Es evidente que la filosofía no
goza hoy de buena fama. Las razones son muchas, mencionemos algunas al menos de
pasada:
1. El predominio socio-económico
indiscutible de las disciplinas “productivas”. Muchos concluyen con pasmosa
imprudencia que, dado el éxito técnico de las ciencias “duras”, la filosofía no
tiene un papel de importancia en la sociedad actual. A fin de cuentas a punta
de filosofía no se fabrican nuevos celulares.
2. La proliferación de un estilo
de vida marcado por un creciente consumismo hedonista, según el cual lo
importante es lo útil, lo que pueda provocar una mejora directa en la “calidad
de vida” de las personas, entendiendo calidad de vida por bienestar físico
preferentemente. Es el antiguo “carpe diem” que toma el lugar de director de
orquesta. Dicho estilo de vida hace imposible en la práctica que el interés por
las arduas cuestiones metafísicas tenga alguna relevancia social.
Lo anterior ha producido una
progresiva desaparición de la filosofía del panorama cultural contemporáneo.
Sin embargo, no es exacto hablar de desaparición de la filosofía, sino que más
bien habría que decir que lo que ha ocurrido es una sustitución o más bien una
suplantación de la filosofía por parte de su hermana gemela pero malvada, la
sofística.
El sofista es un personaje que ha
estado presente a lo largo de la historia del pensamiento humano, como
antagonista del filósofo. Para decirlo brevemente el filósofo busca la verdad
de las cosas, busca que sus juicios se ajusten lo más posible a la realidad. Y
aunque es consciente de las limitaciones de la inteligencia humana, de lo frecuentes
que han sido, son y serán las equivocaciones de los hombres, etc., prosigue su
camino contento con ir descubriendo verdades, por humildes que estas puedan
ser. El sofista, por el contrario, no es
movido por el puro interés por la verdad, por ajustar sus juicios a lo real. Lo
que lo mueve en primer lugar es el amor propio, la búsqueda de algún tipo de
beneficio, de ganancia, de triunfo, de lucimiento personal. De hecho si alguna
vez se encuentra ‘accidentalmente’ proponiendo y defendiendo alguna verdad, no
es la verdad misma lo que lo mueve, sino algún beneficio que desea obtener por
medio de ella. Siempre es él mismo el centro de sus motivaciones.
El filósofo en todas las épocas
ha tenido a su lado al sofista. Por eso en todas las épocas al lado de una
auténtica filosofía es posible encontrar una sofística, con épocas de
predominio filosófico seguidas o preparadas por épocas de predominio sofístico.
¿Y nuestra época? ¿Filosofía o
sofística? ¿Predomina hoy el filósofo o el sofista? Esta pregunta se puede
responder fácilmente si primero respondemos a la siguiente, ¿predomina hoy el
interés por la verdad?
No es difícil percibir que en la
actualidad la sociedad se encuentra en un estado de somnolencia con respecto a
las grandes cuestiones filosóficas. No solo ha desaparecido el interés por los
temas trascendentes, sino que incluso podemos sospechar que a fuerza de no
estudiarlos hemos perdido incluso la capacidad de comprenderlos. Las
preocupaciones actuales del hombre promedio se limitan a los afanes del día a
día y las preocupaciones de las clases altas, en su mayoría, se encuentran
confinadas al mantenimiento y acrecentamiento de sus fortunas. ¿Y los
intelectuales? Los auténticos intelectuales son una especie en vía de extinción
y muchos se han consagrado a la defensa de causas ‘políticas’ de dudosa
nobleza. Brillan por su ausencia.
Así las cosas han venido a
brillar en la actualidad una serie de personajes que se han apoderado de los “micrófonos”
actuales: redes sociales, cátedras universitarias, columnas de opinión, etc. Desde
allí dan rienda suelta no tanto al interés por la verdad cuanto al deseo de
hacer triunfar a toda costa las tesis con las cuales se han comprometido
previamente. Ha llegado una nueva época de dominio de los sofistas. Las redes
sociales podrían servir bien de muestra de lo que llevamos dicho. Allí pululan
los “expertos” en todo tipo de asuntos, se multiplican los debates en donde lo
buscado es el lucimiento personal, se pierde tiempo en asuntos baladíes, se
entroniza lo efímero y se endiosa, en últimas, la voluntad de poder, como diría
Nietzsche, gran sofista él mismo sin saberlo o a sabiendas.
El panorama no es alentador. Para
quienes amamos la filosofía y deploramos el predominio de la sofística, el
mundo actual se nos presenta como motivo de angustia, por un lado, y como
ocasión de heroísmos, por otro. Mantener lo que debe ser mantenido, conservar,
sostener, aguantar, resistir en espera de mejores épocas, que quizá estamos
destinados a no ver. Pero las futuras generaciones, pasada la actual borrachera
de pensamiento sofista, seguramente agradecerán el esfuerzo de quienes un poco
estoicamente decidimos ir contra corriente y transmitir una herencia
imperecedera: las líneas áureas del pensamiento clásico. Somos herederos.
Leonardo Rodríguez Velasco.
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