Ia-IIae q.1 a.2
En el artículo anterior ST se preguntó si el hombre obraba por fines, es decir, si el hombre en sus acciones verdaderamente persigue un fin o actúa como al azar, desordenadamente, sin buscar nunca algo determinado en lo que hace. Y la respuesta fue que sí, que evidentemente el hombre al actuar lo hace por fines. Aunque no siempre, pues hay muchas cosas que hacemos como sin pensar, como rascarnos la barba al meditar (los que tienen). Pero, ciertamente aquellas cosas que hacemos en tanto que somos hombres, es decir, en tanto que interviene la voluntad deliberada, las hacemos por un fin puesto que precisamente la voluntad es una potencia cuyo objeto es el fin y el bien.
Ahora en este segundo artículo se pregunta ST si ese obrar por un fin es algo propio de la creatura racional, es decir, si obrar por un fin es algo que se da solo en la creatura racional, algo propio y como que exclusivo suyo.
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Bien. Comienza santo Tomás realizando una reflexión un poco difícil de entender, sobre todo para nosotros hoy. Tengamos en cuenta que ST al escribir se estaba dirigiendo a estudiantes que en esa época ya habían pasado unos 4 años al menos en la facultad de artes antes de ingresar a teología, es decir, ya habían estudiando filosofía varios años antes de llegar a las clases del buen Tomás. Entonces le entendían perfectamente cuando él les hablaba de causa final, agente, serie ordenada de causas, materia, forma, etc.
Para nosotros hoy la cosa es más compleja. Crecimos escuchando los Hombres G y ahora reggaeton (no todos, Deo gratias), y nos hacen falta esas bases que los oyentes de ST sí tenían bien consolidadas. Pero como decía un antiguo jefe, con los bueyes que tengo me toca arar, lo que significa que como sea igual debemos hacer el esfuerzo.
La reflexión que hace ST es más o menos la siguiente:
- TODO AGENTE (es decir toda causa eficiente, ¿recuerdan las causas aristotélicas, formal, material, eficiente y final?) necesariamente obra por un fin.
- En una serie ordenada de causas (una serie ordenada de causas es aquella donde la causalidad de cada una va dependiendo de la causalidad de la anterior, como el bastón que mueve la piedra, PORQUE fue movido por la mano, PORQUE el abuelo decidió moverla, etc.) si se quita la primera fallan las demás.
- La primera causa es la final, paradójicamente, aunque ya explicamos que en el orden de la intención ha de estar al principio. Y es la primera porque la materia no es movida a recibir la forma por el agente a no ser que éste se encuentre determinado a un fin en particular. Si el agente no estuviera determinado a un fin no haría lo uno más que lo otro, se obraría al azar y nunca se lograrían fines determinados. Por eso de las 4 causas la primera es la final, es la que pone como en movimiento todo lo demás. Los medievales decían que la causa final es "causa causarum", esto es, causa de las causas.
- Afirma ST que esa determinación del agente por el fin se realiza de distintas maneras, porque en los agentes racionales (como el hombre), esa determinación ocurre en la voluntad (llamada apetito racional) que tiende al fin. Mientras que en los demás seres esa determinación del agente se produce por un apetito natural, una tendencia natural.
- Y sucede que obrar o hacer algo ocurre de dos maneras: como por iniciativa propia, y como por iniciativa ajena, por decirlo de alguna manera. En otras palabras, como determinándose a sí mismo a dicha acción (la que sea), como le ocurre al hombre cuando obra como tal (voluntad deliberada); o como determinado por otro, como le ocurre a la flecha que vuela hacia el blanco dirigida por el arquero.
- De manera que hay que decir que los seres dotados de razón, que obran con libre arbitrio, obran por un fin como puesto por ellos mismos; mientras que los seres irracionales obran por un fin como movidos por otro.
- Y lo anterior incluso en el caso de que conozca el fin, materialmente hablando, como es el caso de un animal. El animal conoce aquello que es fin, más no conoce la razón de fin, por lo tanto no conoce la razón de medio, por lo tanto no puede de suyo ordenar una serie de acciones a la consecución de un fin, sino que cuando parece que lo hace en realidad obra movido por un impulso que le viene de su naturaleza, es decir, del Autor de su naturaleza. A eso se llama apetito natural.
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De esta manera ST muestra que incluso los seres irracionales, carentes de razón, obran por un fin. Los animales que vemos a nuestro alrededor obran por fines, lo cual resulta evidente a la mera observación, como cuando nuestro perro nos trae la correa PARA pedirnos un paseo. De manera que no resulta difícil ver que ahí se da el obrar por un fin. En la naturaleza inferior, la que ni es racional, ni es sensitiva, como un vegetal o un mineral, es mucho más difícil ver que hay acciones por un fin. Pero ST señala que incluso allí se da el obrar por un fin, aunque claro que no un fin conocido por el agente, sino un fin más bien conocido por una inteligencia que está como fuera de dicho agente y lo ha ordenado al fin. Aquí el ejemplo de la flecha y el arquero es útil. La flecha evidentemente no conoce nada, está hecha de madera (supongo), y no tiene conocimiento; sin embargo, vemos que claramente la flecha viaja por el aire con una dirección determinada y como que con la intención de dar en el blanco, más claramente dicha intención no brota de ella sino del arquero que dirige el movimiento de la flecha.
Si en el universo vegetal y mineral no hubiera acciones por un fin determinado, se seguiría que en dicho universo todo sería caótico, desordenado, ininteligible, impredecible. Y vemos que sucede exactamente lo contrario, no solo hay orden (relativo) en el mundo humano, y en el animal; sino que también a nivel vegetal y mineral, incluso atómico y subatómico, todo se nos presenta en un orden de movimientos y reacciones admirablemente organizado, preciso, armónico, tanto que los científicos incluso lo pueden describir en fórmulas matemáticas bastante precisas.
De manera que el universo entero obra por un fin, no es caos, sino cosmos.
Leonardo Rodríguez V.
GRACIAS POR COMPARTIR SUS REFLEXIONES A PARTIR DEL AQUINATE...
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