El otro día hablando con un amigo acerca de la vida hogareña me preguntaba cuál oficio de casa me agradaba hacer, le contesté que lavar los platos sucios. Y procedí a explicarle mi método...
"Manejo dos metodologías diversas para llevar a cabo dicha tarea, la una procede mediante una estrategia topográfica y la otra mediante una estrategia más bien categorial. A su vez, dentro de la metodología topográfica procedo ya sea de manera topográfica-descendente o topográfica-periférica. El modo topográfico descendente consiste en ir lavando primero los platos que están cerca a la llave del agua y dificultan la logística de la operación. Una vez liberado el espacio inmediato, procedo a iniciar el lavado topográfico periférico, que consiste en lavar los platos que están fuera del lavaplatos, en estricto orden centrípeto.
La estrategia categorial, por otro lado, consiste en dividir los platos sucios en tipos: cucharas, platos, vasos, cuchillos, etc. Y lavarlos siguiendo un movimiento aleatorio, pero buscando agotar siempre cada categoría antes de abordar la siguiente.
Al finalizar el proceso procedo a limpiar la superficie que sirve de soporte a la operación".
Más o menos eso le dije. Mi amigo me miró atónito y dijo: ¿qué?
De forma rimbombante se puede hablar acerca de todo. Y todos conocemos personas que buscan siempre hablar usando palabras rebuscadas o innecesariamente técnicas, con el fin de dar con ello la impresión de ser muy "inteligentes", "conocedoras", "cultas", "leídas", etc.
Yo pienso distinto. Alguien dijo, no sé quién, que la claridad era la cortesía de la inteligencia, o algo así. Y es verdad. La palabra se ha hecho para expresar y comunicar, y la innecesaria rimbombancia de los discursos y de los escritos dificulta no pocas veces esos objetivos y vuelve vano el diálogo, que eso son a fin de cuentas los escritos y los discursos: formas de diálogo.
Decía yo al inicio de mi libro Amor por la sabiduría, que me causaban asombro esos textos de introducción a la filosofía que resultaban muy difíciles de entender, al punto que casi había que ser ya conocedor de la filosofía y su lenguaje propio, para poder comprender esas "introducciones". Parecían libros escritos para expertos en el tema, no para principiantes. Tenían el título mal puesto. Y eso pasa más a menudo de lo conveniente, lastimosamente.
Unas veces lo que hay detrás es simple soberbia, orgullo de querer parecer más inteligente que los otros, superior, 'culto'. Lo cual es una completa idiotez, porque quien actúa así da muestras de una ignorancia mucho más profunda que la académica, la ignorancia de la sencillez y de la humildad, que son las virtudes que hacen verdaderamente bella un alma. Los soberbios son feos de alma, que es la peor forma de fealdad que existe.
Otras veces pasa por querer encajar en ciertos grupos 'sociales'. Entonces se cae en la utilización hueca de una jerga abstrusa que parece querer decir mucho y bien, y acaba diciendo poco y mal.
Sea por lo uno o por lo otro, lo cierto es que buscar la complejidad en las palabras, por la creencia falsa de que complejidad equivale a inteligencia, es una de las formas más eficaces de reconocer cuando se está frente a alguien que seguramente no nos aportará nada en nuestra formación. Huyamos de los rimbombantes, busquemos en todo la sencillez. Sencillez en la palabra, sencillez en la idea y sencillez en el modo de vivir.
Leonardo Rodríguez
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