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martes, 16 de junio de 2015

Breve cuadro histórico de la filosofía de la ciencia

A modo de conclusión, presentamos una sumaria síntesis de las principales corrientes de la filosofía de la ciencia, dando más importancia a la época actual.
Antigüedad. La ciencia nace en la antigua Grecia, más o menos mezclada con la filosofía, como intento de buscar los principios detrás del flujo de los fenómenos sensibles. Se desarrollan la geometría (axiomatizada por Euclides), la astronomía (culminando con Hiparco y Ptolomeo), la mecánica (Arquí-medes),   la   medicina   (Galeno),   la   óptica   (Herón),   la   lógica (Aristóteles, los estoicos). La filosofía pitagórica y platónica da gran importancia a la interpretación matemática de los hechos naturales. Aristóteles concibe la ciencia como conocimiento cierto por las causas, obtenido demostrativamente, partiendo de principios inducidos de la experiencia. El Estagirita estableció los niveles de las ciencias según grados de inmaterialidad (física, matemática y metafísica), considerando que las ciencias particulares se resuelven en la metafísica, la ciencia más alta porque busca las últimas causas.
Edad Media. Los autores cristianos recogen el legado científico greco-latino, introduciendo la teología sobrenatural, aún más elevada que la metafísica aristotélica. La razón está en armonía con la fe, las ciencias humanas con la teología. Además, el saber humano en último término se ordena al saber teológico (philosophia ancilla theologiae), como explican Clemente de Alejandría y San Agustín. Por otra parte, Santo Tomás enseña que la teología es verdadera ciencia, en el sentido aristotélico de la palabra, ya que estudia la Causa más alta partiendo de principios certísimos.
Las Universidades europeas fueron el foco más poderoso de los estudios científicos medievales. Al principio estuvieron centradas en la teología y las artes liberales, especialmente la lógica. Con la llegada en el siglo XIII del corpus aristotelicum y de las obras de los árabes, comenzó el interés por las ciencias naturales y las matemáticas, especialmente en Oxford y París. Estos estudios conducirán al nacimiento de la ciencia moderna. En el siglo XIV comienza el tratamiento físico-matemático de fenómenos terrestres, en el campo de la cinemática y la dinámica, mientras poco a poco se va abandonando la mecánica aristotélica.
Edad Moderna. Es la época de formación de la ciencia moderna, empezando por la mecánica, la astronomía, y la matemática; el éxito de esta empresa se debe a la aplicación metódica de la experimentación y a la lectura matemática de los fenómenos. Los grandes científicos de los siglos XVI y XVII (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton) no se oponen a la filosofía ni a la teología y consideran que la ciencia es conocimiento cierto de la realidad, en sus principios causales; no admiten, sin embargo, la filosofía natural aristotélica, que es reemplazada por la nueva física (concebida aún como una filosofía). En algunos filósofos (Descartes, Gassendi, Bacon) se forja una visión mecanicista del mundo físico, que terminará por aliarse con la ciencia.
En el siglo XVIII, los filósofos de la Enciclopedia empiezan a difundir el ideal cientificista, según el cual sólo es válido el conocimiento físico-matemático, que habría de desterrar los «mitos» religiosos y las ideas filosóficas, demasiado abstractas. Se produce la ruptura entre la ciencia y la fe, la ciencia y la filosofía, que dominará poco a poco en los ambientes científicos, mientras se espera de la ciencia la solución para todos los problemas humanos. Kant considera ilegítima la metafísica, otorgando valor cognoscitivo sólo a la física y a la matemática; las convicciones metafísicas quedan fuera del campo del conocer científico.
Llegamos así al positivismo clásico del siglo XIX (Comte, Stuart Mili, Spencer). La teología y la filosofía serían etapas superadas de la historia de la humanidad: el hombre tiene ante su horizonte sólo las ciencias positivas, que no dan a conocer la naturaleza de las cosas, sino sólo los fenómenos, las regularidades constantes expresadas en fórmulas matemáticas.
Edad contemporánea. Se caracteriza por la crisis del dogmatismo científico, favorecida por la nueva matemática (aparición de geometrías no-euclidianas) y la nueva física (teorías de la relatividad y cuántica, que producen la caída del mecanicismo); influyen también las ideas del criticismo clásico (Locke, Hume, Kant). Esto conduce a cierto ambiente relativista, aunque como consecuencia positiva se ha de mencionar también una mayor conciencia de los límites del saber científico. Problemas sociales más recientes -peligro atómico, contaminación de la naturaleza, crisis de la energía- contribuyen a desmitificar algo las ideas cientificistas del siglo pasado. El desarrollo de la biología, especialmente la genética, impone hoy la necesidad del respeto de la persona humana y exige perentoriamente que la ciencia sea orientada por convicciones morales.
Indiquemos algunas de las principales teorías epistemológicas modernas. Muchas de ellas contienen elementos de verdad, junto a ciertas insuficiencias en puntos más o menos importantes, según los casos.
A principios de siglo surgen varios filósofos de la ciencia que de un modo u otro ponen de relieve aspectos de la ciencia introducidos por la mente humana. Así, Poincaré opina que las matemáticas adolecen de cierto convencionalismo, y que también los supremos principios de las teorías físicas serían elaboraciones de la razón (convencionalismo). Otros, como Bergson, consideran que sólo la filosofía da un conocimiento auténtico de la realidad, mientras que las ciencias físico-matemáticas, con sus esquemas puramente nocionales, sirven para manipular la realidad, mas no para conocerla. Ideas semejantes penetran en la fenomenología de Husserl, en el existencialismo, y en los movimientos espiritualistas que critican el materialismo cientificista. Duhem, filósofo de la ciencia antipositivista, reconoce también el valor de la filosofía, otorgando a las ciencias positivas, en sus aspectos teóricos, un valor formal-simbólico.
La crítica de la ciencia llevó a los fenomenólogos y a los filósofos existencialistas a una aguda conciencia de la pobreza del cientificismo, y en ocasiones a la defensa de los valores de la persona humana. Sin embargo, como dijimos en su momento, las ciencias humanas en las últimas décadas han entrado por lo general en el marco epistemológico positivista, aunque al mismo tiempo esta orientación fue contrastada por la concepción hermenéutica de las ciencias humanas. Debido a una deficiencia metafísica, tampoco la hermenéutica ha sido capaz de fundamentar el realismo científico.
Algunos filósofos de la ciencia, a principios de siglo, sostuvieron tesis relativistas muy radicalizadas. En esta línea se sitúa W. James (pragmatismo o instrumentalismo), para quien las teorías científicas no contienen un valor de verdad, sino que sirven sólo como teorías para la acción. Importante por su influjo en el Círculo de Viena fue E. Mach, cuya filosofía suele llamarse empiriocriticismo: la ciencia se reduce al análisis de las sensaciones, que el hombre agrupa en estructuras para adaptarse al mundo en el contexto de la lucha por la vida. Se le opuso Lenin, quien defendió más bien las ideas del positivismo dogmático; los filósofos de la ciencia marxista, en general, mantienen la teoría leninista en función de una apología partidaria.
La lógica-matemática y algunas situaciones críticas en la evolución de las matemáticas llevaron a algunos autores a intentar fundamentar las ciencias matemáticas en la lógica (Frege en una línea intensionalista, y Russell extensionalista). Más adelante, los esfuerzos de fundación científica se centraron en la construcción de  sistemas  axiomáticos  formales  (Hilbert),   cuyos  límites  se demostraron más tarde (Godel); la escuela intuicionista rechazó el axiomatismo puro, apelando a intuiciones creativas de la mente en el trabajo matemático (Brouwer).
El movimiento de filosofía de la ciencia que cristalizó con mayor claridad en la década de los años 30 fue el Círculo de Viena, influido por la doctrina de Wittgenstein, y cuyo fundador es M. Schlick; otros filósofos de este Círculo son Carnap, Neurath, Reichenbach. Mantuvieron una rígida postura antimetafísica: aparte de las proposiciones lógicas, que son puras tautologías intercambiables unas por otras, para estos autores sólo tienen sentido científico las proposiciones verificables, reconducibles a los enunciados protocolares; las frases que pretendan referirse a la realidad sin cumplir este requisito son metafísicas y sin-sentido. El Círculo de Viena ejerció un fuerte influjo en los ambientes científicos, ya que pretendió ser el intérprete oficial de la nueva física. Uno de sus miembros, Bridgman, difundió la doctrina operacionalista, según la cual todo concepto físico debe definirse en términos de operaciones experimentales, fuera de las cuales no significa nada.
Algunos científicos importantes de este período propugnaron tesis más bien realistas, como Planck, Einstein, De Broglie, Schrodinger, Heisenberg, sin compartir el neopositivismo. Señala Max Born, por ejemplo, que «la afirmación, frecuentemente repetida, según la cual la física moderna ha abandonado la causalidad, está completamente privada de fundamento. Es verdad que la física moderna ha abandonado o modificado muchos conceptos tradicionales, pero ella dejaría de ser ciencia si hubiera renunciado a indagar las causas de los fenómenos. En esta época surgen algunos filósofos de la ciencia más o menos independientes, y con cierta tendencia realista, como Meyerson, Bachelard, Gons Gonseth.
Las ideas del Círculo vienes entraron en crisis, al quedar en la vaguedad el principio de verificación, que no podía admitirse sino apelando a alguna convicción metafísica, salvo que se optara por un convencionalismo absoluto. Popper propuso que las proposiciones científicas deberían ser más bien falseables, es decir, tan sólo admitir una evidencia contraria. Las teorías científicas, así como cualquier afirmación universal, para Popper son siempre hipotéticas, pues nunca pueden verificarse definitivamente, siendo sólo posible que alguna falseación las elimine; la ciencia se reduce a una construcción hipotético-deductiva. Las afirmaciones no falseables son metafísicas, pero Popper les reconoce cierta función orientativa, aunque carezcan de valor objetivo. La posición de Popper influyó notablmente en las últimas décadas.
Posteriormente han surgido otros filósofos de la ciencia, preocupados por la credibilidad y la evolución histórica de las teorías científicas. Para Thomas Kuhn, la ciencia en estado normal es un cuerpo de conocimientos bajo un paradigma global aceptado por la comunidad de los científicos; la ciencia en estado extraordinario, en cambio, corresponde al momento en que una revolución científica promueve el paso de un paradigma a otro, paso que no se justifica racionalmente, sino por un avance en la evolución del pensamiento. Se plantea así el interrogante sobre la racionalidad de los cambios radicales en la historia de las ciencias, a los que el reciente desarrollo científico tanto nos ha acostumbrado; el planteamiento historicista de Kuhn no ofrece una respuesta adecuada, pues no da una verdadera razón del progreso científico. Otros autores (Stegmüller, Toulmin, Feyerabend, Lakatos, Bunge) han seguido gravitando en torno a estos problemas.
Sin el tránsito a la metafísica, es difícil que estas cuestiones encuentren una solución aceptable. Admitir el principio de verificabilidad, falseabilidad o cualquier otro, y reivindicar algún criterio de progreso, al menos exige reconocer que esos principios son verdaderos. Pero esto supone aceptar una verdad que trasciende la experiencia, y que precisamente fundamenta todo conocer experimental. Se abre así la puerta a un nuevo nivel de conocimientos, superior al físico y al lógico-matemático: el conocer metafísico, espontáneo o desarrollado científicamente, que se basa en evidencias intelectuales captadas a partir de la realidad sensible.
Sólo una filosofía metafísica justifica la posibilidad del conocimiento científico, y la validez de los métodos de las diversas ciencias. Eludir toda convicción sobre la verdad, o es incoherente con la efectiva labor científica, o lleva a un escepticismo que termina por destruir toda motivación científica.

«Sin la creencia en que es posible captar la realidad con nuestras construcciones teóricas, sin la creencia en la armonía interna de nuestro mundo, no podría haber ciencia. Esta creencia es y será siempre el motivo fundamental de toda creación científica. En todos nuestros esfuerzos, en cada lucha dramática entre las concepciones antiguas y las concepciones nuevas, reconocemos la aspiración a comprender, la creencia siempre firme en la armonía de nuestro mundo, continuamente reafirmada por los obstáculos que se oponen a nuestra comprensión». Los hombres de ciencia, especialmente los que han aportado grandes descubrimientos, experimentaron con intensidad la admiración filosófica, la atracción especulativa de la verdad.

(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)

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