Amor es un concepto demasiado manoseado actualmente, para desgracia de la humanidad misma pues no hay concepto más hermoso. Decían los romanos que "corruptio optimi pessima", con lo cual querían decir que cuando algo muy bueno se corrompe es un gran mal. En este caso hablamos del amor, que es a todas luces un concepto tan hermoso y tan trascendental que las mismas Sagradas Escrituras identifican el amor con el mismo Dios, es célebre el pasaje de la primera carta del apóstol san Juan, capítulo 4, versículo 8: "Deus caritas est", Dios es amor. La corrupción del amor será entonces el mal más grande, el mayor mal porque es la corrupción del mayor bien.
¿Y cómo se corrompe el amor actualmente? De mil formas, ante todo llamando amor a lo que no lo es. Cuando los padres de familia descuidan la crianza correcta de sus hijos y abandonan el ejercicio de su autoridad para corregir y formar, dedicándose únicamente a cumplir todo deseo de sus hijos, y dicen que lo hacen 'por amor'. Cuando la madre permite el abuso de su pareja hacia sus hijos, porque lo "ama" mucho y no desea perderlo. Cuando la adolescente accede a los caprichos instintivos de su novio, por 'amor'. Cuando las parejas "hacen el amor", sin compromiso a futuro dentro del matrimonio bajo la bendición de Dios, sino solo por satisfacer el impulso de atracción biológico. Y un largo etcétera de ejemplos de pésimo uso de la palabra amor.
Igualmente se corrompe el amor cuando se ataca el lugar propio del amor, la escuela del amor que es la familia. Todo ataque dirigido contra la familia es en el fondo un ataque dirigido, se quiera o no, contra el amor, contra la fuente del amor, contra el lugar natural en el que el individuo vive el amor desinteresado, lo experimenta, lo recibe y aprende a entregarlo. En buena medida se puede afirmar que la ausencia de verdadero amor que caracteriza nuestros tiempos es producto del debilitamiento de la institución familiar, de la familia.
¿Cómo se ha pasado en nuestra época de un concepto del amor que lo identificaba con Dios mismo, a un concepto flexible hasta el infinito y que ha vaciado de todo sentido el vocablo 'amor'? El proceso ha sido lento, lo suficientemente lento como para que no fuera percibido por la inmensa mayoría de las personas, demasiado ocupadas con sus obligaciones cotidianas como para atender a los grandes procesos sociológicos que pueden ocurrir a lo largo de toda una generación. De escalón en escalón hemos descendido del "Deus caritas est", hasta la situación actual en la cual muchos hablan de la era del "post-amor", pues así como se ha hablado ya de la era de la post-verdad en la cual parece que la verdad no interesa y ha sido sustituida por la mera propaganda ideológica interesada; así mismo se dice que estamos en medio de un proceso de desaparición de lo que nuestros mayores llamaban amor para ser reemplazado por un nuevo paradigma utilitarista y hedonista en las relaciones humanas: te "quiero" en la medida en que aportes a mi felicidad personal.
Frente a la aparición de dicho paradigma utilitarista y hedonista que adultera por completo el sentido de la palabra amor, y con ello el resorte más profundo de la experiencia humana conviene recordar mil veces si fuere necesario la concepción del amor que brota de la tradición cristiana occidental (o más bien judeo-greco-romano-católica):
- Amar es querer y buscar el bien del amado.
- La medida del amor es amar sin medida.
La primera cita pertenece al gran Aristóteles, los medievales traducían del griego así: amare est velle bonum alicui.
La segunda cita, aunque comúnmente atribuida a san Agustín, es en realidad de san Bernardo de Claraval y está al inicio de su obra "De diligendo Deo", y dice así: mensura amoris sine mensura amare est.
La primera frase nos habla del amor en cuanto entrega al otro. En efecto, amar es querer y buscar aquello que es bueno para el ser amado. Entiéndase por ser amado no solo la esposa, el esposo, el novio o la novia, sino todo ser que pueda ser objeto de amor: familiares, amigos, conocidos, etc., incluso nuestras mascotas. Respetando siempre el hecho de que dependiendo de la dignidad del ser de que se trate, así mismo será la escala del amor hacia él. No es evidentemente el mismo amor aquél con que amamos a nuestros padres que aquél que profesamos a nuestra mascota, por mucho que nos bata la cola cuando llegamos a casa.
Así las cosas amamos cada vez que buscamos hacer el bien a alguien. Cuando vemos una necesidad, material o moral, y nos movemos a solucionarla o al menos a aportar en la solución. Cuando el solo hecho de percibir una carencia nos impulsa a buscar ayudar. En todos estos casos se dice que amamos, que nos mueve el amor.
La segunda frase agrega a la primera el concepto de medida. Amar es algo que debe hacerse sin medida, es decir, sin cálculos de costo-beneficio, sin esperar reciprocidad, sin aguardar a recibir algo a cambio. Amar es entregar y sobre todo entregarnos, sin esperar la paga, el beneficio, el interés, la ganancia. Amar es imitar en lo posible a Dios, que nos amó y se entregó por todos, aún cuando es evidente que no podemos darle de parte nuestra absolutamente nada que añada algo a su infinita gloria, perfección y felicidad. El amor ha de ser gratuito o automáticamente deja de ser amor.
Amar es decirle al ser amado es bueno que existas y haré todo lo posible porque estés bien, incluso si de parte tuya no recibo nada. Aún más, amar es sobre todo amar cuando no se recibe nada, amar en silencio, amar anónimamente, o como dijo Cristo en el Evangelio, entregar con tal delicadeza "que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda".
Amar viene a ser un sorbo de eternidad, pues precisamente la eternidad consistirá para los bienaventurados en un ininterrumpido ejercicio de amor a Dios, de quien hemos recibido gratuitamente todo.
Dios nos ama aún cuando sabe que nada tenemos para ofrecerle. Y hemos sido llamados a amar como ama Él.
Leonardo Rodríguez V.
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