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domingo, 25 de marzo de 2018

Religión y libertad

La palabra libertad goza hoy de una fama abundante y todopoderosa. El poder que esa palabra tiene sobre los espíritus es inmenso y avasallador. Pareciera que todo en la sociedad ha de ordenarse con el fin de "salvaguardar la sagrada libertad humana". He ahí el centro alrededor del cual se quiere que todo gire.

Pero habrá notado el amable lector que hemos dicho "la palabra libertad..." y no la libertad, a secas. Lo anterior debido a que estamos convencidos de que lo que hoy se suele entender bajo el concepto de libertad está lejos de lo que nuestros mayores nos transmitieron. Y se trata además de un concepto tan gaseoso, tan indefinido, tan dejado al capricho de cada uno, que prácticamente ha venido a no significar nada queriendo significarlo todo.

¿Y qué tiene que ver la religión, ya que es el otro concepto que aparece en el título de la entrada? Pues que hoy son muchos los que están convencidos de que no hay entendimiento posible entre religión y libertad humana, ya que la religión, y particularmente la católica por supuesto, es la enemiga número uno de la libertad humana. Libertad y religión serían antitéticas. 

¿De dónde ha venido ese convencimiento de la supuesta oposición entre religión y libertad? La historia es larga y no podemos contarla toda aquí, ni siquiera resumidamente sin abusar de la paciencia del lector. Diremos no obstante que el concepto de lo que es la libertad ha venido sufriendo una serie de transformaciones que si bien han comenzado en la mente de los filósofos y escritores más renombrados de cada época, se han visto igualmente influenciadas por los cambios culturales ocurridos desde el Renacimiento. Generándose así un movimiento cíclico: de la mente de algunos pensadores han partido ideas que han generado cambios; esos cambios a su vez han impregnado el ambiente cultural y han influido el trabajo de los pensadores.

Pero esto es demasiado teórico y no gusta al hombre moderno que es más bien práctico. De manera que hoy ya no se dan grandes construcciones teóricas para mostrar una supuesta incompatibilidad entre religiosidad y libertad (a no ser entre una cierta "élite" de "filósofos" o divulgadores "científicos"), sino que más bien lo común es señalar algunos "conflictos" históricos (tipo 'Galileo') entre ciencia y fe, religión y libertad, teología y progreso, etc., para luego de una lectura superficial de los hechos y de una interpretación sesgada y parcial, sacar cómodamente como conclusión que la libertad humana florece solo cuando la religión es sometida a unos límites lo más estrechos posibles, convenientemente controlados por las "leyes" de los Estados.

Y se llega así al convencimiento de que no hay libertad en la religión y no hay religión en la libertad. Sutilmente se convierte en culto religioso la defensa de la libertad, o de eso que hoy se entiende por libertad.

Estando ya en plena celebración de la semana santa o semana mayor, arrecian por todas partes los ataques, a veces viles a veces "cultos", contra la religión, sacando a relucir pretendidos crímenes, persecuciones, tormentos, represión, hogueras inquisitoriales y un largo etcétera. Invitando a deshacernos de una vez por todas del yugo opresor de la teología y de la iglesia.

Olvidan estos que precisamente ha sido la iglesia por boca de sus maestros, doctores y pontífices, la institución que más alto y más claro ha hablado en defensa de la libertad humana, sí, así con mayúscula, porque es la única institución que comprende rectamente ese concepto, en toda su profundidad y en su enraizamiento metafísico.

Para convencerse de ello basta con dar una mirada seria a los grandes filósofos y teólogos católicos, santo Tomás de Aquino el primero, para constatar el ardor con que han defendido el libre arbitrio, la libertad, la responsabilidad individual, base indispensable del edificio moral católico. Al lado de ese sólido cuerpo doctrinal, las cavilaciones de la modernidad en torno a la libertad humana, desde Guillermo de Ockham hasta los neurocientíficos más recientes, parecieran más bien un intento por escapar de la libertad para refugiarse en alguna cómoda esclavitud, ya sea la de las ideas claras y distintas de Descartes o la de las redes neuronales y sus interacciones físico-químicas. 

Intento de huida en el cual, paradójicamente, el que huye lo hace corriendo directamente hacia las cadenas del idealismo, por un lado, o del materialismo cientificista, por otro. Ambas cárceles cómodas en cuanto le prometen el goce irrestricto de su capricho soberano, al tiempo que, en cuanto cárceles, lo condenan a no salir nunca de sí mismo, hacia las manos amorosas del Creador. A eso llaman hoy libertad.

En este orden de ideas es lógico que se consideren libertad y religión como conceptos contradictorios, puesto que la religión (la católica) tiene como finalidad conducirnos a Dios, sacándonos de nosotros mismos y arrancándonos de las garras del capricho voluntarista individual, única manera de realizar la libertad en plenitud, como retorno a Dios. La verdad os hará libres, dijo Cristo.

Se seguirán oponiendo religión y libertad el tiempo que dure la modernidad concibiendo al libertad como ejercicio del capricho voluptuoso e irresponsable, no viendo que precisamente la libertad es la posibilidad de movernos en el reino del bien, calcado del reino de la verdad, calcado a su vez del plan de Dios sobre los hombres.

Que esta semana santa sirva para acercarnos a Dios, destino último de todo ejercicio legítimo de la libertad humana.


Leonardo Rodríguez.

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