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martes, 24 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD

A todos los visitantes de este blog les deseamos una feliz y santa navidad, esperamos que la pasen en familia y junto al niño del pesebre. Dios los bendiga a todos.


jueves, 19 de diciembre de 2013

EL CRITERIO DE VERDAD



Se trata, pues, de encontrar un asidero a nuestra ingenua confianza en nuestros modos de acercarnos a la realidad. La confianza infantil en nuestros sentidos ha sido puesta en duda por muchos pensadores desde la antigüedad. Otro tanto puede decirse de la capacidad de la inteligencia de demostrar que tal o cual juicio es verdadero. Pero, si dudamos de la inteligencia y de los sentidos, ¿qué queda? Habría que renunciar a todo conocimiento. Por eso muchos se preguntan: ¿Es razonable, es siquiera posible dudar de su testimonio?
Como en todos los problemas difíciles que los filósofos investigan, las opiniones se han dividido y todas tienen buenos argumentos en los cuales apoyar sus tesis. Sin embargo, es necesario decidirse si queremos seguir adelante en el estudio de la filosofía. Para ello hemos de sopesar las razones en las que se apoyan las diversas escuelas. Como el problema es muy difícil y estamos en una introducción, solo propondremos una visión parcial del mismo. Nos limitaremos a lo esencial y comenzaremos por reducir las muchas posiciones a tres corrientes principales.


A) El escepticismo.

Si bien no es la primera en aparecer históricamente, comenzamos por ella por razones metodológicas únicamente. Los escépticos niegan la capacidad del hombre de alcanzar la verdad. Hay un escepticismo absoluto que niega toda posibilidad en todo el ámbito del saber. Pero es muy difícil que una postura tan radical sea mantenida por mucho tiempo, por lo que la mayoría la atenúa de alguna manera; ya sea refiriéndola a alguna materia determinada, y, en ese caso, suele llamarse agnosticismo, o bien aceptando una cierta verdad práctica, verosimilitud, suelen llamarla, que nos permitiría tomar decisiones concretas.

Los más famosos escépticos de la antigüedad fueron: Pirrón de Elis, Arcesilao y Carnéades.

Los escépticos, tanto los famosos de la antigüedad como los menos famosos de la actualidad, ya que, al menos en la práctica, esta actitud es bastante común, suelen dirigir sus ataques, en primer lugar, al conocimiento obtenido por experiencia, aquel elaborado por los sentidos corporales. Se dice que los antiguos llegaron a presentar 600 ejemplos que mostraban los errores más comunes de la experiencia. Famoso es el caso de la vara que, al sumergirse en el agua, aparenta quebrarse; el de las torres cuadradas que, al mirarse de lejos, parecen redondeadas; al que se desliza por el río, le parece que los árboles retroceden, etc. Ya san Agustín de Hipona dedicó un libro a la refutación de esta enfermedad intelectual que paraliza a la inteligencia. Nos parece que esta obra es la más completa y perfecta refutación de postura tan extrema. En defensa de los sentidos sostiene que ni el más absoluto de los escépticos se ha atrevido jamás a negar el hecho del aparecer. Atinadamente observa que los sentidos se limitan a dar testimonio de que algo se les aparece. Los ojos ven quebrarse la rama en el agua y dan testimonio de ello. Es la razón la que juzga si es efectivo lo que aparece al ojo, es decir, si la vara efectivamente se quebró, o bien si se trata de un fenómeno óptico provocado por un agente que se interpone entre el ojo y la vara, a saber, el agua.

Dado que hay ese agente, el ojo acierta al testimoniar lo que ve.

Aristóteles, por su parte, ya había observado que hasta el más escéptico se va por el camino que corresponde según los sentidos se lo atestiguan cuando necesita viajar. En realidad, los ataques al testimonio de los sentidos corporales son muy ingeniosos, pero no convencen a nadie. El mismo que los da abandona el salón de clases por la puerta y no por la ventana...

Más grave para la ciencia es su descalificación de la inteligencia, creyéndola incapaz de distinguir la verdad del error. Para ello se fundan en las contradicciones de las teorías filosóficas, en la relatividad del conocimiento y en la imposibilidad de demostrar todo, por lo que nada queda demostrado en su misma raíz.
Es fácil comprender que si bien es cierto que los hombre están en desacuerdo en muchísimas cosas, el afirmarlo es ya conocer una verdad: los filósofos están en desacuerdo; lo que supone muchas verdades: que hay filósofos; que se distinguen de los demás hombres; que nosotros podemos conocerlos y distinguirlos; que existe entre ellos el desacuerdo; que no es lo mismo estar de acuerdo que no estarlo, etc. Puede Ud. seguir hallando verdades contenidas en este simple hecho. Por lo demás, el estudio del cuadro de las oposiciones nos enseña que hay, además de la contradicción, otros modos de oponerse las enunciaciones y que no todas ellas implican la pura y simple negación de la original. Puede pues, Ud., querido lector, construir el cuadro con la proposición que nos presentan los escépticos, calificarla de verdadera y comprender otras verdades a partir de ella. Proceda a convertirla y obtiene nuevas proposiciones verdaderas. ¿Para qué seguir? Observemos que el hecho de que se discuta y que esta actividad sea constante a través de la historia y que se da en todos los niveles, revela que todos los hombres buscan afanosamente la verdad y no se conforman con el error. Por cierto que es difícil hallar ciertas verdades, pero no todas lo son. Porque si fuera imposible hallar verdad alguna, nadie discutiría.

La relatividad del conocimiento, el segundo argumento que vamos a examinar, implica dos cosas: como toda cosa está en relación con otra, es relativa a otra, su conocimiento implicaría el conocimiento de la otra para estar completo. Por lo que, para conocer una sola cosa, se necesita un conocimiento infinito. Por otra parte, el conocimiento es relativo a la facultad que conoce y al sujeto que posee esa facultad; quien, debido a sus afectos, recuerdos, etc., deforma la realidad y obtiene una visión subjetiva de la misma.

Tampoco convence del todo este argumento, si bien es muy cierto lo que afirma. Ciertamente el hombre carece de un conocimiento exhaustivo de la realidad, privilegio exclusivo del Creador. Pero no es necesario conocer de modo total para lograr una verdad de nivel humano. Aunque yo desconozca muchos aspectos de las manzanas, sé que dos docenas hacen 24 manzanas. También es verdadero que, a menudo, el investigador resulta parcial y subjetivo en sus apreciaciones porque su situación histórica y afectiva lo impulsan en un determinado sentido. Por eso dijimos que la verdad humana no es una ecuación perfecta, exhaustiva, sino una ad-ecuación. El problema del escéptico estriba en que es demasiado exigente. En realidad, yo no necesito saber química para saber que una mesa está cubierta de polvo. Aunque reconocemos que solo un químico podrá determinar la naturaleza de ese polvo, sin embargo, mi afirmación es verdadera si, efectivamente, el polvo cubre la mesa.

Ya Aristóteles reconocía que la causa del escepticismo radica en esa necesidad de demostrarlo todo. Para demostrar la verdad de un juicio es necesario hacer uso de otro juicio que fundamente al que está en duda; en seguida se nos exige que usemos de otro para fundamentarlo y así al infinito. Mas no es necesario demostrarlo todo porque hay verdades que no necesitan ser demostradas ya que son directamente evidentes, como luego veremos. Nos basta con comprender que, si el escepticismo tiene razón, no existiría ningún tipo de conocimiento, ni sensible, ni intelectual. En ese caso, tampoco habría escepticismo, ya que éste es una postura ante el hecho del conocimiento. Y todo conocimiento es verdadero o no es conocimiento.

El error no nos transmite conocimiento alguno. Si creemos que una manzana es un pez, es obvio que desconozco qué sea una manzana, o qué sea un pez. Un juicio erróneo no me enseña sobre la materia que estoy estudiando. Por eso sostenemos que el problema crítico, que busca juzgar del valor del conocimiento, supone que éste existe y, por lo mismo, es verdadero.

Nos queda claro que el escepticismo absoluto es insostenible porque se contradice a sí mismo: está cierto de que es escéptico, establece que la postura escéptica es la verdadera. Todo lo cual es contradictorio, ya que el escepticismo consiste en negar la posibilidad de alcanzar la verdad. En definitiva, está negando el carácter y el sentido de nuestras facultades. En ese caso, ¿para qué las tenemos?

En la práctica, esta escuela filosófica se estrella contra la evidencia del progreso científico, técnico y de todo orden de la humanidad. Este progreso, si bien no es absoluto, implica siempre un conocimiento. Pero ya vimos que el conocimiento es verdadero, porque, si no lo es, nada enseña.

Los cristianos tenemos una razón particular para rechazar el escepticismo. Todo cristiano cree que el hombre ha sido creado por Dios para que lo conozca, lo ame y le sirva por sobre todas las cosas. Gracias a esta actitud, el hombre consigue la anhelada felicidad. Estamos, pues, ante el primer mandamiento de la ley de Dios, el que no sería posible si no conociésemos la verdad. La Revelación y el cristianismo mismo serían imposibles.


B) El criticismo

A partir de Rene Descartes, se inició una nueva corriente filosófica que tenía por objeto combatir el escepticismo fomentado por Montaigne. Para ello era necesario hallar un fundamento indubitable a nuestro conocimiento. Este autor aceptó el reto que nos lanza el escepticismo, como otrora lo hiciera san Agustín. El francés, al contrario del romano, va a aceptar, como punto de partida, la conclusión a la que llegan sus interlocutores. Comencemos, pues, dudando de todo conocimiento. Suspendamos todo juicio, inclusos esas certezas espontáneas, como la existencia de cosas en nuestro entorno, y busquemos una certeza de la que sea imposible dudar. Una vez encontrada, como hemos dudado de todo lo demás, será necesario partir de ella para hallar nuevas verdades de las que tampoco se pueda dudar.

Descartes llamó a este método duda metódica. Si bien él quedó muy satisfecho con su hallazgo y con lo que dedujo de él, sus seguidores pronto comenzaron a dudar de lo bien fundado del procedimiento. Al siglo siguiente, Kant se esforzará por demostrar la validez del juicio científico, que, a su juicio, el francés no había podido fundamentar adecuadamente. A este nuevo método lo llamó crítico.

Esta actitud es, paradójicamente, muy ingenua. Descartes supone que es posible dudar de todo. Pero nadie, en serio, puede hacerlo. Porque no solo no duda de su propia duda, sino que tampoco de su capacidad para salir de ella, de su existencia en el mundo, ni de la de éste, etc., como ya lo había señalado san Agustín. Por otra parte, no resulta posible extraer todo el conocimiento de una sola verdad, como una serie de conclusiones en que cada una depende de la anterior de la que recibe su certeza. Este método fue ensayado por Alano de Lille para demostrar todas las verdades en que los cristianos creen y combatir a los musulmanes. Un discípulo suyo habría escrito, hacia 1190, el Ars Catholicae Fidei. Este intento de demostrar las verdades de fe en forma ordenada de modo que una sea antecedente de la siguiente y ésta, a su vez, de la subsiguiente, no tuvo éxito. Mucho menos podría resultar tratándose del universo intelectual completo.

Lo mismo puede decirse del intento de Kant. Usar la razón para criticar la razón y hallar así la certeza de su buen funcionamiento, supone que la duda es artificial. Porque si fuera real, jamás se podría salir de ella. En ese caso, tampoco podría estar seguro de si duda o no... Mucho más habría que decir sobre la ingenuidad de criticar a la razón mediante la razón, pero no olvidemos que estamos tan sólo en una introducción.


C) El dogmatismo

Los partidarios del criticismo han calificado de dogmáticos a los que se han negado a seguirlos en el camino de la duda y de la crítica de la facultad de conocer. Ya vimos que, para nosotros, proceder a usar la inteligencia para criticar a la inteligencia es una ingenuidad.

Dogma es una palabra griega que significa verdad. Un filósofo dogmático, pues, es el que está seguro de la existencia de verdades al alcance del conocimiento humano, las que no pueden ser puestas en duda ni criticadas. Estas verdades son conocidas como evidencias inmediatas, otros autores prefieren llamarlas certezas naturales.

¿Puede iniciarse investigación alguna si se carece de toda evidencia previa a la investigación? La respuesta es clara: no. Por lo que es imposible dudar de todo e, incluso, la postura crítica. Si usamos la inteligencia es porque confiamos en ella. Como ya san Agustín lo probó en muchas de sus obras, hay una enorme cantidad de verdades que la inteligencia conoce sin esfuerzo alguno; por ej.: toda proposición disyuntiva perfecta, como ser: el número de estrellas es par o impar; esto existe o no existe. Todo lo cual demuestra que la naturaleza de la inteligencia está abierta a la verdad. Todo conocimiento verdadero es un verdadero conocimiento. Todo falso no es un conocimiento ya que nada enseña. Además de otras evidencias inmediatas como la propia existencia, mi calidad de ser vivo, pensante, volente, sentiente, afectivo, etc., que tampoco nadie puede poner en duda con un asomo de sinceridad.

Algunos filósofos han puesto tres verdades como las fundamentales de las que nadie puede dudar:

•       Existencia del que duda o investiga.
•       La verdad del principio de contradicción.
•       La capacidad de la inteligencia para adquirir conocimientos.

Ni santo Tomás ni los tomistas actuales se reducen a estas tres básicas, sino que reconocen la capacidad de la experiencia en general y de la razón en sus primeros principios para fundar la certeza que necesitamos.

(Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)


martes, 17 de diciembre de 2013

Breve historia de la lógica

Lógica clásica.

Los inicios de la ciencia de la lógica se encuentran en la antigua Grecia. Las polémicas en torno a la teoría de Parménides y los célebres argumentos de Xenón que negaban la realidad del movimiento haciendo un uso indebido del principio de no-contradicción, contribuyeron a la distinción de conceptos, a ver la necesidad de argumentar con claridad mediante demostraciones rigurosas, respondiendo a las objeciones del adversario. Más adelante, las sutilezas de los sofistas, que reducían todo el saber a palabras, llevaron a Sócrates a defender el valor de los conceptos, y a intentar definirlos con precisión. Así la lógica como ciencia se va formando poco a poco, con Sócrates y Platón. Pero Platón pensaba que cualquier contenido de la mente existía tal cual en la realidad, en el mundo de las ideas separadas.

La reacción de Aristóteles, quien señala que las ideas existen sólo en la mente humana, pero se corresponden a la realidad, trae consigo el verdadero nacimiento de la lógica. Aristóteles distingue así entre la metafísica (ciencia de la realidad y sus principios más profundos) y la lógica (ciencia de las ideas y procesos de la mente) que Platón venía a identificar. Aristóteles escribió sus tratados de lógica en un conjunto de obras que posteriormente se llamó “Organon”, en el que se encuentran fundidas la lógica formal y filosófica.

Posteriormente, la escuela de Megara y los estoicos prosiguieron los estudios de lógica formal. A fines de la Edad Antigua, destacan como lógicos Porfirio y Boecio, quienes trasmiten a la Edad Media toda la lógica antigua.

En la Edad Media, los escolásticos estudiaban la lógica formal -llamada dialéctica hasta el siglo XII- como parte de su preparación para pasar a los estudios de las demás ciencias (filosofía, teología, etc.). Abelardo en el siglo XII se vio envuelto en la polémica sobre los universales. Santo Tomás, San Alberto y otros siguen las líneas aristotélicas en el XIII, en el que destaca también Pedro Hispano y su obra las -Summulae logicales-. En el siglo XIV se produce con fuerza el movimiento nominalista, con personajes como Ockham y Buridano. Más tarde, con la renovación de la escolástica en la época moderna, destacarán en lógica Juan de Santo Tomás y Cayetano, comentadores de Santo Tomás. Durante los siglos del racionalismo (XVII y XVIII) la lógica fue poco cultivada; destacan Arnauld y Nicole (lógica de Port-Royal), Ramus, Bacon en metodología científica, y Leibniz como predecesor lejano de la lógica matemática.


Lógica simbólica

A partir de mediados del siglo pasado, la lógica formal comenzó a elaborarse como un cálculo algebraico, adoptando un simbolismo peculiar para las diversas operaciones lógicas. Gracias a este nuevo método, se han podido construir grandes sistemas axiomáticos de lógica, a la manera de las matemáticas, con los que pueden efectuarse con rapidez y simplicidad razonamientos que la mente humana no puede conseguir actuando espontáneamente.

La lógica simbólica, también llamada lógica matemática, tiene el mismo objeto que la lógica formal tradicional: estudiar y hacer explícitas las formas de la inferencia, dejando de lado -por abstracción- el contenido de verdades que esas formas pueden transmitir. En otras palabras, busca estudiar la «buena consecuencia», eliminando las contradicciones del pensamiento. La diferencia con la lógica formal clásica está en que con el cálculo simbólico se llega en cierto modo a una automatización del pensamiento, ya que la simple aplicación de las reglas permite pasar mecánicamente de unos símbolos a otros, de modo análogo a cuando efectuamos una multiplicación.

El fundador de la lógica simbólica puede considerarse el inglés George Boole. Autores importantes del siglo pasado en esta materia son también De Morgan, Pierce y Schróder. A comienzos del siglo XX, la lógica simbólica se organiza con más autonomía respecto de la matemática, y se elaboran en sistemas axiomáticos desarrollados, que se colocan en algunos casos como fundamento de las mismas matemáticas. Lógicos destacados en este momento son Peano, Frege y Russell.

A partir de entonces los lógicos pasaron a discutir algunas cuestiones sobre el valor y los límites de la axiomatización, el nexo entre la lógica y matemáticas, el problema de la verdad (Hilbert, Godel, Tarski). Estas cuestiones, como suponen una reflexión que la misma lógica formal hace sobre sus propios contenidos, suelen denominarse metalógica (existe análogamente una metamatemática).

La metalógica, en su vertiente sintáctica, se ocupa de las propiedades internas de los cálculos lógicos (por ejemplo, consistencia, completitud y decidibilidad de los sistemas axiomáticos, independencia de los axiomas). Hilbert, Gódel, Church, son autores importantes en este campo. En su parte semántica, la metalógica atiende al significado de los símbolos y del cálculo con relación a un determinado mundo de objetos (por ejemplo, los objetos estudiados por la aritmética, o por una teoría física). Tarski, Carnap, Quine, entre otros, se han interesado por estas cuestiones.

En general, la lógica matemática ha prestado mayor atención al lenguaje científico, ya que su proyecto era la elaboración de un lenguaje lógico de gran precisión, que sirviera para hacer transparentes las estructuras lógicas de las teorías científicas. Tal proyecto encontró sus límites, tanto en el orden sintáctico como en el semántico (por ejemplo, con los célebres teoremas de limitación formal). Este fenómeno, en parte, ha llevado a una mayor valoración del lenguaje ordinario que, pese a sus imprecisiones y fluctuaciones, encierra una riqueza lógica que los cálculos formales no consiguen recoger del todo. La filosofía analítica, o filosofía del lenguaje (Moore, Wittgenstein en su segunda etapa, Geach) ha planteado importantes cuestiones lógicas en esta nueva orientación, ajena ya al propósito de la construcción de un lenguaje ideal.

Tanto la lógica simbólica en sentido estricto, tan vecina a la alta matemática, como los estudios de semántica y de filosofía del lenguaje, han tropezado con hondos problemas filosóficos, algunos de los cuales ya habían sido debatidos o entrevistos por los filósofos clásicos. Esos problemas, por otra parte, no se resuelven sólo en una perspectiva lógica. Hay cuestiones de fondo de la lógica matemática que pertenecen ya a una filosofía de la matemática. Y por lo que respecta a la lógica como tal, la historia demuestra que no es posible filosofar sobre ella sin contar con tesis psicológicas, gnoseológicas y metafísicas.


(Tomado de "Lógica" de Sanguineti) 


lunes, 16 de diciembre de 2013

ACERCA DE LA PROPOSICIÓN O ENUNCIACIÓN




Hay que distinguir la enunciación mental, la que es solamente pensada, de la oral, la que es expresada con palabras. También podría distinguirse la escrita, pero, en nuestro idioma, no hay diferencia mayor entre ésta y la oral, ya que nuestra palabra escrita es la misma palabra oral. En un idioma como el chino, por ej., son dos enunciaciones diferentes.

Mientras la enunciación pensada está compuesta por conceptos objetivos, la enunciación oral o escrita lo está por palabras. Por razones metodológicas evidentes, la lógica estudia la proposición oral o escrita, ya que la pensada no puede ser comunicada al exterior sino por aquélla.

En lógica, a las palabras se las llama, más rigurosamente, términos. Son simples si están formados por una sola palabra; complejos, si lo están por varias. Si digo perro, árbol, etc., expreso términos simples; en cambio a media milla de aquí, es complejo, porque incluye varias palabras o dicciones, como decían los antiguos, para señalar una sola esencia inteligible, en este caso, una distancia.

Dentro de la proposición, un término puede ser:

•       Sujeto
•       Predicado
•       Cópula

El predicado es lo atribuido al sujeto mediante la cópula. A veces, el predicado y la cópula pueden ser expresados por un solo término: el verbo predicativo que reúne ambas funciones. Si digo: yo soy estudiante, separo los tres elementos; pero si digo: estudio geometría, incluyo la función copulativa en el verbo predicativo estudiar. Conviene separar las funciones cuando se trabaja con las proposiciones. La importancia de hacerlo así se comprenderá cuando se estudie el silogismo.
Podemos dividir la proposición:

•       Simple, la que se limita a atribuir un predicado a un sujeto.
•       Compuesta, la que vincula proposiciones entre sí.

Hay muchos tipos de proposiciones compuestas que se estudian en un curso más completo que éste. Veamos algunos ejemplos: si voy me arrepentiré (condicional), sólo para mayores (exclusiva), san Pedro murió en Roma y san Juan en Éfeso (copulativa).

Pero una enunciación no sólo significa lo que sus conceptos objetivos expresan, una esencia o aspecto inteligible de la realidad, sino que también están referidos a algo. Como dice Aristóteles, como no podemos traer las cosas, traemos las palabras.

Esta propiedad de las dicciones o términos de una enunciación ha sido llamada suposición, del latín suppositio, y debe ser distinguida cuidadosamente de la significación de la palabra. Esta es signo de un concepto objetivo cuya comprensión puedo desarrollar en la definición. Pero al usarla en una determinada enunciación, sin cambiar su significación, podemos referirlas a diversas realidades. Si decimos: la osa del zoológico va a dar a luz, y no vemos la luz de la Osa Mayor, hemos usado dos términos idénticos como voces: luz y osa. Pero hemos cambiado su significación en las enunciaciones en que aparecen. En la primera, la palabra osa es signo del concepto de un determinado animal mamífero, mientras en la segunda es signo de una estrella del hemisferio norte. Así mismo, la voz luz es signo del concepto parir, en la primera enunciación, mientras en la segunda lo es de esa realidad física tan misteriosa que nuestros ojos captan y nos permite ver. En estos ejemplos, las proposiciones han cambiado la significación de los términos gracias a que hemos usado términos equívocos.

La suposición se refiere a otra propiedad de la palabra, no a su significación. Sin dejar de ser el mismo signo, cuando la empleamos en una enunciación, la palabra está suplantando a una determinada realidad. Si decimos: la osa del zoológico va a dar a luz, la osa es un mamífero plantígrado, la palabra osa es un bisílabo, sin cambiar la significación del vocablo osa, me estoy refiriendo a tres realidades muy diferentes. En la primera proposición nos hemos referido a un animal singular y conocido de nosotros, en la segunda hemos dado una definición descriptiva parcial de la esencia del animal osa, válida para todos los animales de la misma especie, y, finalmente, en la tercera, nos hemos referido únicamente a la palabra castellana sin importar lo que signifique.


Hay muchos tipos de suposición que sería largo y difícil estudiar en el nivel en el que estamos. Lo que sí importa es saber que no basta conocer la significación de un término cuando juzgamos las afirmaciones de nuestro interlocutor. El valor de suposición de una palabra se conoce por el contexto de la proposición y principalmente por la cópula. Cuando sostenemos que el número de los senadores es 45, es obvio que no me refiero a cada senador sino al conjunto tomado como cuerpo colectivo. Por eso no puedo concluir: el senador Pedro es 45. El error se produce porque se ha cambiado el valor de suplencia del término senador.


Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Acerca del juicio




Al comienzo nuestros conceptos son muy confusos. El niño se conforma con una mera etiqueta gracias a la cual puede nombrar las cosas aunque ignore prácticamente todo de ellas. Si la inteligencia no avanzara más, el nominalismo tendría razón. Pero, en realidad, damos un contenido muy preciso a nuestros conceptos, es la comprensión de los mismos, y establecemos con claridad cómo se predican de la realidad, como nos lo enseña el árbol de Porfirio recientemente recordado.

El hombre, pues, se ve en la necesidad de mejorar sus conceptos, interpretar lo que sabe y decírselo claramente a sí mismo. Ya Aristóteles advirtió este hecho, por lo que dedicó uno de sus libros de lógica a la oración: organismo lógico que nos permite precisar el contenido de los conceptos. Es el Peri Hermeneias, De la Interpretación, que estudia las oraciones, juicios y enunciaciones.

La oración es, según este autor, "voz significativa arbitraria, cuyas partes significan algo separadamente, como dicciones, no como afirmaciones o negaciones".

Expliquemos esta definición. Como toda palabra, dicción, la oración es arbitraria, es un signo y es una voz; pero a diferencia de aquélla, sus partes son también signos; en tanto que, las sílabas, partes de la palabra, no lo son. Estas partes, empero, son meras palabras, signos complejos si se quiere; no son oraciones completas, por lo que no son afirmaciones ni negaciones.

El estudio de la oración perfecta pertenece al juicio y al raciocinio; el de la oración imperfecta interesa aquí. La perfecta "completa la sentencia"', es decir, tiene sentido completo: yo estoy aquí. La imperfecta, en cambio, no lo logra: simple y compuesto.

El concepto, en un primer momento, expresa en forma muy confusa su objeto, aquello que queremos conocer. Para aclarárselo a quien nos pida razón de ello, recurrimos a las oraciones imperfectas llamadas división y definición.

La división distribuye una naturaleza inteligible, un concepto, en sus partes, o un nombre en sus significaciones. Gracias a ella, como ya dijimos, determinamos la extensión de un concepto y se nos hace claro, de este modo, cómo una misma esencia puede realizarse de diversas maneras.

En toda división hay que atender a tres aspectos:

•      El todo que ha de ser dividido (por ej. El hombre).
•       El fundamento de la división (por ej. El color de la piel).
•       Las partes en que se divide ese todo (las razas de diferente pigmentación).

Para hacer una correcta división, los lógicos enuncian algunas leyes, que podemos reducir a tres:

•       No variar el fundamento. Si lo cambio, paso a otra división y confundo en vez de aclarar la extensión de lo dividido.
•       El todo dividido tiene que ser igual al conjunto de sus miembros, si no lo es, faltarían o sobrarían miembros.
•       Las partes deben excluirse entre sí, de otra manera estaríamos repitiendo parcialmente la división ya hecha.


La definición es aún más importante que la división porque expresa la comprensión del concepto. Por eso se la define como "la oración imperfecta que expone la naturaleza de una cosa o la significación de un término".
No hay que creer que la definición es una enunciación o juicio, sino que se limita a ser el predicado de esa enunciación; por ello es una oración imperfecta. El sujeto de ese juicio es lo definido y el predicado es la definición. Si yo sostengo: la virtud es el hábito de hacer el bien, lo definido es virtud y la definición es hábito de hacer el bien.

Es muy difícil definir, porque es muy difícil comprender qué es una cosa; en otras palabras, es muy difícil construir un buen concepto. De ahí que sea muy fácil la postura nominalista y muchos le encuentren razón. Sin embargo, el progreso científico consiste, precisamente, en pasar de esos conceptos confusos, propios del conocimiento vulgar, que apenas merecen el nombre de tales, a los conceptos propiamente dichos, los científicos, de los que es posible dar una definición satisfactoria. Tal vez sea la matemática la que mejor defina sus conceptos.

Por lo mismo, hay muchos tipos de definición, no todos igualmente perfectos. Pero incluso los más imperfectos son ya un inicio de la marcha de la mente en la dirección correcta.

•       Si nos limitamos a definir un nombre; esto es, damos a conocer la palabra como signo, estamos ante una definición nominal. Si procuramos llegara lo real, o al objeto del concepto, la definición será real.

•       La definición real es intrínseca cuando se hace uso de causas o principios intrínsecos; será extrínseca si se apela a elementos extrínsecos a los que se quiere definir. Es más perfecta la definición intrínseca. Por importante que sea el elemento extrínseco al que me refiero, por ejemplo, la causa eficiente, no es constitutivo de lo que se desea definir, y, por lo mismo, no forma parte del concepto objetivo que la definición trata de exponer.

•       La definición intrínseca perfecta es la esencial, la que expresa la esencia misma de lo definido. Animal racional mortal, como definición del hombre, es perfecta; hábito de hacer el bien, como definición de virtud moral, también lo es. Cuando no conocemos la esencia, recurrimos a una descripción del ente enumerando sus propiedades o accidentes, lo que conozcamos mejor, obteniendo así una definición descriptiva. Si defino al pez como un animal con aletas y branquias, he hecho una descripción del mismo a pesar de incluir un elemento estrictamente esencial, como es su carácter de animal. Es fácil comprender que muchas de nuestra definiciones son descriptivas y que éstas serán más perfectas si dan a conocer las propiedades más íntimas de lo definido y menos perfectas si se basan en los accidentes.

En la definición extrínseca agregamos elementos exteriores a lo que deseamos definir por nuestro desconocimiento de la esencia y de las propiedades esenciales de éste. Estos elementos pueden ser de variado origen: la causa eficiente o final, su generación u operación, etc., lo que nos da otras tantas definiciones extrínsecas. Así, decir que un reloj es una máquina que sirve para dar la hora, se apoya en la causa final. En geometría se suelen usar definiciones genéticas que nos indican cómo se construyen las figuras, mientras en física moderna se suelen usar las operaciones que nos permiten conocer lo que queremos definir. También es común mencionar la causa ejemplar, como en la conocida definición bíblica del hombre: hecho a imagen y semejanza de Dios. Como puede apreciarse es muy variada la definición extrínseca y no se pueden agotar las posibilidades de ella. Si definimos al perro como el mejor amigo del hombre, hacemos uso de su relación con nosotros, lo cual es un simple accidente: ¡como si no fuesen perros los que se hayan en estado salvaje! Notemos que la extrínseca siempre será una definición imperfecta, más que la intrínseca descriptiva, y puede llegar a ser simplemente irrelevante.

También hemos de observar ciertas leyes contra las cuales pecan, en algún grado, la mayoría de las definiciones que intentamos cuando nos las piden a boca de jarro. Repetimos, una vez más, que es difícil definir porque es difícil conceptualizar. El hombre, como animal sensitivo, a menudo se limita a servirse de imágenes sensibles para resolver sus dificultades. Las principales son:

•       La definición debe ser convertible con lo definido; es decir, vale para lo definido y nada más que para lo definido. La definición intrínseca cumple perfectamente con esta regla; las demás suelen faltar contra ella, especialmente las extrínsecas. El mejor amigo del hombre, para el perezoso es la cama, para el borracho, el vino...

•       No debe ser negativa. La negación dice lo que algo no es, mas la definición quiere expresar lo que algo es. La definición negativa es usada cuando queremos aproximarnos a algo que no logramos entender. Por ello se usa mucho en teología, cuyo objeto supera nuestro entendimiento.

•       Debe ser clara y breve. En caso contrario no explicaría el concepto, que es su finalidad última.

Pero no todo es definible.

Los individuos no lo son, porque de ellos no podemos forjarnos conceptos, ya que todo concepto es universal. El individuo es conocido más por los sentidos que por la razón. De él podemos forjar una imagen bastante completa, a partir de sus aspectos sensibles. A partir de ella tratamos de comprender qué es ese individuo; es decir, cuál es su esencia. Esta será definida por lo comprendido por el hombre, mas no el individuo mismo. En todo caso, se puede describir al individuo y obtener un conjunto de características -cada una de las cuales es universal, pues es objeto de un concepto- pero cuya reunión sólo es aplicable a ese individuo. Así los aspectos físicos, síquicos y morales y la historia de un individuo nos bastan para individualizarlo: Pedro de Valdivia era un español que conquistó Chile y murió a manos de los araucanos tras la batalla de Tucapel.


Como la definición esencial, la definición perfecta, consiste, en última instancia, en explicar un concepto mediante otros conceptos, es necesario llegar a ciertos conceptos básicos que no pueden ser definidos. Así es, en efecto. Esos conceptos indefinibles, que, por ser los primeros no pueden ser reducidos a nociones anteriores, son los trascendentales: ser, uno, verdadero, bueno, bello, algo, cosa. Estos conceptos tiene la propiedad única de poseer una extensión y una comprensión virtualmente infinitas. Por ello sobrepasan la capacidad de la mente humana. Esto significa que todo lo que comprende nuestra inteligencia puede ser calificado de ser, uno, verdadero, bueno, etc., y cada uno de estos conceptos trascendentales abarca la realidad total; en otras palabras, se pueden aplicar a todas las cosas. Se los estudia en metafísica donde se comprende que son, en verdad, un haz de conceptos unificados por la analogía.

(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)

martes, 10 de diciembre de 2013

DIVISIÓN DEL CONCEPTO




Hay muchas maneras de dividir el concepto por lo que nos limitaremos a las que nos parecen más relevantes.

Hemos dicho que todo concepto es universal; sin embargo, no siempre lo usamos en toda su extensión, sino que la restringimos según nos convenga. Para ello acudimos a cuantificadores y obtenemos los siguientes resultados: singular, si lo referimos a un solo individuo: este árbol, esa relación; común, si lo aplicamos a varios. El común, a su vez, podemos predicarlo de todos, es el universal, o bien restringirlo, sin limitarlo a un singular determinado, algún estudiante: es el particular. Esta división es importante para el uso del concepto en el raciocinio, especialmente en su uso como sujeto, aunque también como predicado, como más adelante se explicará.

Cuando el universal se predica de una multitud, puede referirse a ella de diversas maneras. Si se aplica a ella y a todos y cada uno de los miembros de la multitud, tenemos al concepto distributivo o divisivo. Es el uso más común del universal: oveja, árbol, colegial. Pero si se refiere a ciertos conjuntos de individuos sin que se les pueda aplicar a cada uno de ellos, tenemos el colectivo: rebaño, bosque, colegio.

Otra división importante del concepto es la que se fija en el modo cómo se aplica a sus inferiores. Hemos visto que el concepto procura alcanzar la esencia de las cosas reales, mas no siempre lo logra, contentándose con propiedades o, incluso accidentes. Según esto  tenemos  cinco   modos  de  predicarse  un  concepto  de  la  realidad:

•       Si significa la esencia, el concepto puede abarcar toda la esencia y se llama especie: hombre, perro. Pero puede ser que alcance tan sólo una parte de ella. En este caso se nos presentan dos situaciones. O bien nos referimos a la parte indeterminada de ella y la llamamos género: animal, vegetal. O bien a la parte determinante de ella y la llamamos diferencia específica: racional

•       Si no significa la esencia, podrá referirse a algo que le adviene a ella. Es lo más normal. Pero esto que le adviene a la esencia puede ser entendido como necesario, que no le puede faltar, y se le llama propio o propiedad, concepto muy usado en ciencia, por Ej.: transparencia del aire y del agua. O bien se considera que no es necesario y que le puede faltar a la esencia sin que se altere el ente en su constitución: estar sentado o de pie. A éste lo llamamos accidente.

Estos cinco modos de cómo puede un concepto puede ser predicado de la realidad, a saber: especie, género, diferencia específica, propiedad, accidente, han sido llamados desde antiguo predicables. Ya el romano Porfirio los utilizó para conformar el famoso árbol de Porfirio, partiendo de la noción de sustancia.
No nos detendremos en profundizar éstos y otros detalles de la división, antes bien preferimos detenernos un instante en comprender mejor esta importante propiedad lógica de los conceptos objetivos.

Decíamos que el concepto objetivo se predica de sus inferiores. A esta propiedad la llamamos predicabilidad. Gracias a ella, el concepto nos da a conocer una esencia o un aspecto suyo, que podemos atribuir a los objetos reales. El concepto objetivo me hace comprender hasta cierto punto la esencia hombre, la que es apta para ser atribuida a Juan, Pedro, Isabel, etc. Gracias a la predicabilidad de los conceptos objetivos podremos pasar a la segunda operación de la inteligencia que veremos en el capítulo siguiente.

Todo concepto objetivo puede ser considerado una esencia inteligible; es decir, es algo que puede ser entendido. Es importante la última división estudiada porque nos enseña que esa esencia inteligible no siempre puede ser atribuida de la misma manera a un ente singular. Tal vez esa esencia inteligible no señale la esencia real sino sólo un accidente de la misma y habría un error en confundirlas, o bien puede ser una parte de la esencia real, ya sea la determinante o la indeterminada. ¡Cuántos errores cometemos al no saber cómo se debe atribuir a una determinada realidad el concepto que tenemos en nuestra mente! La historia de la ciencia no enseña mucho al respecto.

El universal, pues, es algo uno que se halla en varios, y los predicables nos indican de cuántos modos diversos ese universal puede hallarse en sus inferiores. Así, el concepto grave, en física, se predica como propiedad de los cuerpos: todo cuerpo está afectado por ella, por lo que lo denominamos grave o pesado. Pero esta esencia inteligible no es la esencia real de los cuerpos, sino una relación entre dos cuerpos que se atraen por esa misteriosa fuerza que llamamos gravedad.

Esta división, pues, nos permite pensar la realidad en su multifacética complejidad con una extraordinaria exactitud.

(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)

lunes, 9 de diciembre de 2013

EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES




La universalidad de nuestros conceptos es difícil de explicar. Hemos visto la escolástica por ser la más satisfactoria de las dadas hasta hoy. Pero como el problema es complejo, conviene, al menos, mencionar que hay otras teorías y hacer ver dónde está la falla de cada una. Porque todas las teorías destacan un aspecto verdadero de la cuestión, pero dejan fuera otro que no debería faltar. Son explicaciones reduccionistas, es decir, incompletas.

La dificultad se nos hace patente cuando observamos que lo real es siempre singular, jamás universal; mas lo comprendemos a través de conceptos universales, jamás singulares. ¿Nos engañamos al pensar? Si digo que Juan es hombre, chileno, estudiante, inteligente, alto, rubio, etc., puedo apreciar que todos los términos que he empleado son universales, incluso el nombre propio, si bien, éste, por naturaleza, designa siempre a un individuo. ¿Sólo Juan es Juan, chileno estudiante, etc.? ¿De cuántos podría decir lo mismo? Los demás vocablos no sirven para designar individuos, a menos que los juntemos de modo de que se puedan aplicar a uno solo. Lo más fácil sería, como en el ejemplo, unirlos a un nombre propio.

Pensamos en universal, imaginamos en singular; la realidad, empero, es siempre singular.

Las palabras, por ser signos de los conceptos, son universales en su significación (in significando), mientras los conceptos lo son propiamente, por naturaleza. Decíamos que los lógicos distinguen al concepto formal o mental del concepto objetivo. Sostienen que aquél es universal en la representación (in repraesentando), mientras éste es universal en la predicación (in praedicando, o bien in essendo). Es fácil ver que todos los tipos de universalidad vistos emanan del universal en el ser o en la predicación; si éste se explica y según cómo se explique, todos los demás quedan aclarados.

Nuestro problema pues se reduce a aclararnos cómo puede algo uno predicarse de muchos. ¿Es que puede, al mismo tiempo, estar en muchos? En ese caso, ¿Qué tipo de realidad tiene, si hemos visto que todo lo que existe es singular? No profundizaremos esta difícil cuestión sino que nos limitaremos a señalar las principales respuestas.

•     RACIONALISMO

Algunos autores han dado este nombre a la posición filosófica que consiste en separar nuestros conceptos de la realidad exterior. De este modo, nuestro concepto, si bien significa algo, no alcanza a la realidad exterior, sino que se limita a lo que aparece en mi interior, en mi razón. De ahí su nombre. Esta postura suele unirse a la que en metafísica se conoce con el nombre de idealismo, si bien no se aplica al llamado idealismo absoluto, que viene a ser una exageración de aquél. Su mejor representante es Manuel Kant, más también suele aplicarse a Descartes, que más bien es considerado su padre, a Guillermo Leibniz y a otros. La corriente más influyente en los tiempos modernos está impregnada de este espíritu.

•     NOMINALISMO

Para sus representantes, los universales son meros nombres, simples etiquetas que nos permiten englobar o catalogar muchas experiencias; pero nada real es universal, ni en la realidad, ni en el pensamiento. Esta posición se atribuye, en la antigüedad, a los sofistas y a los escépticos; en la edad media a Roscelino a Abelardo y a Guillermo de Occam; en la modernidad a Jorge Berkeley y a David Hume; en la edad contemporánea, al positivismo de A. Comte, a Henri Bergson, y al empirismo lógico.

•     REALISMO EXAGERADO

Considera que existen entes universales en sí mismos, no en esta tierra, naturalmente, sino en un mundo ideal, o bien en Dios; mundo a los que, de alguna manera, el hombre tiene acceso. El más típico representante de este realismo, en la antigüedad, es Platón y, en cierta medida, Plotino. En la edad media se dieron posturas más semejantes a la de Plotino que a la de Platón, al pensar que, de algún modo, conocíamos las ideas ejemplares según las cuales Dios hizo las cosas. Estas eran universales como todo modelo. El más conocido defensor de esta interpretación es Guillermo de Champeaux y la escuela de Chartres. En la modernidad, Nicolás Malebranche y en la contemporánea, los ontologistas.

•    REALISMO MODERADO

Sostiene que el universal, como tal, sólo existe en la inteligencia humana y es el concepto. Pero también en la realidad, aunque no de modo actual, es decir, como universal, sino potencial, es decir, es posible extraer de él el universal. Por eso se suele distinguir un universal material, que es la esencia de un ente en cuanto es la materia u objeto del concepto universal; un universal potencial, que es esa misma esencia en cuanto de ella se puede extraer el concepto universal, y finalmente el universal actual, que es el concepto en cuanto es universal en acto después de haberse universalizado la esencia real, la que existe en el ente.

Esta explicación del universal fue inventada por Aristóteles y continuada por sus discípulos durante la antigüedad. En la edad media la aceptaron, con algunas variantes, la mayoría de los filósofos del mundo musulmán, fuesen o no musulmanes, y la transmitieron a los cristianos, entre los que sobresalen san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. Sus discípulos la han mantenido hasta el día de hoy. Es la explicación que más partidarios ha tenido a lo largo de la historia de la filosofía. Es la que hemos adoptado en este libro por ser la que mejor respeta todos los datos que la experiencia nos aporta, como veremos más adelante.


(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)


sábado, 7 de diciembre de 2013

LA IMAGEN Y EL CONCEPTO




La palabra significa, es signo de un concepto. ¿Cuál es el origen de los conceptos? Ya vimos que las palabras tiene un origen convencional, artificial, arbitrario y consuetudinario. ¿Ocurre lo mismo con los conceptos? Por ser signos formales, esto es imposible.

A pesar de ser un problema muy difícil, que ha sido abordado desde el inicio de la filosofía, conviene que señalemos aquí el mínimo indispensable para comprender la naturaleza de los conceptos, ya que son lo más importante en el pensamiento. Sin conceptos es imposible pensar, son el primer acto de la inteligencia e interviene en todos los demás.

Según Aristóteles, todos nacemos con nuestra inteligencia totalmente desprovista de conocimientos. Es la tesis más admitida en la historia de la filosofía. Pero hay otros filósofos que han negado tal vacío primordial, mas no parece haber suficientes evidencias como para sostener que nacemos sabiendo de alguna manera.

El primer contacto con la realidad que nos circunda nos viene dado por ciertos órganos especializados de nuestro cuerpo a los que llamamos sentidos: ojos, oídos, nariz, etc. Estos primeros actos de conocimiento: ver, oír, oler, etc., pasan al cerebro que los reúne en una síntesis que reconstruye la cosa exterior de la cual provienen esos colores, sonidos, olores, etc., por los que pudimos conocerla. Así formamos una percepción de la cosa exterior que luego guardamos como su imagen. Cuidémonos de creer que una imagen es una fotografía; ésa sería tan solo la imagen visual, pero también las hay olfativas, táctiles, sonoras, etc., tantas como sentidos tenemos. Finalmente, recogiendo todas las sensaciones que nos proporcionas los diversos órganos sensoriales, formamos la imagen de la cosa completa, con todos estos atributos.

Hasta aquí llega el conocimientos de las bestias, que los filósofos llaman conocimiento sensible, ya que se realiza por sentidos. Aún no hemos pensado nada, no hemos comprendido nada; nos hemos limitado a ver, oír, oler, etc., sensaciones que hemos reunido en una percepción, y la hemos conservado como una imagen. Cuando la inteligencia comprende aquello, ha nacido el concepto. Y como esto último es muy difícil de hacer, a menudo tenemos una muy buena imagen acompañada de un rudimento de concepto. A esto llamamos conocimiento vulgar. Será la ciencia la encargada de forjar buenos conceptos.

A este largo proceso, muy brevemente descrito, los filósofos llaman abstracción, que quiere decir separación. En efecto, el concepto no reúne colores, olores, sonidos, de la cosa para formar el concepto -eso la hace la percepción- sino que los separa, los deja fuera.

Este proceso se entiende mejor si comparamos los resultados. Tomemos la imagen de templo y su concepto. La primera nos dará la visión de determinado templo, con sus colores, dimensiones, figura exterior e interior, los sonidos de los cánticos religiosos, el olor del incienso, etc. En el concepto no figura ninguno de esos elementos, sino la comprensión de qué es un templo: edificio destinado a un culto religioso. En el concepto, pues, no hay ningún dato sensorial, ninguna sensación de las que componen la percepción, sino tan solo lo que nos parece ser esencial. Esto es la comprensión intelectual.



NATURALEZA DEL CONCEPTO



Definamos concepto: acto por el cual la inteligencia capta o percibe alguna cosa.

Ya sabemos cuan distinto es este modo de aprehender la cosa respecto del de la percepción. Este aprehender, cuando es de la inteligencia, es lo que normalmente queremos expresar cuando decimos: ahora comprendo de qué se trata, o bien, ahora entiendo.

¿Entiendes qué es la alfalfa? Si no lo sabes, quiere decir que careces del concepto de alfalfa, aunque, tal vez, tengas una buena imagen de ella. Pero si sabes que es un vegetal, que es un buen alimento para vacunos y equinos, que no es árbol ni arbusto, sino mera hierba, posees muchos conceptos que puedes aplicar a la palabra alfalfa y comprender, hasta cierto punto, qué es cuando te la mencionan. La mayoría de nuestros conceptos son así, son comprensiones parciales de la cosa que señalan.

Pero, ¿qué señalan o significan los conceptos?

Los lógicos distinguen el concepto formal, aquello en lo cual alcanzamos la cosa, del concepto objetivo, el objeto alcanzado por medio del formal, llamado también mental. Vale decir, en el concepto distinguimos el acto mental, de carácter psíquico, realizado por la inteligencia, del significado o contenido de dicho acto. A la psicología le compete el estudio del concepto formal; a la lógica, el objetivo. En otras palabras, nos interesa lo que conocemos gracias al acto intelectual. Estudiamos, pues, lo pensado por el intelecto y no el acto por el que lo pensamos. Esto es, aquello de lo que es signo el concepto, o, dicho con otras palabras, su significado.

Los lógicos distinguen también el objeto material del objeto formal de los conceptos. El objeto material de un conocimiento, que eso es un concepto, es la cosa captada, sea real o no, por ese acto cognitivo. Veo el color, huelo el olor y pienso en la rosa; el objeto material de esos tres actos es la rosa. El objeto formal es lo que directamente y en primer lugar es alcanzado por un acto de conocimiento. En el ejemplo propuesto: se ve el color, se huele el olor y se piensa qué es una rosa. El objeto formal de la visión es, en consecuencia, el color; el del olfato, el olor, y el de la inteligencia es la quididad de la cosa conocida. Quididad viene de quidditas, que es un término latino derivado de la pregunta típica de la inteligencia: Quid sit? = ¿qué es? Mas, cuando el hombre sabe qué es algo, se dice que conoce su esencia. Por eso suele decirse que el objeto formal de la inteligencia es la esencia de las cosas que les muestran los sentidos. En este punto conviene hacer dos aclaraciones.

Sea la primera la significación del vocablo cosa, que tanto hemos usado en estas páginas. Supongo que ya todos mis lectores han advertido que la amplitud de su significación es inmensa. No hay que creer que cosas son únicamente los entes materiales que existen en el mundo. No. Cosa, en filosofía, sirve para mencionar prácticamente todo, es tan amplio en su significación como el término algo. Así, lo cosa estudiada por una disciplina puede ser una mera relación, como en gramática cuando estudiamos los casos, el predicado, las preposiciones, etc. Estas cosas no son entes materiales que existan en el mundo, sino meras funciones del lenguaje.

Sea la segunda ¿qué significa aprehender una esencia? Si éste es el objeto formal del concepto, parece que no tendríamos conceptos, puesto que es muy difícil alcanzar la esencia de una cosa real natural, si es que es alcanzable. Es verdad, nadie conoce aún la esencia del perro o del gato, a pesar de que nos acompañan desde tiempos prehistóricos. Eso sólo significa que no poseemos un concepto que sea capaz de incluir toda la realidad que se da en estos simpáticos animales. Sin embargo, no dudamos de que sean algo en sí mismos, que no se limitan a los aspectos que nos señalan los sentidos, diferentes de los demás entes naturales que conocemos, y que eso es, precisamente, lo que deseamos saber. Todo lo que percibimos acerca de ellos, se nos presenta como un aproximarnos a su naturaleza íntima, su esencia, y que, si la conociésemos, los comprenderíamos mejor. De modo que todos los conocimientos que nuestra inteligencia logra construir, se dirigen, en última instancia, a desvelar la esencia de las cosas. Por eso, la quididad es la misma esencia o naturaleza de algo en tanto en cuanto es conocida por nosotros. Es la misma esencia real parcialmente alcanzada por nuestros conceptos.


PROPIEDADES ESENCIALES DEL CONCEPTO OBJETIVO


Lo que realmente constituye a un concepto es su comprensión: el conjunto de notas inteligibles que lo componen. Por eso, al desarrollar todas esas notas, tenemos la definición del objeto. Triángulo es una figura geométrica cerrada, plana, formada por tres lados y tres ángulos. El sujeto de esta proposición dice lo mismo que el predicado, pero en éste se desarrolla lo que se piensa en aquél. Expreso con diversas palabras lo que pienso al pronunciar la voz triángulo. Estas notas inteligibles, o características del objeto pensado, son, a su vez, conceptos que podría definir y expresar así todo su contenido inteligible. Vemos, pues, cuán importante es definir. ¡Cuántas veces conocemos la palabra pero carecemos del concepto correspondiente! Al no preguntársenos la definición, parece que entendemos lo que decimos. Mas, si nos hacen la pregunta, ¡menuda sorpresa nos llevamos al comprender que somos incapaces de responder adecuadamente! Por otra parte, puede ocurrir que dos personas usen el mismo vocablo pero no el mismo concepto, o, lo que es lo mismo, ese concepto no contenga las mismas notas inteligibles en ambos. En tal caso, las personas no se entienden entre sí.

También puedo preguntarme por la extensión de un concepto, es decir, a cuántos inferiores puedo aplicarlo, a cuántos se extiende. Si desarrollo esta extensión, obtengo la división del concepto que me permite verificar de cuántas maneras se puede realizar la esencia expresada por la comprensión del concepto objetivo. Así, por ejemplo, comprendo que la esencia humana, sin variar, se realiza de modo levemente diferente en las diversas razas.

Para los escolásticos, la comprensión es el verdadero contenido esencial del concepto, mientras que la extensión es una propiedad que de ella dimana; para el nominalismo moderno, en cambio, es la extensión el constitutivo propio del concepto. Esta diversa interpretación de la esencia del concepto se debe a que los modernos consideran que lo que importa es saber a quienes se puede aplicar un concepto construido por el hombre según sus categorías o modos de captar la realidad y no por un conocimiento de esencias. Hay un escepticismo en la raíz de esta diferente interpretación.

Se enfrentan así dos concepciones radicalmente opuestas de nuestra inteligencia entre las cuales es difícil elegir. Seguiremos aquí la explicación escolástica, pues nos parece que lo propio de la inteligencia es eso, ser inteligencia; es decir, leer en medio de (inter legere) la realidad lo que ella es. Lo leído por la inteligencia es la comprensión del concepto objetivo y lo que lo constituye como tal.

La comprensión y la extensión de un concepto están en razón inversa. A mayor comprensión, menor extensión y viceversa. Es fácil comprender que si aumento el número de notas de un concepto, encontraré menos cosas a qué aplicarlo. Así, hay más animales que mamíferos y más mamíferos que hombres. A la inversa, si un concepto se extiende a más deberá poseer menos notas.

Pero no se trata de contar los individuos a los que se aplica un concepto. ¿Hay más perros o gatos en el mundo?, sino saber si la extensión de un concepto queda incluida en la extensión de otro. Esto se sabe atendiendo a la comprensión, lo que nos revela, nuevamente, que los escolásticos tienen razón al considerar a la comprensión como lo que constituye esencialmente a todo concepto. Así, toda la comprensión de animal está incluida en la de hombre, mas no a la inversa. Luego toda la extensión de hombre está incluida en la de animal, pero no a la inversa.

Para comprender mejor la extensión y la comprensión de los conceptos, nada mejor que volver a considerar el objeto del concepto. Este era material y formal, y este último era la quididad o esencia de lo conocido. En otras palabras, el modo de ser, el tipo de ser de algo. Es decir, lo que el concepto busca es la naturaleza del objeto material. Si bien pocas veces lo logra de modo satisfactorio, siempre apunta a ello. Por esto, todo concepto es universal, ya que la naturaleza de una cosa es idéntica para todas las cosas de la misma especie o tipo. Así, la definición de virtud se aplica a todos los actos virtuosos y la de vicio, a todos los viciosos. En este caso, la inteligencia ha alcanzado adecuadamente la naturaleza de la virtud y del vicio, como se estudia en ética.

La dificultad de conocer las esencias de los entes naturales que nos rodean explica la frecuencia del error en nuestros conocimientos. Porque lo que el concepto debe captar es la esencia de algo, y como esto es muy difícil, lo reemplazamos con la propiedad más cercana a ella. A veces creemos que esa propiedad es la esencia, lo que sería un error grave. Otras, aceptamos como propiedad esencial una característica muy accidental del objeto, lo que también constituye un error, más grave aún, a menos que se tenga clara conciencia de ello.

Si alguien entiende que un hombre es un animal de dos pies, ha considerado como propiedad esencial una propiedad bastante extrínseca al mismo, si bien es realmente una propiedad suya. Más acertado está el que lo considere como un animal que habla, pues el hablar es una propiedad más cercana aún a su esencia que la anterior. Finalmente, la mayoría de los filósofos ha aceptado la definición de los estoicos: animal racional mortal, para distinguirlo de los dioses de la mitología que eran inmortales. Quien lo defina como bípedo implume está tan lejos de lo esencial que no vale la pena criticarlo.

La extensión es una propiedad lógica del concepto, pero deriva de algo real. Efectivamente, así como podemos, en la industria, fabricar muchos objetos según un modelo único, así también, la naturaleza produce muchos entes según una misma esencia. Hay muchos perales y chirimoyos en el mundo y todos poseen la misma estructura esencial que los botánicos se esfuerzan por dilucidar. Y si bien nos falta mucho por conocer en ellos, ya sabemos que su esencia es idéntica en todos los de la misma especie, la que podemos reconocer por un conjunto de accidentes. Ese conjunto es único y no se repite en otra. Puede ser el tono del verde de sus hojas, además de su figura, etc. Porque cada ente posee los accidentes que su esencia requiere para su realización individual.



(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)