Uno de los argumentos que se suelen utilizar para motivar el estudio de la filosofía dice más o menos lo siguiente: se debe estudiar la filosofía para poder comprender con cierta profundidad las verdades más altas acerca de la existencia humana y para vivir una vida más consciente y racional; ya que de otra forma seríamos simples actores secundarios de una trama existencial en la que otros dirigirían la obra.
Lo anterior significa en palabras más sencillas que la filosofía permite cuestionarnos acerca de todo, incluyendo los principios mismos que rigen la vida social en cada momento de la historia. Pero no solo los que rigen la vida social sino también aquellos ideales y "cosmovisiones" que son el marco referencial de la vida de cada individuo, a sabiendas o no. Dicho cuestionamiento es fundamental si es que nos interesa la revisión continua de la validez de dichos principios, con el fin de ajustarlos cada vez más al logro verdadero de nuestra esencial plenitud de vida.
Vivir sin esa conciencia clara que brota del esfuerzo por comprender el marco 'filosófico' que opera como música de fondo de nuestra cotidianidad, es vivir una vida que muy difícilmente podría calificarse de humana, si es que es cierto aquello de que la diferencia entre los humanos y los animales es que el humano es animal racional, es decir, pensante.
Ahora bien, ante dicha argumentación la respuesta más común consiste en afirmar que eso de la "cosmovisión", la filosofía de vida, la música de fondo, etc., no significa nada y que en realidad nadie vive hoy preocupado por filosofías, principios y cosmovisiones. Se nos dice que hoy el hombre moderno es 'pragmático', queriendo decir con ello que no se preocupa por cuestiones 'teóricas', 'abstractas', 'inútiles', sino que se consagra a la búsqueda del éxito, del progreso, del bienestar. De manera que eso de filosofías y cosmovisiones vendría a ser algo del pasado, algo superado, algo antiguo.
¡¡¡Nada más alejado de la realidad!!!
Una filosofía de vida, una determinada visión de la realidad, de la vida, de Dios, del hombre, de la humanidad, de la ética, etc., puede estar presente en una persona de dos formas: explícita o implícita.
Está presente explícitamente cuando dicha persona en forma consciente y voluntaria ha hurgado en su interioridad y con la lámpara de la razón ha hecho visibles aquellos hilos profundos que a manera de postulados teórico-prácticos dirigen en silencio, pero muy eficazmente, la toma de decisiones, la orientación general que el individuo ha dado a su vida, sus opiniones y posturas políticas, su religiosidad o irreligiosidad, su teísmo o ateísmo, en general, su postura total ante la vida. Hecho este ejercicio ha avanzado así en el conocimiento propio y ha procedido a cultivarse para tratar de ser coherente en su proceder, incluso aunque no siempre dicha coherencia sea lograda.
Por otra parte, está presente implícitamente cuando al individuo jamás le ha interesado dirigir esa mirada escrutadora hacia su interior para esclarecer los fundamentos de sus posturas básicas ante la vida. Ha ido viviendo cada momento en forma, dijéramos, automática, sin conciencia profunda de lo que está en juego, sin sospechar los hilos que mueven su conducta y sus preferencias, sin notar el entramado conceptual que actúa bajo las innúmeras decisiones y contingencias de su vida diaria. Y lo que es aún más peligroso, sin darse cuenta nunca de que posiblemente su descuido en explicitar y conocer su 'filosofía de vida', ha dado lugar a que otros redacten el guión de su existencia, le digan qué pensar, cómo hacerlo y cuándo inclinarse por esto o por lo otro. Cual marioneta.
Se preguntarán algunos. ¿cómo es posible que alguien a quien no le interesa la filosofía, el estudio de las cosas trascendentes, el análisis de los principios, etc., se vea siguiendo unos principios y una filosofía que otro le ha dictado?
El proceso no es difícil y mediante una analogía se comprende con bastante sencillez:
Todos hoy usamos con total naturalidad un número cada vez mayor de elementos tecnológicos: computadores, tabletas, celulares, televisores, Internet, aplicaciones, Redes Sociales, GPS, y un largo etcétera. Pues bien, resulta que muy pocos, extremadamente pocos, de los cientos de millones de usuarios de dichos dispositivos han estudiado alguna vez física, matemática, electrónica, electricidad, termodinámica, robótica, ni ninguna de las ciencias que hacen posible la existencia de toda esa tecnología. Y, ¡oh sorpresa! A pesar de no haber estudiado nunca de forma CONSCIENTE todas esas ciencias y disciplinas, usamos todos a diario las maravillas que han resultado de la aplicación técnica de todos esos saberes. En otras palabras, compramos, usamos y dependemos cada vez más de elementos cuya existencia tiene detrás todo un conjunto de conocimientos que estamos lejos de manejar o conocer en forma consciente.
¿Por qué los usamos si no entendemos ni hemos estudiado nunca ninguna de las ciencias que los han hecho posibles? Sencillo: PORQUE PARA USARLOS NO ES NECESARIO ENTENDER TODAS ESAS CIENCIAS, BASTA CON QUE SIMPLEMENTE HAGAMOS LO QUE TODO EL MUNDO HACE. Son fáciles de usar, todo el mundo los usa y nadie anda cuestionándose acerca de su origen, su explicación científica ni nada por ese estilo. Simplemente se usan por contagio ambiental.
Pues bien, de esa misma manera es como podemos asumir una filosofía de vida, unos principios básicos ante la realidad, ante la muerte, ante Dios, ante nosotros mismos, etc., sin siquiera darnos cuenta. Los tomamos del ambiente, de la atmósfera social, de la idiosincrasia imperante en un determinado lugar y momento. Los adquirimos a medida que crecemos en el contacto diario con el medio social circundante, viendo a nuestros mayores, oyendo, mirando, presenciando la dinámica propia de las micro-sociedades de las que vamos formando parte. Y así es como, sin darnos cuenta, se van instalando en nosotros una serie de posturas ante la vida que actúan como estructura interna que vivifica, sostiene y explica las decisiones que tomamos, las preferencias que nos caracterizan, nuestra particular forma de pensar y de 'ver la vida', incluso nuestras más íntimas convicciones acerca de realidades de tanto peso como el alma, la eternidad, Dios, la vida y la muerte.
En realidad resulta totalmente inevitable que todos tengamos una filosofía de vida. Queramos o no así es y solo nos queda tratar de que dicha filosofía nos sea consciente, explícita y conocida. Ya que de no hacerlo así viviríamos en el fondo como personajes secundarios dentro de nuestra propia novela personal, sujetos en todo momento a que otros piensen, digan, impongan, difundan, defiendan, sostengan, enseñen y transmitan, los postulados elementales, los más fundamentales principios y directrices que han de dirigir la intencionalidad de nuestras propias existencias. Sería como vivir nuestras vidas interpretando con ellas un guión escrito por alguien más. Cual marionetas, nuevamente.
¿Qué hacer? ¿Estudiar filosofía? Sí y no. No, si con ello se quiere decir estudiar filosofía de manera profesional, con miras a un título universitario y a convertirlo en carrera. Esta es una vocación de unos pocos. Pero sí en el sentido de filosofar nuestra vida, mirarla, analizarla, vivirla a nivel consciente, saborearla racionalmente, llevar luz hasta allí donde se ocultan los postulados esenciales que me estructuran como persona, mis 'principios y valores', como dicen hoy con expresión engañosa.
Se trata en el fondo de una tarea de auto-conocimiento, es el viejo consejo socrático del "conócete a ti mismo". Conócete para que te entiendas, te comprendas y puedas llevarte hacia la plenitud. Conócete para que detectes las manipulaciones a las que puedes estar sujeto sin haberlo notado. Conócete para que te puedas elevar desde lo que eres hacia aquello que estás llamado a ser.
Leonardo Rodríguez V.