A finales del
siglo IX, durante el pontificado de León XIII, que ha sido llamado el papa de
Santo Tomás y del Rosario, un obispo italiano, comentando la célebre encíclica
del papa Aeterni Patris, dedicado a la filosofía del Aquinate, escribió que
este santo dominico del siglo XIII, expresando el sentir del mundo católico era
«el más santo de los santos y el más sabio de los sabios»[1]. Para comprender
en profundidad lo que es la llamada sabiduría cristina es útil acudir a la
doctrina tomista de la sabiduría.
Exposición de la
verdad y refutación de la falsedad
Cuando se
pregunta por una persona, que no se conoce, la respuesta acostumbra a ser la de
su profesión: es un ingeniero, un médico, un carpintero, un labrador, un
estudiante, etc. Se nos conoce por nuestro oficio, por la actividad que ocupa
la mayor parte de nuestro tiempo y que afecta a nuestro bien, al de la familia,
al de la sociedad y a nuestro fin trascendente. Nuestra definición genérica
social es nuestra profesión u oficio.
Si preguntamos
en esta perspectiva quién era Santo Tomás de Aquino la respuesta la dio él
mismo. En su obra Suma contra los gentiles, en la que expone su síntesis
filosófica, declara, en una de las pocas veces que habla de sí, que está
realizando «el oficio de sabio» [2].
En muchas de las
pinturas dedicadas al Aquinate, aparece con un libro abierto en el que están
escritas las palabras de la Sagrada Escritura: «Mi boca medita en la verdad y
mis labios aborrecerán lo impío» [3]. El mismo Santo Tomás las utiliza como
lema al inicio de la Suma contra los gentiles.
Estas palabras,
que aparecen en su iconografía y en esta obra, expresan muy bien lo que sintió
el Aquinate con su «oficio de sabio»: el de buscar la sabiduría y, por tanto,
la unidad o síntesis de la realidad, la verdad, el bien y la belleza, que van
unidas.
De manera más
concreta, el oficio de sabio, explica Santo Tomás, es doble, Las dos misiones
de este oficio están indicadas en la cita bíblica: exponer la verdad divina,
verdad por antonomasia, e impugnar el error contrario a la verdad [4].
Al sabio le
interesa toda verdad pero sobre todo la primera verdad. Por lo mismo, le
compete refutar la falsedad, que es lo contrario de la verdad. Es además
necesario que lo haga; como sucede con la medicina, que sana, pero también
combate la enfermedad.
La función de rebatir
errores está indicada en el texto citado como lema de la obra, porque en el
término impiedad está implicada la falsedad. La falsedad no sólo se opone a
verdad, sino también a la religiosidad, ya que ésta supone la verdad.
La función de
ordenar
Además, el
Aquinate precisa el primer oficio del sabio, presentar la verdad, con palabras
Aristóteles, que indicaban la función de la sabiduría, o mejor el amor a la
sabiduría –tal como significa el término filosofía–: «es propio del sabio
ordenar» [5].
Enseñaba
Aristóteles que es lo mismo sabiduría y filosofía, en cuanto que la filosofía
es el grado sumo de sabiduría posible para el hombre, con su razón. Más
exactamente, debe decirse que lo supremo del saber humano es, por ello, el amor
a la sabiduría, el buscar o querer toda la sabiduría.
Con la sabiduría
o filosofía se puede ordenar y esta función es la propia o característica del
sabio. Ordenar, en primer lugar, significa, como también explica Aristóteles,
«gobernar» o mandar [6]. El filósofo o sabio es capaz de ordenar o mandar,
porque puede encaminar o dirigir hacia el fin, y también poner, por ello, las
cosas en orden.
El segundo
significado y principal de ordenar, por tanto, es encaminar hacia el fin o
causa final. La sabiduría conoce y expresa, por tanto, la causa final de las
cosas, su bien último ––porque todas ellas tienden a su bien o perfección––,
que es así un principio también de todos los seres. Podría decirse que busca el
sentido último de toda la realidad. Por ello, dice Aristóteles es propio del
sabio considerar «las causas más altas» [7].
El tercer
significado de «ordenar», como consecuencia de conocer su finalidad o sentido,
es el de conocer y aplicar el orden de la realidad. El sabio considera el orden
de la naturaleza, el orden lógico, el orden moral y el orden artificial de las
construcciones útiles o bellas [8].
El sabio y más
concretamente cada hombre está llamado a descubrir el orden del mundo y también
a ordenar su mundo. Con su inteligencia accede a la realidad, a su orden ––a su
disposición inteligente y a sus causas–– y a dirigir sus actividades, de manera
complementaria.
Con palabras de
un tomista actual: «El mundo creado por Dios se le ha dado al hombre como libro
escrito con un orden admirable. Los cielos y la tierra están ordenados con
sabiduría. En la obra de Dios nada hay en vano. Todo tiene su razón de ser y su
puesto».
El sabio tiene
que leer este libro, desvelando sus secretos, por encima de las apariencias y
buscando sus principios o fundamentos. «Además de ese orden desvelado en las
cosas, el hombre está llamado a crear un orden en sus actos y objetos, en la
misma inteligencia y en las demás potencias del hombre. Así ordenando sus
conceptos hace un discurso lógico, ordenando su voluntad hacia el fin debido su
vida, ordenando la actividad técnica y artística da origen a la cultura, a las
artes, al mundo que brota del trabajo humano».
La misma
experiencia de la vida enseña, por una parte, que: «El hombre sabio ordena, el
necio destruye, da origen al caos». Por otra que: «Es fácil destruir, es lento
y costoso el construir el orden en la propia vida, en la familia, en la ciudad
en el mundo» [9].
Muchos tomistas
han caracterizado o definido a Santo por el orden, como «genio del orden», o
mejor «maestro del orden», porque «este aspecto del orden es primordial en el
sistema de Santo Tomás» [10].
Puede, por ello,
decirse, como indica Lobato, que es «modelo del orden». En su oficio de sabio:
«Tomás ha sido un modelo de orden, de pensador ordenado. Sus obras tienen
siempre una profunda unidad, una trabazón que desciende de los principios a las
cosas, y asciende de la experiencia del fenómeno a las categorías. Por ello, su
obra es coherente, y tiene una espléndida belleza».
El dominico
español llega a decir que: «Ningún pensador supera a Tomás de Aquino en este
afán inteligente por poner orden en los conceptos, en las palabras y en las
cosas» [11]
La función de
juzgar
Una segunda
función del oficio de sabio, también enseñada por Aristóteles, es la de juzgar.
Afirma Santo Tomás, en la Suma teológica, que: «al sabio pertenece juzgar» [12].
Partiendo de la
primera función de ordenar se descubre esta segunda, también propia del sujeto
inteligente o cabal. Al referir los sentidos del término orden, en la Suma
contra los gentiles, explica el Aquinate que el origen de la causa final, fin
último o bien supremo, de cada uno de los entes, ––porque todos ellos tienden a
su bien o perfección–– es el que les ha dado su primera causa eficiente o
creadora, Dios.
Esos fines han
sido, por tanto, queridos por el Primer Hacedor, que han sido así fin para Él.
Por intentar y dar finalidad o sentido a todo lo creado, puede decirse que Dios
es inteligente. «El último fin del universo es, pues, el bien del
entendimiento, que es la verdad» [13]. La causa primera y final es el
entendimiento. La verdad, fin de todo entendimiento, es el último fin del
universo.
Puede también
concluirse con Santo Tomás que: «Es razonable, en consecuencia, que la verdad
sea el último fin del universo y que la sabiduría tenga como deber principal su
estudio» [14].
La verdad se
alcanza y expresa en el acto intelectual del juicio. Supone la llamada simple
aprehensión o conocimiento de lo que las cosas son, pero no es esta aproximación
a la realidad, sino la adecuación a ella. En el acto de juzgar, de afirmar o
negar, se coincide o no con la realidad y se posee así la verdad o la falsedad.
Es cierto, como
también nota Abelardo Lobato que: «Tampoco es fácil esta operación humana. Hay
muchos juicios equivocados. Los hombres se disculpan con el proverbio “Errar es
cosa humana”, pero siempre es un defecto, un fallo. El hombre ha nacido para la
verdad, la busca, la ama, la necesita. Por ello, es necesario que juzgue con
acierto, porque la verdad lo perfecciona, y el error y la falsedad lo
deteriora».
Esta función es
tan importante que Santo Tomás afirma que: «el sabio ama y honra al
entendimiento, que es sumamente amado por Dios entre todo lo humano» [15].
Dios, por consiguiente, ama muchísimo al sabio, y «el que es sumamente amado
por Dios, que es la fuente de todos los bienes, es muy feliz» [16]. El sabio es
sumamente feliz.
Sobre esta
segunda función, que explica la felicidad que supone la sabiduría, nota Lobato
que: «También Tomás de Aquino es modelo del sabio que juzga con acierto. Sus
obras tienen la transparencia del cielo azul, la claridad del mediodía, porque
encierra en fórmulas sencillas la verdad y la comunica a sus lectores» [17].
Puede así
concluirse con este sabio dominico tomista que: «Un ideal de vida puede ser
ordenar y juzgar como Tomás, y para ello es preciso ir a su escuela y aprender
de él para imitarlo en estas dos sencillas, constantes y perfectivas
operaciones. Una gran tarea tomista siempre fecunda» [18].
____
Notas
[1] S. RAMÍREZ,
Introducción a Tomás de Aquino, Madrid, BAC, 1975, p. 213. Podría también
decirse que, por lo mismo, es «el más santo de los sabios y el más sabio de los
santos», como también se ha dicho en nuestros días.
[2] SANTO TOMAS,
Suma contra gentiles, I, c. 2.
[3] Prov 8, 7.
[4] Cf. SANTO
TOMAS, Suma contra gentiles, I, c. 1.
[5] Aristóteles,
Metafísica., I, 2, 3 982a 18.
[6] IDEM,
Tópicos. II, 1, 5, 109a 27-29.
[7] IDEM,
Metafísica., I, 981a 18bc.
[8] SANTO TOMÁS,
Comentario a la ética de Nicómaco de Aristóteles, I, 1.
[9] Abelardo
Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, Valencia, Edicep, 2011, p.
231.
[10] Jesús
García López, Tomás de Aquino, maestro del orden, Madrid, Cincel, 1985, p. 27.
[11] Abelardo
Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, op. cit., , p. 231.
[12] Santo
Tomás, Suma Teológica, I, q. 1, a. 6, ad 3.
[13] SANTO
TOMÁS, Suma contra gentiles, I, c. 1.
[14] Ibíd.
[15] IDEM,
Comentario a la ética de Nicómaco de Aristóteles, X, 13.
[16] Ibíd.
[17] Abelardo
Lobato, Abelardo, haz memoria. Las obras y los días, op. cit., p. 232.
[18] Ibíd. En
los próximos escritos se procurará ofrecer con «transparencia» y «claridad» lo
más esencial del orden de la realidad y de los juicios sobre ella, que ofrece
Santo Tomás de Aquino.
(Tomado de http://infocatolica.com/blog/sapientia.php/1409151043-i-el-oficio-del-sabio#more26482)
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