Prometeo |
Se ha dicho que una de las características de la filosofía moderna, esa que arranca oficialmente con Descartes en el siglo XVII, es su antropocentrismo, es decir, su intención de edificarlo todo sobre el hombre, por el hombre y para el hombre; pero no el hombre concreto, de carne y hueso, real, sino un hombre abstracto, o mejor dicho sobre la idea de hombre que en adelante cada generación construiría en ejercicio de su autonomía respecto del pasado.
Lo anterior significaba también una progresiva re-interpretación de lo trascendente, que a semejanza de lo que hizo Aristóteles con la teoría de las ideas de su maestro Platón al "traerlas del cielo a la tierra", buscaría destronar lo sobre-natural para reducirlo a epifenómeno de la desnuda conciencia humana (se anunciaba ya el futuro modernismo). En otras palabras, el antropocentrismo con que vino al mundo la filosofía moderna, traía en su seno una semilla que con el tiempo daría como fruto primero la caricaturización de lo sobrenatural, para acabar luego en su abierto rechazo: racionalismo, naturalismo, panteísmo y... ateísmo materialista.
El racionalismo pretendió ensalzar las prerrogativas de la razón humana, ubicándola en el pináculo de lo real, como juez supremo. En adelante todo aquello que aspirara a obtener la aprobación humana debería para ello presentarse ante el tribunal de la razón, y ella decidiría su suerte. Sin posibilidad siquiera de apelar a un criterio superior (como la fe, la teología, la revelación, etc.), precisamente porque se partía del principio de que no podía existir algo superior a ella.
Esto (junto a otras circunstancias históricas que jugaron un papel determinante, como la pseudo reforma luterana) trajo como consecuencia el naturalismo, que consiste en el rechazo, directo o indirecto (porque lo sobrenatural puede ser combatido o simplemente ignorado, como en el caso del ateísmo práctico del que hablamos hace poco) de todo aquello que pretenda estar por sobre la razón humana: fe cristiana, revelación, misterios de fe, teología, gracia, milagros, profecías, etc. El naturalismo es la reducción de todo al universo del hombre, visto en adelante como un universo finito e inmanente.
De ese racionalismo naturalista, o de ese naturalismo racionalista, algunos extrajeron como consecuencia que Dios no podía ser entonces ese Ser superior, trascendente, infinito, distinto del hombre y de la naturaleza; sino que seguramente eso que llamábamos Dios no era más que la naturaleza misma, el universo, y sobre todo el hombre, y más específicamente la conciencia humana. Eso era el panteísmo: Dios es todo, sobre todo producto de la conciencia humana.
El siguiente paso lo dieron los que al ver el proceso concluyeron que en últimas no había entonces problema en afirmar sencillamente la no existencia de Dios, es decir, si Dios era solo un producto, un resabio de la conciencia humana, ¿por qué no prescindir de Él? ¿no había llegado acaso el momento de que la humanidad viviera "ut si Deus non daretur", como si Dios no existiera? y entonces vino el ateísmo.
La entronización del hombre llevada a cabo por la filosofía moderna culmina en la negación de Dios, porque si se pretende elevar al hombre a la categoría de divinidad no es posible un universo con dos dioses, necesariamente uno de los dos acabará por abarcarlo todo. Y es lo que ha pasado. Hoy presenciamos cómo el hombre, (el hombre abstracto, producto caprichoso de cada época), domina todas las estructuras claves: educación sin Dios y contra Dios; arte sin Dios y contra Dios; leyes sin Dios y contra Dios, etc.
Y si miramos a nuestro alrededor la verdad es que no parece que con el 'cambio de administración' las cosas hayan mejorado hasta el punto de llegar a ser ese paraíso terrestre que prometieron esos que por allá desde el siglo XVII pidieron centrarlo todo en el hombre, por el hombre y para el hombre.
Como dijo el insigne Nicolás Gómez Dávila:
Para desafiar a Dios el hombre infla su vacío.
Leonardo Rodríguez
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