Aclarada de
un modo general la noción de voluntario, debemos pasar ahora a considerar los
distintos actos de la voluntad, pues en el orden racional de los mismos
consiste la moralidad. Los actos de la voluntad tienen siempre por objeto al
bien, pues el mal en sí mismo nunca es querido. Pero el bien se divide
adecuadamente en fin (bien honesto y bien deleitable) y medios (bien útil).
Luego de los actos de la voluntad, unos tendrán por objeto al fin y otros a los
medios.
Pues bien,
los actos de la voluntad que tienen por objeto al fin son tres: la simple
volición, la intención y la fruición. La simple volición se refiere al fin en
sí mismo, independientemente de su presencia o de su ausencia; la intención
tiende al fin en tanto que ausente, y la fruición se adhiere al fin en tanto
que poseído o presente. Veamos más despacio cada uno de ellos.
a) La
simple volición Ante todo digamos que se la llama así porque es el acto primero
y por consiguiente más simple de la voluntad. Con la palabra volición se
designa cualquier acto de la voluntad, como con la palabra intelección,
cualquier acto del intelecto; pero cuando se trata del acto primero de la
voluntad, al que no precede ningún otro en su mismo orden, es decir, dentro del
orden de lo voluntario, y que por consiguiente carece de toda complejidad,
parece perfectamente fundado que se le llame simple volición.
El objeto
de la simple volición es el fin en sí mismo y en tanto que tal. Porque los
medios no pueden ser queridos más que en orden al fin, y, por consiguiente, son
secundariamente queridos. Pero la simple volición es el acto primero de la
voluntad. Por lo demás, la simple volición también tiene sus causas (no dentro
del orden de lo voluntario, pero sí fuera de ese orden), pues la voluntad
humana no es una causa incausada.
Esas causas
son de dos tipos: unas que mueven en el orden de la especificación y otras que
lo hacen en el orden del ejercicio. En el orden de la especificación, la simple
volición es causada por el entendimiento, que es el que presenta a la voluntad
el bien y el fin, y también por el apetito sensitivo en tanto que presentado
asimismo por el entendimiento. En el orden del ejercicio la simple volición es
causada, de manera no enteramente eficaz, por el apetito sensitivo en cuanto
refluye en la voluntad por el hecho de estar radicado en el mismo sujeto que
ella, y de manera eficaz, pero respetando la libertad, por la moción de Dios,
que es la causa primera incausada de cualquier causa segunda.
b) La
fruición Proviene de la palabra latina fruitio, que a su vez deriva de fructus.
Por eso, así como el fruto es lo último y lo más perfecto o completo en una
actividad, así también la fruición es lo último y lo más completo en los actos
de la voluntad. La fruición, como ya hemos dicho, se refiere al fin, no a los
medios, y en tanto que está presente o es poseído. Comporta esencialmente el
descanso y la complacencia en el fin. La fruición puede ser perfecta e
imperfecta, y esto en un triple aspecto: — En relación con el sujeto. — En
relación con el objeto. — En referencia al modo de posesión.
Así, en el
primer aspecto, el descanso y complacencia del apetito intelectual es la
fruición perfecta, mientras que el descanso y complacencia del apetito sensitivo
es la fruición imperfecta, como también es imperfecto lo voluntario que se
funda en el conocimiento sensitivo del fin. En relación con el objeto, es
perfecta la fruición que se refiere al último fin absoluto (felicidad),
mientras que es imperfecta la que se refiere a un fin último relativo o en un
determinado orden.
Finalmente,
por respecto al modo de alcanzar el fin, es perfecta la fruición que entraña
una posesión real y acabada del fin, mientras que es imperfecta la que sólo
comporta una posesión intencional o en esperanza fundada.
c) La
intención El nombre de intención procede de la palabra latina intentio, y ésta,
a su vez, de in y tendere. Por una parte, pues, significa tendencia o impulso,
y, por otra, cierta distancia y relación entre el principio del impulso y el
término de él. La intención se aplica en primer lugar al orden psicológico, y
de manera traslaticia al orden metafísico. Dentro del orden psicológico, la
intención se aplica más propiamente al orden apetitivo que al cognoscitivo. De
todos modos, es frecuente en el lenguaje de Santo Tomás, llamar intención al
acto del entendimiento y también al objeto de dicho acto.
Pero aquí
tomamos la intención en su sentido más propio y entonces designa el acto de la
voluntad que tiene por objeto al fin en tanto que ausente, pero también en
tanto que alcanzable por tales o tales medios. Como quiera que la intención
entraña un impulso de la voluntad, pero también una dirección al fin a través
de los medios, por eso es un acto de la voluntad y del entendimiento a la vez;
de la voluntad, de manera principal y ejecutiva, y del entendimiento (y
precisamente del entendimiento práctico), de manera pre-supositiva y directiva.
Por lo demás, la intención no es solamente del fin último, sino también de los
fines intermedios.
En efecto,
la intención entraña una distancia entre los medios y el fin, y en esa
distancia se intercalan de hecho los fines intermedios. Esto, no obstante, la
intención del fin último es más perfecta, pues entraña un mayor impulso y un
orden mayor de los medios al fin.
d) El
consejo y el consentimiento Después de haber considerado los actos de la
voluntad que tienen por objeto al fin, pasamos a la consideración de aquellos
otros que tienen por objeto a los medios. Estos son tres: el consentimiento, la
elección y el uso activo, a los cuales hay que añadir el consejo y el imperio,
que, aunque son actos del entendimiento, están en íntima relación con los actos
correspondientes de la voluntad.
De la
intención del fin hay que pasar a la elección de los medios y a la ulterior
ejecución de los mismos; mas para ello es preciso llevar a cabo antes el
consejo y el consentimiento. El consejo (del latín consilium, y éste de
consulo, pensar, deliberar) es un acto del entendimiento en orden a la
voluntad. Concretamente se trata de una cierta deliberación o inquisición
llevada a cabo por la razón práctica acerca de los medios más aptos para
conseguir el fin intentado. El consejo, propiamente hablando, no entraña solamente
la deliberación o inquisición, sino también la sentencia o conclusión de dicha
deliberación. Y versa sobre los medios que son hacederos o practicables por el
sujeto que delibera; no sobre los que están fuera de su alcance o son
imposibles para él. Además, se refiere principalmente a los asuntos importantes
y poco frecuentes; no a los de poca monta y muy trillados.
La facultad
que lleva a cabo esa deliberación y esa sentencia es el entendimiento humano,
pero no en cuanto intuitivo, sino en cuanto discursivo, y no en cuanto
especulativo, sino en cuanto práctico. Tras del consejo viene el
consentimiento. Consentir (del latín cum-sentire) significa adherirse a lo que
otro siente o sentencia.
Así, el
consentimiento es el acto de la voluntad por el que ésta se adhiere a lo
propuesto o sentenciado por la razón práctica mediante el acto del consejo. Es
acto propio de la voluntad que presupone, empero, un acto del entendimiento.
Por lo demás, el consentimiento, lo mismo que el consejo, versa sobre los
medios, nunca sobre el fin como tal, y sobre los medios agibles o posibles para
el que consiente. Pero con esta particularidad: que versa sobre la bondad
positiva y absoluta de los medios propuestos por el consejo; no sobre la mayor
o menor conveniencia o utilidad de cada uno de ellos. En esto precisamente se
distingue el consentimiento de la elección, de la que nos ocuparemos luego.
La elección
se refiere a los medios comparativamente considerados, a su mayor o menor
utilidad, mientras que el consentimiento se refiere a los medios absolutamente
tomados, a la bondad que cada uno tiene en sí. Por eso se necesitan también dos
tipos de consejo: uno absoluto, que valora lo bueno que cada medio tiene de
suyo con respecto al fin, y que termina con el consentimiento, y otro
comparativo, que valora la mayor o menor conveniencia de cada medio respecto de
los otros y con vistas también al fin, y que termina en la elección.
e) La
elección Viene del latín eligere y éste de e y legere (coger de entre varios,
escoger). Significa, pues, el acto de preferir a uno entre varios, y
concretamente el acto de escoger uno de los varios medios que se presentan como
aptos para alcanzar un fin. Esencialmente es un acto de la voluntad, pero
presupone otro acto del entendimiento.
El acto del
entendimiento, o mejor, de la razón práctica, que aquí se presupone es el
consejo comparativo: la discreción o discernimiento en que aparece un medio
como mejor o más apto que los otros medios, que también se consideran, para
alcanzar el fin intentado. Pero la elección es algo más que esta mera
comparación de los medios, pues entraña la aceptación del medio que se
considera mejor aquí y ahora, atendidas todas las circunstancias; y como ese
medio (lo mismo que cualquier otro) es un bien, y el bien es objeto de la
voluntad, el acto de adherirse a él es un acto de la voluntad; la elección es
un acto de la voluntad. Por lo demás, en la elección es donde radica
propiamente la libertad psicológica o el libre albedrío humano.
Casi no es
necesario repetir aquí la misma idea apuntada respecto del consejo y del
consentimiento, es decir, que el objeto de la elección son los medios en cuanto
tales y nunca el fin en cuanto fin. Si alguna vez un fin fuera objeto de
elección, ya no se consideraría como fin, sino como medio en orden a otro fin
ulterior.
f) El
imperio y el uso activo La elección consiste en la aceptación del último juicio
práctico del entendimiento en el que termina el consejo comparativo; pero esto
es todavía insuficiente para la acción: el medio elegido tiene aún que ser ejecutado.
Esta ejecución o es realizada por la voluntad misma o por cualquier otra
facultad humana movida por la voluntad.
Al acto de la voluntad que ejecuta o
que mueve a la ejecución se le llama uso activo, y al movimiento de las otras
facultades impulsadas por la voluntad, uso pasivo. Aquí vamos a considerar
solamente el uso activo. Pues bien, éste requiere otro acto del entendimiento
que se llama imperio (del latín in y parare, disponer u ordenar eficazmente,
imponer orden). El imperio no se debe confundir con el consejo comparativo ni
con el último juicio práctico en que éste termina; porque ese consejo y ese
juicio práctico presentan el medio elegido como aceptable y preferible, pero el
imperio lo presenta como aplicable y ejecutable.
Entre la elección y la
ejecución media un intervalo que puede ser largo, y con frecuencia surgen
dificultades nuevas que es preciso afrontar. El imperio interviene aquí para
mantener firme la resolución tomada y salir al paso de los nuevos obstáculos.
El imperio
es un acto de la razón que presupone otro acto de la voluntad. Porque el
imperio entraña dos cosas: una ordenación o dirección y un impulso; lo primero
corresponde al entendimiento, y lo segundo, a la voluntad. Sin embargo, lo que
constituye esencialmente el imperio es la dirección de la razón; el impulso es
algo anterior y presupuesto. El imperio es obra de la razón práctica, y no en
su uso inmediato y como intuitivo, que es la sindéresis o hábito de los
primeros principios prácticos, sino en su uso mediato y discursivo. En
realidad, el imperio es el juicio práctico que termina o concluye un
razonamiento práctico más o menos largo.
El uso
activo de la voluntad consiste en la aplicación efectiva o ejecución del medio
elegido e imperado en orden a la consecución del fin que se intenta. La palabra
uso parece provenir de la griega chresis (uso), y ésta de cheir (mano). La
mano, en efecto, es como el instrumento de todos los instrumentos y la que
ejecuta casi todas nuestras acciones externas. De aquí viene el sentido primario
del uso, que luego se aplica a las facultades internas y especialmente a la
voluntad que mueve, en el orden del ejercicio, a todas las facultades humanas,
tanto internas como externas.
El uso
activo es la actividad humana en su sentido más propio y pleno; es la verdadera
praxis humana. Porque los actos de nuestra voluntad que tienen por objeto al
fin como fin nos vienen impuestos por la naturaleza más que puestos por
nosotros, y por eso pertenecen a la voluntad considerada como naturaleza;
mientras que los actos que tienen por objeto a los medios como medios están más
en nuestro poder y pertenecen a la voluntad como libre.
Y de estos
actos, el consentimiento se ordena a la elección, y la elección, al uso activo.
En éste, pues, es donde culmina el acto humano en cuanto humano o propio del
hombre, es decir, en cuanto el hombre es dueño de sí como agente libre. Por lo
demás, al uso activo de la voluntad corresponde el uso pasivo de las demás
potencias humanas, bien internas, como el entendimiento, los sentidos internos
y el apetito sensitivo, bien externas, como los sentidos externos y la facultad
locomotiva.
Todas estas
facultades reciben el impulso de la voluntad, al que obedecen, y participan así
de la voluntariedad del acto voluntario propiamente dicho. Es decir, que los
actos de dichas potencias llegan a ser voluntarios por participación; y esto es
lo que permite dividir los actos voluntarios en elícitos (realizados por la
misma voluntad) e imperados (realizados por las otras facultades bajo el influjo
de la voluntad).
(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")