Hacia una nueva ética mundial
La falta de creencias firmes y
arraigadas es una constante en buena parte del clero de nuestro tiempo y de la
juventud, en general, condicionada ya por lo que se enseña de religión;
en España y otros países de raigambre católica, no hay más sino que ver el contenido
de los textos para comprender el drama: muy poca religión y mucho humanismo.
El típico índice es, más o menos,
así: “Alma, libertad y conciencia; grandeza de la libertad; la dignidad de la
persona humana; igualdad radical de todos los seres humanos; visión cristiana
del hombre; principios éticos que rigen la convivencia humana...”
En este tipo de libros se
considera al cristianismo como una “memoria religiosa” que ayuda a descubrir la
libertad de las decisiones, el crecimiento personal, la búsqueda de la verdad
en las diferentes religiones y, por último, la búsqueda de Dios. En realidad,
la católica no parece ser más una religión sino una sociología religiosa con miras
y significados prácticos y terrenales en cuyo centro se encuentra la dignidad humana.
Sus objetivos, y el mencionado texto los enfoca muy bien, es recordar los
derechos del hombre aprobados por la ONU; el significado de la identidad
personal en relación con el estilo de vida; fundamentar el valor de la
aceptación de las diferencias culturales y religiosas de toda persona y todo
pueblo; consolidar una fraternidad universal entre todos los hombres de todas
las religiones; buscar el diálogo y orientar la caridad en tanto que
manifestación de la fraternidad humana y la solidaridad, por entero omitiendo
que todo esto es sólo posible incorporando el amor a Dios como medio a través del
cual se consigue lo deseado.
Se revela, entonces, que los orígenes y fines
de la conducta moral no son Dios, sino la familia humana, el amor que debe
originarse en cada cual y que motiva a amar al prójimo por el prójimo mismo,
puesto que mi «Yo» se halla multiplicado en los demás. Por lo tanto, ya no se requiere
de la Gracia, pues Yo me basto a mí mismo y, además, puedo prescindir de la
eficacia de la Iglesia para alcanzar los bienes de la salvación. El
valor común es la dignidad humana, presente en toda conciencia; pero igual
testimonio lo encontramos en el Código Hammurabi, en la declaración de Ciro el
Grande sobre la libertad de los pueblos, en la Carta Magna, en la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano, o en la Declaración Universal de los
Derechos del Hombre de la ONU.
En síntesis, es la proclama de la
moral natural del mundo con prescindencia de la moral sobrenatural.
Lo anterior queda evidenciado
cuando el texto llamado Nuevo universo de signos se hace énfasis en el valor de
la libertad humana como fuente de felicidad, sin otras preocupaciones
ultraterrenas:
“Vivir libre y alegremente con
los otros para realizarse a sí mismo y ser felices es el deseo que albergan
millones de muchachos”.
Es un mundo que ha de construirse
a la medida del hombre y no a la medida de ciertos valores trascendentes, entre
ellos la idea de Dios, donde todo lo que importa son estas relaciones humanas
naturalistas. Y la rúbrica final de esta evidencia la da la aseveración de que “la
aspiración humana más profunda [es] la aspiración religiosa”, seguido de lo
cual está la ilustración fotográfica con un ídolo de madera de Nueva Guinea y
una fotografía aérea de Stonehenge. ¡El ídolo, la Iglesia, la sinagoga, el
mundo, todos conviven como instrumentos igualmente válidos del mismo plan
divino de redención como receta mágica para construir una sociedad sin
creencias firmes ni arraigadas!
Así, esta religión sociológica
abandona la acción misionera y adopta la postura práctica y terrena de afrontar
los desafíos del nuevo milenio interconectándose ella misma con todo lo que hay
de mundano y cotidiano, dispersando su rebaño hacia el indiferentismo total, la
superchería, idolatría y ateísmo. El hombre, en realidad, es su camino
fundamental y no se para en mientes para atestiguarlo. En el texto, el decálogo
aparece ya como un perfeccionamiento de las legislaciones politeístas, a la par
del Código Hammurabi donde la alianza del Sinaí se reinterpreta como una
preparación para la fraternidad entre los hombres, silenciándose el hecho escriturístico
de que Dios ordenó a su pueblo exterminar los habitantes de Canaán por ser idólatras
y pecadores; Dios no es ya el que castigó a Sodoma y Gomorra, sino un ser
no-persona que a todos salva. También del matrimonio desaparece su fin
procreativo y la infidelidad como una trasgresión de la ley de Dios; dice el
mencionado texto:
“Las relaciones conyugales entre
el hombre y la mujer deben afirmarse en el ámbito del amor recíproco, sin
violar la dignidad de la persona ni de la relación construida”.
Entonces, las uniones entre
homosexuales podrían ser válidas porque ellas también se fundan en este amor
naturalista, puesto que el libro de instrucción católica nada enseña acerca del
matrimonio como sacramento. ¿Y qué viene después? Viene Cristo como un
común psicólogo o agitador de masas con miras sociológicas, porque “lo que
Cristo inició fue una nueva creación, una nueva humanidad, redimida, o sea,
liberada del mal, de la muerte... inaugura el reino de Dios, es decir, el
señorío de Dios en el mundo. Un reino de paz y de justicia, de libertad y de
amor”
No podían faltar a estos
conceptos el agregado ético del “comercio equitativo y solidario”, “el consumo
crítico”, “la ingeniería genética”, etc.
Si esto sucede con la enseñanza
religiosa a los jóvenes, nada se diga de lo que ocurre en los seminarios; los
manuales de teología moral con los que estudian la mayoría de los seminaristas
ni siquiera mencionan la expresión “pecado original”, mientras en algunos
seminarios se enseña abiertamente que este pecado nunca existió. Pocos piensan,
empero, que esto es convertir a Cristo en un inútil, pues sin pecado qué
redimir, no hay Redentor posible. Ha desaparecido también la enseñanza del
pecado entendido como mal, como rechazo de Dios y, en cambio, ha aparecido la
idea de una liberación conseguida con los conceptos de dignidad humana y
libertad de todo y para todo; la antigua doctrina ha quedado relegada a ser un
mito propio de mentes fabuladoras y primitiva religiosidad que sirvió a los antiguos
ignorantes pero que ya no sirve al hombre ilustrado contemporáneo.
(tomado de : "LOS INSTRUMENTOS DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL: EL DERECHO, LA ECONOMÍA, LA CIENCIA, EL LENGUAJE Y LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI" , Pablo Victoria Wilches )
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