En la anterior entrega de este breve
estudio sobre el escepticismo, propusimos considerar la epistemología realista,
es decir, el modo en que la naturaleza del conocimiento es concebida por la
postura realista en filosofía, que fue la postura dominante, más o menos con
altibajos, durante toda la época anterior a Descartes. Lo anterior con el
objetivo de tener elementos de juicio comparativo frente a la postura idealista
y escéptica.
Con lo que se lleva dicho sobre el
cartesianismo se podrá ver de inmediato un cierto parecido entre sus posturas y
las que fueron en la Grecia clásica las posturas de Platón. De cierta manera
también Platón rechazaba a los sentidos como fuente de conocimiento, los
consideraba más bien fuente de engaño. Para Platón el conocimiento verdadero
era el conocimiento de las ideas, que pertenecían a un universo totalmente
distinto al universo sensible, de hecho creía que tenía que existir el mundo de
las ideas, un mundo en el que las ideas tenían una existencia real. Descartes toma
de Platón esa separación entre lo sensible
lo ideal, y a semejanza del filósofo griego declara que la ciencia es
ciencia de ideas. Solo que para Descartes dichas ideas son representaciones
fabricadas por el sujeto, de forma que conociéndolas, el sujeto no sale de sí
mismo; mientras que para Platón las ideas no son creaciones del sujeto, sino
participaciones de esas ideas extra mentales que existen en un mundo aparte y
real, más real incluso que éste en que nosotros vivimos, que es solo una sombra.
De manera que, a pesar de sus diferencias,
Platón y Descartes coinciden en establecer una radical separación entre el alma
y el cuerpo, el espíritu y la materia, la inteligencia y los sentidos, el mundo
sensible y el mundo inteligible, etc., separación que llega incluso a la
oposición, puesto que, Platón por ejemplo, concibe al cuerpo humano como una
cárcel para el hombre, puesto que para él el hombre es propiamente el alma
sola. Para Descartes la substancia pensante y la substancia extensa no se
comunican, salvo (¡eso pensaba Descartes!) por medio de la glándula Pineal
ubicada en el cerebro.
Las cosas son muy distintas en la concepción
de la realidad que arranca con Aristóteles y recibe su perfeccionamiento en la
edad media con Tomás de Aquino. Lejos de tener del hombre una visión dualista,
la tradición tomista lo concibe como una unidad substancia; el hombre es un ser
‘uno’, una substancia, no dos, aunque compuesta de dos ‘principios’: la materia
prima y la forma substancial. Dichos dos principios no son, ni pueden ser, dos
substancias completas, sino que se implican mutuamente para existir. La materia
prima no existe sin una determinada forma sustancial, y a su vez, la forma
substancial está ordenada a determinar la materia prima (si bien es cierto que
en el caso del alma humana, al gozar ésta de un estatuto ontológico superior a
las demás formas substanciales, tiene el privilegio de existir aún después de
su separación respecto del materia en el momento de la muerte. Tema de una
futura serie de artículos, Dios mediante).
Y esa unidad que es el hombre se
refleja en el modo de concebir el proceso del conocimiento. En la visión
realista, no hay separación entre los sentidos y la inteligencia, pues aunque
son facultades de conocimiento esencialmente distintas, trabajan en unidad
perfecta para producir la ciencia. El proceso comienza en los sentidos y
culmina en la inteligencia; en un camino ascendente en el que brilla en todo
momento la unidad del ser humano animado por su forma substancial.
Veamos a grandes rasgos la epistemología
realista:
Ante todo hay que tener en cuenta que
la postura realista es la postura natural, es decir, toda persona es
naturalmente realista puesto que toda persona está interiormente convencida de
que cuando ve un árbol, dicho árbol realmente existe, y existe de tal manera
que si yo no lo viera de todos modos el árbol seguiría existiendo; en otras
palabras: la existencia del árbol no
depende de mi conocimiento, no es mi conocer lo que da el ser al árbol,
sino al revés, es el ser del árbol el que se encuentra a la raíz de mi
conocimiento, en el sentido de que mi conocimiento será verdadero en la medida
en que se conforme con el ser del árbol, y no al revés. Y así para todos los
conocimientos que podemos alcanzar, es natural creer que no inventamos la
realidad sino que la conocemos.
Para opinar de manera distinta es
necesario detener esta actitud realista natural y voluntariamente decidir
adoptar otra. Lo cual significa que el idealista, o el escéptico, lo son por
una decisión de su voluntad; sin duda ellos presentan argumentos, pero antes de
dichos argumentos hubo un momento de su vida en que el idealista se detuvo,
pensó y decidió impedir la inclinación realista natural y tomar otro camino. La
voluntad tiene entonces mucho que ver en la explicación de la postura idealista
y escéptica.
Por lo tanto, la epistemología
realista lo que busca es explicar cómo es que podemos, mediante ideas presentes
en nuestra mente, conocer una realidad que está inicialmente fuera de nuestra
mente. ¿De qué manera la realidad extra mental se hace presente en nosotros por medio de las ideas?
No hay ideas innatas. Todas las ideas
y todo conocimiento tiene su origen y fundamento en los sentidos. Son los
sentidos los que nos dan el contacto directo con lo real concreto e individual.
Los sentidos reciben las cosas sin su
materialidad. Cuando vemos un árbol, el árbol en cierto sentido penetra en
nosotros por medio de la vista, y en otro sentido permanece fuera. Se dice que
penetra en nosotros de una manera llamada ‘intencional’ (como ya se explicó).
De
manera que el árbol que tiene existencia real
extramental, pasa a tener presencia intencional
en el sentido de la vista. La vista recibe del árbol una especie de
semejanza o representación, a la manera (dice Aristóteles) como la cera puede recibir
la forma del sello sin recibir el metal mismo del que el sello está hecho. La misma
forma que tiene el sello pasa a la cera, sin que pase el cobre concreto del que
el sello está hecho. De esta manera se obra ya en los sentidos una primera
desmaterialización. Se le quita a lo conocido la materia individual, que es la
que permanece ‘fuera’.
Para mejor comprender lo que se lleva
dicho y lo que se dirá a continuación hay que tener en cuenta que la materia no
es principio de conocimiento. Es decir, lo que se conoce de algo son sus
aspectos formales, el ser esto o aquello. La materia es causa de que algo sea
individual, no de que sea esto o aquello. Por ejemplo, esta mesa que tengo en
frente es lo que es por tener forma de mesa, luego al conocerla lo que conozco
es su forma, sus aspectos formales. Pero la madera concreta de esta mesa
concreta no aporta aspectos formales a la mesa, sino aspectos ‘individuantes’,
es decir, gracias a la materia, esta mesa se ubica en el tiempo y en el espacio,
pero no determinan ‘lo que’ la mesa es, sino ‘el hecho de ser esta mesa’ y no
otra. Lo anterior significa que el conocimiento es un proceso de descubrimiento
de los aspectos formales de una cosa. Por eso ya desde el primer escalón del
conocimiento, que es el conocimiento sensible, empezamos a desprendernos de la
materia, para ir quedándonos solo con la forma. Solo que en el caso de los
sentidos, esa ‘desmaterialización’ de la cosa conocida aún no es completa, pues
la imagen que queda en la memoria sigue siendo concreta e individual: pues
cuando recordamos el árbol que hemos visto, la imagen que recordamos es la de
un árbol concreto, individual.
Lo anterior se basa en la teoría
hilemórfica aristotélica, la cual afirma que todas las cosas materiales se
componen de dos elementos, materia y forma. La materia es el elemento
determinable, y la forma es el elemento determinante. De tal manera que la cosa
(cualquier cosa) es lo que es, por su forma. Y es esta cosa individual, y no
otra, por su materia. La forma es principio de determinación y la materia es
principio de individuación.
Ahora bien, tenemos entonces ya la
imagen del árbol liberada de su materialidad concreta. Sobre dicha imagen (que
aún es imagen de un individuo) es sobre la que debe operar la inteligencia en
busca de la aprehensión de sus aspectos formales esenciales, y para ello debe
proceder a una más elevada desmaterialización. Ese siguiente paso lo da el
intelecto agente, que es la función activa del entendimiento. Según la postura
realista, el intelecto agente obra sobre la imagen retenida por la sensibilidad
y separa (por eso se dice ‘abstrae’, porque abstraer es separar algo de algo)
los elementos que aún quedan de individualidad para quedarse con lo esencial. Este
paso en el proceso del conocimiento requiere obviamente de múltiples
experiencia. Pues es poco a poco como el intelecto va conociendo y separando de
un objeto todo aquello que en dicho objeto es solo accidental, para quedarse
con lo esencial. Un ejemplo:
Vemos a Pedro y percibimos un sujeto
con ciertas características: altura, color de piel, edad, color de cabello,
talla, etc., luego vemos a Juan, a José, y a muchos otros. Y luego de muchas
experiencias de este tipo empezamos a percibir que todos ellos tienen diferencias,
pero también tienen elementos en común. En primer lugar todos son algún tipo de
ser, es decir, existen; y existen con un tipo de existencia que es substancial,
esto es, existen en sí mismos, ni Pedro, ni Juan, ni José, son características
de otro ser. Sino que cada uno de ellos es un ser individual. Entonces concluyo que son substancias. Pero
puedo avanzar en las semejanzas y encuentro que todos son seres vivos, es
decir, todos ejecutan acciones propias de seres vivos: comen, crecen, etc., y
esto lo hacen por sí mismos, no como marionetas guiadas por una mano externa. Entonces concluyo que son substancias vivas.
Pero avanzo en lo esencial y descubro que todos ellos aparte de ser
substancias, y substancias vivas, pueden sentir; pues en efecto percibo que
pueden ver, oír, gustar, olfatear, moverse, etc. Entones concluyo que son substancias, vivas y sensibles. Pero además
percibo que todos ellos pueden pensar, razonan; en efecto, usan un lenguaje
complejo, comprenden ideas abstractas, razonan con base en dichas ideas, toman
decisiones, etc. Entonces concluyo que
son racionales. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que he llegado a la idea de ‘Hombre’.
Luego de eliminar todas aquellas características que no afectan a lo esencial
(estatura, color, talla, etc.) he descubierto esas características que no pueden faltar, pues si faltara alguna de ellas ya ni Pedro,
ni Juan, ni José, serían hombres; si algunos de ellos no fuera substancia, o
seres vivos, o seres sensibles, o seres racionales, no serían hombres. Esto quiere
decir que ser una substancia viva, sensible y racional, es la esencia del
hombre, es la idea de hombre. Fijémonos cómo al tener las ideas de substancia,
vida, sensibilidad e inteligencia, ya estamos del todo alejados de la imagen
sensible, concreta e individual.
Comprender la enorme diferencia que
hay entre una imagen y una idea es de una importancia enorme. Significa
comprender la diferencia entre el ser humano y los animales irracionales. La imagen
del hombre será siempre la de este hombre concreto, con estas características
concretas; lo cual podemos comprobar mediante un ejercicio muy sencillo: tratar
de imaginarnos al hombre, de inmediato aparecerá en nuestra conciencia la
imagen de un hombre con cierta altura, cierto color de piel, cierta edad,
cierta talla, etc. Cosa muy distinta si se nos pide pensar en la idea de
hombre, pues en ese caso la imaginación no nos ofrece ninguna utilidad y
debemos recurrir exclusivamente a la inteligencia, para poder comprender cosas
como la sustancialidad, la vida, la sensibilidad y la inteligencia. Y si no me
creen traten de imaginar la inteligencia o la sustancialidad.
Otro ejemplo para profundizar en la diferencia
entre imagen e idea. Tratemos de imaginar un miriágono (un miriágono es una
figura de 10.000 lados). ¿Pudieron? No. ¿Pero si les pido pensar en la idea de
miriágono? Eso sí es posible, pues con total claridad pueden responder que la
idea de miriágono es la de un polígono de 10.000 lados. En resumen, un
miriágono es fácilmente pensable, pero muy difícilmente imaginable.
Una vez que el intelecto agente,
obrando sobre la multitud de experiencias, ha logrado ‘separar’ lo esencial y
dejar de lado lo individual-concreto, está todo listo para que el intelecto dé
a luz la idea. Y de hecho la comparación con el parto es exacta, y por eso otro
de los nombres de la idea es ‘concepto’, es decir, concebido. Lo que el
intelecto agente descubre o devela se llama especie inteligible impresa. Esta
especie es recibida en el llamado intelecto posible y de dicha unión brota,
como fruto, la especie inteligible expresa, también llamada idea, concepto o
verbo mental.
Obviamente aquí no para todo, las
ideas son solo ideas, representaciones intencionales de las cosas. Pero este
alumbramiento de ideas es solo la primera operación del intelecto. Luego el
intelecto une ideas y forma juicios. Y luego puede incluso comparar juicios
conocidos para extraer juicios desconocidos, y entonces se dice que razona.
Idea, juicio y raciocinio son las tres operaciones de la mente. Y para
comprobar la veracidad de sus juicios, el hombre vuelve una y otra vez a la
evidencia sensible, que es de donde todo el proceso partió. No en el sentido
del positivismo que propone que todo juicio sea comprobable y comprobado
empíricamente, negando que todo lo no-empírico tenga algún tipo de existencia
(matando la metafísica). Sino en el sentido de que incluso las realidades metafísicas,
deben haber sido correctamente inducidas de la experiencia sensible, por medio
de la recta valoración de sus datos y por medio asimismo de una recta aplicación
de los primeros principios de la razón (tema también para otra serie de
artículos, Dios mediante). Por ejemplo: la demostración de la existencia de
Dios, tal y como la propone Tomás de Aquino, tiene como base, la comprobación
de eventos sensibles verificables por la experiencia sensitiva elemental, al
alcance de cualquier persona. Lo mismo la demostración de la existencia del
alma, la cual parte del examen de los actos que el sujeto humano ejecuta y que
le son propios.
Hasta aquí dejaremos la breve
caracterización que queríamos ofrecer acerca de la epistemología realista. Es natural
que puedan quedar ciertas lagunas en la comprensión cabal de todas las ideas
involucradas en los puntos expuestos, debido a que lo que está detrás de
todos ellos es nada más y nada menos que el entero aristotelismo. Y hoy en
ninguna parte se nos prepara para conocer al filósofo griego.
Sin embargo creemos que en sus líneas
fundamentales es comprensible. El conocimiento comienza en los sentidos, y
sobre los datos de los sentidos trabaja la inteligencia extrayendo (o
abstrayendo) las características esenciales, como en el ejemplo de cómo se
llegaba a la idea de hombre dejando de lado lo accidental, para ir quedándonos
solo con aquello que no podía faltar para la integridad de la idea de hombre.
Todo este enorme sistema epistemológico
que no solo está de acuerdo con la actitud natural realista de todo ser humano,
sino que explica todos y cada uno de los elementos presentes en el
conocimiento, desde el nivel sensible hasta el propiamente inteligible, todo
este sistema, repetimos, fue abandonado en los inicios de la edad moderna.
Descartes cortó el lazo que unía lo sensible con lo inteligibles y se quedó
solo con las ideas. Y estas ya no eran representación intencional de lo
extramental, sino meras construcciones del sujeto. El sujeto se encerró en sí
mismo. De otra parte, los empiristas lo que rechazaron fue las ideas, se
quedaron con los datos de la sensibilidad; negaron al hombre su racionalidad y
a su manera también lo encerraron en sí mismo, solo que en otro calabozo, el
calabozo de la sensibilidad.
Racionalistas y empiristas encierran
al hombre en la misma cárcel, pero eligen distintos calabozos. Los unos no le
permiten salir de las ideas, los otros de los fenómenos sensibles.
Lo que queda claro es cómo, en ambos
casos, se cerraba el paso al conocimiento de lo real. Porque ya sea que se
redujera el hombre a sus ideas, o a sus percepciones sensibles (las cuales,
recordemos, no daban tampoco paso a lo real, sino al fenómeno sensible formado en mí), lo cierto es que se le impedía
acceder a lo extra mental.
El escepticismo ingresaba así
triunfante en la escena filosófica. En adelante la tarea de los filósofos sería
tratar de hacer salir la realidad del pensamiento, como los magos hacen salir
conejos de los sombreros. Solo que a los magos el truco les funciona, y la
filosofía moderna desde Descartes no ha hecho otra cosa que fracasar en esa ‘producción’
de lo real a partir del pensamiento. Y cuando ha habido en la filosofía moderna
o contemporánea algunos atisbos de realismo, ha sido porque de una u otro forma
han conseguido apartarse de los presupuestos cartesianos y han remado, incluso
sin saberlo, hacia las aguas tranquilas y cristalinas del realismo tomista.
Continuará…
Leonardo R.
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