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jueves, 10 de noviembre de 2022

Por un tomismo tomista

Suele suceder que aquel que se encuentra con santo Tomás de Aquino, ya no lo abandona más. Encontrarlo, es decir, encontrar sus obras, conocer su vida, adentrarse en las profundidades de su pensamiento filosófico y teológico (fue ante todo y sobre todo un teólogo, pero sabía bien que la teología, ciencia de Dios y de todas las cosas en su relación con Dios, debe construirse sobre la más sólida base filosófica), es hallarse sumergido en un universo conceptual de tal riqueza, de tal amplitud, de tal verdad, que difícilmente se puede hacer a un lado y continuar la búsqueda, pues se percibe haber llegado ya a puerto seguro. La inteligencia descansa con serenidad en las páginas de su Summa theologiae.

Pero suele suceder también, por desgracia, que muchos se quedan con una versión, como si dijéramos, light del tomismo, un tomismo fast food, en expresión gráfica del querido padre Álvaro Calderón.

¿Qué queremos decir? Queremos decir con ello que el pensamiento de santo Tomás de Aquino es exigente, arduo, profundo y requiere una sólida disciplina de la inteligencia: estudio, reflexión, apuntes, relecturas, maduración… Y después de todo ello sucede que nos vemos aún apenas comenzando, siempre discípulos, descubriendo en cada nueva lectura matices de los cuales no nos habíamos percatado antes, o perspectivas nuevas que se abren y dan más luz a temas que creíamos ya asimilados. Nunca se deja de ser tomista.

Quizá esa es una de las diferencias más notables con lo que se ha denominado “filosofía” moderna, que en ella todos han querido ser maestros, nadie ha querido ser discípulo, y ello ha conllevado una multiplicación casi ‘ad infinitum’, de escuelas, corrientes, posturas, alternativas… La disolución de la inteligencia so capa de pluralidad y apertura.

Ante el panorama desolador del perspectivismo de los modernos, donde la verdad desaparece al ser reemplazada por posturas y opiniones, contradictorias entre sí y nunca seguras de haber arribado a nada seguro; el tomismo es un faro firme que indica al navegante los escollos a evitar y el rumbo inequívoco que debe seguir para llegar a puerto.

Pero ocurre entonces que al tomista principiante le sale al paso una tentación contra la cual debe luchar si es que quiere en verdad ingresar en el castillo del pensamiento tomista y recorrer con fruto todas sus habitaciones y pasillos, repletos de tesoros admirables: la tentación de quedarse con un mero barniz de doctrina e instalarse en un tomismo NO tomista.

Para decirlo en palabras sencillas, es posible memorizar en pocos minutos el significado de una serie de términos y con ello creerse ya tomista consumado. Uno puede tomar un diccionario de filosofía, o incluso algún vocabulario sacado de un autor tomista y darse a la tarea de memorizar palabras como: acto, potencia, forma, materia, substancia, accidente, esencia, ser, causa formal, causa eficiente, causa material, causa final, etc. Y terminada la labor de memorización ir por la vida hilando discursos con base en dichos conceptos y con ello considerarse en posesión del tomismo más acendrado.

¡Grave ilusión! ¡Gravísimo error!

Quienes así proceden se privan a sí mismos de gustar el verdadero tomismo, ese que nace como fruto de la asidua familiaridad con los textos del maestro, de la permanente meditación de sus argumentos, de la juiciosa reflexión de sus respuestas y del esfuerzo por penetrar cada vez más y mejor en el trasfondo metafísico último de sus posturas más características.

Pero entendemos que todo ello conlleva tiempo, dedicación, esfuerzo, disciplina, tesón, y no todo el mundo, incluso entre los interesados, está dispuesto a ello o tiene las condiciones para ello o el tiempo, humanamente hablando, para hacerlo como corresponde. Se cae así en un tomismo light, que está lejos del tomismo real, del tomismo tomista que debiera ser el ideal del seguidor de Tomás de Aquino.

Por poner un ejemplo concreto de lo que venimos diciendo, el orden en que deben ser estudiadas las disciplinas es el siguiente:

1.       Lógica

2.       Filosofía de la naturaleza (y psicología)

3.       Metafísica (y ética)

4.       Y en la cumbre de la metafísica… La teología natural, Dios contemplado como acto puro y causa eficiente primera de todo cuanto existe.

Se trata ciertamente de un recorrido amplio y exigente, que no se hace en un par de semanas, ni siquiera en un par de meses y posiblemente tampoco en un par de años. Algunos se han aventurado incluso a decir que serían necesarios unos diez años de estudio, otros han dicho veinte, otros incluso más… Para poder madurar de forma conveniente toda la riqueza contenida en la obra tomista. Ello llevaría a un tomismo tomista, no tan solo a un tomismo light de conceptos aprendidos de memoria para hilar bonitos discursos de apariencia escolástica.

Por donde se ve lo errados que van aquellos que andan por el mundo con apariencia de tomistas y creyendo que por hablar de la forma y la materia ya son consumados discípulos del angélico doctor.

¿Cuál es la invitación? La invitación no puede ser otra que la de empezar cuanto antes nuestra formación intelectual, las circunstancias actuales lo requieren, lo exigen, pues los falsos doctores pululan y los lobos con piel de oveja causan estragos en el rebaño, confundiendo, engañando y devorando a los desprevenidos.

Si sientes la vocación por el trabajo intelectual y deseas acercarte al doctor de Aquino en busca de una sólida formación católica, teológica, filosófica y verdaderamente humanista, debes comenzar ya, el trabajo es mucho y los obreros pocos.

¡Ánimo! Dios sabrá recompensar con creces tu dedicación y con seguridad el hermano Tomás acompañará desde el cielo tus empeños y te alcanzará de Dios nuestro señor, por mediación de la santísima virgen María, sede de la sabiduría, la gracia de progresar en el estudio y ser luz en medio de una sociedad cada vez más sumergida en las tinieblas del engaño y el vicio.

 

Leonardo Rodríguez Velasco

sábado, 24 de septiembre de 2022

Santoral, en renovada versión digital. (Amabilidad de un lector del blog)

 Es para mí un gusto poder compartir aquí con ustedes un nuevo y valiosísimo aporte del amable lector que ya en otras oportunidades nos ha regalado el fruto de sus esfuerzos. Resulta que desde hace ya un buen tiempo ha venido en forma desinteresada renovando en formato digital algunos tesoros de la literatura católica, y en esta ocasión nos obsequia nada más y nada menos que el famoso santoral de la Editorial Luis Vives, el célebre santoral "Edelvives". Ya hace unos años compartimos aquí este santoral en la versión escaneada que corre por Internet, pero lo que ahora se les ofrece es una versión actualizada, impecable. 

Son 7 tomos, incluyendo uno de fiestas especiales del año litúrgico. Sin duda una verdadera joya y un trabajo impecable.

Dios se lo recompensará.



Tomo 1: ENERO - FEBRERO


Tomo 2: MARZO - ABRIL


Tomo 3: MAYO - JUNIO


Tomo 4: JULIO - AGOSTO


Tomo 5: SEPTIEMBRE - OCTUBRE


Tomo 6: NOVIEMBRE - DICIEMBRE


Tomo 7: FESTIVIDADES DEL AÑO LITÚRGICO









martes, 30 de agosto de 2022

Sobre la obra del padre Álvaro Calderón

Entre los interesados en el pensamiento de santo Tomás de Aquino hoy día, son muy pocos los que conocen, o más bien, tienen el privilegio de conocer, la obra del padre Álvaro Calderón, sacerdote de la Fsspx, argentino, insigne hijo del aquinate, quien luego de algunas décadas enseñando varios de los tratados de la 'Summa theologiae' a los seminaristas, y también la filosofía, me atrevo a decir que ha alcanzado una profundidad tal en su comprensión del tomismo, que lo ubica sin duda entre los mayores tomistas de la historia. 



Se ha dedicado a ser discípulo únicamente del aquinate, sin intermediarios, lo cual, luego de un paciente trabajo de años, le ha permitido asimilar de tal manera la mente del de Aquino, que se pasea por su obra captando lo esencial con una naturalidad que asombra.

La obra escrita que está produciendo quedará sin duda para la posteridad como un monumento de sapiencia, de trabajo paciente, de obediencia al maestro común, de trabajo intelectual arduo. Sus libros no tienen desperdicio, son una real joya.

Ha escrito una introducción a la filosofía llamada "Umbrales de la filosofía", donde de forma magistral penetra en el corazón mismo de la lógica, la filosofía de la naturaleza y la metafísica. Pero no es que las desarrolle como hacen los manuales comunes, sino que ante todo nos pone en contacto con su verdadera naturaleza, como interesado en que antes de hacer lógica sepamos de qué estamos hablando, igual con la filosofía de la naturaleza y la metafísica. Porque de nada sirve lanzarnos a hacer metafísica si antes no nos hemos ejercitado en su ser.

También ha dado a luz una obra en dos volúmenes llamada "La naturaleza y sus causas", y me atrevo a decir que estando ya escrita una obra así, es de necesaria y obligada lectura para el que quiera pisar con pie firme en el real y genuino pensamiento tomista. Y no crean que exagero, la obra es un monumento a la solidez intelectual, una real invitación a pensar con toda rigurosidad sobre la naturaleza física, escalón obligado del filósofo realista que desea construir una filosofía atenta a lo real. 

En esa obra el primer volumen es una exposición del ser de la filosofía de la naturaleza, de  manera que el lector tenga claro de una vez y para siempre de qué hablamos cuando hablamos de filosofía natural, definición, objeto, método, especificidad propia; pero todo ello desarrollado con tal acopio de autores, y sobre todo en tal fidelidad al propio Tomás, que se puede decir que estamos verdaderamente ante una de las obras máximas del pensamiento tomista de todos los tiempos. 

Certeza que sube si consideramos el volumen II, dedicado a las causas. Y es que el volumen segundo de esa obra lo dedica el padre a la exposición escrupulosamente exacta de las cuatro causas aristotélicas, material, formal, eficiente y final. Porque si la ciencia es conocimiento cierto POR las causas, y las causas son cuatro, hay que saberlas antes. 



Pero quizá la mayor obra que ha escrito hasta ahora es la que se llama "El orden sobrenatural", subtitulada como 'una inmersión en el tomismo profundo'. 

Aquí me quedo sin palabras, lo alcanzado por el padre en esta obra excede todo elogio que yo pudiera hacer de él. 



Es una obra en la que el padre se sumerge en el corazón del tomismo, la distinción entre esencia y ser, distintos en la creatura, pero identificados en el Creador. El padre va llevando como de la mano al lector hacia la comprensión de esa profunda verdad, llave maestra que abre la puerta de las mayores alturas alcanzadas por Tomás de Aquino, tanto en el orden natural, como en el propiamente sobrenatural. Se trata de una obra de tomismo consumado, TAL VEZ LA MÁXIMA OBRA TOMISTA de los últimos dos o tres siglos. 

Para encontrar algo así tendríamos que retroceder hasta los tiempos de Juan de santo Tomás, del cardenal Cayetano...o incluso retroceder hasta el siglo XIII, siglo de santo Tomás de Aquino. Porque el que habla en dicha obra es un auténtico discípulo del aquinate. Monumental. 

¿Qué más se podría decir? Mucho y nada que esté a nuestro alcance, tan solo pedir a la divina providencia que le conceda al padre años de vida suficientes para dejarnos algunos escritos más que nos acompañen en este valle de lágrimas que es el panorama intelectual moderno. Aunque por otro lado, quizá el propio padre en sus oraciones personales esté pidiendo más bien ir pronto al cielo a gozar con la clara visión de Aquél que aquí contemplamos tan solo bajo el velo de conceptos como acto puro o Ipsum Esse Subsistens.

 

Leonardo Rodríguez Velasco

sábado, 20 de agosto de 2022

Impedir la contemplación

Hablábamos en el artículo anterior acerca de la hipertrofia actual de la imagen, en perjuicio del concepto. Una de las consecuencias de dicha hipertrofia es la inhibición de la capacidad contemplativa del hombre, dado que ahora se instala en el mundo de la mera imagen, sin tomarla como trampolín para ascender a la ciencia de lo metafísico.

En el proceso de abstracción de los conceptos, la imagen cumple su función en la medida en que nos pone en contacto directo con lo real concreto, a partir de lo cual la inteligencia puede ejercer su acto propio de conceptualización abstracta y razonamiento. Para ello se requiere que el momento de la sensibilidad sea el primero, sí, pero escalera ante todo para la abstracción conceptual, único medio que tenemos para conocer las esencias de las cosas, su realidad más íntima. 

Pero en la hipertrofia de la imagen que padecemos actualmente, el momento de la sensación concreta de lo sensible no es una instancia del entero proceso de conocimiento, sino que se convierte en punto de llegada en donde el sujeto se instala, sin aspirar a un más allá de la imagen misma, de lo concreto material, de lo inmediato sensible.

De esta manera se impide la contemplación, en la medida en que se le cierra a la inteligencia la posibilidad de ver a través de la sensibilidad los valores puramente inteligibles, únicos capaces de satisfacer sus virtualidades naturales, estando ordenada a la contemplación de la verdad.

Tenemos entonces una inteligencia impedida de acceder a su alimento propio, reducida a la impotencia. Mientras que la sensibilidad ocupa el horizonte mental, tanto en la vertiente cognitiva, como en la tendencial.

Esto último significa que en lo relativo a la esfera tendencial humana, actuar voluntario, vida emocional y pasional, sentimientos, etc., la vida del hombre pasa a estar bajo el timonel de lo sensible, lo cual significa la reducción de la ética a la estética, palabras más, palabras menos. Estética entendida en su sentido etimológico, como lo percibido por los sentidos. Es entonces el triunfo de lo inmediato en el actuar humano, porque la imagen es lo inmediato, en contraposición al concepto que es lo permanente. Presenciamos entonces el triunfo de las "éticas" relativistas, es decir, éticas que son más bien estéticas del capricho individual. Es la entronización del "porque así lo quiero ahora" como criterio de actuar "voluntario". A eso se le ha llamado autonomía.

En cambio, una inteligencia que contempla lo real y accede mediante ello al reino de los valores inteligibles, es una inteligencia que puede construir una ética, fundamentada esta vez sobre los inteligibles metafísicos que develan la estructura íntima de lo real y no los dictámenes pasajeros del capricho volátil del sujeto "autónomo". 

De aquí la urgencia de tomar conciencia de todo esto y recuperar la centralidad de la actitud contemplativa frente a lo real, dando al universo de la imagen el lugar que debe ocupar, evitando a toda costa su hipertrofia actual. 

(Un buen comienzo sería revisar drásticamente el tiempo que dedicamos a las "redes sociales" y reemplazarlo por la lectura de buena literatura, comenzando por los clásicos, incluyendo en la dieta también a la filosofía y la teología).


Leonardo Rodríguez Velasco



martes, 16 de agosto de 2022

La imagen contra el concepto

Hace ya unos cuantos años, hurgando entre los libros de la biblioteca municipal de mi ciudad, encontré un librito pequeño que se llamaba "De la imagen a la idea", escrito por un sacerdote jesuita, cuyo nombre lamentablemente no logro recordar. En dicho libro, cuyo pleno significado filosófico no estaba yo en condiciones de entender en ese entonces, el autor realizaba una exposición del proceso de 'ideogénesis', es decir, el proceso psicológico de abstracción de los conceptos a partir de los datos suministrados por la sensibilidad. 

Me llamó mucho la atención y realicé un par de visitas más a la biblioteca en busca de ese libro. No recuerdo tampoco si lo leí completo, me imagino que no, hubiera sido una proeza de mi parte a esa edad, y más teniendo en cuenta que posiblemente entre el 60 y el 70 por ciento de lo que decía, era yo incapaz de captarlo en toda su profundidad.

Andando el tiempo, ya en mi época de universitario, vino a mis manos un libro de un politólogo italiano, Giovanni Sartori, "Homo videns, la sociedad teledirigida", en el cual el autor realizaba lo que en ese momento consideré una crítica bastante ingeniosa y válida a la sociedad actual, donde el pensamiento conceptual, racional, abstractivo, argumentativo, etc., ha cedido su lugar al imperio de la imagen, de la sensación, de lo inmediato, de lo que no exige de suyo esfuerzo de pensamiento alguno.

¿Y por qué te hablo, querido lector, de esos dos libros? Porque me parece que a pesar de la distancia que separa al uno del otro, y a ambos respecto de nuestros días presentes, lo cierto es que actualmente se verifica a una escala monstruosa lo denunciado por Sartori, el 'homo sapiens' ha cedido su trono (si alguna vez lo tuvo realmente) ante el 'homo videns', el hombre del pensamiento racional al hombre televidente, teledirigido, que renuncia gozoso al deber de pensar y se entrega en manos de la propaganda, de los modernos sistemas de comunicación de masas, de las redes sociales, de la Internet.

Es difícil no ver lo que estamos diciendo. Por todos lados se nota y es evidente el descenso de las competencias cognitivas (para usar una expresión 'moderna') del hombre actual. Y no es solo un asunto de los sistemas de educación, que por supuesto que sí, sino que la cosa apunta a algo más global, más universal, la invasión de la imagen sobre el concepto, auspiciada por los grandes medios que parecen interesados en que sus consumidores permanezcan inactivos ante el tsunami de "información" que día a día les sirven como alimento mental.

Y es que para escapar de dicha pasividad hay que razonar, en el sentido más aristotélico de dicha expresión, lo cual implica usar a conciencia las tres operaciones de la inteligencia: simple abstracción, juicio y raciocinio. Cada una de ellas supone la anterior y la primera y la tercera convergen en la segunda, en el juicio, cuando la inteligencia, fecundada por lo real captado por medio de los sentidos iluminados por la luz del intelecto agente, emite su verbo mental, concibe, da a luz su palabra humana que es el concepto, con el cual teje las proposiciones, que sirven de materia prima al razonamiento, que concluye a su vez en un juicio en el que la inteligencia finalmente descansa. 

Y ello requiere esfuerzo, disciplina, constancia. Exactamente lo opuesto de sentarse frente a una pantalla y pasar horas recepcionando pasivamente el contenido cuidadosamente creado para mantenerme en ese estado cuasi vegetativo. 

La Internet, con sus redes sociales y su prácticamente ilimitado número de páginas web, representa el triunfo de la imagen; y con imagen nos referimos aquí al universo sensible, que incluye lo visual pero también lo auditivo, la sensibilidad toda. Es difícil no sentirse subyugado por tantas formas, colores, movimientos, animaciones, sonidos, etc., cuando nos entretenemos ante la pantalla del celular o del computador, es verdaderamente una red que sabe cómo atraer la atención y atraparla.

Pero no se trata ya, como en el libro del jesuita que rastrea la ideogénesis, de una sensibilidad que sirve de punto de apoyo para el trabajo abstractivo de la inteligencia, sino que se trata ahora de una sensibilidad que permanece en lo sensible, que no ofrece otra cosa más allá de la desnuda sensación y lo que ella puede ofrecer en términos de experiencia de lo inmediato, lo que cautiva en el instante, lo pasajero, lo que detrás de sí llama otra imagen que viene pronto a suplantar la anterior, en un desfile interminable de percepciones que se quedan en la mera materialidad de lo visual/auditivo. 

Tenemos así un universo de lo sensible hipertrofiado, que a su vez atrofia el ejercicio propio de la inteligencia. No hay abstracción, se la estorba, se la impide, y en un movimiento completamente desnaturalizador, se le cierra al intelecto agente la posibilidad de fecundar los datos sensibles para alumbrar el concepto. Es una especie de aborto epistemológico.

Nada tiene de raro entonces que las nuevas generaciones sean cada vez más  incapaces de los grandes retos metafísicos, de pensar los grandes pensamientos, de razonar en profundidad sobre las grandes verdades, esas que, aunque tomando pie de la sensibilidad, se ubican más allá, en el reino de lo inmaterial, universal y necesario; que es el reino del concepto. Se han habituado a la imagen y se encuentran con la incapacidad de alumbrar el concepto, el concebido.

Se trata de la imagen ocupando un lugar que no le corresponde, usurpando un sitial que no es suyo, invadiendo la vida mental toda de la persona que se paraliza frente a una pantalla a disfrutar por horas de un tsunami interminable de imágenes que saturan y embotan su capacidad de razonamiento abstracto. Es la muerte del pensamiento.


Queda sobre este asunto mucha tela por cortar, por ahora dejemos aquí.


Leonardo Rodríguez Velasco.


lunes, 15 de agosto de 2022

Nuevo libro: La iglesia y el orden político

 

(clic)

El presente es un libro del padre Álvaro Calderón, de la fsspx. Lo dedica el padre a exponer la teología del Reino de Dios, teología que le sirve luego de fondo para mostrar las relaciones entre la iglesia y la política. Será el primero de una serie de obras en las que el autor recorrerá la entera historia de la iglesia en sus ires y venires con los diversos regímenes políticos. Sin duda una obra del mayor interés.

domingo, 14 de agosto de 2022

Nuevo libro: Curso de física.

(Clic)

Este es un libro bastante curioso, lo encontré en Internet por pura casualidad, pero resulta que, aunque no trae el nombre del autor, sospecho que se trata de una obra del querido padre Álvaro Calderón, Fsspx.

Es, como su nombre indica, un curso elemental de física o filosofía de la naturaleza. Pero incorpora temas como la inercia, el tiempo y el espacio. De manera que no es una introducción más a la filosofía de la naturaleza, sino que es una plenamente aristotélica, es decir, una en la que no se cae en la distinción entre ciencia y filosofía, sino que se respeta la unidad de dicha disciplina. Hasta ecuaciones encontrará el lector en este libro.

De dimensiones es corto, no pasa de las 150 páginas, pero al estar escrito, como intuyo, por un gran conocedor de la filosofía aristotélico-tomista, resulta una obra verdaderamente imprescindible.



sábado, 13 de agosto de 2022

La demostración de la existencia de Dios en la "Suma contra los gentiles" (3a. parte)

 Vamos a ocuparnos ahora de la segunda proposición que necesitamos fundamentar, la que dice así:

    - No es posible proceder al infinito en la serie de motores movidos.

Recordemos que en el argumento para mostrar la necesaria existencia de un primer motor inmóvil, fuente de todo movimiento/cambio que vemos a nuestro alrededor en el universo, santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, decía que dado que evidentemente algo se mueve en el universo (mejor dicho, todo se mueve con algún tipo de movimiento/cambio), y que todo lo que se mueve se mueve por otro (que explicamos en el artículo anterior), hay que conceder que eso que mueve debe ser a su vez movido por otro o no; si no, llegamos a nuestro motor inmóvil; si sí, entonces procedemos a preguntarnos por el movimiento de ese motor anterior, si es causado o no, y si es causado vamos ascendiendo en la serie...

Ahora bien, en dicha serie o llegamos a uno primero que no sea móvil, que no cause el movimiento cambio de otro moviéndose a su vez; o no llegamos a uno primero sino que seguimos subiendo en la serie indefinidamente, es decir, in infinitum. Pero como esto último es imposible, se concluye que debe necesariamente llegarse a un primer motor inmóvil, causa del movimiento/cambio de todo lo demás.

Por eso hay que probar ahora esa afirmación de que no se puede ir al infinito en la serie de motores que son a su vez movidos.

¿Cómo lo hace santo Tomás? De tres formas.


1. 

    - En una serie de motores movidos, estos necesariamente han de ser cuerpos divisibles (aquí pone de nuevo la autoridad de Aristóteles en el libro VI de su "Física").

    - Todo cuerpo que mueve siendo movido, al tiempo que mueve ES MOVIDO.

    - Luego la pretendida serie infinita de estos se movería al moverse uno de la serie.

    - Pero ese uno, siendo cuerpo divisible, se mueve en una medida de tiempo finita, ya que todo cuerpo se mueve en tiempo finito. 

    - PERO lo anterior significaría que la serie infinita se movería en un tiempo finito, lo que resulta imposible. Un tiempo finito no mide un movimiento infinito.

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El núcleo del anterior razonamiento está en el hecho de que una serie supuestamente infinita de cuerpos motores movidos debe estar en continuidad (un cuerpo continuo al otro), lo que vendría a ser una especie de gran cuerpo unitario, en virtud de la continuidad. Pero como cada miembro de dicha serie es un cuerpo cuyo movimiento se mide en tiempo finito, al moverse uno de la serie se movería la serie toda (por la continuidad de ser motores movidos en simultáneo). Y entonces la serie infinita, por continuidad, se movería en un tiempo finito, lo que es imposible.


2.

    - En una serie de motores movidos, es decir, en una serie en la que el movimiento de cada miembro depende causalmente del movimiento de otro; si se quita el primero cesa el movimiento de la serie toda.

    - Pero en una serie infinita, como indica su nombre, no hay un primero. Luego en dicha serie nada se movería porque faltaría la fuente causal primera del movimiento.


3.

    - Aquello que mueve solo en la medida en que a su vez es movido, se dice que mueve "instrumentalmente", a manera de instrumento.

    - Pero resulta que en una pretendida serie infinita se motores movidos, todos serían motores instrumentales SI NO SUPONEMOS la existencia de un primer motor inmóvil.

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Por esos tres caminos que les he resumido arriba prueba santo Tomás la veracidad de esta proposición: no se puede proceder al infinito en la serie de motores que son a su vez movidos...por otro.

Y quedando entonces demostradas las dos proposiciones claves del argumento, queda demostrada con suficiencia la conclusión: es necesario llegar a la existencia necesaria de un primer motor inmóvil al que llamamos Dios.

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¿Les parece poca cosa concluir que debe existir un primer motor inmóvil? Pues quizá no se los parezca tanto al ver todo lo que a partir de allí se concluye...


QUE ALGO SEA MOTOR INMÓVIL implica que es:


A) Primer motor que mueve todos los demás motores. Luego su causalidad se extiende a todo lo que mueve o es movido = universalidad de la causalidad divina.


B) Luego todas las cosas están subordinadas a la causalidad de este primer motor = providencia divina.


C) Luego está presente a todas las cosas, porque en todas obra = omnipresencia divina.


D) Luego contiene de antemano y actualmente todas las perfecciones que los motores inferiores adquieren bajo el influjo de su acción: la vida, la inteligencia, la ciencia, la virtud, etc., = omniperfección divina.


Y siendo inmóvil es...


E) Motor absolutamente inmóvil, acto puro sin mezcla de potencia.


F) Perfección pura, plenitud de perfección.


G) Uno y único, siendo acto puro no se divide ni se multiplica pues no tiene potencialidad para ello = unicidad de Dios, monoteísmo.


H) Su obrar se identifica con su ser; y su existir con su esencia.  Porque en Él no hay composición de acto/potencia = ser subsistente.


I) Absolutamente inmutable, por carecer de toda potencialidad = eternidad de Dios.


(Estas últimas consideraciones en cursiva las tomo tal cual del volumen primero de la Suma de teología bilingüe, de la BAC)


Y se podría seguir extrayendo conclusiones estrictamente lógicas...

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De esa manera concluye Tomás mostrando la existencia de un primer motor inmóvil, al que llamamos Dios.


Leonardo Rodríguez Velasco.

viernes, 12 de agosto de 2022

La demostración de la existencia de Dios en la "Suma contra los gentiles" (2a. parte)

Vamos a continuar presentando la prueba de la existencia de Dios que santo Tomás expone en el capítulo XIII del libro primero de la “Summa contra gentes”.

Habíamos dicho en el artículo anterior que en el razonamiento que usa santo Tomás allí, prestado de Aristóteles, hay dos afirmaciones que requieren ser probadas porque constituyen el núcleo del argumento; aquí nos ocuparemos de la primera:

-          Todo lo que se mueve, se mueve por otro.

Para cualquiera con un mínimo de capacidad de observación resulta evidente que en el universo existe el movimiento, es algo evidente a los sentidos. Y no solo existe el movimiento, sino que parece ser que TODO a nuestro alrededor se mueve, si no localmente, que es uno de los tipos de movimiento, sí al menos de alguna otra manera. Porque se ha de tener en cuenta que los griegos le daban a la palabra movimiento un significado mucho más amplio que el que nosotros hoy le damos normalmente, pues para nosotros movimiento es ante todo el movimiento de lugar, ir de un sitio a otro. Pero para los griegos el movimiento era básicamente TODO tipo de cambio; de manera que allí donde se daba alguna especie de cambio, se hablaba de movimiento. Y es que efectivamente si entendemos el movimiento en general como todo paso o tránsito de un punto A a un punto B, entonces evidentemente todo cambio se puede entender de esa forma porque, por ejemplo, pasar de no saber algo (ignorancia), a saberlo (ciencia), puede entenderse como paso o tránsito del punto A-ignorancia, al punto B-ciencia. Y si hoy mido un metro con 50 centímetros de altura, y en seis meses mido un metro con 51 centímetros, ese paso de un punto A-1.50m a un punto B-1.51m, se puede entender también como un cierto movimiento. Incluso el animal que muere, o el que nace, lo hacen mediante un proceso A-B, existir a nos existir, o no existir a existir.

De manera que para el griego todo cambio implica los mismos elementos básicos del movimiento y por ende puede ser entendido como tal: movimiento=cambio.

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Volvamos al argumento tomasiano del “Contra gentes”.

Las cosas se mueven/cambian, evidente a los sentidos. Bien. Pero Tomás, siguiendo a Aristóteles nos dice que TODO LO QUE SE MUEVE/CAMBIA, SE MUEVE/CAMBIA POR OTRO. Es decir, nada se mueve/cambia a sí mismo, siempre que algo se mueve lo hace en virtud o por causa de otro.

¿Cómo así? Parece una afirmación extraña, porque, por lo menos en el reino de los seres vivos, pareciera a primera vista que los seres vivos se mueven a sí mismos. Pues bien, resulta que bien miradas las cosas no es tan así, pues lo que en verdad sucede es que una parte mueve a otra; a su vez la parte que movió fue movida por otra…y así: camino, pero camino por el movimiento de mis piernas; y estas caminan por la actividad de ciertos músculos; y estos por la actividad de ciertos tejidos convenientemente estimulados mediante un complejo sistema electro-químico a nivel celular; y el nivel celular a su vez se mueve por niveles cada vez más íntimos de causalidad; y en últimas está mi voluntad que quiso que me moviera (e incluso mi voluntad es movida por la causa primera, pero ese es un tema difícil por ahora).

De manera que siempre que vemos movimiento/cambio en el universo, eso que se mueve/cambia está siendo en ese preciso instante movido/cambiado por otro, así sea al menos por una de sus partes.

Y entonces santo Tomás nos dice que no puede haber nada que se mueva a sí mismo, ni siquiera Dios, puesto que Dios es primer motor inmóvil.

Afina luego santo Tomás el argumento y dice bueno, vamos a suponer que algo se mueve a sí mismo, ese algo tendría que cumplir las siguientes características:

 

1.       - Tener en sí mismo el principio o fuente del movimiento. Puesto que si dicho principio está en algo exterior evidentemente no se movería sí mismo, sino que se movería por otro.

2.       - Moverse como totalidad, es decir, que no sea movido por una de sus partes, sino que se mueva como un todo.

3.       - Que sea divisible, es decir, tenga partes. (Esta última condición la toma Tomás del libro de la “Física” de Aristóteles; más exactamente del libro VI. Allí el filósofo realiza una compleja argumentación en torno a los continuos en tanto que divisibles, y muestra cómo no se puede concebir un indivisible móvil, sino que necesariamente todo móvil, para ser tal, debe tener partes. Se trata de una argumentación difícil en la cual el estagirita se explaya sobre la relación entre el tiempo y el movimiento, argumentando cómo si algo fuera indivisible no podría extenderse en las unidades de tiempo que todo movimiento postula, concluyendo que si algo es móvil necesariamente ha de tener partes. Pero se trata de un capítulo bastante difícil de la Física aristotélica que aquí no podemos desarrollar. Daremos entonces por sentada tal demostración).

 

Entonces el santo razona de la siguiente manera:

 

-          - Lo que se mueve a sí mismo ha de moverse como totalidad, no por alguna de sus partes.

-          - Pero ello significa, en otros términos, que, si una de sus partes está en reposo, el todo ha de estar en reposo también. ¿Por qué? Porque si sucediera que una de sus partes estuviera en reposo mientras que otra en movimiento, entonces ya no podríamos decir que dicho ser se mueve como totalidad, sino habría que atribuir el movimiento a aquella parte que se mueve, no a la que queda en reposo.

-          - PERO lo anterior quiere decir que, paradójicamente, el movimiento o reposo del todo dependería del movimiento o reposo de alguna de sus partes; y algo cuyo movimiento o reposo depende del movimiento o reposo de una de sus partes, es algo que NO se mueve a sí mismo como totalidad, sino que tiene movimiento DEPENDIENTE.

 

¿Difícil?

 

No tanto. En esencia Tomás está diciendo lo siguiente:

 

-          - Algo se mueve a sí mismo solo si su moverse NO ES DEPENDIENTE de nada sino de sí mismo como totalidad.

-          - Pero como todo lo que se mueve es divisible, o tiene partes (según prueba Aristóteles en el libro VI de la “Física”), ello significa que, si una parte está en reposo, el todo ha de estar en reposo; o si en movimiento, en todo ha de moverse. Pues de lo contrario, si una parte pudiera estar en reposo mientras la otra en movimiento, entonces el movimiento se atribuiría a dicha parte, y no al todo.

-          - Pero ello significaría en últimas que el movimiento del todo DEPENDERÍA del movimiento de sus partes.

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Luego presenta el santo otro argumento, quizá un poco más sencillo de entender porque se basa en las nociones primeras de acto/potencia:

 

-          - Nada puede estar en potencia y en acto respecto de lo mismo. Nada puede ir hacia Bogotá y estar ya en Bogotá al mismo tiempo. Nadie puede saber las tablas de multiplicar y al mismo tiempo ignorarlas, etc.

-          - Todo lo que se mueve, en tanto que se mueve, está en potencia.

-          Y todo lo que mueve, en tanto que mueve, está en acto.

-          - ERGO, nada puede ser, respecto de lo mismo, motor y movido.

En la “Suma de teología” pone también santo Tomás de primera la prueba de la demostración de la existencia de Dios por el movimiento, y retoma la explicación del principio “Omne autem quod movetur, ab alio movetur”, todo lo que se mueve, es movido por otro. Remitimos allí al lector para que pueda profundizar en este importante principio del pensamiento tomista.

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En un próximo artículo mostraremos la segunda afirmación que santo Tomás dice que debe probarse: no es posible proceder hasta el infinito en la serie de motores que son a su vez movidos.

 

Leonardo Rodríguez Velasco



martes, 9 de agosto de 2022

La demostración de la existencia de Dios en la “Suma contra los gentiles” (1a. parte)

La demostración de la existencia de Dios es siempre el punto de partida de santo Tomás de Aquino en sus grandes obras, la “Suma contra los gentiles” (SCG) y la “Suma de teología”; y esto es así porque si la idea es hablar acerca de Dios, que eso es la teología, pues resulta natural y conveniente que lo primero que se haga sea mostrar su existencia. Entonces, en ambas ‘sumas’ inicia santo Tomás probando que Dios existe, para ahí sí luego dedicar toda la potencia de su grandioso intelecto a exponer su naturaleza, en cuanto es ello posible a la luz de la razón natural.

Vamos a repasar aquí la forma (al menos una) en que lleva a cabo el santo esa tarea en la SCG, más exactamente en el capítulo XIII del primer libro (la SCG tiene 4 libros y 463 capítulos); en una próxima oportunidad quizá repasemos lo propio en la “Suma de teología”.

Comienza el santo diciendo que:


Ostenso igitur quod non est vanum niti ad demonstrandum Deum esse, procedamus ad ponendum rationes quibus tam philosophi quam doctores Catholici Deum esse probaverunt.

Habiendo mostrado ya que no resulta vano intentar la demostración de la existencia de Dios, procedemos ahora a establecer las razones con las que, tanto los filósofos como los doctores católicos, demostraron que Dios existe.


Lo anterior lo dice porque en los capítulos inmediatamente anteriores había refutado las ideas de aquellos que consideraban inútil probar que Dios existe, unos por creerlo imposible y otros por creerlo innecesario.

Prosigue el santo:

 

Primo autem ponemus rationes quibus Aristoteles procedit ad probandum Deum esse. Qui hoc probare intendit ex parte motus duabus viis.

En primer lugar pondremos los argumentos con los que Aristóteles prueba de Dios existe. Lo cual hace a partir del movimiento, mediante dos caminos.

 

Y he aquí la importancia del análisis filosófico del movimiento. En el breve curso de introducción al pensamiento de santo Tomás de Aquino que estábamos ofreciendo por medio de YouTube, habíamos comenzado en los últimos videos a tratar el tema de la filosofía de la naturaleza, es decir, aquella parte de la filosofía que se ocupa del estudio del ente móvil, del ente afectado de potencialidad y capaz de cambio o movimiento (que para el griego eran cuasi sinónimos). Y en dicha filosofía de la naturaleza se estudia el cambio como punto de entrada a la consideración filosófica de la realidad física, puesto que el cambio es la característica más patente de todo lo que nos rodea. Y de dicho análisis del cambio, bien realizado, surgen una serie de aprehensiones conceptuales que constituyen el punto de partida de la entera filosofía. Si no se comienza por allí, por el humilde análisis del humilde ente móvil, y se pretende ingresar en la filosofía directamente por la metafísica o por el análisis del conocimiento, se corre el riesgo de elaborar un edificio de bellas abstracciones que quizá por no estar firmemente enraizadas en lo real, serán a lo mejor muy atractivas y bien elaboradas, pero no responderán a la realidad sino más bien al prurito de sistema, que diría Balmes.

De manera que la entera filosofía comienza por la filosofía de la naturaleza, y por ende también nuestro asunto, que es la demostración de la existencia de Dios.

Dice entonces el santo que nos va a presentar la manera en que Aristóteles muestra que Dios existe, y ello por dos caminos o vías, de las cuales analizaremos aquí la primera, dejando la segunda para la curiosidad del amable lector.

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Pongamos las propias palabras del santo:

 

Quarum prima talis est: omne quod movetur, ab alio movetur. Patet autem sensu aliquid moveri, utputa solem. Ergo alio movente movetur. Aut ergo illud movens movetur, aut non. Si non movetur, ergo habemus propositum, quod necesse est ponere aliquod movens immobile. Et hoc dicimus Deum. Si autem movetur, ergo ab alio movente movetur. Aut ergo est procedere in infinitum: aut est devenire ad aliquod movens immobile. Sed non est procedere in infinitum. Ergo necesse est ponere aliquod primum movens immobile.

 

De las cuales la primera es: todo lo que se mueve, se mueve por otro. Y efectivamente es patente a los sentidos que algo se mueve, como por ejemplo el sol. Por lo que decimos que se mueve por otro. Ahora bien, aquello que mueve a su vez se mueve o no. Si no se mueve tenemos lo que buscamos, a saber, que es necesario concebir un motor inmóvil. Y a ello llamamos Dios. Más si se mueve, se mueve por otro. Y así las cosas habrá que proceder hasta el infinito, o se debe llegar a un motor inmóvil. Pero resulta que no es posible proceder hasta el infinito, por lo que es necesario concebir un primer motor inmóvil.

 

Esta también es la primera prueba que usa santo Tomás en las cinco vías de la Suma de teología, la famosa prueba a través del análisis del movimiento, y por medio de la cual se llega a establecer la necesaria existencia de un primer motor inmóvil, que es Dios.

Dice el santo que en ese argumento que acaba de ofrecer se debe establecer la verdad de dos proposiciones, que son como el núcleo de toda la demostración, y son las siguientes:

1.       Que todo lo que se mueve es movido por otro.

2.       Que no se puede proceder hasta el infinito en la serie de motores movidos.

En la siguiente publicación veremos cómo el santo prueba la primera de dichas proposiciones...

 

 

Leonardo Rodríguez Velasco.

martes, 2 de agosto de 2022

A propósito de la lectura de la "Suma contra los gentiles".

Confieso que nunca había leído en forma constante y completa la obra “Suma contra los gentiles” de santo Tomás de Aquino; sucede a veces que uno se apega más a unas obras que a otras y siempre deja para después las que no le llaman la atención en un primer momento. Y esto fue así por años, lamentablemente.

Hace algunas semanas a través de un sitio de internet encontré un ejemplar de dicha obra a precio muy razonable y decidí adquirirla. La edición es agradable a la vista y cómoda a pesar de ser voluminosa, entonces tomé la decisión de leerla ya con detenimiento. La obra es inmensa, está dividida en 4 libros con 463 capítulos en total, así:

Libro primero: 102 capítulos.

Libro segundo: 101 capítulos.

Libro tercero: 163 capítulos.

Libro cuarto: 97 capítulos.

 

De manera que desde principios del mes pasado comencé el libro primero. El orden de los temas de los 4 libros es el siguiente: en el libro primero expone santo Tomás todo lo referente a Dios, en cuanto puede alcanzarlo la razón natural, es decir, la teología natural. El libro segundo presenta la obra de la creación de todas las cosas, en particular dedicando la mayor parte de sus capítulos al alma y a las substancias separadas (ángeles). El tercer libro es enorme, el más largo de los cuatro, 163 capítulos en los que aborda diversos temas tales como el obrar de los agentes libres, la felicidad humana, la providencia divina, los milagros, etc. Aquí explica Tomás cómo la criatura racional ha de encontrar su felicidad en Dios. Y finalmente en el cuarto y último libro se ocupa santo Tomás de aquellos misterios que están por encima (no en contra) de la razón natural, es decir, aquí el santo estudia misterios tan altos como la Santísima Trinidad, la encarnación del Verbo, los sacramentos y el destino final del universo. Se trata como puede verse de una obra verdaderamente monumental, tanto en su extensión como en la calidad de sus temas; y si tenemos en cuenta que la comenzó a escribir solo algunos años antes de su obra magna la “Summa theologiae”, podemos pensar que estaba ya el santo preparando esa gran obra y como que calentando motores.

Les dije entonces que acabé hace poco el primer libro, el de los 102 capítulos acerca de Dios, en cuanto puede ser alcanzado por la sola razón natural. Aquí el santo le presenta al lector todo lo que el ser humano llevado por las fuerzas de su sola razón puede alcanzar a conocer acerca de Dios.

Comienza el santo dedicando los primeros 9 capítulos a hacer una introducción general en donde se presenta a sí mismo como quien desea realizar la tarea del sabio que es investigar las causas de las cosas, y siendo Dios (como más adelante demuestra) la causa primera de todo, la verdadera y suprema sabiduría estará entonces en el estudio de Dios. A partir del capítulo 10 el santo inicia un fenomenal recorrido tratando de analizar la naturaleza de Dios, cómo es Dios, o más bien, cómo no es Dios, puesto que lo que conocemos de Dios lo alcanzamos a través del espejo de sus efectos, los cuales por su limitación no nos permiten un conocimiento perfecto de su causa sino solo una aproximación a ella. El lector entonces ve pasar ante sus ojos capítulos de la mayor importancia en los que el santo nos habla de que Dios es eterno, inmaterial, uno, infinito, inteligente, bueno, etc. Y además tenemos en el capítulo 22 la exposición de esa verdad tomista por antonomasia que es la identificación en Dios de la esencia y el acto de ser, verdadera fuente de donde se desprenden con una lógica aplastante los mayores predicados que podemos hacer acerca del ser divino.

A partir del capítulo 45 y hasta el final, el santo se ocupa de presentarnos la actividad inmanente de Dios en cuanto a su inteligencia y su voluntad. Capítulos de una finísima penetración que exigen la mayor atención de parte del lector, pues el santo va elaborando sus demostraciones haciendo pie en lo que antes expuso, de manera que el edificio se sostiene sólidamente en sus bases y si estas, que expuso en los primeros capítulos, no se entienden bien, después no se comprende el resto. Termina el santo con tres capítulos donde nos habla de la felicidad de Dios y cierra con esa expresión tan hermosa que dice:

Ipsi igitur qui singulariter beatus est, honor sit et gloria in saecula saeculorum. Amen.

Al que es, pues, singularmente bienaventurado, sea el hoor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

¿Recomiendo la lectura de este primer libro? Por supuesto, de los 4, y de toda la obra de santo Tomás.

Se trata de un recorrido exquisito por la mente de un genio que nos habla de Dios y lo pone al alcance de la razón humana, tarea más que necesaria en un momento histórico como el nuestro en donde por todos lados se nos dice que la creencia en Dios debe desaparecer ante el avance de la “ciencia”. Ver la manera magníficamente coherente con que santo Tomás va, ahora sí, científicamente desglosando todo lo que la razón puede investigar sobre Dios, es no solo gratificante sino que nos fortalece en la fe y nos llena de argumentos para poder dar razón de nuestra esperanza.

 

Leonardo Rodríguez Velasco.

miércoles, 27 de julio de 2022

A propósito de la filosofía de la naturaleza

Vamos a decirlo desde el comienzo: la filosofía de la naturaleza es la gran desconocida.

Cuando se habla de filosofía es normal asociarla con disciplinas como la lógica, la metafísica, la ética, la antropología y poco más; pero de ninguna manera se nos ocurre relacionarla inmediatamente con algo llamado filosofía de la naturaleza. Y sin embargo resulta que la filosofía de la naturaleza no solo es efectivamente una de las partes de la filosofía, sino que se trata de una parte con una capital importancia, ya que es en ella donde tomamos contacto primero y fundamental con lo real inmediato y lo asumimos en clave genuinamente filosófica. Decimos contacto primero porque en la lógica, por su sujeto específico, no se trata tanto de la realidad (por lo menos no de forma directa), sino más bien de nuestro modo de conocer lo real, de pensarlo. Y decimos contacto fundamental porque al iniciar la filosofía partiendo del contacto real, directo y concreto con el universo físico, se constituye ello en el fundamento y garantía de una filosofía eminentemente realista. Veamos.

Normalmente se nos dice que hay que iniciar por el estudio de la lógica. Y eso es correcto y está muy bien, se debe comenzar por la lógica, pues allí adquirimos las herramientas adecuadas para el bien pensar. Pero lo que debe venir en seguida ya no es siempre tan claro, ya que, si revisamos los manuales más corrientes, en seguida después de la lógica algunos continúan con la antropología, otros pasan directamente a la metafísica, algunos siguen con la ética y los hay también que continúan luego de la lógica con los asuntos relativos a la teoría del conocimiento o epistemología (para ajustarnos al modo actual de hablar, harto impreciso).

¿Qué debe seguir a la lógica? No puede ser la metafísica puesto que evidentemente la metafísica es más bien la cima de la investigación filosófica, la disciplina reina en la que finalmente se contemplan las razones últimas de todo, según como la inteligencia humana del “homo Viator” es capaz de alcanzarlas. Tampoco podría ser la ética, puesto que por mero sentido común resulta evidente que para tratar acerca del fin de los actos humanos y los medios que a él conducen, estando de por medio la libertad humana, las pasiones, los hábitos, vicios, vida en sociedad, etc., hay que conocer primero la misma naturaleza humana, tarea que se lleva a cabo en la antropología filosófica o filosofía del hombre.

¿Será entonces que luego de la lógica debe venir dicha filosofía del hombre o consideración filosófica sobre el ser humano? Tampoco, porque el ser humano, siendo como es un ente natural, un ser de la naturaleza, solo puede ser estudiado una vez que se poseen ya las generalidades al menos de lo que respecta a dichos entes naturales. Y llegamos así a la filosofía de la naturaleza, cuyo objetivo, para decirlo brevemente, es considerar en el orden filosófico la realidad natural entera, el ente natural, físico, móvil, potencial.

Tenemos entonces que después de la lógica ha de estudiarse la filosofía de la naturaleza.

Pero no decíamos arriba que es fundamental esta disciplina solo por este hecho de seguirse después de la lógica en un orden correcto de aprendizaje, sino ante todo por el hecho de que en la filosofía de la naturaleza entramos en contacto fecundo con la realidad, en el sentido más concreto de esta palabra, la realidad física, singular, afectada de temporalidad, espacialidad, etc. ¿Y esto es importante? ¡Claro, es importantísimo! ¿Por qué? Porque ello nos da la garantía de que todo lo que venga después se construirá sobre la base sólida de lo real, lejos de cualquier idealismo, o de cualquier pasión abstraccionista (palabra medio fea).

¿Y qué conceptos nos va a heredar la filosofía de la naturaleza? ¡Conceptos de la mayor importancia! Substancia, accidentes, esencial, accidental, formal, material, actual, potencia, y otros. Estos conceptos que en distintos niveles de visualización abstractiva van a ser transversales a lo largo de todas las demás disciplinas filosóficas, se aprehenden por vez primera en la filosofía de la naturaleza, es allí donde se conocen por primera vez, se abstraen por primera vez formalmente, se aprende a conocerlos, manejarlos y aplicarlos por primera vez. Y todo ello con la garantía de no estar especulando teorías ajenas a lo real y fruto meramente de espíritus abstractos, sino seguros de estar refiriéndonos con ellos a aspectos reales, de lo real-real, por decirlo de alguna manera.

De forma tal que el que no quiere empezar por la filosofía de la naturaleza y salta, por ejemplo, a la metafísica inmediatamente después de estudiar algunos rudimentos de lógica, seguramente al manejar en la metafísica todos esos conceptos fundamentales podrá dar de ellos una definición aprendida de memoria y elaborar un discurso coherente, pero ciertamente no podrá captar en todo su sentido, en toda su riqueza, ni en todo su alcance las propias afirmaciones que realice. Algo semejante al que luego de probar un exquisito plato pudiera hacer la lista de sus ingredientes pero sin saber de dónde vinieron ni por qué se mezclaron en la proporción en que el chef lo hizo.

No rechacemos entonces comenzar humildemente por la filosofía de la naturaleza; es entendible que la importancia de los asuntos metafísicos, o la atracción de los temas éticos o la evidente fascinación que puede provocarnos el estudio de la naturaleza humana, pueda impulsarnos a saltar etapas e ir directamente a lo que más nos interese, pero obrando así estaríamos impidiéndonos a nosotros mismos el logro de una real comprensión de tan importantes cuestiones.

¡Bienvenido entonces el esfuerzo por adentrarnos en la humilde pero importante filosofía de la naturaleza!


Leonardo Rodríguez Velasco.


 

sábado, 16 de julio de 2022

La ciencia como oportunidad de contemplación. Un texto de santo Tomás.

Una de las características de la ciencia actual es que ha perdido su impronta contemplativa (cosa que viene sucediendo desde hace varios siglos con el racionalismo y positivismo triunfantes); es decir, ha dejado de ser un conocimiento orientado en último término por el deseo de alcanzar la fuente misma del ser y de la inteligibilidad de lo real, Dios. Cosa que no era así en la Edad Media, por ejemplo, puesto que el medieval tenía muy clara la idea de que todo conocimiento, además de revelar una parcela de la realidad a los ojos de la inteligencia humana, estaba llamado a servir de escalón para una contemplación más profunda del ser, una contemplación abierta a la fuente del ser, al ser por esencia, al ipsum esse subsistens. De esta forma entonces no había contradicción entre el estudio de algún sector de la realidad y su entroncamiento en una mirada metafísica más amplia.

Muy distintas son las cosas hoy en día, y desde hace un par de siglos. La ciencia, o lo que así es llamado, ha cortado todo lazo que la pudiera unir con lo trascendental para reducirse al estudio de la realidad material, en su desnuda y pura materialidad. Y no contenta con eso ha proclamado que de hecho no hay nada más allá de ello, en una evidente hipertrofia indebida de sus atributos epistemológicos.

Vale la pena entonces dar una mirada a un capítulo bastante olvidado de una obra bastante olvidada de un autor bastante olvidado. Me refiero al capítulo segundo, del libro segundo de la “Suma contra los gentiles”, de santo Tomás de Aquino. Allí el santo expone en breves párrafos lo que bien pudiera llamarse una carta magna de la investigación científica.

Pondremos los textos mismos del santo, acompañados de sencillos comentarios:

 

Capítulo II:

 

Quod consideratio creaturarum utilis est ad fidei instructionem.

Que la consideración o estudio de las creaturas (todo el universo) es útil para instruir en la fe.

 

Pone aquí santo Tomás cuatro razones por la cuales considera que el estudio de naturaleza es útil para la fe.

 

1.       Primo quidem, quia ex factorum meditatione divinam sapientiam utcumque possumus admirari et considerare. En primer lugar, porque de la meditación de sus obras podemos admirar y considerar la divina sabiduría.

En la belleza, orden, complejidad, etc., de una obra se puede reconocer, y, por ende, admirar la pericia de su autor. Así, a partir de la contemplación del universo, con todas sus creaturas, somos llevados naturalmente al reconocimiento de la inmensa sabiduría de su Hacedor. El medieval veía en la creación un destello de la sabiduría de Dios, en el orden y la belleza de lo creado contemplaba un testimonio permanente de la inteligencia de Dios. Hoy, por el contrario, el científico se enorgullece de sí mismo al hacer un nuevo descubrimiento o sentar las bases para la fabricación de un nuevo aparato. Es la distorsión más radical del conocimiento mismo, que en lugar de ser escalera para ascender a la causa prima, nos sumerge en un sentimiento de autosuficiencia que acaba por ser autodestructivo al impedirnos el contacto con Dios, única fuente de verdadera realización personal y felicidad.

 

2.       Secundo, haec consideratio in admirationem altissimae Dei virtutis ducit: et per consequens in cordibus hominum reverentiam Dei parit. En segundo lugar, esta consideración (del universo) nos conduce a la admiración de la altísima virtud (o poder) divina: y por consiguiente produce en el corazón de los hombres la reverencia (respeto profundo) hacia Dios.

Como natural resultado de lo anterior surge la admiración del poder de Dios y un profundo respeto hacia el Hacedor de todas las cosas. El medieval, a diferencia del pagano, ya no sentía temor hacia las fuerzas de la naturaleza, hacia el sol y la luna; sino que ahora, reconociendo al Creador, reverenciaba en Él la omnipotencia creadora, el poder infinito que se manifestaba con toda claridad en la creación misma, que contemplaba por medio de las ciencias. En el moderno científico, académico o estudioso, desaparece la reverencia a Dios precisamente porque ya la mirada sobre su objeto de estudio no es contemplativa. Busca conocer la naturaleza por el conocimiento mismo, cuando no por la utilidad técnica que pueda derivarse de dicho conocimiento. Utilidad técnica que es, a su vez, utilidad para el hombre. El hombre y su bienestar y comodidad puestas como justificación última del esfuerzo científico: se reverencia al hombre. La ciencia termina así produciendo en el corazón de los hombres no la reverencia al Dios poderoso que todo lo ha creado con sabiduría, sino el envanecimiento de sí mismo, al verse como dominador de las fuerzas de la naturaleza que pone a su servicio.

 

3.       Tertio, haec consideratio animas hominum in amorem divinae bonitatis accendit. En tercer lugar, esta consideración (de la sabiduría y poder de Dios manifestada en la creación) enciende las almas de los hombres en el amor de la divina bondad.

 

El medieval, luego de contemplar la sabiduría y el poder de Dios manifestada en la naturaleza, era conducido por la reverencia al amor de la bondad de Dios, puesto que todo había sido creado para el hombre. La creación toda era un regalo de Dios al hombre, regalo gratuito del cual Dios no obtenía nada, sino solo comunicaba al hombre un reflejo de su bondad y un medio para servirle y amarle, y mediante ello salvar su alma, como reza el adagio ignaciano.

 

En la modernidad estamos lejos de ello. ¿Reconocimiento de la sabiduría de Dios? ¿De su poder? ¿De su bondad? ¿Reverencia? ¿Amor? Para nada de esto queda lugar en una ciencia construida toda únicamente para glorificar al hombre mismo y su control sobre la naturaleza.

 

4.       Quarto, haec consideratio homines in quadam similitudine divinae perfectionis constituit. En cuarto lugar, esta consideración (o estudio del universo) produce en los hombres una cierta semejanza con la divina perfección.

 

Siendo la creación entera una participación de la sabiduría de Dios, puesto que todo efecto participa en algo de la naturaleza de su causa y la revela; y conociendo Dios en Sí mismo todas las creaturas presentes, pasadas y futuras, el hombre se asemejaba a Dios al contemplar la creación y reflejar esos destellos de divina sabiduría en su propia inteligencia, como comprendiendo al autor detrás de su obra, conociéndolo por medio de sus efectos.

 

En el mundo moderno el hombre ha buscado constituirlo todo a su sola imagen y semejanza, como decía Protágora: el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son. Es el reino de la inmanencia.

 

Así el hombre encierra la ciencia en sí misma, cortando el acceso a la fuente del ser y de la inteligibilidad, satisfecho con la obra de sus manos.

 

¡Qué diferente sería todo si se recuperara esa mirada contemplativa! Si los científicos dejaran de lado su soberbia inane y su ceguera.

 

Quiera santo Tomás concedernos que en nuestros estudios, los que sean, tengamos siempre esa actitud de contemplar más allá de la creatura la mano sabia, poderosa y amorosa del Creador que nos habla a través de ella.

 

Leonardo Rodríguez Velasco.