5. Liquidación de la metafísica
Desde los tiempos de Aristóteles
se viene hablando de una disciplina filosófica llamada metafísica, que como su
nombre indica, se ocupa de estudiar realidades que en cierta forma están más allá
de la física, más allá del mundo físico. Incluso cuando la metafísica estudia
el universo físico, que lo hace, dicho estudio es llevado a cabo desde una
perspectiva distinta y ontológicamente más elevada que la perspectiva física o
material, es decir, estudia lo material pero no materialmente, como si
dijéramos.
Dicha disciplina no solo es una
más dentro del conjunto de las disciplinas filosóficas, sino que es la
principal, la cumbre del esfuerzo filosófico humano, puesto que si estamos de
acuerdo en decir que la filosofía es el estudio de la realidad por medio de la
razón tratando de descubrir las causas últimas (es decir primeras) que la explican, en lo cual se distingue de lo
que hoy llamamos ciencias, como la química y la física con sus diversas ramas,
puesto que estas se ocupan de estudiar no las causas últimas (primeras) con una intencionalidad
explicativa, sino solo de descubrir las causas próximas de su objeto de
estudio, y ello con una intencionalidad más bien explicativa y utilitaria; si
estamos de acuerdo en lo anterior, repito, entonces naturalmente la metafísica
se convierte en la principal ciencia filosófica puesto que se ocupa del estudio
de las causas última de lo real como tal. En otras palabras, los antiguos
miraban con asombro el universo esperando develar su íntima consistencia para
de allí elevarse a la consideración de la causa primera de todo ello, Dios. Los
modernos miran con interés el universo esperando develar sus mecanismos para
con ello poder construir aparatos cada vez más sofisticados y asombrosos.
Hablamos aquí de dos miradas distintas sobre el universo: una mirada
sapiencial, sabia, que usa el conocimiento del universo como trampolín para
elevarse a su fuente primera; y otra mirada utilitaria o pragmática que usa el
conocimiento del universo con el fin de dominar las fuerzas de la naturaleza y
poder hacer cada vez más sencilla la vida terrena mediante las tecnologías.
El cultivo de la metafísica
permitía el mantenimiento de esa mirada sapiencial puesto que abría en todo
momento las puertas de la inteligencia a la consideración de un universo de
realidades que escapaban a los condicionamientos materiales,
espacio-temporales. Los griegos clásicos cultivaron la metafísica (Sócrates,
Platón, Aristóteles), de sus manos la recibieron los medievales quienes la
llevaron a una altura de sofisticación notable con los aportes de autores como santo
Tomás de Aquino, y la Edad Moderna (Renacimiento
en adelante) dio inició a su liquidación sistemática al punto que hoy,
2019, es posible afirmar que la metafísica, salvo en algunos círculos reducidos
de intelectuales, no despierta ningún interés. De hecho si algo despierta es
desconfianza, por cuanto se le asocia con totalitarismos de pensamiento que,
nos dicen, no tienen ya cabida en un mundo ‘abierto
y pluralista’.
A partir del surgimiento de lo
que después se llamó filosofía moderna, que arranca a fines de la Edad Media
con autores como Guillermo de Ockham, e inicios de la Edad Moderna con autores
como René Descartes, se comienza a modificar la concepción que se tenía acerca
de la naturaleza del conocimiento humano, en particular acerca de los alcances
de la inteligencia. Ya hablamos de eso en el artículo anterior en el que nos
detuvimos a presentar el inmanentismo de la filosofía, es decir, su
enclaustramiento en la conciencia subjetiva con la consiguiente ruptura entre
realidad extramental y razón. Precisamente ese inmanentismo es la causa de la
liquidación de la metafísica, puesto que si ya no nos es posible elevarnos por
medio de la inteligencia al conocimiento de lo real extramental y estamos, por
el contrario, limitados a conocer solo nuestras propias modificaciones de
conciencia, nuestros estados mentales, entonces se hace imposible ir hacia
realidades que gocen de una independencia ontológica real, tan real que
sustenten la existencia de todo lo demás y den razón de la esencia de las cosas
naturales, se hace imposible ir hacia Dios como fuente de toda la realidad.
Dios era, naturalmente, la
culminación de la metafísica y de toda la filosofía. Siendo la filosofía una
investigación racional acerca de todas las cosas por medio de sus causas
últimas, y siendo la metafísica la ciencia filosófica por excelencia, es decir,
la encargada del estudio de dichas causas en toda su universalidad ontológica y
causal, era igualmente natural que una vez liquidada la capacidad de la
inteligencia para salir de sí misma al encuentro de lo real y sus causas,
quedara igualmente liquidada la metafísica como ciencia válida. Todo esto
coincidió (y se coimplicó) con la aparición de la ciencia moderna con sus
ilimitadas promesas de progreso explicativo y tecnológico, por tanto la
metafísica fue en cierta forma reemplazada por las ciencias nuevas al punto que
el valor sapiencial de la antigua metafísica fue reemplazado por el valor pragmático/utilitario
de las disciplinas que empezaban a descollar en el horizonte cultural de las
sociedades occidentales.
En breve: la metafísica se hace
imposible cuando se comienza a desconfiar de la capacidad de la razón para ir
más allá de sí misma. El inmanentismo la liquida. El inmanentismo es la cárcel
de la inteligencia.
Leonardo Rodríguez
Velasco
6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial
7) Primacía de la praxis sobre la teoría
8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
9) Idea de la libertad como pura auto-determinación
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