A todos los visitantes de este blog les deseamos una feliz y santa navidad, esperamos que la pasen en familia y junto al niño del pesebre. Dios los bendiga a todos.
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martes, 24 de diciembre de 2013
jueves, 19 de diciembre de 2013
EL CRITERIO DE VERDAD
Se trata, pues, de
encontrar un asidero a nuestra ingenua confianza en nuestros modos de
acercarnos a la realidad. La confianza infantil en nuestros sentidos ha sido
puesta en duda por muchos pensadores desde la antigüedad. Otro tanto puede
decirse de la capacidad de la inteligencia de demostrar que tal o cual juicio
es verdadero. Pero, si dudamos de la inteligencia y de los sentidos, ¿qué
queda? Habría que renunciar a todo conocimiento. Por eso muchos se preguntan:
¿Es razonable, es siquiera posible dudar de su testimonio?
Como en todos los
problemas difíciles que los filósofos investigan, las opiniones se han dividido
y todas tienen buenos argumentos en los cuales apoyar sus tesis. Sin embargo,
es necesario decidirse si queremos seguir adelante en el estudio de la filosofía.
Para ello hemos de sopesar las razones en las que se apoyan las diversas
escuelas. Como el problema es muy difícil y estamos en una introducción, solo
propondremos una visión parcial del mismo. Nos limitaremos a lo esencial y
comenzaremos por reducir las muchas posiciones a tres corrientes principales.
A) El escepticismo.
Si bien no es la
primera en aparecer históricamente, comenzamos por ella por razones
metodológicas únicamente. Los escépticos niegan la capacidad del hombre de
alcanzar la verdad. Hay un escepticismo absoluto que niega toda posibilidad en
todo el ámbito del saber. Pero es muy difícil que una postura tan radical sea
mantenida por mucho tiempo, por lo que la mayoría la atenúa de alguna manera;
ya sea refiriéndola a alguna materia determinada, y, en ese caso, suele
llamarse agnosticismo, o bien aceptando una cierta verdad práctica,
verosimilitud, suelen llamarla, que nos permitiría tomar decisiones concretas.
Los más famosos
escépticos de la antigüedad fueron: Pirrón de Elis, Arcesilao y Carnéades.
Los escépticos, tanto
los famosos de la antigüedad como los menos famosos de la actualidad, ya que,
al menos en la práctica, esta actitud es bastante común, suelen dirigir sus
ataques, en primer lugar, al conocimiento obtenido por experiencia, aquel
elaborado por los sentidos corporales. Se dice que los antiguos llegaron a
presentar 600 ejemplos que mostraban los errores más comunes de la experiencia.
Famoso es el caso de la vara que, al sumergirse en el agua, aparenta quebrarse;
el de las torres cuadradas que, al mirarse de lejos, parecen redondeadas; al
que se desliza por el río, le parece que los árboles retroceden, etc. Ya san
Agustín de Hipona dedicó un libro a la refutación de esta enfermedad
intelectual que paraliza a la inteligencia. Nos parece que esta obra es la más
completa y perfecta refutación de postura tan extrema. En defensa de los
sentidos sostiene que ni el más absoluto de los escépticos se ha atrevido jamás
a negar el hecho del aparecer. Atinadamente observa que los sentidos se limitan
a dar testimonio de que algo se les aparece. Los ojos ven quebrarse la rama en
el agua y dan testimonio de ello. Es la razón la que juzga si es efectivo lo
que aparece al ojo, es decir, si la vara efectivamente se quebró, o bien si se
trata de un fenómeno óptico provocado por un agente que se interpone entre el
ojo y la vara, a saber, el agua.
Dado que hay ese
agente, el ojo acierta al testimoniar lo que ve.
Aristóteles, por su
parte, ya había observado que hasta el más escéptico se va por el camino que
corresponde según los sentidos se lo atestiguan cuando necesita viajar. En
realidad, los ataques al testimonio de los sentidos corporales son muy
ingeniosos, pero no convencen a nadie. El mismo que los da abandona el salón de
clases por la puerta y no por la ventana...
Más grave para la
ciencia es su descalificación de la inteligencia, creyéndola incapaz de
distinguir la verdad del error. Para ello se fundan en las contradicciones de
las teorías filosóficas, en la relatividad del conocimiento y en la imposibilidad
de demostrar todo, por lo que nada queda demostrado en su misma raíz.
Es fácil comprender que
si bien es cierto que los hombre están en desacuerdo en muchísimas cosas, el
afirmarlo es ya conocer una verdad: los filósofos están en desacuerdo; lo que
supone muchas verdades: que hay filósofos; que se distinguen de los demás
hombres; que nosotros podemos conocerlos y distinguirlos; que existe entre
ellos el desacuerdo; que no es lo mismo estar de acuerdo que no estarlo, etc.
Puede Ud. seguir hallando verdades contenidas en este simple hecho. Por lo
demás, el estudio del cuadro de las oposiciones nos enseña que hay, además de
la contradicción, otros modos de oponerse las enunciaciones y que no todas
ellas implican la pura y simple negación de la original. Puede pues, Ud.,
querido lector, construir el cuadro con la proposición que nos presentan los
escépticos, calificarla de verdadera y comprender otras verdades a partir de
ella. Proceda a convertirla y obtiene nuevas proposiciones verdaderas. ¿Para qué
seguir? Observemos que el hecho de que se discuta y que esta actividad sea
constante a través de la historia y que se da en todos los niveles, revela que
todos los hombres buscan afanosamente la verdad y no se conforman con el error.
Por cierto que es difícil hallar ciertas verdades, pero no todas lo son. Porque
si fuera imposible hallar verdad alguna, nadie discutiría.
La relatividad del
conocimiento, el segundo argumento que vamos a examinar, implica dos cosas:
como toda cosa está en relación con otra, es relativa a otra, su conocimiento
implicaría el conocimiento de la otra para estar completo. Por lo que, para
conocer una sola cosa, se necesita un conocimiento infinito. Por otra parte, el
conocimiento es relativo a la facultad que conoce y al sujeto que posee esa
facultad; quien, debido a sus afectos, recuerdos, etc., deforma la realidad y
obtiene una visión subjetiva de la misma.
Tampoco convence del
todo este argumento, si bien es muy cierto lo que afirma. Ciertamente el hombre
carece de un conocimiento exhaustivo de la realidad, privilegio exclusivo del
Creador. Pero no es necesario conocer de modo total para lograr una verdad de
nivel humano. Aunque yo desconozca muchos aspectos de las manzanas, sé que dos
docenas hacen 24 manzanas. También es verdadero que, a menudo, el investigador
resulta parcial y subjetivo en sus apreciaciones porque su situación histórica
y afectiva lo impulsan en un determinado sentido. Por eso dijimos que la verdad
humana no es una ecuación perfecta, exhaustiva, sino una ad-ecuación. El
problema del escéptico estriba en que es demasiado exigente. En realidad, yo no
necesito saber química para saber que una mesa está cubierta de polvo. Aunque
reconocemos que solo un químico podrá determinar la naturaleza de ese polvo,
sin embargo, mi afirmación es verdadera si, efectivamente, el polvo cubre la
mesa.
Ya Aristóteles
reconocía que la causa del escepticismo radica en esa necesidad de demostrarlo
todo. Para demostrar la verdad de un juicio es necesario hacer uso de otro
juicio que fundamente al que está en duda; en seguida se nos exige que usemos
de otro para fundamentarlo y así al infinito. Mas no es necesario demostrarlo
todo porque hay verdades que no necesitan ser demostradas ya que son
directamente evidentes, como luego veremos. Nos basta con comprender que, si el
escepticismo tiene razón, no existiría ningún tipo de conocimiento, ni
sensible, ni intelectual. En ese caso, tampoco habría escepticismo, ya que éste
es una postura ante el hecho del conocimiento. Y todo conocimiento es verdadero
o no es conocimiento.
El error no nos
transmite conocimiento alguno. Si creemos que una manzana es un pez, es obvio
que desconozco qué sea una manzana, o qué sea un pez. Un juicio erróneo no me
enseña sobre la materia que estoy estudiando. Por eso sostenemos que el
problema crítico, que busca juzgar del valor del conocimiento, supone que éste
existe y, por lo mismo, es verdadero.
Nos queda claro que el
escepticismo absoluto es insostenible porque se contradice a sí mismo: está
cierto de que es escéptico, establece que la postura escéptica es la verdadera.
Todo lo cual es contradictorio, ya que el escepticismo consiste en negar la
posibilidad de alcanzar la verdad. En definitiva, está negando el carácter y el
sentido de nuestras facultades. En ese caso, ¿para qué las tenemos?
En la práctica, esta
escuela filosófica se estrella contra la evidencia del progreso científico,
técnico y de todo orden de la humanidad. Este progreso, si bien no es absoluto,
implica siempre un conocimiento. Pero ya vimos que el conocimiento es
verdadero, porque, si no lo es, nada enseña.
Los cristianos tenemos
una razón particular para rechazar el escepticismo. Todo cristiano cree que el
hombre ha sido creado por Dios para que lo conozca, lo ame y le sirva por sobre
todas las cosas. Gracias a esta actitud, el hombre consigue la anhelada
felicidad. Estamos, pues, ante el primer mandamiento de la ley de Dios, el que
no sería posible si no conociésemos la verdad. La Revelación y el cristianismo
mismo serían imposibles.
B) El criticismo
A partir de Rene
Descartes, se inició una nueva corriente filosófica que tenía por objeto
combatir el escepticismo fomentado por Montaigne. Para ello era necesario
hallar un fundamento indubitable a nuestro conocimiento. Este autor aceptó el
reto que nos lanza el escepticismo, como otrora lo hiciera san Agustín. El
francés, al contrario del romano, va a aceptar, como punto de partida, la
conclusión a la que llegan sus interlocutores. Comencemos, pues, dudando de
todo conocimiento. Suspendamos todo juicio, inclusos esas certezas espontáneas,
como la existencia de cosas en nuestro entorno, y busquemos una certeza de la
que sea imposible dudar. Una vez encontrada, como hemos dudado de todo lo
demás, será necesario partir de ella para hallar nuevas verdades de las que
tampoco se pueda dudar.
Descartes llamó a este
método duda metódica. Si bien él quedó muy satisfecho con su hallazgo y con lo
que dedujo de él, sus seguidores pronto comenzaron a dudar de lo bien fundado
del procedimiento. Al siglo siguiente, Kant se esforzará por demostrar la validez
del juicio científico, que, a su juicio, el francés no había podido fundamentar
adecuadamente. A este nuevo método lo llamó crítico.
Esta actitud es,
paradójicamente, muy ingenua. Descartes supone que es posible dudar de todo.
Pero nadie, en serio, puede hacerlo. Porque no solo no duda de su propia duda,
sino que tampoco de su capacidad para salir de ella, de su existencia en el
mundo, ni de la de éste, etc., como ya lo había señalado san Agustín. Por otra
parte, no resulta posible extraer todo el conocimiento de una sola verdad, como
una serie de conclusiones en que cada una depende de la anterior de la que
recibe su certeza. Este método fue ensayado por Alano de Lille para demostrar
todas las verdades en que los cristianos creen y combatir a los musulmanes. Un
discípulo suyo habría escrito, hacia 1190, el Ars Catholicae Fidei. Este
intento de demostrar las verdades de fe en forma ordenada de modo que una sea
antecedente de la siguiente y ésta, a su vez, de la subsiguiente, no tuvo
éxito. Mucho menos podría resultar tratándose del universo intelectual
completo.
Lo mismo puede decirse
del intento de Kant. Usar la razón para criticar la razón y hallar así la
certeza de su buen funcionamiento, supone que la duda es artificial. Porque si
fuera real, jamás se podría salir de ella. En ese caso, tampoco podría estar
seguro de si duda o no... Mucho más habría que decir sobre la ingenuidad de
criticar a la razón mediante la razón, pero no olvidemos que estamos tan sólo
en una introducción.
C) El dogmatismo
Los partidarios del
criticismo han calificado de dogmáticos a los que se han negado a seguirlos en
el camino de la duda y de la crítica de la facultad de conocer. Ya vimos que,
para nosotros, proceder a usar la inteligencia para criticar a la inteligencia
es una ingenuidad.
Dogma es una palabra
griega que significa verdad. Un filósofo dogmático, pues, es el que está seguro
de la existencia de verdades al alcance del conocimiento humano, las que no
pueden ser puestas en duda ni criticadas. Estas verdades son conocidas como
evidencias inmediatas, otros autores prefieren llamarlas certezas naturales.
¿Puede iniciarse
investigación alguna si se carece de toda evidencia previa a la investigación?
La respuesta es clara: no. Por lo que es imposible dudar de todo e, incluso, la
postura crítica. Si usamos la inteligencia es porque confiamos en ella. Como ya
san Agustín lo probó en muchas de sus obras, hay una enorme cantidad de
verdades que la inteligencia conoce sin esfuerzo alguno; por ej.: toda
proposición disyuntiva perfecta, como ser: el número de estrellas es par o
impar; esto existe o no existe. Todo lo cual demuestra que la naturaleza de la
inteligencia está abierta a la verdad. Todo conocimiento verdadero es un
verdadero conocimiento. Todo falso no es un conocimiento ya que nada enseña.
Además de otras evidencias inmediatas como la propia existencia, mi calidad de
ser vivo, pensante, volente, sentiente, afectivo, etc., que tampoco nadie puede
poner en duda con un asomo de sinceridad.
Algunos filósofos han
puesto tres verdades como las fundamentales de las que nadie puede dudar:
• Existencia del que duda o investiga.
• La verdad del principio de
contradicción.
• La capacidad de la inteligencia para
adquirir conocimientos.
Ni santo Tomás ni los
tomistas actuales se reducen a estas tres básicas, sino que reconocen la
capacidad de la experiencia en general y de la razón en sus primeros principios
para fundar la certeza que necesitamos.
(Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)
martes, 17 de diciembre de 2013
Breve historia de la lógica
Lógica clásica.
Los inicios de la
ciencia de la lógica se encuentran en la antigua Grecia. Las polémicas en torno
a la teoría de Parménides y los célebres argumentos de Xenón que negaban la
realidad del movimiento haciendo un uso indebido del principio de
no-contradicción, contribuyeron a la distinción de conceptos, a ver la
necesidad de argumentar con claridad mediante demostraciones rigurosas,
respondiendo a las objeciones del adversario. Más adelante, las sutilezas de
los sofistas, que reducían todo el saber a palabras, llevaron a Sócrates a
defender el valor de los conceptos, y a intentar definirlos con precisión. Así
la lógica como ciencia se va formando poco a poco, con Sócrates y Platón. Pero
Platón pensaba que cualquier contenido de la mente existía tal cual en la
realidad, en el mundo de las ideas separadas.
La reacción de
Aristóteles, quien señala que las ideas existen sólo en la mente humana, pero
se corresponden a la realidad, trae consigo el verdadero nacimiento de la
lógica. Aristóteles distingue así entre la metafísica (ciencia de la realidad y
sus principios más profundos) y la lógica (ciencia de las ideas y procesos de
la mente) que Platón venía a identificar. Aristóteles escribió sus tratados de
lógica en un conjunto de obras que posteriormente se llamó “Organon”, en el que
se encuentran fundidas la lógica formal y filosófica.
Posteriormente, la
escuela de Megara y los estoicos prosiguieron los estudios de lógica formal. A
fines de la Edad Antigua, destacan como lógicos Porfirio y Boecio, quienes
trasmiten a la Edad Media toda la lógica antigua.
En la Edad Media, los
escolásticos estudiaban la lógica formal -llamada dialéctica hasta el siglo
XII- como parte de su preparación para pasar a los estudios de las demás
ciencias (filosofía, teología, etc.). Abelardo en el siglo XII se vio envuelto
en la polémica sobre los universales. Santo Tomás, San Alberto y otros siguen
las líneas aristotélicas en el XIII, en el que destaca también Pedro Hispano y
su obra las -Summulae logicales-. En el siglo XIV se produce con fuerza el
movimiento nominalista, con personajes como Ockham y Buridano. Más tarde, con
la renovación de la escolástica en la época moderna, destacarán en lógica Juan
de Santo Tomás y Cayetano, comentadores de Santo Tomás. Durante los siglos del
racionalismo (XVII y XVIII) la lógica fue poco cultivada; destacan Arnauld y
Nicole (lógica de Port-Royal), Ramus, Bacon en metodología científica, y
Leibniz como predecesor lejano de la lógica matemática.
Lógica simbólica
A partir de mediados
del siglo pasado, la lógica formal comenzó a elaborarse como un cálculo
algebraico, adoptando un simbolismo peculiar para las diversas operaciones
lógicas. Gracias a este nuevo método, se han podido construir grandes sistemas
axiomáticos de lógica, a la manera de las matemáticas, con los que pueden
efectuarse con rapidez y simplicidad razonamientos que la mente humana no puede
conseguir actuando espontáneamente.
La lógica simbólica,
también llamada lógica matemática, tiene el mismo objeto que la lógica formal
tradicional: estudiar y hacer explícitas las formas de la inferencia, dejando
de lado -por abstracción- el contenido de verdades que esas formas pueden
transmitir. En otras palabras, busca estudiar la «buena consecuencia», eliminando
las contradicciones del pensamiento. La diferencia con la lógica formal clásica
está en que con el cálculo simbólico se llega en cierto modo a una
automatización del pensamiento, ya que la simple aplicación de las reglas
permite pasar mecánicamente de unos símbolos a otros, de modo análogo a cuando
efectuamos una multiplicación.
El fundador de la
lógica simbólica puede considerarse el inglés George Boole. Autores importantes
del siglo pasado en esta materia son también De Morgan, Pierce y Schróder. A
comienzos del siglo XX, la lógica simbólica se organiza con más autonomía
respecto de la matemática, y se elaboran en sistemas axiomáticos desarrollados,
que se colocan en algunos casos como fundamento de las mismas matemáticas.
Lógicos destacados en este momento son Peano, Frege y Russell.
A partir de entonces
los lógicos pasaron a discutir algunas cuestiones sobre el valor y los límites
de la axiomatización, el nexo entre la lógica y matemáticas, el problema de la
verdad (Hilbert, Godel, Tarski). Estas cuestiones, como suponen una reflexión
que la misma lógica formal hace sobre sus propios contenidos, suelen
denominarse metalógica (existe análogamente una metamatemática).
La metalógica, en su
vertiente sintáctica, se ocupa de las propiedades internas de los cálculos
lógicos (por ejemplo, consistencia, completitud y decidibilidad de los sistemas
axiomáticos, independencia de los axiomas). Hilbert, Gódel, Church, son autores
importantes en este campo. En su parte semántica, la metalógica atiende al
significado de los símbolos y del cálculo con relación a un determinado mundo
de objetos (por ejemplo, los objetos estudiados por la aritmética, o por una
teoría física). Tarski, Carnap, Quine, entre otros, se han interesado por estas
cuestiones.
En general, la lógica matemática
ha prestado mayor atención al lenguaje científico, ya que su proyecto era la
elaboración de un lenguaje lógico de gran precisión, que sirviera para hacer
transparentes las estructuras lógicas de las teorías científicas. Tal proyecto
encontró sus límites, tanto en el orden sintáctico como en el semántico (por
ejemplo, con los célebres teoremas de limitación formal). Este fenómeno, en
parte, ha llevado a una mayor valoración del lenguaje ordinario que, pese a sus
imprecisiones y fluctuaciones, encierra una riqueza lógica que los cálculos
formales no consiguen recoger del todo. La filosofía analítica, o filosofía del
lenguaje (Moore, Wittgenstein en su segunda etapa, Geach) ha planteado
importantes cuestiones lógicas en esta nueva orientación, ajena ya al propósito
de la construcción de un lenguaje ideal.
Tanto la lógica
simbólica en sentido estricto, tan vecina a la alta matemática, como los
estudios de semántica y de filosofía del lenguaje, han tropezado con hondos
problemas filosóficos, algunos de los cuales ya habían sido debatidos o
entrevistos por los filósofos clásicos. Esos problemas, por otra parte, no se
resuelven sólo en una perspectiva lógica. Hay cuestiones de fondo de la lógica
matemática que pertenecen ya a una filosofía de la matemática. Y por lo que
respecta a la lógica como tal, la historia demuestra que no es posible
filosofar sobre ella sin contar con tesis psicológicas, gnoseológicas y
metafísicas.
(Tomado de "Lógica" de Sanguineti)
lunes, 16 de diciembre de 2013
ACERCA DE LA PROPOSICIÓN O ENUNCIACIÓN
Hay que distinguir la enunciación
mental, la que es solamente pensada, de la oral, la que es expresada con
palabras. También podría distinguirse la escrita, pero, en nuestro idioma, no
hay diferencia mayor entre ésta y la oral, ya que nuestra palabra escrita es la
misma palabra oral. En un idioma como el chino, por ej., son dos enunciaciones
diferentes.
Mientras la enunciación
pensada está compuesta por conceptos objetivos, la enunciación oral o escrita
lo está por palabras. Por razones metodológicas evidentes, la lógica estudia la
proposición oral o escrita, ya que la pensada no puede ser comunicada al
exterior sino por aquélla.
En lógica, a las
palabras se las llama, más rigurosamente, términos. Son simples si están
formados por una sola palabra; complejos, si lo están por varias. Si digo
perro, árbol, etc., expreso términos simples; en cambio a media milla de aquí,
es complejo, porque incluye varias palabras o dicciones, como decían los
antiguos, para señalar una sola esencia inteligible, en este caso, una
distancia.
Dentro de la
proposición, un término puede ser:
• Sujeto
• Predicado
• Cópula
El predicado es lo
atribuido al sujeto mediante la cópula. A veces, el predicado y la cópula
pueden ser expresados por un solo término: el verbo predicativo que reúne ambas
funciones. Si digo: yo soy estudiante, separo los tres elementos; pero si digo:
estudio geometría, incluyo la función copulativa en el verbo predicativo
estudiar. Conviene separar las funciones cuando se trabaja con las
proposiciones. La importancia de hacerlo así se comprenderá cuando se estudie
el silogismo.
Podemos dividir la
proposición:
• Simple, la que se limita a atribuir un
predicado a un sujeto.
• Compuesta, la que vincula proposiciones
entre sí.
Hay muchos tipos de
proposiciones compuestas que se estudian en un curso más completo que éste.
Veamos algunos ejemplos: si voy me arrepentiré (condicional), sólo para mayores
(exclusiva), san Pedro murió en Roma y san Juan en Éfeso (copulativa).
Pero una enunciación no
sólo significa lo que sus conceptos objetivos expresan, una esencia o aspecto
inteligible de la realidad, sino que también están referidos a algo. Como dice
Aristóteles, como no podemos traer las cosas, traemos las palabras.
Esta propiedad de las
dicciones o términos de una enunciación ha sido llamada suposición, del latín
suppositio, y debe ser distinguida cuidadosamente de la significación de la
palabra. Esta es signo de un concepto objetivo cuya comprensión puedo
desarrollar en la definición. Pero al usarla en una determinada enunciación,
sin cambiar su significación, podemos referirlas a diversas realidades. Si
decimos: la osa del zoológico va a dar a luz, y no vemos la luz de la Osa
Mayor, hemos usado dos términos idénticos como voces: luz y osa. Pero hemos
cambiado su significación en las enunciaciones en que aparecen. En la primera,
la palabra osa es signo del concepto de un determinado animal mamífero,
mientras en la segunda es signo de una estrella del hemisferio norte. Así
mismo, la voz luz es signo del concepto parir, en la primera enunciación,
mientras en la segunda lo es de esa realidad física tan misteriosa que nuestros
ojos captan y nos permite ver. En estos ejemplos, las proposiciones han
cambiado la significación de los términos gracias a que hemos usado términos
equívocos.
La suposición se
refiere a otra propiedad de la palabra, no a su significación. Sin dejar de ser
el mismo signo, cuando la empleamos en una enunciación, la palabra está
suplantando a una determinada realidad. Si decimos: la osa del zoológico va a
dar a luz, la osa es un mamífero plantígrado, la palabra osa es un bisílabo,
sin cambiar la significación del vocablo osa, me estoy refiriendo a tres
realidades muy diferentes. En la primera proposición nos hemos referido a un
animal singular y conocido de nosotros, en la segunda hemos dado una definición
descriptiva parcial de la esencia del animal osa, válida para todos los
animales de la misma especie, y, finalmente, en la tercera, nos hemos referido
únicamente a la palabra castellana sin importar lo que signifique.
Hay muchos tipos de
suposición que sería largo y difícil estudiar en el nivel en el que estamos. Lo
que sí importa es saber que no basta conocer la significación de un término
cuando juzgamos las afirmaciones de nuestro interlocutor. El valor de suposición
de una palabra se conoce por el contexto de la proposición y principalmente por
la cópula. Cuando sostenemos que el número de los senadores es 45, es obvio que
no me refiero a cada senador sino al conjunto tomado como cuerpo colectivo. Por
eso no puedo concluir: el senador Pedro es 45. El error se produce porque se ha
cambiado el valor de suplencia del término senador.
Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Acerca del juicio
Al comienzo nuestros
conceptos son muy confusos. El niño se conforma con una mera etiqueta gracias a
la cual puede nombrar las cosas aunque ignore prácticamente todo de ellas. Si
la inteligencia no avanzara más, el nominalismo tendría razón. Pero, en
realidad, damos un contenido muy preciso a nuestros conceptos, es la
comprensión de los mismos, y establecemos con claridad cómo se predican de la
realidad, como nos lo enseña el árbol de Porfirio recientemente recordado.
El hombre, pues, se ve
en la necesidad de mejorar sus conceptos, interpretar lo que sabe y decírselo
claramente a sí mismo. Ya Aristóteles advirtió este hecho, por lo que dedicó
uno de sus libros de lógica a la oración: organismo lógico que nos permite precisar
el contenido de los conceptos. Es el Peri Hermeneias, De la Interpretación, que
estudia las oraciones, juicios y enunciaciones.
La oración es, según
este autor, "voz significativa arbitraria, cuyas partes significan algo
separadamente, como dicciones, no como afirmaciones o negaciones".
Expliquemos esta
definición. Como toda palabra, dicción, la oración es arbitraria, es un signo y
es una voz; pero a diferencia de aquélla, sus partes son también signos; en
tanto que, las sílabas, partes de la palabra, no lo son. Estas partes, empero,
son meras palabras, signos complejos si se quiere; no son oraciones completas,
por lo que no son afirmaciones ni negaciones.
El estudio de la
oración perfecta pertenece al juicio y al raciocinio; el de la oración
imperfecta interesa aquí. La perfecta "completa la sentencia"', es
decir, tiene sentido completo: yo estoy aquí. La imperfecta, en cambio, no lo
logra: simple y compuesto.
El concepto, en un
primer momento, expresa en forma muy confusa su objeto, aquello que queremos
conocer. Para aclarárselo a quien nos pida razón de ello, recurrimos a las
oraciones imperfectas llamadas división y definición.
La división distribuye
una naturaleza inteligible, un concepto, en sus partes, o un nombre en sus
significaciones. Gracias a ella, como ya dijimos, determinamos la extensión de
un concepto y se nos hace claro, de este modo, cómo una misma esencia puede
realizarse de diversas maneras.
En toda división hay
que atender a tres aspectos:
• El todo que ha de ser dividido (por ej.
El hombre).
• El fundamento de la división (por ej. El
color de la piel).
• Las partes en que se divide ese todo
(las razas de diferente pigmentación).
Para hacer una correcta
división, los lógicos enuncian algunas leyes, que podemos reducir a tres:
• No variar el fundamento. Si lo cambio,
paso a otra división y confundo en vez de aclarar la extensión de lo dividido.
• El todo dividido tiene que ser igual al
conjunto de sus miembros, si no lo es, faltarían o sobrarían miembros.
• Las partes deben excluirse entre sí, de
otra manera estaríamos repitiendo parcialmente la división ya hecha.
La definición es aún
más importante que la división porque expresa la comprensión del concepto. Por
eso se la define como "la oración imperfecta que expone la naturaleza de
una cosa o la significación de un término".
No hay que creer que la
definición es una enunciación o juicio, sino que se limita a ser el predicado
de esa enunciación; por ello es una oración imperfecta. El sujeto de ese juicio
es lo definido y el predicado es la definición. Si yo sostengo: la virtud es el
hábito de hacer el bien, lo definido es virtud y la definición es hábito de
hacer el bien.
Es muy difícil definir,
porque es muy difícil comprender qué es una cosa; en otras palabras, es muy
difícil construir un buen concepto. De ahí que sea muy fácil la postura
nominalista y muchos le encuentren razón. Sin embargo, el progreso científico
consiste, precisamente, en pasar de esos conceptos confusos, propios del
conocimiento vulgar, que apenas merecen el nombre de tales, a los conceptos
propiamente dichos, los científicos, de los que es posible dar una definición
satisfactoria. Tal vez sea la matemática la que mejor defina sus conceptos.
Por lo mismo, hay
muchos tipos de definición, no todos igualmente perfectos. Pero incluso los más
imperfectos son ya un inicio de la marcha de la mente en la dirección correcta.
• Si nos limitamos a definir un nombre;
esto es, damos a conocer la palabra como signo, estamos ante una definición
nominal. Si procuramos llegara lo real, o al objeto del concepto, la definición
será real.
• La definición real es intrínseca cuando
se hace uso de causas o principios intrínsecos; será extrínseca si se apela a
elementos extrínsecos a los que se quiere definir. Es más perfecta la
definición intrínseca. Por importante que sea el elemento extrínseco al que me
refiero, por ejemplo, la causa eficiente, no es constitutivo de lo que se desea
definir, y, por lo mismo, no forma parte del concepto objetivo que la
definición trata de exponer.
• La definición intrínseca perfecta es la
esencial, la que expresa la esencia misma de lo definido. Animal racional
mortal, como definición del hombre, es perfecta; hábito de hacer el bien, como
definición de virtud moral, también lo es. Cuando no conocemos la esencia,
recurrimos a una descripción del ente enumerando sus propiedades o accidentes,
lo que conozcamos mejor, obteniendo así una definición descriptiva. Si defino
al pez como un animal con aletas y branquias, he hecho una descripción del
mismo a pesar de incluir un elemento estrictamente esencial, como es su
carácter de animal. Es fácil comprender que muchas de nuestra definiciones son
descriptivas y que éstas serán más perfectas si dan a conocer las propiedades
más íntimas de lo definido y menos perfectas si se basan en los accidentes.
En la definición
extrínseca agregamos elementos exteriores a lo que deseamos definir por nuestro
desconocimiento de la esencia y de las propiedades esenciales de éste. Estos
elementos pueden ser de variado origen: la causa eficiente o final, su
generación u operación, etc., lo que nos da otras tantas definiciones
extrínsecas. Así, decir que un reloj es una máquina que sirve para dar la hora,
se apoya en la causa final. En geometría se suelen usar definiciones genéticas
que nos indican cómo se construyen las figuras, mientras en física moderna se
suelen usar las operaciones que nos permiten conocer lo que queremos definir.
También es común mencionar la causa ejemplar, como en la conocida definición
bíblica del hombre: hecho a imagen y semejanza de Dios. Como puede apreciarse
es muy variada la definición extrínseca y no se pueden agotar las posibilidades
de ella. Si definimos al perro como el mejor amigo del hombre, hacemos uso de
su relación con nosotros, lo cual es un simple accidente: ¡como si no fuesen
perros los que se hayan en estado salvaje! Notemos que la extrínseca siempre
será una definición imperfecta, más que la intrínseca descriptiva, y puede
llegar a ser simplemente irrelevante.
También hemos de
observar ciertas leyes contra las cuales pecan, en algún grado, la mayoría de
las definiciones que intentamos cuando nos las piden a boca de jarro.
Repetimos, una vez más, que es difícil definir porque es difícil
conceptualizar. El hombre, como animal sensitivo, a menudo se limita a servirse
de imágenes sensibles para resolver sus dificultades. Las principales son:
• La definición debe ser convertible con
lo definido; es decir, vale para lo definido y nada más que para lo definido.
La definición intrínseca cumple perfectamente con esta regla; las demás suelen
faltar contra ella, especialmente las extrínsecas. El mejor amigo del hombre,
para el perezoso es la cama, para el borracho, el vino...
• No debe ser negativa. La negación dice
lo que algo no es, mas la definición quiere expresar lo que algo es. La
definición negativa es usada cuando queremos aproximarnos a algo que no
logramos entender. Por ello se usa mucho en teología, cuyo objeto supera
nuestro entendimiento.
• Debe ser clara y breve. En caso
contrario no explicaría el concepto, que es su finalidad última.
Pero no todo es
definible.
Los individuos no lo
son, porque de ellos no podemos forjarnos conceptos, ya que todo concepto es
universal. El individuo es conocido más por los sentidos que por la razón. De
él podemos forjar una imagen bastante completa, a partir de sus aspectos
sensibles. A partir de ella tratamos de comprender qué es ese individuo; es
decir, cuál es su esencia. Esta será definida por lo comprendido por el hombre,
mas no el individuo mismo. En todo caso, se puede describir al individuo y
obtener un conjunto de características -cada una de las cuales es universal,
pues es objeto de un concepto- pero cuya reunión sólo es aplicable a ese
individuo. Así los aspectos físicos, síquicos y morales y la historia de un
individuo nos bastan para individualizarlo: Pedro de Valdivia era un español
que conquistó Chile y murió a manos de los araucanos tras la batalla de
Tucapel.
Como la definición
esencial, la definición perfecta, consiste, en última instancia, en explicar un
concepto mediante otros conceptos, es necesario llegar a ciertos conceptos
básicos que no pueden ser definidos. Así es, en efecto. Esos conceptos
indefinibles, que, por ser los primeros no pueden ser reducidos a nociones
anteriores, son los trascendentales: ser, uno, verdadero, bueno, bello, algo,
cosa. Estos conceptos tiene la propiedad única de poseer una extensión y una
comprensión virtualmente infinitas. Por ello sobrepasan la capacidad de la
mente humana. Esto significa que todo lo que comprende nuestra inteligencia
puede ser calificado de ser, uno, verdadero, bueno, etc., y cada uno de estos
conceptos trascendentales abarca la realidad total; en otras palabras, se
pueden aplicar a todas las cosas. Se los estudia en metafísica donde se
comprende que son, en verdad, un haz de conceptos unificados por la analogía.
(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)
martes, 10 de diciembre de 2013
DIVISIÓN DEL CONCEPTO
Hay muchas maneras de
dividir el concepto por lo que nos limitaremos a las que nos parecen más
relevantes.
Hemos dicho que todo
concepto es universal; sin embargo, no siempre lo usamos en toda su extensión,
sino que la restringimos según nos convenga. Para ello acudimos a
cuantificadores y obtenemos los siguientes resultados: singular, si lo
referimos a un solo individuo: este árbol, esa relación; común, si lo aplicamos
a varios. El común, a su vez, podemos predicarlo de todos, es el universal, o
bien restringirlo, sin limitarlo a un singular determinado, algún estudiante: es
el particular. Esta división es importante para el uso del concepto en el
raciocinio, especialmente en su uso como sujeto, aunque también como predicado,
como más adelante se explicará.
Cuando el universal se
predica de una multitud, puede referirse a ella de diversas maneras. Si se
aplica a ella y a todos y cada uno de los miembros de la multitud, tenemos al
concepto distributivo o divisivo. Es el uso más común del universal: oveja,
árbol, colegial. Pero si se refiere a ciertos conjuntos de individuos sin que
se les pueda aplicar a cada uno de ellos, tenemos el colectivo: rebaño, bosque,
colegio.
Otra división
importante del concepto es la que se fija en el modo cómo se aplica a sus
inferiores. Hemos visto que el concepto procura alcanzar la esencia de las cosas
reales, mas no siempre lo logra, contentándose con propiedades o, incluso
accidentes. Según esto tenemos cinco
modos de predicarse
un concepto de
la realidad:
• Si significa la esencia, el concepto
puede abarcar toda la esencia y se llama especie: hombre, perro. Pero puede ser
que alcance tan sólo una parte de ella. En este caso se nos presentan dos
situaciones. O bien nos referimos a la parte indeterminada de ella y la
llamamos género: animal, vegetal. O bien a la parte determinante de ella y la
llamamos diferencia específica: racional
• Si no significa la esencia, podrá
referirse a algo que le adviene a ella. Es lo más normal. Pero esto que le
adviene a la esencia puede ser entendido como necesario, que no le puede
faltar, y se le llama propio o propiedad, concepto muy usado en ciencia, por
Ej.: transparencia del aire y del agua. O bien se considera que no es necesario
y que le puede faltar a la esencia sin que se altere el ente en su
constitución: estar sentado o de pie. A éste lo llamamos accidente.
Estos cinco modos de
cómo puede un concepto puede ser predicado de la realidad, a saber: especie,
género, diferencia específica, propiedad, accidente, han sido llamados desde
antiguo predicables. Ya el romano Porfirio los utilizó para conformar el famoso
árbol de Porfirio, partiendo de la noción de sustancia.
No nos detendremos en
profundizar éstos y otros detalles de la división, antes bien preferimos
detenernos un instante en comprender mejor esta importante propiedad lógica de
los conceptos objetivos.
Decíamos que el
concepto objetivo se predica de sus inferiores. A esta propiedad la llamamos
predicabilidad. Gracias a ella, el concepto nos da a conocer una esencia o un
aspecto suyo, que podemos atribuir a los objetos reales. El concepto objetivo
me hace comprender hasta cierto punto la esencia hombre, la que es apta para
ser atribuida a Juan, Pedro, Isabel, etc. Gracias a la predicabilidad de los
conceptos objetivos podremos pasar a la segunda operación de la inteligencia
que veremos en el capítulo siguiente.
Todo concepto objetivo
puede ser considerado una esencia inteligible; es decir, es algo que puede ser
entendido. Es importante la última división estudiada porque nos enseña que esa
esencia inteligible no siempre puede ser atribuida de la misma manera a un ente
singular. Tal vez esa esencia inteligible no señale la esencia real sino sólo
un accidente de la misma y habría un error en confundirlas, o bien puede ser
una parte de la esencia real, ya sea la determinante o la indeterminada.
¡Cuántos errores cometemos al no saber cómo se debe atribuir a una determinada
realidad el concepto que tenemos en nuestra mente! La historia de la ciencia no
enseña mucho al respecto.
El universal, pues, es
algo uno que se halla en varios, y los predicables nos indican de cuántos modos
diversos ese universal puede hallarse en sus inferiores. Así, el concepto
grave, en física, se predica como propiedad de los cuerpos: todo cuerpo está
afectado por ella, por lo que lo denominamos grave o pesado. Pero esta esencia
inteligible no es la esencia real de los cuerpos, sino una relación entre dos
cuerpos que se atraen por esa misteriosa fuerza que llamamos gravedad.
Esta división, pues,
nos permite pensar la realidad en su multifacética complejidad con una extraordinaria
exactitud.
(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)
lunes, 9 de diciembre de 2013
EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES
La universalidad de
nuestros conceptos es difícil de explicar. Hemos visto la escolástica por ser
la más satisfactoria de las dadas hasta hoy. Pero como el problema es complejo,
conviene, al menos, mencionar que hay otras teorías y hacer ver dónde está la
falla de cada una. Porque todas las teorías destacan un aspecto verdadero de la
cuestión, pero dejan fuera otro que no debería faltar. Son explicaciones
reduccionistas, es decir, incompletas.
La dificultad se nos
hace patente cuando observamos que lo real es siempre singular, jamás
universal; mas lo comprendemos a través de conceptos universales, jamás
singulares. ¿Nos engañamos al pensar? Si digo que Juan es hombre, chileno,
estudiante, inteligente, alto, rubio, etc., puedo apreciar que todos los
términos que he empleado son universales, incluso el nombre propio, si bien,
éste, por naturaleza, designa siempre a un individuo. ¿Sólo Juan es Juan,
chileno estudiante, etc.? ¿De cuántos podría decir lo mismo? Los demás vocablos
no sirven para designar individuos, a menos que los juntemos de modo de que se
puedan aplicar a uno solo. Lo más fácil sería, como en el ejemplo, unirlos a un
nombre propio.
Pensamos en universal,
imaginamos en singular; la realidad, empero, es siempre singular.
Las palabras, por ser
signos de los conceptos, son universales en su significación (in significando),
mientras los conceptos lo son propiamente, por naturaleza. Decíamos que los
lógicos distinguen al concepto formal o mental del concepto objetivo. Sostienen
que aquél es universal en la representación (in repraesentando), mientras éste
es universal en la predicación (in praedicando, o bien in essendo). Es fácil
ver que todos los tipos de universalidad vistos emanan del universal en el ser
o en la predicación; si éste se explica y según cómo se explique, todos los
demás quedan aclarados.
Nuestro problema pues
se reduce a aclararnos cómo puede algo uno predicarse de muchos. ¿Es que puede,
al mismo tiempo, estar en muchos? En ese caso, ¿Qué tipo de realidad tiene, si
hemos visto que todo lo que existe es singular? No profundizaremos esta difícil
cuestión sino que nos limitaremos a señalar las principales respuestas.
• RACIONALISMO
Algunos autores han
dado este nombre a la posición filosófica que consiste en separar nuestros
conceptos de la realidad exterior. De este modo, nuestro concepto, si bien
significa algo, no alcanza a la realidad exterior, sino que se limita a lo que
aparece en mi interior, en mi razón. De ahí su nombre. Esta postura suele
unirse a la que en metafísica se conoce con el nombre de idealismo, si bien no
se aplica al llamado idealismo absoluto, que viene a ser una exageración de
aquél. Su mejor representante es Manuel Kant, más también suele aplicarse a
Descartes, que más bien es considerado su padre, a Guillermo Leibniz y a otros.
La corriente más influyente en los tiempos modernos está impregnada de este
espíritu.
• NOMINALISMO
Para sus
representantes, los universales son meros nombres, simples etiquetas que nos
permiten englobar o catalogar muchas experiencias; pero nada real es universal,
ni en la realidad, ni en el pensamiento. Esta posición se atribuye, en la
antigüedad, a los sofistas y a los escépticos; en la edad media a Roscelino a
Abelardo y a Guillermo de Occam; en la modernidad a Jorge Berkeley y a David
Hume; en la edad contemporánea, al positivismo de A. Comte, a Henri Bergson, y
al empirismo lógico.
• REALISMO EXAGERADO
Considera que existen
entes universales en sí mismos, no en esta tierra, naturalmente, sino en un
mundo ideal, o bien en Dios; mundo a los que, de alguna manera, el hombre tiene
acceso. El más típico representante de este realismo, en la antigüedad, es
Platón y, en cierta medida, Plotino. En la edad media se dieron posturas más
semejantes a la de Plotino que a la de Platón, al pensar que, de algún modo,
conocíamos las ideas ejemplares según las cuales Dios hizo las cosas. Estas
eran universales como todo modelo. El más conocido defensor de esta
interpretación es Guillermo de Champeaux y la escuela de Chartres. En la
modernidad, Nicolás Malebranche y en la contemporánea, los ontologistas.
• REALISMO MODERADO
Sostiene que el
universal, como tal, sólo existe en la inteligencia humana y es el concepto.
Pero también en la realidad, aunque no de modo actual, es decir, como
universal, sino potencial, es decir, es posible extraer de él el universal. Por
eso se suele distinguir un universal material, que es la esencia de un ente en
cuanto es la materia u objeto del concepto universal; un universal potencial,
que es esa misma esencia en cuanto de ella se puede extraer el concepto
universal, y finalmente el universal actual, que es el concepto en cuanto es
universal en acto después de haberse universalizado la esencia real, la que
existe en el ente.
Esta explicación del
universal fue inventada por Aristóteles y continuada por sus discípulos durante
la antigüedad. En la edad media la aceptaron, con algunas variantes, la mayoría
de los filósofos del mundo musulmán, fuesen o no musulmanes, y la transmitieron
a los cristianos, entre los que sobresalen san Alberto Magno y santo Tomás de
Aquino. Sus discípulos la han mantenido hasta el día de hoy. Es la explicación
que más partidarios ha tenido a lo largo de la historia de la filosofía. Es la
que hemos adoptado en este libro por ser la que mejor respeta todos los datos
que la experiencia nos aporta, como veremos más adelante.
(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)
sábado, 7 de diciembre de 2013
LA IMAGEN Y EL CONCEPTO
La palabra significa,
es signo de un concepto. ¿Cuál es el origen de los conceptos? Ya vimos que las
palabras tiene un origen convencional, artificial, arbitrario y
consuetudinario. ¿Ocurre lo mismo con los conceptos? Por ser signos formales,
esto es imposible.
A pesar de ser un
problema muy difícil, que ha sido abordado desde el inicio de la filosofía,
conviene que señalemos aquí el mínimo indispensable para comprender la
naturaleza de los conceptos, ya que son lo más importante en el pensamiento.
Sin conceptos es imposible pensar, son el primer acto de la inteligencia e
interviene en todos los demás.
Según Aristóteles,
todos nacemos con nuestra inteligencia totalmente desprovista de conocimientos.
Es la tesis más admitida en la historia de la filosofía. Pero hay otros
filósofos que han negado tal vacío primordial, mas no parece haber suficientes
evidencias como para sostener que nacemos sabiendo de alguna manera.
El primer contacto con
la realidad que nos circunda nos viene dado por ciertos órganos especializados
de nuestro cuerpo a los que llamamos sentidos: ojos, oídos, nariz, etc. Estos
primeros actos de conocimiento: ver, oír, oler, etc., pasan al cerebro que los
reúne en una síntesis que reconstruye la cosa exterior de la cual provienen
esos colores, sonidos, olores, etc., por los que pudimos conocerla. Así
formamos una percepción de la cosa exterior que luego guardamos como su imagen.
Cuidémonos de creer que una imagen es una fotografía; ésa sería tan solo la
imagen visual, pero también las hay olfativas, táctiles, sonoras, etc., tantas
como sentidos tenemos. Finalmente, recogiendo todas las sensaciones que nos
proporcionas los diversos órganos sensoriales, formamos la imagen de la cosa
completa, con todos estos atributos.
Hasta aquí llega el
conocimientos de las bestias, que los filósofos llaman conocimiento sensible,
ya que se realiza por sentidos. Aún no hemos pensado nada, no hemos comprendido
nada; nos hemos limitado a ver, oír, oler, etc., sensaciones que hemos reunido
en una percepción, y la hemos conservado como una imagen. Cuando la
inteligencia comprende aquello, ha nacido el concepto. Y como esto último es
muy difícil de hacer, a menudo tenemos una muy buena imagen acompañada de un
rudimento de concepto. A esto llamamos conocimiento vulgar. Será la ciencia la
encargada de forjar buenos conceptos.
A este largo proceso,
muy brevemente descrito, los filósofos llaman abstracción, que quiere decir
separación. En efecto, el concepto no reúne colores, olores, sonidos, de la
cosa para formar el concepto -eso la hace la percepción- sino que los separa,
los deja fuera.
Este proceso se
entiende mejor si comparamos los resultados. Tomemos la imagen de templo y su
concepto. La primera nos dará la visión de determinado templo, con sus colores,
dimensiones, figura exterior e interior, los sonidos de los cánticos
religiosos, el olor del incienso, etc. En el concepto no figura ninguno de esos
elementos, sino la comprensión de qué es un templo: edificio destinado a un
culto religioso. En el concepto, pues, no hay ningún dato sensorial, ninguna
sensación de las que componen la percepción, sino tan solo lo que nos parece
ser esencial. Esto es la comprensión intelectual.
NATURALEZA DEL CONCEPTO
Definamos concepto:
acto por el cual la inteligencia capta o percibe alguna cosa.
Ya sabemos cuan
distinto es este modo de aprehender la cosa respecto del de la percepción. Este
aprehender, cuando es de la inteligencia, es lo que normalmente queremos
expresar cuando decimos: ahora comprendo de qué se trata, o bien, ahora
entiendo.
¿Entiendes qué es la
alfalfa? Si no lo sabes, quiere decir que careces del concepto de alfalfa,
aunque, tal vez, tengas una buena imagen de ella. Pero si sabes que es un
vegetal, que es un buen alimento para vacunos y equinos, que no es árbol ni
arbusto, sino mera hierba, posees muchos conceptos que puedes aplicar a la
palabra alfalfa y comprender, hasta cierto punto, qué es cuando te la
mencionan. La mayoría de nuestros conceptos son así, son comprensiones
parciales de la cosa que señalan.
Pero, ¿qué señalan o
significan los conceptos?
Los lógicos distinguen
el concepto formal, aquello en lo cual alcanzamos la cosa, del concepto
objetivo, el objeto alcanzado por medio del formal, llamado también mental.
Vale decir, en el concepto distinguimos el acto mental, de carácter psíquico,
realizado por la inteligencia, del significado o contenido de dicho acto. A la
psicología le compete el estudio del concepto formal; a la lógica, el objetivo.
En otras palabras, nos interesa lo que conocemos gracias al acto intelectual.
Estudiamos, pues, lo pensado por el intelecto y no el acto por el que lo
pensamos. Esto es, aquello de lo que es signo el concepto, o, dicho con otras palabras,
su significado.
Los lógicos distinguen
también el objeto material del objeto formal de los conceptos. El objeto
material de un conocimiento, que eso es un concepto, es la cosa captada, sea
real o no, por ese acto cognitivo. Veo el color, huelo el olor y pienso en la
rosa; el objeto material de esos tres actos es la rosa. El objeto formal es lo
que directamente y en primer lugar es alcanzado por un acto de conocimiento. En
el ejemplo propuesto: se ve el color, se huele el olor y se piensa qué es una rosa.
El objeto formal de la visión es, en consecuencia, el color; el del olfato, el
olor, y el de la inteligencia es la quididad de la cosa conocida. Quididad
viene de quidditas, que es un término latino derivado de la pregunta típica de
la inteligencia: Quid sit? = ¿qué es? Mas, cuando el hombre sabe qué es algo,
se dice que conoce su esencia. Por eso suele decirse que el objeto formal de la
inteligencia es la esencia de las cosas que les muestran los sentidos. En este
punto conviene hacer dos aclaraciones.
Sea la primera la
significación del vocablo cosa, que tanto hemos usado en estas páginas. Supongo
que ya todos mis lectores han advertido que la amplitud de su significación es
inmensa. No hay que creer que cosas son únicamente los entes materiales que existen
en el mundo. No. Cosa, en filosofía, sirve para mencionar prácticamente todo,
es tan amplio en su significación como el término algo. Así, lo cosa estudiada
por una disciplina puede ser una mera relación, como en gramática cuando
estudiamos los casos, el predicado, las preposiciones, etc. Estas cosas no son
entes materiales que existan en el mundo, sino meras funciones del lenguaje.
Sea la segunda ¿qué
significa aprehender una esencia? Si éste es el objeto formal del concepto,
parece que no tendríamos conceptos, puesto que es muy difícil alcanzar la
esencia de una cosa real natural, si es que es alcanzable. Es verdad, nadie
conoce aún la esencia del perro o del gato, a pesar de que nos acompañan desde
tiempos prehistóricos. Eso sólo significa que no poseemos un concepto que sea
capaz de incluir toda la realidad que se da en estos simpáticos animales. Sin
embargo, no dudamos de que sean algo en sí mismos, que no se limitan a los
aspectos que nos señalan los sentidos, diferentes de los demás entes naturales
que conocemos, y que eso es, precisamente, lo que deseamos saber. Todo lo que
percibimos acerca de ellos, se nos presenta como un aproximarnos a su
naturaleza íntima, su esencia, y que, si la conociésemos, los comprenderíamos
mejor. De modo que todos los conocimientos que nuestra inteligencia logra
construir, se dirigen, en última instancia, a desvelar la esencia de las cosas.
Por eso, la quididad es la misma esencia o naturaleza de algo en tanto en
cuanto es conocida por nosotros. Es la misma esencia real parcialmente
alcanzada por nuestros conceptos.
PROPIEDADES ESENCIALES
DEL CONCEPTO OBJETIVO
Lo que realmente
constituye a un concepto es su comprensión: el conjunto de notas inteligibles
que lo componen. Por eso, al desarrollar todas esas notas, tenemos la
definición del objeto. Triángulo es una figura geométrica cerrada, plana,
formada por tres lados y tres ángulos. El sujeto de esta proposición dice lo
mismo que el predicado, pero en éste se desarrolla lo que se piensa en aquél.
Expreso con diversas palabras lo que pienso al pronunciar la voz triángulo.
Estas notas inteligibles, o características del objeto pensado, son, a su vez,
conceptos que podría definir y expresar así todo su contenido inteligible.
Vemos, pues, cuán importante es definir. ¡Cuántas veces conocemos la palabra
pero carecemos del concepto correspondiente! Al no preguntársenos la
definición, parece que entendemos lo que decimos. Mas, si nos hacen la
pregunta, ¡menuda sorpresa nos llevamos al comprender que somos incapaces de
responder adecuadamente! Por otra parte, puede ocurrir que dos personas usen el
mismo vocablo pero no el mismo concepto, o, lo que es lo mismo, ese concepto no
contenga las mismas notas inteligibles en ambos. En tal caso, las personas no
se entienden entre sí.
También puedo
preguntarme por la extensión de un concepto, es decir, a cuántos inferiores
puedo aplicarlo, a cuántos se extiende. Si desarrollo esta extensión, obtengo
la división del concepto que me permite verificar de cuántas maneras se puede
realizar la esencia expresada por la comprensión del concepto objetivo. Así,
por ejemplo, comprendo que la esencia humana, sin variar, se realiza de modo
levemente diferente en las diversas razas.
Para los escolásticos,
la comprensión es el verdadero contenido esencial del concepto, mientras que la
extensión es una propiedad que de ella dimana; para el nominalismo moderno, en
cambio, es la extensión el constitutivo propio del concepto. Esta diversa
interpretación de la esencia del concepto se debe a que los modernos consideran
que lo que importa es saber a quienes se puede aplicar un concepto construido
por el hombre según sus categorías o modos de captar la realidad y no por un
conocimiento de esencias. Hay un escepticismo en la raíz de esta diferente
interpretación.
Se enfrentan así dos
concepciones radicalmente opuestas de nuestra inteligencia entre las cuales es
difícil elegir. Seguiremos aquí la explicación escolástica, pues nos parece que
lo propio de la inteligencia es eso, ser inteligencia; es decir, leer en medio
de (inter legere) la realidad lo que ella es. Lo leído por la inteligencia es
la comprensión del concepto objetivo y lo que lo constituye como tal.
La comprensión y la
extensión de un concepto están en razón inversa. A mayor comprensión, menor
extensión y viceversa. Es fácil comprender que si aumento el número de notas de
un concepto, encontraré menos cosas a qué aplicarlo. Así, hay más animales que
mamíferos y más mamíferos que hombres. A la inversa, si un concepto se extiende
a más deberá poseer menos notas.
Pero no se trata de
contar los individuos a los que se aplica un concepto. ¿Hay más perros o gatos
en el mundo?, sino saber si la extensión de un concepto queda incluida en la
extensión de otro. Esto se sabe atendiendo a la comprensión, lo que nos revela,
nuevamente, que los escolásticos tienen razón al considerar a la comprensión
como lo que constituye esencialmente a todo concepto. Así, toda la comprensión
de animal está incluida en la de hombre, mas no a la inversa. Luego toda la
extensión de hombre está incluida en la de animal, pero no a la inversa.
Para comprender mejor
la extensión y la comprensión de los conceptos, nada mejor que volver a
considerar el objeto del concepto. Este era material y formal, y este último
era la quididad o esencia de lo conocido. En otras palabras, el modo de ser, el
tipo de ser de algo. Es decir, lo que el concepto busca es la naturaleza del
objeto material. Si bien pocas veces lo logra de modo satisfactorio, siempre
apunta a ello. Por esto, todo concepto es universal, ya que la naturaleza de
una cosa es idéntica para todas las cosas de la misma especie o tipo. Así, la
definición de virtud se aplica a todos los actos virtuosos y la de vicio, a
todos los viciosos. En este caso, la inteligencia ha alcanzado adecuadamente la
naturaleza de la virtud y del vicio, como se estudia en ética.
La dificultad de
conocer las esencias de los entes naturales que nos rodean explica la
frecuencia del error en nuestros conocimientos. Porque lo que el concepto debe
captar es la esencia de algo, y como esto es muy difícil, lo reemplazamos con
la propiedad más cercana a ella. A veces creemos que esa propiedad es la
esencia, lo que sería un error grave. Otras, aceptamos como propiedad esencial
una característica muy accidental del objeto, lo que también constituye un
error, más grave aún, a menos que se tenga clara conciencia de ello.
Si alguien entiende que
un hombre es un animal de dos pies, ha considerado como propiedad esencial una
propiedad bastante extrínseca al mismo, si bien es realmente una propiedad
suya. Más acertado está el que lo considere como un animal que habla, pues el
hablar es una propiedad más cercana aún a su esencia que la anterior.
Finalmente, la mayoría de los filósofos ha aceptado la definición de los
estoicos: animal racional mortal, para distinguirlo de los dioses de la
mitología que eran inmortales. Quien lo defina como bípedo implume está tan
lejos de lo esencial que no vale la pena criticarlo.
La extensión es una
propiedad lógica del concepto, pero deriva de algo real. Efectivamente, así
como podemos, en la industria, fabricar muchos objetos según un modelo único,
así también, la naturaleza produce muchos entes según una misma esencia. Hay
muchos perales y chirimoyos en el mundo y todos poseen la misma estructura esencial
que los botánicos se esfuerzan por dilucidar. Y si bien nos falta mucho por
conocer en ellos, ya sabemos que su esencia es idéntica en todos los de la
misma especie, la que podemos reconocer por un conjunto de accidentes. Ese
conjunto es único y no se repite en otra. Puede ser el tono del verde de sus
hojas, además de su figura, etc. Porque cada ente posee los accidentes que su
esencia requiere para su realización individual.
(tomado de "Aprendiendo a pensar" de Ossandón Valdés)