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martes, 13 de abril de 2021

La admiración filosófica (Juan Antonio Widow)

 

La admiración es el principio de todo saber. Entendiendo el saber como el acto interior por el cual se descubre lo que algo es, y que perfecciona al sujeto. Es decir, que excluimos el saber entendido como mera información o como el tener noticia, pues éste no es propiamente saber, sapere, término en cuyo significado se unen analógicamente los actos de la visión y del gusto, indicando éste el interior deleite producido por la posesión de lo conocido.

 

La admiración es parecida al estupor causado por la presencia de lo desconocido. Hay algo que inicialmente es común a ambos estados del alma, y es la situación del sujeto que se halla atónito ante lo inesperadamente desconocido. La diferencia decisiva la pone el acto mínimo de reflexión que se da en quien se admira, y que consiste en saber que no sabe. Es un no saber que se constituye en objeto, que se hace propio por el sujeto y que engendra así la pregunta, que es el acto interior por el cual el sujeto formaliza su ignorancia. La pregunta busca naturalmente la respuesta, pero en ésta se halla a su vez planteada otra pregunta. De esta manera el saber primero y elemental procrea los otros saberes más perfectos. Sin pregunta no puede haber respuesta, es decir, no puede perfeccionarse el saber. Sin entender el problema en cuanto tal, es imposible comprender las respuestas. El que queda estupefacto, en cambio, al carecer de esa mínima reflexión por la que tendría que saberse ignorante, esto es, al ser incapaz de entender los términos en que se plantea una pregunta, queda aprisionado en su estupor -o estupidez- inicial. Suele ocurrir que este defecto de la inteligencia quede recubierto por un andamiaje de eruditas repeticiones.

 

La primera admiración es como la del niño: las siguientes son las que van abriendo al sujeto hacia el ser de las cosas, y le hace pasar de los saberes más elementales a los más perfectos. Para llegar a éstos es necesario que exista posibilidad real de ocio, es decir, de dedicación a la actividad que se justifica por sí misma y no por razón de utilidad. Esta posibilidad real es la que se ha dado en las sociedades verdaderamente civilizadas, en que las ciencias han tenido un lugar reservado para su cultivo en razón de ellas mismas, y no en el de sus aplicaciones técnicas.

 

La referencia de Aristóteles a los mitos y a los amantes de ellos no lleva consigo el sentido negativo con que hoy se entiende este término. El mito no es para Aristóteles la falsificación de una realidad, la cual llevaría a una necesaria "desmitificación", sino la expresión mediante imágenes sensibles de una realidad cuya comprensión escapa a la inteligencia humana. En este sentido el mito es claramente un intento de responder a una pregunta, aunque sea mediante alegorías y figuras sensibles.


(Tomado de "Curso de metafísica")


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