Para Tomás de Aquino, lo mismo que para Aristóteles, la
ciencia es el conocimiento verdadero y cierto de lo necesario por sus causas. El
conocimiento en cuestión es esencialmente intelectual, aunque se sirva del
sensitivo o se origine en él. Y debe tratarse de un conocimiento verdadero,
porque lo erróneo no forma parte de la ciencia, aunque a veces se mezcle con
ella, por las deficiencias y limitaciones a que está sometido el saber humano.
Pero además de ser verdadero, ajustado o acomodado a la
realidad, el conocimiento científico debe ser cierto, es decir, seguro y firme
en la propia conciencia reflexiva que se tiene de su verdad. Se puede poseer la
verdad * sin ser consciente de ella y sobre todo sin estar seguro de poseerla;
pero éste no es el caso de la ciencia, que reclama, en el que la posee, la
certeza o firmeza reflexivamente consciente de tal posesión. Esa certeza es
obvia en los enunciados inmediatamente evidentes, en las verdades patentes de
suyo; pero no es así la certeza de la ciencia, pues, ésa es la que compete más
bien a los principios de la ciencia. Como tales principios son verdades
inmediatas; no necesitan, ni pueden, ser demostrados; se imponen por sí mismos,
en su patente verdad. En cambio, las verdades científicas exigen ser
demostradas, y pueden serlo, recurriendo, en último término, a aquellas otras
verdades evidentes de suyo, a los principios de las ciencias, ya que para que
algo pueda ser demostrado es necesario que no se pueda demostrar todo.
La certeza, que es un estado subjetivo de firme adhesión
de la mente a un enunciado verdadero, tiene su correlato objetivo, que es la
propia verdad, ya inmediatamente vivida, ya reflexivamente demostrada. Pero no
basta con ello para que la certeza sea completa; es preciso, además, que la
verdad que ella refleja o manifiesta, sea inmutable o necesaria. Uno puede
estar cierto, en un momento dado, de una verdad cambiante, contingente, que
ahora es verdad, pero no lo era antes o no lo será después, y entonces la
susodicha certeza no entraña una firmeza o seguridad completas. Sólo las
entrañará cuando la verdad que ella revela sea necesaria, es decir, la misma y
de modo permanente en todo tiempo y lugar. De aquí que la ciencia verse sobre
lo necesario, o más en concreto, sobre la verdad necesaria.
También se dice que el objeto de la ciencia es universal,
pero esto sólo es así cuando la universalidad es la condición de la necesidad.
En efecto, cuando se conocen las cosas materiales, que son por su propia índole
cambiantes y perecederas, no es posible llegar a la verdad necesaria si no
abandonamos la singularidad de dichas cosas y nos atenemos a las esencias de
ellas que, por universales, son permanentes. Pero si hay cosas que son
necesarias en su misma singularidad, entonces no es preciso que abandonemos
dicha singularidad. Así, por ejemplo, puede haber ciencia de Dios, que es
singular, porque lo importante para la ciencia es la necesidad; no la
universalidad. También cabe tomar el universal en el sentido de universal por
causalidad (una causa singular que tiene muchos efectos), y entonces de todo
objeto científico cabría reclamar la universalidad.
Por último, la ciencia entraña una explicación o
fundamentación de las verdades sobre que versa, y esto se logra recurriendo a
las causas. Por eso, conocer científicamente una cosa es conocerla por sus
causas. Pero las causas, como ya vimos más atrás, son de cuatro clases, y por
eso habrá cuatro tipos de explicaciones o fundamentaciones de las verdades
científicas:
a) por la causalidad material, mostrando de qué está
hecha una cosa (por ejemplo, el agua está hecha de hidrógeno y oxígeno; ellos
son su causa material).
b) por la causalidad eficiente, averiguando cuál es el
agente y la acción que producen cierta cosa o cambio (por ejemplo, el calor es
la causa eficiente de la dilatación de los cuerpos).
c) por la causalidad final, señalando cuál es el fin a
que se ordena una cosa o actividad cualquiera (por ejemplo, la adquisición de
sus elementos nutrientes es la causa final de que la planta hunda sus raíces en
la tierra).
d) por la causalidad formal, mostrando cómo cierta
propiedad de una cosa derivada de otra propiedad anterior o de la esencia misma
de ella (por ejemplo, de que el hombre es racional se sigue que es libre: la
racionalidad es la causa formal de la libertad).
(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")
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