De esto se
desprende que tampoco las riquezas son el sumo bien del hombre.
Si apetecemos
las riquezas, es en atención a otra cosa, pues por sí mismas no producen bien
alguno, sino sólo cuando nos servimos de ellas para la sustentación del cuerpo
o para cosas semejantes. Sin embargo lo que es sumo bien se desea por él mismo
y no en atención a otro. Así, pues, las riquezas no son el sumo bien del
hombre.
El sumo bien del
hombre no puede consistir en la posesión o conservación de aquellas cosas que
mayor provecho le dan cuando se desprende de ellas. Las riquezas rinden el
mayor provecho cuando se las gasta pues para eso sirven. Según esto, la posesión de las riquezas no puede ser el sumo bien del hombre.
El acto virtuoso
es laudable porque nos aproxima a la felicidad. Ahora bien, más laudable es el
acto de liberalidad y de magnificencia. -virtudes que respectan a la riquezaB
por el que nos desprendemos de la riqueza, que el acto de conservarlas; de esto
reciben el nombre dichas virtudes. Luego la felicidad humana no puede consistir
en la posesión de las riquezas.
Aquello en cuya
consecución está el sumo bien del hombre ha de ser lo mejor para él. Pero el
hombre es mejor que las riquezas, pues éstas son ciertas cosas ordenadas a su
servicio. El sumo bien del hombro no está, pues, en las riquezas.
El sumo bien del
hombre no puede estar sometido al azar, porque lo fortuito acontece sin que la
razón lo inquiera, y es, preciso que el hombre alcance su último fin
racionalmente. Ahora bien, en la consecución de las riquezas ocupa un lugar
preminente el azar. Luego la felicidad humana no consiste en las riquezas.
Además, lo
veremos claramente si consideramos que las riquezas se pierden
involuntariamente, que pueden sir a poder de los malos quienes necesariamente
han de carecer del sumo bien y que son inestables, y otras cosas parecidas, que
fácilmente pueden deducirse de las razones expuestas (c. 28 ss.)
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