Con demasiada frecuencia oímos
frases como la que encabeza el presente escrito. La mayoría de quienes aseguran
creer en “dios” pero a su manera en realidad no creen en nada, su pretendida “fe”
es solo una vaga y confusa “espiritualidad” que se reduce a “no hacerle daño a
los demás” y “meditar” (¿en qué?) de vez en cuando, incluso agregando algún
intento de oración (¿a quién?).
Otro grupo de entre los que afirman
creer a su manera está conformado por personas un poco más formadas, un poco
más conscientes, que están motivadas por el hecho de que, según ellos, ninguna
de las religiones existentes los satisface plenamente y por lo tanto consideran
que deben hallar personalmente una forma de relacionarse con "dios” pues lo
consideran algo relevante, incluso puede que fundamental.
Sea como sea lo cierto es que
tanto unos como otros terminan creando un “dios” a su imagen y semejanza,
invirtiendo así el pasaje bíblico que afirma que Dios nos ha creado a SU imagen
y semejanza; ahora son ellos los que crean un “dios” según su gusto, a su
medida, un “dios” cuyas características los satisface.
¿Qué características suele tener
ese “dios” que el hombre moderno crea para su regocijo?
Ante todo es un “dios” que no
condena a nadie, es tan amoroso que a fin de cuentas a todos enviará al cielo
en algún momento y por supuesto el infierno no existe. Es un “dios” bonachón,
tipo papá Noel, ciego a los defectos de sus “hijos” y generoso con todos. Se
trata de un “dios” que no prefiere una religión sobre ninguna otra, todas las
religiones son en el fondo iguales a pesar de sus aparentes diferencias. Da
igual ser judío, musulmán, protestante, católico, etc., incluso el mismísimo
ateísmo es aceptado por ese “dios” puesto que a fin de cuentas todos son sus
hijos y él es un padre amoroso.
También es un “dios” que no
interfiere mucho en la vida de sus “hijos”, es decir, pueden vivir como cada
uno lo prefiera puesto que de todos modos el cielo está abierto para todos y el
infierno no existe; siendo esto así entonces da igual ser un santo o un
criminal, son solo diferentes “estilos de vida” que en el más allá no harán
diferencia, todos seremos hermanitos en el cielo jugando delante de la mirada
del padre “dios”.
Por lo tanto se trata de un “dios”
que no castiga jamás, solo bondad, solo paciencia, infinita tolerancia hacia
todos y hacia todo.
Ese es a grandes rasgos el “dios”
que el hombre moderno fabrica a su conveniencia. Es fácil ver en la descripción
que acabamos de hacer que es un “dios” cómodo para el hombre, no exige
prácticamente nada, no castiga, premia a todos y da el cielo a todos. ¡Qué “dios”
tan perfecto para el hombre moderno!
Por otro lado están los que dicen
que no se afilian a ningún credo porque consideran que Dios es más grande que
cualquier idea particular que los hombres puedan hacerse de Él, y por tanto lo
más cuerdo es no aceptar dogmáticamente ninguna religión porque en todas ellas
se pretende encerrar a Dios en concepciones mezquinas sobre lo que Él es,
concepciones que siempre se quedarán pequeñas en comparación con lo que Él en
realidad es.
Y aquí comienzan las
curiosidades. Es curioso que afirmen eso cuando lo cierto es que prácticamente
todas las religiones y cultos existentes, siendo que están separados en tantas
cosas, están de acuerdo en afirmar que la grandeza de Dios no se puede expresar
en palabras humanas y que las ideas del hombre se quedan a años luz a la hora
de tan siquiera poder aproximarse remotamente a describir a Dios. De manera
particular la teología católica es sumamente explícita al respecto y sus más
grandes teólogos, místicos y santos han afirmado hasta el cansancio que la
mente del hombre no puede abarcar la realidad Divina en toda su magnífica
extensión y profundidad. No se entiende por lo tanto la afirmación de aquellos
que rechazan afiliarse a un credo porque “a Dios ningún credo lo abarca
totalmente”, puesto que todos los credos afirman exactamente eso, casi con las
mismas palabras.
La afiliación a un credo es
resultado no de que abarque con sus enseñanzas todo lo que Dios es, sino más
bien porque se ha comprendido que existen razonablemente motivos suficientes
para creer que en dicho credo Dios se ha manifestado con verdad, a diferencia
de los demás credos en donde se mezclan verdades con absurdos garrafales.
La teología católica es particularmente
rica en la profundización de la realidad Divina, y no obstante se trata de una
teología más negativa que positiva, es decir, enseña que de Dios sabemos más lo
que no es que lo que es. Negando en Dios todas las imperfecciones que se ven en
las criaturas nos hacemos una idea clara de lo que Dios definitivamente no es,
sin por ello poder afirmar aún algo acerca de lo que Él es, más allá de su
existencia misma y su revelación en el tiempo en la persona de Cristo, cosa
comprobable por medio de las profecías que en Él se cumplieron y por los
milagros que hizo, así como de manera particular por el hecho grandioso de su resurrección.
Todos esos elementos convenientemente estudiados, sumados al hecho histórico de
la milagrosa expansión del catolicismo a pesar de todas las dificultades que
encontró a su paso y de un ambiente que le era radicalmente hostil, forman un
conjunto poderoso de motivos de credibilidad que llevan al católico a afirmar
con toda seguridad que Dios existe, nos ha hablado y vive en la Iglesia Católica,
en su enseñanza y en sus sacramentos.
Teniendo en cuenta todo lo
anterior no se entiende en lo más mínimo la postura de los que afirman
ingenuamente que creen en “dios” a su manera, puesto que dicha “manera” viene
reduciéndose entonces a simple pereza mental para estudiar el asunto con
detenimiento, o incluso en muchos a malicia por no querer asumir los
compromisos vitales que se desprenden de una vida de fe junto a Dios.
No diremos nada de los que dicen
ser “creyentes” pero contrarios a la religión a causa del mal ejemplo de los
sacerdotes que manchan su ministerio con crímenes como la pederastia u otras
formas de corrupción humana. De todos los argumentos en contra de la religión
este es sin duda el más débil puesto que individuos indignos de la posición que
ocupan existen en todas las instituciones humanas y ello no desvirtúa de por sí
a la institución de que se esté hablando. Por lo general a partir de casos
individuales se procede a generalizaciones infundadas e injustas, que por ello
mismo invalidan el razonamiento que se pretendía hacer contra la institución a
la que el individuo pertenece.
De manera que estimados amigos
del “yo-creo-en-dios-a-mi-manera”, los invitamos amablemente a profundizar en
las cuestiones teológicas y filosóficas necesarias para aclarar con juicio el panorama
en un tema tan trascendental como el presente, dejemos la pereza y volvamos al
sano hábito de formar la opinión antes de emitirla.
Leonardo Rodríguez V.
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