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lunes, 22 de febrero de 2016

La moral social



Es curiosa la manera en que hoy en día se dan al mismo tiempo dos fenómenos que parecen contradictorios. Por un lado es evidente, evidentísimo y reconocido por todos que la corrupción ha alcanzado unos niveles ya no solo preocupantes sino aterradores. A diario los programas de noticias llenan nuestros hogares con escándalos de corrupción en todos los niveles de la sociedad, desde la política hasta el deporte. De manera que la corrupción se ha convertido en el pan nuestro de cada día, al punto de que uno realmente se pregunta qué tipo de sociedad, si es que algún tipo, heredarán las futuras generaciones, pues es claro que las generaciones actuales están haciendo su mejor esfuerzo por pudrirlo todo.

Eso por un lado. Por otro tenemos el segundo fenómeno que anunciábamos al inicio: el rechazo a la moralidad. Cada vez son más las voces que desde diversos estamentos sociales se pronuncian en contra de lo que ellos llaman "moralismos". Y piden, casi que exigen, que la actual sociedad, muy avanzada y muy moderna, abandone los juicios morales pues estos contradicen la 'sagrada' libertad del hombre: nada es malo, nada es bueno. Solo existen acciones humanas y en cuanto tales todas igual de 'respetables' y 'válidas'.

Entonces coexisten estos dos fenómenos: altísimos niveles de corrupción de todo tipo, corrupción desbordada, imparable y que amenaza incluso el futuro de los que vienen detrás de nosotros. Y por otro lado una aversión a todo lo que se relacione directa o indirectamente con la moralidad.

¿Cómo es posible que se reconozca el problema, pero no la solución? porque es evidente que la solución al problema de la corrupción radica sencillamente en el retorno a la moral pública, es decir, el retorno al respeto social de los valores morales que brillaban no hace mucho, hasta que fueron eclipsados por la "era de la libertad".

Nos quejamos a diario de la corrupción de los políticos; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar en contra de decir mentiras, que de hecho es uno de los diez mandamientos de la tradición cristiana. Nos quejamos de esos casos aberrantes de abuso a menores; pero al mismo tiempo nos quejamos del que nos viene a hablar de la virtud de la pureza, de la castidad, del pudor, etc. Y así para todo. Vemos con claridad el problema, pero somos incapaces de reconocer la solución. Es como el médico que descubre con claridad la enfermedad, pero se niega a aplicar el tratamiento.

¿De dónde viene esa actitud tan extraña? esa actitud proviene de muchas fuentes, pero una de las principales es el inmenso prestigio que adquirió en la época moderna la libertad humana, entendida como absolutamente independiente y creadora de valores. De esto ya hemos hablado en varias ocasiones. La época moderna considera que la libertad humana es esencialmente una facultad humana que posibilita al hombre obrar autónomamente, sin tener que tomar como criterio de sus acciones, como norma de sus acciones, otra cosa distinta a su propio querer individual.

Es por esto que repugna a la sociedad moderna que le hablen de moral, de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto. Porque ella cree que la moral, lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, son creaciones subjetivas, individuales: si para ti es bueno, es bueno; si para ti es malo, es malo, ¡y que viva la sagrada 'libertad'!

Por todo lo anterior la sociedad se debate hoy víctima de su propio invento. Se ha querido construir una sociedad que "por fin" se liberara de las cadenas de la religión, de la teología, de la moral, de unos supuestos mandamientos divinos, etc., y lo que se ha construido es una sociedad donde la norma es el capricho voluntarioso de cada uno, y el resultado es el egoísmo y el hedonismo convertidos en corrupción total de las instituciones sociales, desde el Estado hasta la familia.

Si la sociedad actual no reconoce la solución a su problema, muy pocas esperanzas debemos forjarnos acerca del porvenir, pues aunque todas las épocas pertenecen a Dios, Él siempre ha respetado la libre determinación del hombre, incluso cuando se quiere determinar libremente al infierno, social y físico.


Leonardo Rodríguez


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