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domingo, 18 de abril de 2021
La verdad y los conceptos
En anteriores entradas nos hemos
referido a la importancia de las definiciones en la vida de la inteligencia y
hemos señalado cómo su abandono está ligado, por un lado, a la pérdida del
valor de la inteligencia como facultad de conocimiento, y por otro, a la
decadencia socio-cultural que necesariamente viene pareja con el relativismo
que se instala cuando la inteligencia es desplazada, ignorada o adulterada.
Quisiéramos hoy insistir en un
aspecto de este asunto y es el de las relaciones entre los conceptos, o mejor
dicho, entre la capacidad del hombre para abstraer los conceptos universales y
necesarios a partir de su experiencia sensible, y la idea de que existe la
verdad y puede ser alcanzada por el conocimiento intelectual humano.
Ante todo un poco de terminología.
¿Qué es la verdad? Los medievales decían que la verdad en general puede y debe
entenderse como una cierta adecuación entre dos cosas, por un lado el acto de
la inteligencia y por otro la realidad de las cosas. Entonces, a partir de esa
visión general, distinguían entre la verdad metafísica, la verdad lógica y la
verdad moral. La verdad metafísica es la realidad de las cosas, es decir, las
cosas mismas (incluido el hombre, por supuesto), tienen una consistencia en el
ser, son y son algo, y ese ser algo es fundamento de su ser cognoscibles; o en
otras palabras, porque las cosas son y son algo, son cognoscibles, puesto que
lo que no existe de ninguna manera es la nada y la nada, nada es, y lo que nada
es nada ofrece a la inteligencia más allá de esa misma afirmación de que “no es”.
Por otro lado está la verdad lógica que es la verdad que se predica de los
conocimientos mismos en cuanto verdaderos, se define como la adecuación entre
el conocimiento y la cosa que se conoce, o en términos técnicos, adaequatio intellectus ad rem. Un
conocimiento es verdadero cuando lo afirmado en dicho acto de conocimiento se
corresponde con la realidad, Si decimos “está lloviendo”, y efectivamente
resulta que está lloviendo, entonces dicho conocimiento es verdadero. Se trata
de un conocimiento medido por la realidad de las cosas, la verdad lógica
depende de la verdad metafísica. Y por último la verdad moral que es la verdad
de nuestras palabras, de lo que decimos. Su contrario es la mentira. Aquí
interviene un factor moral personal, puesto que quien miente tiene la intención
de engañar, es decir, sabe que lo que dice es falso y aun así lo dice por
alguna motivación subjetiva.
Ahora bien, los conceptos y las
definiciones son la manera que tiene la inteligencia de expresar la verdad, de
concebir en sí la realidad y expresarla. Un concepto es la imagen inteligible
de la cosa, como cuando empleamos el concepto hombre (animal racional), estamos
aprehendiendo y expresando la realidad esencial de todos y cada uno de los
miembros de esa especie. De tal manera que “hombre” no es solo una palabra
usada para referirnos a un conjunto de individuos que se asemejan, sino que
estamos ante la posesión inmaterial e intencional de aquello común a todos los
individuos que caen bajo dicho concepto. A partir de los conceptos formamos
definiciones y a partir de las definiciones de cada concepto se establecen
entre ellos relaciones lógicas que tejemos en predicados, juicios y
razonamientos. Es la esencia de la vida de nuestra inteligencia.
Entonces pregunto, ¿qué pasa cuando
la sociedad olvida estas verdades sobre la vida íntima y propia de la
inteligencia y las reemplaza por concepciones utilitaristas, nominalistas y
relativistas? El utilitarismo es defiende la utilidad sobre la verdad, lo bueno
y verdadero es lo útil, lo verdadero es solo otro nombre para lo útil, y si un
concepto, juicio o “verdad” no es útil, pues concluyen que ha de ser porque no
es verdadero. El nominalismo afirma que los conceptos no expresan esencias de
las cosas, sino que son solo palabras usadas por economía mental para agrupar
cosas que vemos se parecen. Y el relativismo es la afirmación de la
inexistencia de la verdad, para defender únicamente la existencia de posturas,
perspectivas y opiniones, tan cambiantes como los sujetos mismos y tan válidas
unas como otras.
Pregunto de nuevo, ¿qué pasa cuando
la visión que expusimos arriba es reemplazada por las corrientes mencionadas en
el párrafo anterior?
¿Se animan a compartir sus
reflexiones en los comentarios?
Leonardo Rodríguez V.
viernes, 16 de abril de 2021
¡Nuestro blog cumple diez años! ¡Laus Deo!
En un día como hoy, 16 de abril de 2011, nació este blog.
Han sido diez años de mucho aprendizaje, lectura, escritura
y sobre todo de entrar en contacto con gente valiosa de todas partes del mundo
que comparten con el autor de este blog la nostalgia por una herencia de
pensamiento que yace olvidada por unos, pisoteada por otros e ignorada por casi
todos.
Fue gracias al aliento que nos dio un sacerdote amigo por lo
que decidimos emprender este viaje, y no nos hemos arrepentido ni un instante.
El aprendizaje ha sido permanente y continuo, hemos ido viendo más claro
algunas cosas que al principio estaban como envueltas en un velo de
complejidad; complejidad que lejos de desanimarnos nos impulsaba a continuar
avanzando hacia la comprensión, que nos parecía posible y cercana, de la mano
de santo Tomás de Aquino.
Diez años después debemos reconocer con humildad que el
camino del tomismo recién está comenzando, porque si bien es cierto que algunas
cosas las entendemos hoy mejor que ayer, hay otras, las más fundamentales (Ser y esencia, por poner solo un ejemplo),
que el tiempo nos ha mostrado que las entendíamos mal o de forma muy superficial,
y somos conscientes de que se necesitará mucha reflexión y lecturas meditadas,
y oración, para llegar algún día a su comprensión relativamente cabal, Deo volente.
El agradecimiento hacia santo Tomás es inmenso, pienso que
si quitara a santo Tomás de mis últimos quince años de vida, esta sufriría un cambio
dramático y quedaría irreconocible, supongo que para peor. Porque santo Tomás ha
sido, entre otras muchas cosas, un muro protector que me ha permitido como
persona permanecer lejos de los dardos venenosos de las corrientes modernas de
pensamiento, llenándome de razones y permitiéndome ver las cosas desde una
altura que me ha facilitado la realización de una crítica argumentada, y una
toma de postura consecuente. Mientras a mi alrededor veo a muchos naufragar en
medio de las ideologías más destructivas, el tomismo me ha mantenido a flote, y
me aferro a él como el náufrago a la tabla que la Providencia pone en su
camino.
Hoy, esa soledad que sentíamos hace diez años al ver que
éramos una rara avis en el mundo
digital, se ha ido desvaneciendo poco a poco y hay señales esperanzadoras en
este sentido: cada día aparecen más y más iniciativas en Internet encaminadas a
difundir en pensamiento de santo Tomás de Aquino, cosa que celebro
profundamente. Sueño con que un día todas esas iniciativas, que hoy se encuentran
dispersas en páginas de YouTube, blogs, cursos online, etc., se unan en una
sola familia y se pueda ofrecer una sólida propuesta de difusión y defensa del
tomismo, no como curiosidad histórica, sino como herramienta viva y perenne
para el hombre y la sociedad de nuestro tiempo. Dios dirá.
Mientras lo anterior ocurre, y aunque la Providencia
dictaminara que no ocurra, este blog y el canal de YouTube que de él nació,
intentarán seguir la tarea iniciada hace diez años: difundir la vida, obra y
pensamiento de santo Tomás de Aquino, plenamente persuadidos de que solo en las
fuentes del aquinate se encuentra la doctrina saludable para la dirección de la
inteligencia, de la voluntad, y por ende, de las sociedades humanas.
¡Pedimos a Dios que continúe bendiciendo esta minúscula
empresa, la cual ponemos bajo el patronazgo de la santísima Virgen María!
¡Feliz aniversario!
Leonardo Rodríguez
martes, 13 de abril de 2021
La admiración filosófica (Juan Antonio Widow)
La admiración es el principio de todo saber.
Entendiendo el saber como el acto interior por el cual se descubre lo que algo
es, y que perfecciona al sujeto. Es decir, que excluimos el saber entendido
como mera información o como el tener noticia, pues éste no es propiamente
saber, sapere, término en cuyo significado
se unen analógicamente los actos de la visión y del gusto, indicando éste el
interior deleite producido por la posesión de lo conocido.
La admiración es parecida al estupor causado por la
presencia de lo desconocido. Hay algo que inicialmente es común a ambos estados
del alma, y es la situación del sujeto que se halla atónito ante lo
inesperadamente desconocido. La
diferencia decisiva la pone el acto mínimo de reflexión que se da en quien se
admira, y que consiste en saber que no sabe. Es un no saber que se constituye
en objeto, que se hace propio por el sujeto y que engendra así la pregunta, que
es el acto interior por el cual el sujeto formaliza su ignorancia. La pregunta
busca naturalmente la respuesta, pero en ésta se halla a su vez planteada otra
pregunta. De esta manera el saber primero y elemental procrea los otros saberes
más perfectos. Sin pregunta no puede
haber respuesta, es decir, no puede perfeccionarse el saber. Sin entender
el problema en cuanto tal, es imposible comprender las respuestas. El que queda
estupefacto, en cambio, al carecer de esa mínima reflexión por la que tendría
que saberse ignorante, esto es, al ser incapaz de entender los términos en que
se plantea una pregunta, queda aprisionado en su estupor -o estupidez- inicial.
Suele ocurrir que este defecto de la inteligencia quede recubierto por un
andamiaje de eruditas repeticiones.
La primera admiración es como la del niño: las
siguientes son las que van abriendo al sujeto hacia el ser de las cosas, y le
hace pasar de los saberes más elementales a los más perfectos. Para llegar a éstos es necesario que exista
posibilidad real de ocio, es decir, de dedicación a la actividad que se
justifica por sí misma y no por razón de utilidad. Esta posibilidad real es
la que se ha dado en las sociedades verdaderamente civilizadas, en que las
ciencias han tenido un lugar reservado para su cultivo en razón de ellas
mismas, y no en el de sus aplicaciones técnicas.
La referencia de Aristóteles a los mitos y a los
amantes de ellos no lleva consigo el sentido negativo con que hoy se entiende
este término. El mito no es para Aristóteles la falsificación de una realidad,
la cual llevaría a una necesaria "desmitificación", sino la expresión
mediante imágenes sensibles de una realidad cuya comprensión escapa a la
inteligencia humana. En este sentido el mito es claramente un intento de responder
a una pregunta, aunque sea mediante alegorías y figuras sensibles.
(Tomado de "Curso de metafísica")
domingo, 11 de abril de 2021
Más acerca de las definiciones
Una de las actividades más propiamente humanas es hacerse preguntas. Dios no se hace preguntas porque lo sabe todo y los animales tampoco se hacen preguntas porque no tienen pensamiento abstracto y universal que les permita procesar conceptos y razonamientos. Por lo tanto es propio del hombre, que ni es Dios ni es un completo animal, hacerse preguntas.
Y la pregunta por excelencia es la que busca el QUID, la que pregunta ¿qué es esto? ¿Qué es lo otro? Al hacernos esa pregunta buscamos responder con la QUIDITAS, la esencia de las cosas, con lo que las cosas son. Pero no lo que las cosas son de forma accidental, sino lo que son esencialmente, preguntamos por el ser esencial de las cosas, aquello que son y no pueden no ser, su naturaleza.
Pues bien, resulta que cuando encontramos dicha esencia de las cosas la enunciamos en una definición, la definición es entonces la expresión de la esencia de una cosa, la que sea. Al definir, como la misma palabra indica, lo que hacemos es descubrir los "fines" o "límites" o "contornos" de algo, aquellos aspectos de su ser que la hacen ser lo que es y la distinguen de las demás cosas. Definir es descubrir lo que hace a una cosa aquello que es. al definir al hombre y decir que es ANIMAL RACIONAL, estamos diciendo que la animalidad y la racionalidad limitan esa realidad que es el hombre, le dan contornos claros, lo hacen lo que es y lo diferencian de lo demás seres. Definir es delimitar.
Y aquí hay que hacer una aclaración de la mayor importancia: en filosofía realista la definición DESCUBRE y señala la esencia de las cosas, pero NO en cuanto establecida por el hombre, sino en tanto descubierta por el hombre luego de un trabajoso procesos de penetración en las cualidades de la cosa, desde lo más accidental hacia lo esencial, que es el camino natural de nuestra inteligencia, que debe comenzar por lo sensible para avanzar hacia lo inteligible.
En otras palabras, el hombre no establece la esencia de las cosas, solo la estudia, la descubre y la enuncia en una definición. Las cosas son lo que son, y siendo lo que son esperan a que la inteligencia del hombre las encuentre y se pregunte por su QUID, su qué.
Claro que ocurre distinto con las cosas artificiales, como una mesa, una moto, un edificio, etc. Porque en esos casos, al tratarse de cosas hechas por el ingenio humano, evidentemente lo que esas cosas son depende del fabricante y es éste quien establece en cierta forma su definición, su esencia. Aunque habría que aclarar aquí que en las cosas artificiales la esencia de la cosa NO ESTÁ en la cosa misma sino en la inteligencia del fabricante o del artista. Porque una silla de madera, en sí misma, es un trozo de madera de cierto árbol, de cierta especie, que no dependen del artista, como todo lo natural. La forma de silla que accidentalmente el carpintero le da a ese trozo de madera es externo a la madera misma y solo existe como idea en la inteligencia del carpintero.
¿Pero a qué viene todo lo anterior? Pues a señalar un cierto MAL de la mentalidad moderna (o posmoderna para algunos). El moderno ha perdido de vista la naturaleza de las definiciones y ha llegado a creer que las cosas son LO QUE EL SER HUMANO DIGA QUE SON. De manera que al definir algo ya no se trata de que la inteligencia esté DEVELANDO la intimidad de la cosa, sino que la está construyendo, a la manera como el carpintero fabrica primero en su mente la idea de la silla, idea que luego plasma en el trozo de madera. En un proceso semejante el moderno fabrica en su mente ideas que luego aplica a la realidad para que ésta sea lo que él establece, desde la independencia soberana y "creadora" de su inteligencia. El hombre se convierte así en "creador" de la realidad. La realidad pasa a ser un mero producto del hombre, ya no es lo que es sino lo que el hombre establece.
¿Con qué criterio establece el hombre "realidades"? El criterio cambia según la circunstancia, pero siempre será de una forma u otra el deseo de no ser criatura sino "creador". El deseo de liberarse del yugo de lo REAL, para convertir su entorno en una masa informe a la espera de que el hombre le de forma según sus deseos.
Los ejemplos que podrían darse son muchos. El mismo concepto de Dios (¡con perdón!) será sometido a este proceso. Se dirá que no es más que una creación de tiempos antiguos poco desarrollados, producto de una conciencia temerosa y anticientífica. Pero que el moderno nada encuentra que justifique mantener dicho "concepto", entre otras cosas porque si hay alguna divinidad, es el hombre mismo.
La moralidad sufre iguales golpes. Ya no se podrá sostener una moral universal y permanente. La moral se reducirá a la constatación en cada momento histórico de lo que la sociedad establece, de lo que la sociedad quiere. Serán "normas" pasajeras, provisionales, mientras dura cierto estado de cosas. Pero apenas el contexto cambia o la conciencia "evoluciona", se impondrá una moralidad distinta, en parte o en todo. Es una moralidad en constante movimiento.
Y a partir de la inestabilidad de la moralidad y de la desaparición del "concepto" de Dios, TODO lo demás, en al ámbito político, social, económico, cultural, familiar, etc., se verá expuesto a una crítica semejante y a la implantación, como sistema, del movilismo radical. Terreno fecundo para todo tipo de subjetivismos.
Y todo esto a causa de haber perdido de vista el poder de la inteligencia para definir.
Recuperar la pregunta por el QUID, recuperar el afán por las definiciones, es no solo una empresa conveniente sino necesaria y urgente. Sin definiciones la inteligencia naufraga en un mar de impresiones pasajeras, quedando todo al arbitrio del capricho del momento. Sin definiciones la inteligencia se reduce a poco más que secretaria de las pasiones o ama de llaves de la voluntad de poder. O definimos o tenemos que asistir inevitablemente a la muerte de la inteligencia. Pero como la inteligencia no muere, la veremos convertida en esclava de una voluntad enceguecida.
La inteligencia humana está hecha para el ser, es su objeto propio, la inteligencia contempla el ser y está llamada a contemplar un día al SER por esencia. Todo se trastorna al negar o alterar la naturaleza de nuestra inteligencia.
Leonardo Rodríguez Velasco
sábado, 3 de abril de 2021
Ampliar la extensión de una idea disminuye su comprensión. Algo de lógica "revolucionaria".
Una de las primeras cosas que se aprende en los manuales de lógica es el tema de la comprensión y la extensión de las ideas o conceptos. Brevemente se trata de lo siguiente: una idea tiene comprensión y extensión, son dos de sus características. La comprensión de un concepto es su contenido, como cuando se dice que hombre es animal racional, la animalidad y la racionalidad son el contenido del concepto de hombre. La extensión de un concepto tiene que ver con la cantidad de cosas o individuos a los cuales ese concepto puede ser aplicado, en el caso del concepto hombre, su extensión la conforman todos los individuos de los cuales se puede decir que son hombres.
Ahora bien, la comprensión y la extensión de una idea se relacionan de manera inversamente proporcional, es decir, si la una crece, la otra disminuye; y si la una disminuye la otra crece. En el ejemplo del concepto hombre, tenemos que su comprensión está dada por la animalidad y la racionalidad; y su extensión son todos los individuos de los que se puede predicar ese concepto. Pero, ¿qué pasaría si quitamos la racionalidad? Quedaría la animalidad solamente, tendríamos sencillamente el concepto de animal, y al reducir su comprensión aumentaría su extensión, porque ahora el conjunto de individuos de quienes es posible decir que son animales es mucho más grande que el conjunto de individuos de los que es posible decir que son hombre. ¿Y qué es un animal? ¿Cuál es su comprensión? Animal es una substancia viviente sensible. Pero ¿qué pasa si quitamos a ese concepto la nota de "sensible" y reducimos su comprensión? Pues pasa que nos queda el concepto de substancia viva y ese concepto es aplicable a una extensión mayor de sujetos que aquella de la que se puede predicar el concepto animal, que es más rico en comprensión y por tanto más pequeño en extensión.
¿Bien, y ¿por qué les estoy hablando de esto? Por lo siguiente.
Si algo caracteriza a los sistemas de pensamiento que han venido apareciendo en los últimos siglos hasta desembocar en ese que tenemos hoy en día, como quiera que se le llame, es un rechazo explícito o implícito a la actividad conceptualizadora de la inteligencia, es decir, una guerra abierta contra esa facultad nuestra con la que conocemos la realidad de las cosas y la expresamos en conceptos. El hombre puede por ejemplo alcanzar la quididad o esencia de la libertad y puede expresarla en un concepto o definición. Y así con lo demás: hombre, Dios, alma, verdad, etc.
Esto ha molestado mucho a los "filósofos" que han buscado hacer su camino más bien por el lado de la voluntad, terminando por endiosar al hombre convirtiéndolo en "creador" de realidades: el hombre no conoce la realidad que ya está ahí, sino que la crea. Entonces estos "filósofos" han propuesto que en vez de conceptos y definiciones que evidentemente limitan la "sagrada" libertad humana, lo que hay que lograr es la "deconstrucción" del universo conceptual previo y la construcción sobre sus ruinas de un nuevo universo discursivo, caracterizado ya no por la intención de captar y expresar lo real, sino de crearla.
Volvamos a la comprensión y extensión de los conceptos.
Una de las estrategias para lograr su propósito les está generando mucho éxito. Consiste en AMPLIAR desaforadamente la EXTENSIÓN de los conceptos para...¿ya lo adivinaron? ¡Claro! Para DINAMITAR la comprensión de los mismos. Un ejemplo:
El concepto de familia. En términos bastante generales se entiende por familia la sociedad primera natural, conformada por el hombre y la mujer, seguidos de su prole, unidos por vínculos de sangre y de afecto, ordenada al bien de la prole y al socorro mutuo de los esposos.
Si soy un revolucionario, posmoderno, "filósofo", etc., ¿Cómo podría destruir ese concepto de familia que encuentro tan limitado y "discriminador"? Ampliando su extensión para limitar su comprensión hasta ojalá reducirla a nada. Cuando su comprensión sea casi la nada misma, recién podré construir sobre ella un nuevo concepto de familia, que ya nada tenga que ver con el anterior, que tanto me incomoda.
Entonces nuestro posmoderno dirá que familia NO ES SOLO ESO que dijimos arriba, dirá que familia también es una relación homosexual; dirá que familia también es si yo me quiero casar con una vaca; dirá que familia también es si un hombre se quiere casar con su mamá (cosa que ya ha pasado); dirá que familia es básicamente cualquier conjunto de lo que sea, desde que sean personas o se "perciban" como tales.
¡Claro! Con semejante ampliación de la extensión del concepto de familia, su comprensión queda en casi nada, queda en "conjunto de personas que viven juntos, o no, como sea".
¿Qué queda del concepto de familia después de ese proceso de "deconstrucción"? Su extensión está en su máximo, por ende su comprensión está en lo mínimo. O en otras palabras, la familia es cualquier cosa, precisamente porque A TODO se le llama familia.
Y el proceso es aplicable a todo concepto. Piensen en el concepto AMOR, LIBERTAD, ESPIRITUALIDAD, IGUALDAD, VERDAD, etc.
¿Cuál es el camino para destruir un concepto? Destruir su significado, ¿cómo? Destruyendo su comprensión, ¿cómo? Ampliando su extensión hasta que ya no signifique NADA.
¿Ven la importancia de estudiar lógica?
Leonardo Rodríguez Velasco.
jueves, 1 de abril de 2021
El Señor instituye al Santísimo Sacramento. (padre Luís de la Palma. s.j)
Había llegado la hora en que Jesucristo nuestro Señor, sumo y eterno sacerdote según el orden de Melquisedec, tenía que ofrecer su Cuerpo y Sangre en un verdadero sacrificio. Con él iba a reconciliar a todo el mundo con Dios. Ese mismo Cuerpo y Sangre, que sería sacrificado en la cruz, quedó perpetuamente entre nosotros, bajo la apariencia de pan y de vino, para que fuese nuestro sacrificio limpio y agradable que ofrecer a Dios, bajo la nueva ley de la gracia.
Jesucristo está realmente presente en ese Sacramento, y
nos da su Cuerpo como verdadera comida, y su Sangre como verdadera bebida en
prueba de su amor, para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro
recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades, y
como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo
Testamento.
Amorosamente preocupado por el futuro de su Iglesia, y
ya a las puertas de su Pasión y de su Muerte, no hacía otra cosa sino encomendar
y ordenar las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo.
Estaban los apóstoles atentos y en tensión para ver lo
que iba a ocurrir con aquella nueva ceremonia. El Salvador “se vistió la túnica
que se había quitado, se sentó otra vez a la mesa” y, como si fuese a empezar
otra nueva cena, mandó a sus apóstoles que se reclinaran como Él. Todos
expectantes, les dijo: “Habéis visto lo que he hecho con vosotros. Me llamáis
Maestro, y Señor, y es verdad, porque lo soy; pues si Yo, que soy vuestro
Maestro y vuestro Señor, os he lavado los pies, quedáis obligados a hacer
vosotros lo mismo” con caridad y humildad, por dificultoso que os parezca y
aunque os desprecien. “Porque Yo os he dado el ejemplo, así que, como lo he
hecho Yo, de la misma manera lo tenéis que hacer vosotros; porque el siervo no
es más que su señor ni el enviado es más que el que le envía. Si entendéis bien
estas cosas, seréis felices cuando las hagáis”. Es maravilloso advertir cómo el
Salvador no perdía ocasión para demostrar a Judas la tristeza que le causaba su
traición, y quería hacer ver que no iba engañado a la muerte, sino porque
quería; por eso añadió: “Os he dicho que seréis felices, pero no lo digo por
todos, porque sé bien a quiénes escogí. De todos modos se ha de cumplir la
Escritura: El que come a mi mesa me ha de traicionar. Digo esto ahora y con
tiempo, antes de que se haga, para que cuando lo veáis cumplido creáis lo que
os he dicho que soy”.
Todos le miraban sobrecogidos, advirtiendo en su cara
y en su postura que trataba de hacer algo grande y desacostumbrado. El Señor
tomó un pan ácimo y sin levadura, de aquellos que sobraron de la primera cena,
y levantó los ojos al cielo, hacia su Eterno Padre, para que vieran que de Él
venía el poder de realizar una obra tan grande. Dio las gracias por todos los
beneficios que había recibido y, especialmente, por el que en aquel momento le
era dado hacer a todo el mundo.
Bendijo el pan con unas palabras nuevas a fin de
preparar un poco a los apóstoles a aquella grandiosa novedad que quería hacer.
Partió el pan de modo que todos pudieran comer de él, y lo consagró con sus
palabras: el pan se convirtió en su Cuerpo, y parecía pan, y, a la vez, su
mismo Cuerpo estaba presente y también visible a los ojos de los apóstoles. Las
palabras con las que consagró el pan daban a entender claramente cuál era la
comida que les daba: “Tomad, comed, esto que os doy es mi Cuerpo, el mismo que
ha de ser entregado en la cruz por vosotros y por la salvación de todo el
mundo”.
Dio a cada uno de aquel pan consagrado, y todos lo
tomaron y comieron, y sabían lo que era aquello, porque el Salvador se lo dijo
con palabras bien claras.
Había también sobre la mesa, entre otras, una copa de vino
mezclado con un poco de agua; tomó el Señor la copa o cáliz en sus manos, dio
gracias al Padre Eterno, lo bendijo también con una bendición nueva, lo
consagró con sus palabras y aquel vino se convirtió en su Sangre. Aquella misma
Sangre que corría por sus venas estaba realmente presente también en aquella
copa, y parecía vino. Las palabras con las que había consagrado el vino fueron
tan claras que los apóstoles entendieron bien lo que les daba a beber: “Bebed todos
de este cáliz, porque ésta es mi Sangre con la que confirmo el Nuevo Testamento;
la misma Sangre que derramaré por vosotros en la cruz para que se os perdonen
los pecados.”
El Salvador había venido al mundo para hacer una humanidad
nueva, y para establecer con ella una nueva Alianza y un Testamento mucho mejor
que el Viejo Testamento que había establecido antes con los antiguos judíos.
Los mandatos de este Testamento Nuevo son más suaves y más perfectos; y las
promesas que se hacen, más grandes, porque ya no se refieren a bienes
temporales sino eternos. Y este Nuevo Testamento se confirmó no con sangre de
animales, como el Viejo, sino con la Sangre del Cordero sin mancha, que es
Cristo. La sangre que Jesucristo derramó en la cruz tuvo la eficacia de quitar
todos los pecados del mundo. Este fue el Testamento que instauró el Señor en su
última cena, y estaban presentes los doce apóstoles representando a la futura Iglesia.
Para dar mayor firmeza a lo que ordenaba, el Señor dio a beber su Sangre con
estas palabras: “Esta es mi Sangre con la que confirmo el Nuevo Testamento; la
misma Sangre que derramaré por vosotros en la cruz para que os perdonen los
pecados”.
El Señor pretendía que este Sacrificio y Sacramento
durase en su Iglesia hasta el fin del mundo, por eso, no sólo consagró Él mismo
el pan y el vino sino que dio ese poder a los apóstoles, para que ellos también
consagraran y transmitieran ese poder “hasta que Él viniese” a juzgar el mundo.
Les mandó expresamente que cuantas veces celebrasen este sacrificio lo hicieran acordándose de Él, y del amor con que moría por los hombres. Por eso se quedaba entre los hombres y les dejaba un legado tan rico como es su Cuerpo y su Sangre, y todos los tesoros de gracia que mereció con su Pasión; así nunca podrían olvidarse de Él: “Siempre que hagáis esto, hacedlo acordándoos de Mí.”
Este Pan está destinado al sustento de los hombres que van como peregrinos por el mundo. Es tan grande y fuerte el fuego de su amor, que hace a los hombres santos, los transforma con el amor de quien les tiene tanto amor. Estas divinas palabras deben ser recibidas con fe y todo agradecimiento. Aquel Señor que no engaña dijo: “Tomad y comed, que esto es Mi Cuerpo. Bebed todos de este cáliz, que es Mi Sangre.” Es grande su generosidad, sólo digna de Dios.
¿Qué podré yo darte, Señor, por este beneficio? Diré
con todo el afecto de mi corazón: Mira, Señor, este es mi cuerpo; te lo ofrezco
en el dolor, en la enfermedad, en el cansancio y la fatiga, en la penitencia;
esta es mi sangre, te la ofrezco si Tú quieres que tenga que derramarla por tu
gloria; esta es mi alma, que quiere obedecer en todo Tu voluntad.
(Tomado de "Historia de la pasión del Señor Jesucristo")