A
modo de conclusión, presentamos una sumaria síntesis de las principales
corrientes de la filosofía de la ciencia, dando más importancia a la época
actual.
Antigüedad.
La ciencia nace en la antigua Grecia, más o menos mezclada con la filosofía,
como intento de buscar los principios detrás del flujo de los fenómenos
sensibles. Se desarrollan la geometría (axiomatizada por Euclides), la
astronomía (culminando con Hiparco y Ptolomeo), la mecánica (Arquí-medes), la
medicina (Galeno), la
óptica (Herón), la
lógica (Aristóteles, los estoicos). La filosofía pitagórica y platónica
da gran importancia a la interpretación matemática de los hechos naturales.
Aristóteles concibe la ciencia como conocimiento cierto por las causas,
obtenido demostrativamente, partiendo de principios inducidos de la
experiencia. El Estagirita estableció los niveles de las ciencias según grados
de inmaterialidad (física, matemática y metafísica), considerando que las
ciencias particulares se resuelven en la metafísica, la ciencia más alta porque
busca las últimas causas.
Edad
Media. Los autores cristianos recogen el legado científico greco-latino,
introduciendo la teología sobrenatural, aún más elevada que la metafísica
aristotélica. La razón está en armonía con la fe, las ciencias humanas con la
teología. Además, el saber humano en último término se ordena al saber
teológico (philosophia ancilla theologiae), como explican Clemente de
Alejandría y San Agustín. Por otra parte, Santo Tomás enseña que la teología es
verdadera ciencia, en el sentido aristotélico de la palabra, ya que estudia la
Causa más alta partiendo de principios certísimos.
Las
Universidades europeas fueron el foco más poderoso de los estudios científicos
medievales. Al principio estuvieron centradas en la teología y las artes
liberales, especialmente la lógica. Con la llegada en el siglo XIII del corpus
aristotelicum y de las obras de los árabes, comenzó el interés por las ciencias
naturales y las matemáticas, especialmente en Oxford y París. Estos estudios
conducirán al nacimiento de la ciencia moderna. En el siglo XIV comienza el
tratamiento físico-matemático de fenómenos terrestres, en el campo de la
cinemática y la dinámica, mientras poco a poco se va abandonando la mecánica
aristotélica.
Edad
Moderna. Es la época de formación de la ciencia moderna, empezando por la
mecánica, la astronomía, y la matemática; el éxito de esta empresa se debe a la
aplicación metódica de la experimentación y a la lectura matemática de los
fenómenos. Los grandes científicos de los siglos XVI y XVII (Copérnico, Kepler,
Galileo, Newton) no se oponen a la filosofía ni a la teología y consideran que
la ciencia es conocimiento cierto de la realidad, en sus principios causales;
no admiten, sin embargo, la filosofía natural aristotélica, que es reemplazada
por la nueva física (concebida aún como una filosofía). En algunos filósofos
(Descartes, Gassendi, Bacon) se forja una visión mecanicista del mundo físico,
que terminará por aliarse con la ciencia.
En
el siglo XVIII, los filósofos de la Enciclopedia empiezan a difundir el ideal
cientificista, según el cual sólo es válido el conocimiento físico-matemático,
que habría de desterrar los «mitos» religiosos y las ideas filosóficas,
demasiado abstractas. Se produce la ruptura entre la ciencia y la fe, la
ciencia y la filosofía, que dominará poco a poco en los ambientes científicos,
mientras se espera de la ciencia la solución para todos los problemas humanos.
Kant considera ilegítima la metafísica, otorgando valor cognoscitivo sólo a la
física y a la matemática; las convicciones metafísicas quedan fuera del campo
del conocer científico.
Llegamos
así al positivismo clásico del siglo XIX (Comte, Stuart Mili, Spencer). La
teología y la filosofía serían etapas superadas de la historia de la humanidad:
el hombre tiene ante su horizonte sólo las ciencias positivas, que no dan a
conocer la naturaleza de las cosas, sino sólo los fenómenos, las regularidades
constantes expresadas en fórmulas matemáticas.
Edad
contemporánea. Se caracteriza por la crisis del dogmatismo científico,
favorecida por la nueva matemática (aparición de geometrías no-euclidianas) y
la nueva física (teorías de la relatividad y cuántica, que producen la caída
del mecanicismo); influyen también las ideas del criticismo clásico (Locke,
Hume, Kant). Esto conduce a cierto ambiente relativista, aunque como
consecuencia positiva se ha de mencionar también una mayor conciencia de los
límites del saber científico. Problemas sociales más recientes -peligro
atómico, contaminación de la naturaleza, crisis de la energía- contribuyen a
desmitificar algo las ideas cientificistas del siglo pasado. El desarrollo de
la biología, especialmente la genética, impone hoy la necesidad del respeto de
la persona humana y exige perentoriamente que la ciencia sea orientada por
convicciones morales.
Indiquemos
algunas de las principales teorías epistemológicas modernas. Muchas de ellas
contienen elementos de verdad, junto a ciertas insuficiencias en puntos más o
menos importantes, según los casos.
A
principios de siglo surgen varios filósofos de la ciencia que de un modo u otro
ponen de relieve aspectos de la ciencia introducidos por la mente humana. Así,
Poincaré opina que las matemáticas adolecen de cierto convencionalismo, y que
también los supremos principios de las teorías físicas serían elaboraciones de
la razón (convencionalismo). Otros, como Bergson, consideran que sólo la
filosofía da un conocimiento auténtico de la realidad, mientras que las
ciencias físico-matemáticas, con sus esquemas puramente nocionales, sirven para
manipular la realidad, mas no para conocerla. Ideas semejantes penetran en la
fenomenología de Husserl, en el existencialismo, y en los movimientos
espiritualistas que critican el materialismo cientificista. Duhem, filósofo de
la ciencia antipositivista, reconoce también el valor de la filosofía,
otorgando a las ciencias positivas, en sus aspectos teóricos, un valor formal-simbólico.
La
crítica de la ciencia llevó a los fenomenólogos y a los filósofos
existencialistas a una aguda conciencia de la pobreza del cientificismo, y en ocasiones
a la defensa de los valores de la persona humana. Sin embargo, como dijimos en
su momento, las ciencias humanas en las últimas décadas han entrado por lo
general en el marco epistemológico positivista, aunque al mismo tiempo esta
orientación fue contrastada por la concepción hermenéutica de las ciencias
humanas. Debido a una deficiencia metafísica, tampoco la hermenéutica ha sido
capaz de fundamentar el realismo científico.
Algunos
filósofos de la ciencia, a principios de siglo, sostuvieron tesis relativistas
muy radicalizadas. En esta línea se sitúa W. James (pragmatismo o
instrumentalismo), para quien las teorías científicas no contienen un valor de
verdad, sino que sirven sólo como teorías para la acción. Importante por su
influjo en el Círculo de Viena fue E. Mach, cuya filosofía suele llamarse
empiriocriticismo: la ciencia se reduce al análisis de las sensaciones, que el
hombre agrupa en estructuras para adaptarse al mundo en el contexto de la lucha
por la vida. Se le opuso Lenin, quien defendió más bien las ideas del
positivismo dogmático; los filósofos de la ciencia marxista, en general, mantienen
la teoría leninista en función de una apología partidaria.
La
lógica-matemática y algunas situaciones críticas en la evolución de las
matemáticas llevaron a algunos autores a intentar fundamentar las ciencias
matemáticas en la lógica (Frege en una línea intensionalista, y Russell
extensionalista). Más adelante, los esfuerzos de fundación científica se
centraron en la construcción de
sistemas axiomáticos formales
(Hilbert), cuyos límites
se demostraron más tarde (Godel); la escuela intuicionista rechazó el
axiomatismo puro, apelando a intuiciones creativas de la mente en el trabajo
matemático (Brouwer).
El
movimiento de filosofía de la ciencia que cristalizó con mayor claridad en la
década de los años 30 fue el Círculo de Viena, influido por la doctrina de
Wittgenstein, y cuyo fundador es M. Schlick; otros filósofos de este Círculo
son Carnap, Neurath, Reichenbach. Mantuvieron una rígida postura
antimetafísica: aparte de las proposiciones lógicas, que son puras tautologías
intercambiables unas por otras, para estos autores sólo tienen sentido
científico las proposiciones verificables, reconducibles a los enunciados
protocolares; las frases que pretendan referirse a la realidad sin cumplir este
requisito son metafísicas y sin-sentido. El Círculo de Viena ejerció un fuerte
influjo en los ambientes científicos, ya que pretendió ser el intérprete
oficial de la nueva física. Uno de sus miembros, Bridgman, difundió la doctrina
operacionalista, según la cual todo concepto físico debe definirse en términos
de operaciones experimentales, fuera de las cuales no significa nada.
Algunos
científicos importantes de este período propugnaron tesis más bien realistas,
como Planck, Einstein, De Broglie, Schrodinger, Heisenberg, sin compartir el
neopositivismo. Señala Max Born, por ejemplo, que «la afirmación,
frecuentemente repetida, según la cual la física moderna ha abandonado la
causalidad, está completamente privada de fundamento. Es verdad que la física
moderna ha abandonado o modificado muchos conceptos tradicionales, pero ella
dejaría de ser ciencia si hubiera renunciado a indagar las causas de los
fenómenos. En esta época surgen algunos filósofos de la ciencia más o menos
independientes, y con cierta tendencia realista, como Meyerson, Bachelard, Gons
Gonseth.
Las
ideas del Círculo vienes entraron en crisis, al quedar en la vaguedad el
principio de verificación, que no podía admitirse sino apelando a alguna
convicción metafísica, salvo que se optara por un convencionalismo absoluto.
Popper propuso que las proposiciones científicas deberían ser más bien
falseables, es decir, tan sólo admitir una evidencia contraria. Las teorías
científicas, así como cualquier afirmación universal, para Popper son siempre hipotéticas,
pues nunca pueden verificarse definitivamente, siendo sólo posible que alguna
falseación las elimine; la ciencia se reduce a una construcción
hipotético-deductiva. Las afirmaciones no falseables son metafísicas, pero
Popper les reconoce cierta función orientativa, aunque carezcan de valor
objetivo. La posición de Popper influyó notablmente en las últimas décadas.
Posteriormente
han surgido otros filósofos de la ciencia, preocupados por la credibilidad y la
evolución histórica de las teorías científicas. Para Thomas Kuhn, la ciencia en
estado normal es un cuerpo de conocimientos bajo un paradigma global aceptado
por la comunidad de los científicos; la ciencia en estado extraordinario, en
cambio, corresponde al momento en que una revolución científica promueve el
paso de un paradigma a otro, paso que no se justifica racionalmente, sino por
un avance en la evolución del pensamiento. Se plantea así el interrogante sobre
la racionalidad de los cambios radicales en la historia de las ciencias, a los
que el reciente desarrollo científico tanto nos ha acostumbrado; el
planteamiento historicista de Kuhn no ofrece una respuesta adecuada, pues no da
una verdadera razón del progreso científico. Otros autores (Stegmüller,
Toulmin, Feyerabend, Lakatos, Bunge) han seguido gravitando en torno a estos
problemas.
Sin
el tránsito a la metafísica, es difícil que estas cuestiones encuentren una
solución aceptable. Admitir el principio de verificabilidad, falseabilidad o
cualquier otro, y reivindicar algún criterio de progreso, al menos exige
reconocer que esos principios son verdaderos. Pero esto supone aceptar una
verdad que trasciende la experiencia, y que precisamente fundamenta todo conocer
experimental. Se abre así la puerta a un nuevo nivel de conocimientos, superior
al físico y al lógico-matemático: el conocer metafísico, espontáneo o
desarrollado científicamente, que se basa en evidencias intelectuales captadas
a partir de la realidad sensible.
Sólo
una filosofía metafísica justifica la posibilidad del conocimiento científico,
y la validez de los métodos de las diversas ciencias. Eludir toda convicción
sobre la verdad, o es incoherente con la efectiva labor científica, o lleva a
un escepticismo que termina por destruir toda motivación científica.
«Sin
la creencia en que es posible captar la realidad con nuestras construcciones
teóricas, sin la creencia en la armonía interna de nuestro mundo, no podría
haber ciencia. Esta creencia es y será siempre el motivo fundamental de toda
creación científica. En todos nuestros esfuerzos, en cada lucha dramática entre
las concepciones antiguas y las concepciones nuevas, reconocemos la aspiración
a comprender, la creencia siempre firme en la armonía de nuestro mundo,
continuamente reafirmada por los obstáculos que se oponen a nuestra
comprensión». Los hombres de ciencia, especialmente los que han aportado grandes
descubrimientos, experimentaron con intensidad la admiración filosófica, la
atracción especulativa de la verdad.
(Tomado de "Lógica", de J.J Sanguineti)
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