendo uso de meras ideas, encerrado en su cabeza, supuestamente ha hecho tres grandes descubrimientos, ha encontrado tres ‘realidades’ de las que es imposible dudar, tres ‘realidades’ en las que se puede confiar como bases para edificar toda ciencia y todo conocimiento: el ‘yo’, como substancia pensante; el mundo, como substancia extensa y Dios.

Aquí conviene fijarnos en algo, Descartes hasta este momento ha desechado el testimonio de sus sentidos, ha hecho su filosofía con los ojos cerrados y concentrado únicamente en las ideas que tiene en su mente. Y a partir del análisis de las características de esas ideas ha creído poder concluir su existencia real. ¿Cómo ha sido esto posible? Ha sido posible por la particular idea que Descartes tenía acerca del conocimiento humano. Veamos.

Descartes se propuso analizar sus ideas, de espaldas a lo real, porque para Descartes todo lo que hay en la mente son ideas (lo cual es en cierto modo verdadero); cuando conocemos algo, ese algo no se introduce físicamente en la mente, por ejemplo si estamos viendo un edificio, dicho edificio sigue estando fuera de nosotros, pero en cierta forma también está dentro de nosotros por medio de la vista. Entonces aquello que conocemos no penetra en nosotros sino que permanece afuera. De este hecho Descartes concluyó que no conocemos cosas sino ideas, la realidad permanece siempre más allá de nosotros.

El error de Descartes en este punto consistió en creer que las ideas que el sujeto forma en su mente son como copias o representaciones de lo extra mental, y que solo conocemos dichas copias o representaciones. De manera que al no disponer en nuestra mente de otra cosa que no sean las representaciones mismas que nosotros creamos, no es posible para nosotros saber si esas representaciones son imágenes fieles de lo real. Para saberlo tendríamos que poder comparar las ideas con lo real, pero solo tenemos en nosotros las ideas. Entonces, solo podemos comparar ideas con ideas y tratar, a partir de meras ideas, de deducir la existencia real de objetos extra-mentales.

A esta forma de entender el proceso del conocimiento le daremos una mirada en el apartado siguiente, tratado al mismo tiempo de compararla con la que es la visión clásica sobre el mismo.



Leonardo R

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