En un nivel especulativo las pruebas clásicas de la existencia de Dios, por ejemplo las famosas cinco vías de Tomás de Aquino, funcionan a la perfeción, aun teniendo en cuenta los ataques de Hume y de Kant a los presupuestos filosóficos elementales de dichas pruebas, a saber, la doctrina de la causalidad, su validez global y trascendental. Dichos ataques han recibido cumplida respuesta de los intelectuales católicos de distintas épocas, contemporáneos incluidos, y no se pueden considerar hoy un obstáculo a la validez de dichas argumentaciones. A no ser que se desconozcan, como suele ocurrir, las respuestas que se han dado desde el campo católico a los epígonos de Hume y de Kant.
También cabe mencionar aquí el cientismo o cientificismo, entendido como doctrina pseudofilosófica según la cual solo las ciencias del tipo de la biología, la química y la física, alcanzan conocimientos verdaderos; o peor aún, que solo lo alcanzado en esas ciencias puede ser considerado verdadero. Este 'cientismo' ha sido puesto también por muchos como un obstáculo a la legitimidad de las pruebas de la existencia de Dios, en tanto que estas son de naturaleza filosófica, más especialmente metafísica, y en cuanto tales se alejarían del paradigma del "método científico", quedando por lo tanto vacías de toda significación para o contacto con el mundo real.
Este prejuicio cientista también ha recibido respuesta de parte de la intelectualidad católica, basta ver los escritos de un Edward Feser, por ejemplo, para ver de qué manera desde la filosofía clásica es posible desnudar las falencias del cientismo, haciendo ver cómo sus invectivas contra la "metafísica" no son en el fondo sino resultado de una pésima filosofía de la ciencia y una aún más pésima metafísica general.
De tal manera que, volviendo a la pregunta que encabeza este artículo, no se trata de que las pruebas de la existencia de Dios no funcionen, sino que más bien hay que decir que requieren un trabajo previo de "purificación", asumir la tarea de responder a las dificultades surgidas de los planteamientos de Hume y Kant en el terreno de la causalidad, y asumir igualmente la tarea de desnudar los prejuicios cientistas.
Pero aún eso no es todo. Hecho lo anterior hay que comprometerse con un estudio juicioso de las bases filosóficas que hacen posible la comprensión de los argumentos implicados en la demostración como tal, puesto que la argumentación que concluye en la existencia de Dios es tal que se construye a modo de edificio con unos pisos apoyándose en los inmediatamente anteriores, y faltando estos todo se vendría abajo. De igual manera faltando la comprensión de los presupuestos de la demostración, la fuerza misma de la conclusión se vería comprometida y se estaría en la tentación de terminar creyendo que finalmente las pruebas no funcionan.
Por eso decimos aquí que se requiere un trabajo juicioso, tiempo y disciplina de lectura, reflexión y análisis. Solo así es posible llegar con seguridad a concluir que "por tanto... Dios existe".
Si muchos se quedan en el camino o llegan a una conclusión distinta, no es por falta de validez en los argumentos, sino o porque no lograron resolver con eficacia las objeciones contra la causalidad o aquellas provenientes del cientismo; o porque no asumieron el compromiso de realizar el camino completo, exigente y arduo, requerido para llegar a puerto.
Los humanos somos amigos de las soluciones rápidas, y muchas veces al no existir un camino fácil preferimos desistir o afirmar que no hay camino, ni puerto. Y culpamos de ello a los argumentos mismos, cuando en verdad nunca nos acercamos a ellos con la seriedad que reclaman. Las verdades filosóficas solo se abren para aquellos que saben esperar.
De manera que si estamos interesados en la demostración de la existencia de Dios, seamos conscientes de lo exigente que es, no busquemos soluciones rápidas, asumamos el reto. La recompensa es grande, la más grande.
Leonardo Rodríguez.
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