Autor:
Peter Kreeft
Freud
fue el Colón de la psique. Ningún psicólogo vivo escapa de su influencia.
Sin
embargo, junto con los destellos de genialidad, en sus escritos nos encontramos
con las ideas más extrañas y retorcidas: por ejemplo, que las madres acunan a
sus bebés sólo para sustituir sus deseos de tener relaciones sexuales con
ellos.
La
enseñanza más influyente de Sigmund Freud fue su reduccionismo sexual. Como
ateo, Freud reduce a Dios a un sueño del hombre. Como materialista, reduce al
hombre a su cuerpo, el cuerpo humano al deseo animal, el deseo al deseo sexual
y el deseo sexual al sexo genital. Todas ellas son simplificaciones excesivas.
Freud
fue un científico y en cierto modo un gran científico, pero sucumbió a un
riesgo ocupacional: el deseo de reducir lo complejo a lo controlable. Quería
hacer de la psicología una ciencia, incluso una ciencia exacta. Sin embargo,
ello es imposible ya que su objeto, el hombre, no es sólo un objeto sino que
también un sujeto, un "yo".
En
los cimientos de la "revolución sexual" de nuestro siglo hay una
demanda de satisfacción y una confusión entre lo que necesitamos y lo que
deseamos. Todos los seres humanos normales tienen apetitos o deseos sexuales,
pero es absolutamente falso, como sostiene Freud constantemente, que ellos sean
necesidades o derechos; que no puede esperarse que nadie viva sin
satisfacerlos; o que suprimirlos es psicológicamente enfermo.
Esta
confusión entre necesidades y deseos surge de la negación de los valores
objetivos y de una ley moral natural objetiva. Nadie provocó más estragos en
esta área crucial que Freud, especialmente en lo que hace a la moral de la
sexualidad. El ataque moderno al matrimonio y a la familia, para el que Freud
sentó las bases, hizo más daño que cualquier otra guerra o revolución política.
¿De qué otro lugar podemos aprender la lección más importante de la vida — el
amor generoso — si no en las familias estables que lo predican con la práctica?
No
obstante, con todos sus defectos, Freud todavía sigue en el podio de las
psicologías que lo reemplazaron en la cultura popular. A pesar de su
materialismo, explora algunos de los misterios más profundos del alma. Tiene un
gran sentido de la tragedia, el sufrimiento y la desdicha. Los ateos honestos
suelen ser infelices, mientras que los ateos deshonestos son felices. Freud fue
un ateo honesto.
No
cabe duda de que su honestidad fue la que hizo que fuera un buen científico.
Consideraba que el mero acto de sacar represiones o miedos de la oscuridad
oculta del inconsciente hacia la luz de la razón nos liberaría de su poder
sobre nosotros. Se trataba de la creencia de que la verdad es más poderosa que
la ilusión y que la luz es más poderosa que la oscuridad. Desgraciadamente,
Freud clasificó a toda religión como la ilusión más fundamental del género
humano y al cientificismo materialista como su única luz.
Deberíamos
distinguir claramente tres dimensiones diferentes en Freud. Primero, como el
inventor de la técnica práctica y terapéutica del psicoanálisis, es un genio y
todos los psicólogos están en deuda con él. Del mismo modo que es posible que
filósofos cristianos, como San Agustín o Santo Tomás de Aquino, utilicen las
categorías de filósofos no cristianos como Platón y Aristóteles, es posible que
un psiquiatra cristiano se valga de las técnicas de Freud sin estar de acuerdo
con su forma de entender la religión.
Segundo,
como psicólogo teórico, Freud se parece a Colón en cuanto que fue el primero en
trazar el mapa de nuevos continentes, pero también cometiendo errores graves.
Algunos de ellos son excusables, como los de Colón, debido a la novedad del
territorio. Pero otros son prejuicios implícitos, tales como la reducción de
toda culpa a un sentimiento patológico o el no ser capaz de comprender que la
fe en Dios pueda tener algo que ver con el amor.
Tercero,
como filósofo y pensador religioso, Freud es un completo amateur y poco más que
un adolescente. Veamos estos puntos uno por uno.
No
hay dudas de que el trabajo más importante de Freud es "La interpretación
de los sueños". La investigación de los sueños como una copia del
subconsciente parece obvia hoy en día. Sin embargo, para los contemporáneos de
Freud fue una absoluta novedad. Su error no consistió en poner demasiado
énfasis en las fuerzas del subconsciente que nos mueven, sino en poner poco
énfasis en su profundidad y complejidad, del mismo modo que el explorador de un
nuevo continente podría confundirlo con una isla de gran tamaño.
Freud
descubrió que podía ayudar a los pacientes histéricos que parecían no tener
motivo racional para sus trastornos con lo que él llamó la "cura del
habla", valiéndose de la "asociación libre" y prestando atención
a los "actos fallidos" como pistas del subconsciente. En pocas
palabras, esta técnica funcionó a pesar de las deficiencias en la teoría que la
respaldaba.
Desde
el punto de vista de la teoría psicológica, Freud dividió la psique entre id
(ello), ego (yo) y superego (superyó). A simple vista, esto parece ser bastante
similar a la división tradicional y comúnmente aceptada de apetito, deseo e
intelecto (y conciencia) que comenzó con Platón. Sin embargo, aparecen diferencias
cruciales.
Primero,
el "superyó" de Freud no es el intelecto o la conciencia, sino que es
la presencia no libre y pasiva de las restricciones sociales sobre los deseos
individuales en la psiqué de cada persona: son los "no se debe". Lo
que creemos que es nuestra propia comprensión del bien y mal verdadero es sólo
un espejo de leyes sociales hechas por el hombre, según Freud.
Segundo,
el "yo" no es el libre albedrío, sino más bien una mera fachada.
Freud negó la existencia del libre albedrio, fue determinista y veía al hombre
como un complejo animal-máquina.
Finalmente,
el "id" ("ello") es el único verdadero yo, según Freud, y
está compuesto simplemente de deseos animales. Es impersonal; de allí su nombre
"ello". De este modo Freud niega la existencia de una verdadera
personalidad, del yo individual. Del mismo modo que niega a Dios ("Yo
Soy") así también niega la imagen de Dios, el "yo" humano.
Las
ideas filosóficas de Freud se expresan con toda franqueza en sus dos obras
antirreligiosas más famosas, "Moisés y la religión monoteísta" y
"El porvenir de una ilusión". Como Marx, rechazaba todo tipo de
religión por ser infantil sin evaluar seriamente sus afirmaciones y argumentos.
Sin embargo, planteó una explicación detallada del supuesto origen de esta "ilusión",
que básicamente consta de cuatro partes: ignorancia, miedo, fantasía y culpa.
En
lo que respecta a la ignorancia, la religión consiste en adivinar, a través del
conocimiento pre-científico, cómo funciona la naturaleza: si hay un trueno,
debe haber un Tronante, un Zeus. En cuanto al miedo, la religión es nuestra
invención de un sustituto celestial para nuestro padre terrenal cuando muere,
envejece, se va o hace que sus hijos salgan de la seguridad del hogar hacia el
temible mundo de la responsabilidad. Como fantasía, Dios es el producto de la
realización del deseo de que exista una fuerza providencial todopoderosa detrás
de las apariencias horriblemente impersonales de la vida. Por último, como
culpa, Dios es quien garantiza la conducta moral.
La
explicación de Freud del origen de la culpa es el punto más débil de su teoría.
Se remonta a la historia de que una vez, mucho tiempo atrás, un hombre mató a
su padre, el jefe de una gran tribu. Desde entonces, ese asesinato primario
persiguió a la memoria subconsciente del género humano. Sin embargo esta
explicación no fundamenta la aparición de la culpa: ¿por qué sintió culpa ese
primer asesino? La pregunta queda sin respuesta.
La
obra más filosófica de Freud fue la última, "La civilización y sus descontentos",
en la que planteó la cuestión tan importante del summum bonum (sumo bien), el
significado de la vida y la felicidad humana. Llegó a la misma conclusión que
el Eclesiastés, que no puede alcanzarse. De hecho dice "vanidad de
vanidades, todo es vanidad". En cambio, prometió movilizarnos a través de
una psicoterapia exitosa, "de una inmanejable desdicha a una desdicha
manejable".
Uno
de los motivos de su pesimismo fue su creencia de que existe una contradicción
inherente en la condición humana; a esto se refiere el título de su obra,
"La civilización y sus descontentos". Por una parte, somos animales
que buscan placer, motivados únicamente por el "principio del
placer". Por otro lado, necesitamos el orden de la civilización para salvarnos
del dolor del caos, pero las restricciones de la civilización coartan nuestros
deseos. Entonces, la misma cosa que inventamos como un medio para nuestra
felicidad se convierte en un obstáculo.
Hacia
el final de su vida, el pensamiento de Freud se tornó aún más oscuro y más
misterioso cuando descubrió el thanatos, el deseo de la muerte. El principio
del placer nos lleva hacia dos direcciones opuestas: el eros y el thanatos. El
eros nos lleva hacia adelante, a la vida, al amor, al futuro y a la esperanza.
El thanatos nos lleva de regreso al vientre materno, al lugar en donde estamos
solos y no sentimos dolor.
Nos
molestan la vida y nuestras madres por habernos traído al dolor. Este odio a la
madre corre en paralelo con el famoso "complejo de Edipo" o el deseo
subconsciente de matar a nuestro padre para casarnos con nuestra madre: que es
una perfecta explicación del propio ateísmo de Freud, ofenderse con Dios Padre
para casarse con lo terrenal.
Hacia
el final de la vida de Freud, Hitler llegaba al poder. Freud pudo ver,
proféticamente, el poder del deseo de la muerte en el mundo moderno y no estaba
seguro de cuál de estas dos "fuerzas celestiales", como él las
llamaba, se impondría. Murió ateo, pero casi místico. Tenía suficiente de
pagano dentro suyo para ofrecer algunas visiones profundas mezcladas en general
con puntos ciegos escandalosos. Esto nos trae a la memoria la descripción que
C.S. Lewis hace de la mitología pagana: "destellos de vigor celestial y
belleza cayendo en una jungla de suciedad e imbecilidad".
Lo
que hace que Freud supere por mucho a Marx y al humanismo secular es su
comprensión del demonio en el hombre, de la dimensión trágica de la vida y de
nuestra necesidad de salvarnos. Lamentablemente, consideraba al judaísmo que
rechazó y al cristianismo que desdeñó como cuentos de hadas, demasiado buenos
para ser ciertos. Su sentido trágico estaba arraigado en la separación drástica
entre la verdad y el bien, "el principio de realidad" y la felicidad.
Sólo
Dios puede unirlos en la cima.
(Tomado de http://www.catholiceducation.org/es/religion-y-filosofia/filosofia/5-los-pilares-de-la-falta-de-fe-sigmund-freud.html)
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