jueves, 29 de diciembre de 2011

HACIA UN NUEVO ORDEN MUNDIAL (5)


Hacia una nueva ética mundial


La falta de creencias firmes y arraigadas es una constante en buena parte del clero de nuestro tiempo y de la juventud, en general, condicionada ya por lo que se enseña de religión; en España y otros países de raigambre católica, no hay más sino que ver el contenido de los textos para comprender el drama: muy poca religión y mucho humanismo.

El típico índice es, más o menos, así: “Alma, libertad y conciencia; grandeza de la libertad; la dignidad de la persona humana; igualdad radical de todos los seres humanos; visión cristiana del hombre; principios éticos que rigen la convivencia humana...”

En este tipo de libros se considera al cristianismo como una “memoria religiosa” que ayuda a descubrir la libertad de las decisiones, el crecimiento personal, la búsqueda de la verdad en las diferentes religiones y, por último, la búsqueda de Dios. En realidad, la católica no parece ser más una religión sino una sociología religiosa con miras y significados prácticos y terrenales en cuyo centro se encuentra la dignidad humana. Sus objetivos, y el mencionado texto los enfoca muy bien, es recordar los derechos del hombre aprobados por la ONU; el significado de la identidad personal en relación con el estilo de vida; fundamentar el valor de la aceptación de las diferencias culturales y religiosas de toda persona y todo pueblo; consolidar una fraternidad universal entre todos los hombres de todas las religiones; buscar el diálogo y orientar la caridad en tanto que manifestación de la fraternidad humana y la solidaridad, por entero omitiendo que todo esto es sólo posible incorporando el amor a Dios como medio a través del cual se consigue lo deseado.


 Se revela, entonces, que los orígenes y fines de la conducta moral no son Dios, sino la familia humana, el amor que debe originarse en cada cual y que motiva a amar al prójimo por el prójimo mismo, puesto que mi «Yo» se halla multiplicado en los demás. Por lo tanto, ya no se requiere de la Gracia, pues Yo me basto a mí mismo y, además, puedo prescindir de la eficacia de la Iglesia para alcanzar los bienes de la salvación. El valor común es la dignidad humana, presente en toda conciencia; pero igual testimonio lo encontramos en el Código Hammurabi, en la declaración de Ciro el Grande sobre la libertad de los pueblos, en la Carta Magna, en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, o en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de la ONU.

En síntesis, es la proclama de la moral natural del mundo con prescindencia de la moral sobrenatural.

Lo anterior queda evidenciado cuando el texto llamado Nuevo universo de signos se hace énfasis en el valor de la libertad humana como fuente de felicidad, sin otras preocupaciones ultraterrenas:

“Vivir libre y alegremente con los otros para realizarse a sí mismo y ser felices es el deseo que albergan millones de muchachos”.

Es un mundo que ha de construirse a la medida del hombre y no a la medida de ciertos valores trascendentes, entre ellos la idea de Dios, donde todo lo que importa son estas relaciones humanas naturalistas. Y la rúbrica final de esta evidencia la da la aseveración de que “la aspiración humana más profunda [es] la aspiración religiosa”, seguido de lo cual está la ilustración fotográfica con un ídolo de madera de Nueva Guinea y una fotografía aérea de Stonehenge. ¡El ídolo, la Iglesia, la sinagoga, el mundo, todos conviven como instrumentos igualmente válidos del mismo plan divino de redención como receta mágica para construir una sociedad sin creencias firmes ni arraigadas!

Así, esta religión sociológica abandona la acción misionera y adopta la postura práctica y terrena de afrontar los desafíos del nuevo milenio interconectándose ella misma con todo lo que hay de mundano y cotidiano, dispersando su rebaño hacia el indiferentismo total, la superchería, idolatría y ateísmo. El hombre, en realidad, es su camino fundamental y no se para en mientes para atestiguarlo. En el texto, el decálogo aparece ya como un perfeccionamiento de las legislaciones politeístas, a la par del Código Hammurabi donde la alianza del Sinaí se reinterpreta como una preparación para la fraternidad entre los hombres, silenciándose el hecho escriturístico de que Dios ordenó a su pueblo exterminar los habitantes de Canaán por ser idólatras y pecadores; Dios no es ya el que castigó a Sodoma y Gomorra, sino un ser no-persona que a todos salva. También del matrimonio desaparece su fin procreativo y la infidelidad como una trasgresión de la ley de Dios; dice el mencionado texto:

“Las relaciones conyugales entre el hombre y la mujer deben afirmarse en el ámbito del amor recíproco, sin violar la dignidad de la persona ni de la relación construida”.

Entonces, las uniones entre homosexuales podrían ser válidas porque ellas también se fundan en este amor naturalista, puesto que el libro de instrucción católica nada enseña acerca del matrimonio como sacramento. ¿Y qué viene después? Viene Cristo como un común psicólogo o agitador de masas con miras sociológicas, porque “lo que Cristo inició fue una nueva creación, una nueva humanidad, redimida, o sea, liberada del mal, de la muerte... inaugura el reino de Dios, es decir, el señorío de Dios en el mundo. Un reino de paz y de justicia, de libertad y de amor”

No podían faltar a estos conceptos el agregado ético del “comercio equitativo y solidario”, “el consumo crítico”, “la ingeniería genética”, etc.

Si esto sucede con la enseñanza religiosa a los jóvenes, nada se diga de lo que ocurre en los seminarios; los manuales de teología moral con los que estudian la mayoría de los seminaristas ni siquiera mencionan la expresión “pecado original”, mientras en algunos seminarios se enseña abiertamente que este pecado nunca existió. Pocos piensan, empero, que esto es convertir a Cristo en un inútil, pues sin pecado qué redimir, no hay Redentor posible. Ha desaparecido también la enseñanza del pecado entendido como mal, como rechazo de Dios y, en cambio, ha aparecido la idea de una liberación conseguida con los conceptos de dignidad humana y libertad de todo y para todo; la antigua doctrina ha quedado relegada a ser un mito propio de mentes fabuladoras y primitiva religiosidad que sirvió a los antiguos ignorantes pero que ya no sirve al hombre ilustrado contemporáneo.

(tomado de :  "LOS INSTRUMENTOS DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL: EL DERECHO, LA ECONOMÍA, LA CIENCIA, EL LENGUAJE Y LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI" , Pablo Victoria Wilches )


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