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domingo, 31 de octubre de 2021
lunes, 11 de octubre de 2021
Nuevos libros en formato impecable, de Garrigou-Lagrange
Con gran alegría les traemos dos nuevos libros que generosamente un amigo ha transcrito completamente a partir de su versión escaneada en PDF. Los tenemos ahora en un formato pulcro e impecable que facilita la lectura, un trabajo realmente de admirar.
La vida eterna y la profundidad del alma
El Salvador y su amor por nosotros
Agradecemos profundamente estos aportes que nuestro muy amable visitante nos comparte, se trata de un trabajo juicioso y bien hecho, que seguramente será recompensado por la Divina Providencia.
Leonardo Rodríguez V
martes, 14 de septiembre de 2021
Acerca de la primera cuestión recién leída
Acabamos de leer la primera cuestión del tratado de la bienaventuranza o fin último del hombre, que ocupa las cinco primeras cuestiones de la "prima secundae". Procuramos ofrecer un breve resumen de cada artículo.
En dicha primera cuestión ST nos enseña las bases para poder ingresar a este tema, dirigiendo nuestra mirada a sus fundamentos filosóficos. Y es que a primera vista parece extraño que en un tratado dedicado a hablarnos del fin de la vida humana, de la felicidad, se comience con esos artículos acerca del fin, tratando todo de una forma tan abstracta. Pero es que esa es la manera segura de poner los cimientos y asegurar que lo que se dirá después tiene bases suficientemente fuertes y que no se está especulando en el aire.
Haciendo entonces como un listado de lo que nos acaba de decir ST podemos decir lo siguiente:
- Las acciones del hombre, en cuanto hombre, son deliberadas, es decir, hechas con la intención de un fin.
- No solo el hombre actúa por un fin, sino de hecho todo agente, racional o no, actúa por un fin siempre que actúa, ya se trate de un fin conocido (como en el caso de los animales) o de un fin desconocido (como en el caso de vegetales, minerales, etc.)
- El fin es tan relevante en lo que hacemos que de él depende la "especie" de la acción, es decir, que la acción sea la que es, tanto física como moralmente hablando.
- Hay un fin último de la vida humana, es decir, no solo actuamos cada día movidos por la intención de ciertos fines particulares, sino que debe existir un fin completamente último de toda la vida humana.
- Dicho fin completamente último de la vida humana no pueden ser dos, ni tres, ni veinte, sino que necesariamente debe ser uno solo para cada hombre.
- A sabiendas o no, todo lo que hacemos día a día lo hacemos, a fin de cuentas, por la intención radical del último fin, es decir, el deseo del último fin está presente en todo lo que hacemos, incluso cuando lo que hacemos nos aparta objetivamente de dicho fin.
- Todos los hombres tienen el mismo fin último. No es cuestión de gustos.
- Incluso no solo todos los hombres sino todas las criaturas tienen el mismo fin último, pero no todas lo alcanzan de la misma manera.
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Por medio de los anteriores fundamentos, debidamente argumentados, ST establece las bases sólidas para el resto del tratado sobre la bienaventuranza o felicidad última del hombre.
En seguida leeremos con el favor de Dios la segunda cuestión, en la cual ST examina uno por uno todos los posibles objetos en que los hombres suelen poner el fin de sus vidas: riquezas, honores, fama, poder, placeres, etc.
Leonardo Rodríguez V.
domingo, 12 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 8: si en el fin último convienen todas las creaturas, además del hombre
Ia-IIae q.1 a.8
En este breve artículo, el último de la primera cuestión del tratado que estamos leyendo, ST aborda una nueva pregunta y es si en el fin último del hombre convienen también las demás criaturas, es decir, si todas las creaturas tienen el mismo fin del hombre.
Aquí ST realiza una nueva distinción. Ya había distinguido entre la razón de fin último (la plenitud, perfección o felicidad) y aquello en que dicho fin último realmente se encuentra, para responder a la pregunta de si todos los hombres tienden al mismo fin último. Nos había respondido que en cuanto a la razón de fin último todos tienden a ello, pero no en cuanto a aquello en que el fin último se realiza, pues unos ponen su fin último en el dinero, en los placeres, en la fama, etc.
Ahora para responder si no solo los hombres sino todas las creaturas tienen el mismo fin último, ST distingue entre aquello que es el fin último (conocimiento de la esencia de Dios) y el hecho mismo de alcanzar ese conocimiento o gozar de él.
Así las cosas ST dice que en cuanto a aquello que es fin último, Dios, todas las creaturas tienden a Él como fin último, pero no todas lo alcanzan del mismo modo. He aquí sus palabras:
Si ergo loquamur de
ultimo fine hominis quantum ad ipsam rem quae est finis, sic in ultimo fine
hominis omnia alia conveniunt, quia Deus est ultimus finis hominis et omnium
aliarum rerum. Si autem loquamur de ultimo fine hominis quantum ad
consecutionem finis, sic in hoc fine hominis non communicant creaturae
irrationales. Nam homo et aliae rationales creaturae consequuntur ultimum finem
cognoscendo et amando Deum, quod non competit aliis creaturis, quae
adipiscuntur ultimum finem inquantum participant aliquam similitudinem Dei,
secundum quod sunt, vel vivunt, vel etiam cognoscunt.
Por tanto si hablamos del
fin último del hombre refiriéndonos a la cosa misma que es el fin, entonces
todos los demás seres tienen el mismo fin último que el hombre, porque Dios es
el fin último del hombre y de todas las demás cosas. Pero, si hablamos del fin
último del hombre refiriéndonos a la consecución del fin, entonces las
criaturas irracionales no tienen el mismo fin que el hombre. Porque el hombre y
las demás criaturas racionales alcanzan el último fin conociendo y amando a Dios,
y esto no lo consiguen las otras criaturas, que logran el último fin por
participación de alguna semejanza de Dios, porque existen, viven o incluso
conocen.
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Lo que aquí entonces nos está diciendo ST es que no solo el hombre, sino todas las criaturas tienen el mismo fin último, pero el hombre por ser criatura racional alcanza ese fin de una manera más excelente, conociendo y amando a Dios, cosa que no puede hacer ninguna otra criatura, las cuales lo alcanzan en cierta medida en cuanto participan de su semejanza por estar constituidas en especies que son imagen de la inteligencia divina.
Leonardo Rodríguez Velasco
sábado, 11 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 7: si hay un solo fin último para todos los hombres
Ia-IIae q.1 a.7
Santo Tomás nos ha ido llevando como de la mano a lo largo de estos artículos que conforman la primera cuestión del tratado sobre la bienaventuranza o felicidad humana.
Ha ido como poniendo con mucho cuidado las piedras de un bello edificio. Primero nos mostró que los hombres actuamos por un fin, nos dijo luego que no solo los hombres sino todo agente, racional o no, obra necesariamente por un fin. En seguida nos dijo que el fin es tan relevante que de hecho da la especie a nuestros actos, es decir, los hace ser lo que son, tanto en el orden físico como en el moral. Luego dio un paso más y nos señaló que hay un fin último para la vida humana, aclarándonos luego que un hombre no puede tener sino un fin último. Y en el artículo inmediatamente anterior nos decía que todo lo que hacemos, lo sepamos o no, lo hacemos movidos por nuestro deseo del fin último total, que es la felicidad (la cual nos dirá luego que solo puede consistir en la visión amorosa de la esencia de Dios).
Ahora en el presente artículo nos insiste en que para todos y cada uno de los hombres se da un fin último, no dos, ni tres, ni veinte, de manera que todos los seres humanos, lo sepan o no, vivan conforme a ello o no, tenemos un solo fin último de nuestras vidas.
Para explicarlo distingue ST entre el fin último en cuanto a lo que es conceptualmente, y el fin último en cuanto a aquella realidad en que se realiza concretamente la razón de fin último. Y dice ST que respecto de lo primero, es decir, respecto del fin último en cuanto a su razón, es decir, en cuanto a ser la perfección o suprema felicidad, todos los hombres tienden a ello, todos los hombres van tras de ello. Pero, respecto de lo segundo no todos van tras de lo mismo, porque para unos dicha suprema felicidad está en el dinero, o en los placeres, o en los honores, etc.
Lo anterior significa que aunque todos los hombres buscan su perfección, su plenitud, su felicidad, no todos la buscan en el mismo lugar. Y dice, a manera de ejemplo, que a todos les gusta el dulce, pero a unos el dulce del vino, a otros el dulce de la miel, y así. No todos buscan el dulce en el mismo objeto. Y añade que lo prudente es seguir el consejo de aquél que tiene el gusto mejor dispuesto, pues aquél que tiene el gusto mejor dispuesto, como si dijéramos mejor entrenado para distinguir y apreciar los sabores, seguramente nos indicará cuál es, objetivamente hablando, el mejor dulce, el dulce perfectísimo.
Lo mismo respecto a aquello en que se realiza el concepto de fin último, lo prudente será seguir el consejo de aquellos que tengan el afecto mejor dispuesto para distinguir los verdaderos bienes de los que son solo apariencias o versiones limitadas del fin último, pero que no realizan a plenitud su razón. Y esos serían los santos, personas que han logrado educar tan bien sus afectos, sus deseos, sus intenciones, que pueden distinguir con mayor finura cuál es ese verdadero fin último de la vida humana.
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En la respuesta a la primera objeción dice ST que aquellos que pecan se apartan del fin último en cuando a la realidad en que lo buscaron, más no en cuanto al hecho de buscarlo, pues en el mismo acto de pecar estaban guiados por la sed de esa felicidad, del fin último. Es la tragedia del pecador, de todos nosotros, que al pecar creemos estar encontrando la felicidad, y nos engañamos. Por eso el pecado deja sensación de tristeza, de decepción, cargo de conciencia, y la sed de felicidad permanece intacta.
Como decía san Agustín: nos hiciste Señor para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti.
Leonardo Rodríguez Velasco
jueves, 9 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 6: si todo lo que el hombre desea lo quiere por el fin último
Ia-IIae q.1 a.6
En este artículo ST nos dice algo que a primera vista resulta difícil de entender y creer.
Nos ha dicho anteriormente que el ser humano tiene un fin último necesariamente, luego nos dijo que ese fin último es el mismo para todo hombre y ahora nos dice incluso que todo lo que deseamos lo deseamos, seamos de ello conscientes o no, por amor del fin último. Expliquemos un poco esto.
Diariamente, como ya se dijo, estamos realizando acciones encaminadas a algún fin, que a su vez se engloba en un fin más amplio, y este en otro, y así sucesivamente sin que sea posible ni pensable un proceso al infinito, ya que en una serie de causas ordenadas (y el fin es causa en cuanto está en la intención del agente) todas las causas dependen de que sobre ellas actúe otra causa, la cual recibe el influjo causal de otra, y así hasta necesariamente llegar a una primera que no recibe su influjo causal de ninguna sino que es tiene causalidad por sí. De manera que por larga que sea la serie que nos imaginemos sigue siendo cierto que la última solo puede ejercer su causalidad en la medida en que toda la serie está recibiendo la causalidad de la primera. En el orden de los fines pasa igual.
El fin último, que es en realidad primero en el orden de la intención, como ya dijimos, es causa que ejerce su causalidad desde el inicio y se extiende a todas las acciones que caen en dicha serie. Por ejemplo, supongamos que el fin sea obtener un grado universitario, ese sería un fin "último" en ese orden de cosas. Y en cuanto "último" mueve toda la serie de acciones que se encaminan a la obtención de título, durante todos los cinco años de carrera, día a día, noche a noche. Y cada acción que se realiza se explica en cuanto la entendemos conectada con el fin último: estudiamos porque...madrugamos porque...cumplimos ciertos requisitos porque...nos cohibimos de andar de fiesta en fiesta porque...y así todo. El fin "último" de este ejemplo, el título universitario, mueve toda la serie de acciones y les da sentido y fuerza.
De manera que en toda serie de acciones encaminadas a un fin, todas ellas se realizan por el fin, a causa del fin.
Y cuando hablamos del fin último absolutamente último, sucede lo mismo. ST va a decir más adelante que ese fin último total de la vida humana es la felicidad y que dicha felicidad se encuentra en la contemplación de Dios. Y esto de tal manera que todo, absolutamente todo lo que hacemos desde la cuna a la tumba lo hacemos, a sabiendas o no, por dicho fin último, a causa de dicho fin último.
¿Incluso los pecados? Sí, en cierta manera incluso los pecados, ¿Cómo así?
Resulta que el ser humano tiende a la felicidad como fin último, siempre y en todo lo que hace. Lo que pasa es que muchísimas veces se equivoca al elegir aquello en lo que cree que está su felicidad. Entonces sucede algo muy dramático y es que en el mismo instante en que está haciendo algo que en realidad lo aparta de su felicidad, lo está haciendo movido por su deseo de encontrarla. De manera que el pecador busca en su pecado una felicidad que allí no va a encontrar. Y su mismo deseo de felicidad se ve como si dijéramos traicionado.
Y dado que la felicidad del hombre está en la contemplación de la esencia de Dios, como más adelante explica ST, es lamentable saber que al pecar en realidad estábamos tratando de encontrar a Dios, en el lugar y de la manera equivocada.
Es como si cada vez que pecamos Dios desde el cielo nos repite "hijo, me buscas, pero no estoy allí".
Leonardo Rodríguez Velasco
Cuestión 1, artículo 5: si un hombre puede tener varios fines últimos
Ia-IIae q. 1 a. 5
Santo Tomás nos dice en este artículo que en realidad solo puede haber un fin último verdaderamente tal para el hombre.
Nos dijo en el artículo anterior que necesariamente se da un fin último, pues de lo contrario no tendría sentido lo que hacemos, ya que todo lo que hacemos va dirigido a fines que "parecen" último, pero en realidad se incorporan a un fin superior que a su vez se incorpora en otro, del cual recibe justificación y fuerza; pero ese proceso no puede ir al infinito, puesto que en una serie de causas ordenadas si no hay una primera las demás quedarían sin fuerza causal para operar. Y en el orden de la intención ese principio es precisamente el fin último.
Ahora nos dice que solo hay un fin último para el hombre, y lo prueba con tres argumentos:
1. El fin último debe ser tal que colme plenamente toda la fuerza apetitiva del hombre, de tal manera que no quede fuera de él nada que desear, sino que su deseo se vea plenamente colmado. Por ende solo puede ser uno el fin último, puesto que la naturaleza humana, como toda naturaleza, tiende de suyo a algo determinado como fin plenificante, ya que cada naturaleza es algo determinado y no cualquier fin la lleva a su plenitud sino aquél acorde a dicha naturaleza determinada.
2. La voluntad se asemeja a la inteligencia en que así como en la inteligencia el principio de la intelección de las conclusiones ha de ser algo conocido de suyo con evidencia, así en el proceso o movimiento de la voluntad el principio ha de ser algo buscado o apetecido de suyo de forma natural, y ya se vio que el principio primero de la voluntad es el fin último, por donde se concluye que, siendo que la naturaleza tiende a algo único, debe ser único el principio que es fin último de la apetencia humana.
3. Como todas las acciones reciben su especie del fin, es necesario que reciban su género de aquello común (pues eso es el género, la razón común), y lo común en los movimientos voluntarios es el fin último, objeto primario de la voluntad y raíz de todas sus acciones. Por lo tanto cayendo todas las acciones voluntarias bajo un mismo género por su objeto primario, es necesario que dicho fin último sea uno solo.
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Más adelante nos dirá Tomás, al distinguir entre lo que es el fin último y lo que los hombres creen que es, que efectivamente los hombres ponemos el fin último de nuestras vidas en muchas cosas, pero ello no significa que sea así porque de hecho existan muchos fines últimos, sino porque nos equivocamos y llamamos fin último a lo que solo es una veleidad del sentido o de una razón no iluminada por la fe.
Fundamentalmente lo que nos está diciendo aquí ST es que TODOS los seres humanos tendemos naturalmente a UN SOLO fin último. No es que el fin de la vida humana sea uno para el creyente, otro para el ateo, otro para el budista, etc., sino que existe un solo fin último y muchos fines aparentes o engañosos.
Leonardo Rodríguez Velasco
miércoles, 8 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 4: si hay un fin último de la vida humana
Ia-IIae q. 1 a. 4
En este cuarto artículo de la primera cuestión ST nos va a decir que necesariamente debe existir un fin último de la vida humana.
Ya nos dijo hace poco que el ser humano se propone fines al obrar, y que ello ni siquiera es exclusivo de la criatura racional sino que incluso en los irracionales y de hecho en toda la naturaleza se da el obrar por fines. Y tan importante es ese obrar por un fin que incluso el fin es el que da la especie al acto, hace que el acto sea lo que es, sobre todo en términos morales de bueno o malo.
Ahora ST da un paso más y pregunta si entre todos esos fines que perseguimos a diario y a lo largo de nuestra vida, no hay alguno que sea absoluto, último, es decir, que después de ese no se busque ninguno otro. Y va a responder que sí.
A diario nos vamos proponiendo muchos fines u objetivos y metas, y todo ello forma el entramado de nuestra cotidianidad e incluso de toda nuestra vida. Todo armoniosamente organizado en órdenes o niveles de fines que se van integrando en niveles cada vez de mayor amplitud, como círculos concéntricos.
Supongamos que queremos levantarnos mañana a las cinco de la mañana, ese sería en este caso el fin, ¿qué hacemos? Seguramente ponemos la alarma y nos vamos a dormir un poco más temprano para que madrugar no nos cueste tanto. Bien. Aquí hay una cadena de acciones (pequeñita, solo dos), que desembocan en que mañana efectivamente me levanto a la hora deseada. Fin cumplido. Podría decirse que el levantarme a las cinco de la mañana es "fin último" respecto de poner la alarma y acostarme temprano. Pero fíjense que es un "fin último" bastante pequeño, limitado.
Entonces vemos que a su vez dicho acto de levantarme temprano se incorpora a un nivel más amplio de acciones y fines, porque a su vez levantarme temprano lo hago por una razón, es decir, por un fin, ¿cuál? Poder llegar a tiempo a la universidad a estudiar. Aquí tenemos un fin más amplio, que abarca más acciones. Porque para ir a la universidad a estudiar debo dejar listos la noche anterior los libros que voy a llevar, quizá terminar algún ensayo que debo entregar o preparar un examen. Además debo tomar el transporte a la hora adecuada, por la ruta más conveniente, etc. Tenemos así una serie de acciones que se entienden en orden al fin, el fin explica esas acciones, les da un sentido.
Pero aquí vale aclarar algo, el fin de cada serie de acciones ordenadas no solo da sentido a lo que se hace en orden a él, sino que incluso da la fuerza para que cada cosa se haga, da el motivo, es motor. Porque ciertamente ponemos el reloj PORQUE queremos levantarnos a cierta hora PORQUE queremos salir a tiempo de casa PORQUE queremos tomar el transporte adecuado PORQUE queremos llegar a tiempo a la universidad PORQUE queremos que allí todo vaya bien y poder obtener el título.
Bien, seguimos.
Resulta que aquí hemos encontrado fines que explican, dirigen, motivan y justifican o dan razón de una serie de acciones, y por tanto podemos llamarlos fines últimos, dentro de ese orden de acciones. Y también vimos que cada serie u orden de fines va como integrándose en una más amplia, donde aparece un fin de mayor generalidad, que abarca, explica, dirige, motiva y justifica una serie mayor de acciones ordenadas.
Pero resulta que si afinamos el análisis vemos que ni levantarnos a las cinco de la mañana, ni obtener un título universitario, a pesar de ser fines que perseguimos y fines en cierta forma "últimos" dentro de su nivel, no obstante no son fines último absolutos, por decirlo de alguna manera, con todo lo importantes que son no se puede decir que sean el fin último completamente último de la vida humana. Porque aún al obtener el título podríamos seguir preguntando ¿para qué? Entonces diríamos, por ejemplo, que queremos el título para lograr un buen trabajo, ¿para qué? Para obtener buenos ingresos económicos y poder sostenernos y formar una familia, ¿para qué?
Y así.
Pero lo que santo Tomás nos dice es que necesariamente debe haber un alto en esa serie de "para qué", ¿por qué?
Aquí nos toca ponernos un poco técnicos, sabrán disculpar.
ST dice que cuando estamos frente a una serie ordenada de causas (recuerden que el fin es una de las cuatro causas aristotélicas), necesariamente debe haber una primera de la cual las demás dependen. ¿Cómo así? Claro, piensen en una serie ordenada de causas, es decir, en una serie de causas donde cada una ejerce su causalidad solo en la medida en que a su vez está siendo causada por otra, y esta por otra, y esta por otra...por ejemplo piensen en el bastón del abuelo que golpea la piedra; esa piedra solo se mueve por el golpe del bastón, pero ese bastón solo se mueve por la acción de la mano, esa mano solo se mueve por la acción del sistema nervioso, el sistema nervioso solo se mueve, en últimas, por la acción de la voluntad, la voluntad solo actúa...etcétera, se entiende la idea. O piensen en un plato que sostiene una manzana, pero a su vez es sostenido por una bandeja, que a su vez es sostenido por una mesa, que a su vez es sostenida por el piso, que a su vez es sostenida por las placas terrestres, etcétera.
Eso, más o menos, es una serie ordenada de causas, causas que causan solo en la medida en que a su vez reciben el influjo causal de otra, esta de otra y así. Pero ese así no puede ser infinito. ¿Por qué?
Porque en una serie de ese tipo, si ustedes se fijan, toda la fuerza de cada causa para causar, viene de la causa que sobre ella ejerce a su vez su causalidad, y con esa pasa lo mismo, y así. Pero resulta que si no hay UNA PRIMERA que no reciba su fuerza causal de ninguna otra sino que sea ELLA MISMA la razón de su poder causal, entonces NINGUNA de las demás podrían causar nada.
Les voy a poner un ejemplo malo, pero para más o menos mostrar lo que estoy diciendo, recuerden que es un mal ejemplo: piensen en los vagones de una locomotora, el uno se mueve porque el de atrás lo tira o arrastra, pero el de atrás se mueve porque a su vez es tirado o arrastrado, y así...hasta llegar a la locomotora que como que se mueve por sí misma sin que nada la arrastre. Ahora traten de quitar la locomotora del paisaje y verán que ningún vagón se movería, ¿cierto? Porque falta la primera, porque la fuerza de la primera de cierta forma se extiende hasta el último vagón, aunque sean mil, un millón, la cantidad de vagones que ustedes quieran, NECESITAN la locomotora.
Bien, les dije que era un mal ejemplo porque los vagones no tienen ninguna causalidad propia, sino que son meros como transmisores de la causalidad de la locomotora, en cambio el ser humano en su acción deliberada sí tiene acción propia, obviamente en dependencia ontológica de la Causa primera, pero aún así el ser humano es propiamente causa de sus actos, de otra manera no le serían imputables y no sería responsable de lo que hace.
Entonces ST nos dice que en una serie ordenada de causas hay necesariamente una primera, que en el caso de la causa final o finalidad se llama fin último.
Ahora bien, ST dice que en el tema del fin hay dos órdenes, el orden de la intención y el orden de la ejecución, que ya mencionamos anteriormente. Y en ambos órdenes dice ST que necesariamente debe haber un principio que de fuerza y justificación al proceso. En el orden de la intención dicho principio es precisamente el fin último, y afirma que si no hubiera un fin último en el orden de la intención "no habría apetencia de nada, ni se llevaría a cabo acción alguna, ni tampoco reposaría la intención del agente", lo cual queda mostrado en los ejemplos que poníamos al inicio.
Y Por otra parte en el orden de la ejecución el principio es el primero de los medios o acciones que se realizan en orden al fin, donde si no hubiera un principio nada se haría y no nos resolveríamos nunca a hacer nada determinado.
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Fundamentalmente lo que aquí nos está diciendo ST es que en todas las cosas que hacemos y nos proponemos, sean las que sean, lo sepamos o no, seamos conscientes de ello o no, hay detrás un anhelo de algo más, de algo que muchas veces escapa a la conciencia del momento. Cuando preguntamos continuamente para qué, al final llegamos a la única respuesta que no admite un nuevo para qué, y es la felicidad, ¿para qué todo aquello? Para ser feliz, porque buscamos la felicidad. Y ahí ya no es posible seguir preguntando, porque preguntar ¿para qué ser feliz? Es la única pregunta imposible.
Leonardo Rodríguez Velasco
martes, 7 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 3: si las acciones reciben su especie del fin
Ia-IIae q.1 a.3
En los dos primeros artículos ST nos ha dicho que el hombre efectivamente obra por un fin (de hecho por varios sucesivamente, pero por uno "central" o último a fin de cuentas, como se verá más adelante) y que ese obrar por un fin no es algo limitado solo al hombre sino que de hecho todo agente, sea racional o irracional, obra por un fin.
Ahora en este tercer artículo nos enseña que el fin de una acción es tan importante que incluso le da la especie al acto, ¿qué significa eso?
Vamos a ver. Especie es una palabra muy importante por su significado, pues es uno de los cinco predicables (género, especie, diferencia, propio, accidente), y en ese caso, es decir, en cuanto predicable, es uno de los modos de la predicación, a saber aquél modo en el cual el predicado dice la esencia completa de la cosa, como cuando decimos que Sócrates es hombre; aquí la palabra hombre nos está diciendo la especie de Sócrates, es decir, su modo de ser, su naturaleza esencial.
Así las cosas especie viene siendo aquello que nos dice lo que una cosa es, tal cual. Cuando esa especie se desarrolla en una construcción compleja la llamamos definición, como cuando decimos que Sócrates es un animal racional; animal racional es la definición de hombre. Por eso ST dice que "definitio autem manifestat rationem speciei": la definición manifiesta la razón de la especie.
Teniendo en cuenta lo anterior, podemos entender un poco lo que está aquí diciéndonos ST. Nos dice que el fin da la especie al acto. Es decir, el fin de una acción determina lo que esa acción es. Lo cual en cierto sentido resulta bastante evidente, porque si el fin de un movimiento que realizo es escribir sobre un papel, se tratará entonces de una acción de escritura. Si el fin de un movimiento o acción que realizo es dar un discurso, se tratará de un acto de oratoria.
Pero ojo que aquí ST nos dice que las acciones tienen como dos "seres", por decirlo de alguna manera. Porque por un lado son cierto tipo de acción: escribir, hablar, viajar, cortar, pegar, dormir, etc. Pero por otro lado si se trata de acciones humanas (¿recuerdan?), o sea acciones deliberadas, entra en juego el aspecto moral, de tal manera que una acción de dormir, por ejemplo, mirada desde su ser moral o moralidad, puede ser buena o mala, como sería mala si el que está durmiendo es un guardia de seguridad en horario laboral.
Entonces ST nos dice aquí que el fin de una acción es lo que determina la especie de esa acción, su ser, en primer lugar su ser natural o físico, dormir, caminar, comer, etc., y en segundo lugar (aunque veremos que es lo principal) su ser moral.
Y aquí el santo nos dice que el ser moral de una acción o su moralidad, también va a depender del fin, será buena o mala la acción según sea el fin a que se dirige (más adelante el santo explica el tema de los medios y de las circunstancias, porque tampoco se trata aquí de que el fin justifique los medios, como dicen por ahí).
Ahora bien, ¿por qué el fin da la especie a una acción?. Porque toda cosa recibe su especie del acto y no de la potencia, de la actualidad y no de la potencialidad, un jugador de fútbol es tal porque efectivamente juega fútbol y no solo porque pueda en términos de mera posibilidad (en términos de mera posibilidad todos nosotros podemos ser jugadores de fútbol, pero en términos reales o actuales lo cierto es que solo unos pocos lo son efectivamente).
Una silla de madera es silla de madera no por el conjunto de potencialidades o posibilidades que tiene ese trozo de madera de ser esto o lo otro, sino que es silla de madera en la medida en que efectivamente tenga la forma actualmente de silla de madera. Si aún no tiene forma de silla de madera porque el carpintero no ha actuado aún sobre ella, entonces no podemos decir que es silla de madera sino que tiene la posibilidad de serlo, suponiendo que exista al menos un carpintero en el mundo.
Por eso se dice que las cosas toman su especie de lo que tienen de acto, no de lo que tienen de potencia.
Y con los movimientos o acciones pasa lo mismo, también reciben su especie, es decir, son lo que son (física y moralmente) del fin, y ello desde dos puntos de vista, el de la acción y el de la pasión, porque los movimientos o acciones que realizamos pueden ser de ambos tipos, nos movemos y podemos también ser movidos. En el primer caso el movimiento es activo, en el segundo es pasivo, y en ambos la especie la da el fin. Veamos.
En el caso de los movimientos activos el fin es primero en la intención, es verdadera causa final, "causa causarum" (¿recuerdan?), y como tal es la causa encargada de desencadenar todo el conjunto de acciones que componen el movimiento, comenzando por la intención del agente, que luego mueve a la materia a la consecución de la forma. En el ejemplo de la silla y el carpintero primero está el modelo de silla, que en la intención del carpintero viene a ser el motor inicial y necesario. A partir de ahí el carpintero escoge la materia (madera) y comienza a ejecutar los movimientos adecuados para darle forma, literalmente.
De manera que como el fin es, paradójicamente, el principio de que parte la acción, la da la especie al acto.
En el caso de los movimientos pasivos, el fin es lo último a que tiende el movimiento. Cuando algo está siendo calentado, ocurren dos cosas, de un lado está aquello que está siendo calentado y de otro está el agente productor de ese calentamiento. De parte de lo calentado el movimiento es pasivo, de recepción; por parte del agente calentador el movimiento es activo. Y en ambos casos el fin da la especie al acto: en el movimiento activo el fin es principio en cuanto a la intención. En el movimiento pasivo el fin es término último del sujeto pasivo: en el caso de ser calentado el movimiento pasivo es precisamente el calentamiento recibido, que es fin y especifica la acción recibida de parte del agente.
Releyendo lo que va escrito caigo en cuenta que la cosa no va tan clara como quisiera. Vamos a aclararla: las acciones, igual que las cosas, toman su especie (es decir, son lo que son) por el acto y no por la potencia. En el caso de los seres naturales compuestos de materia y forma, la especie le viene a la cosa por parte de la forma, que es principio actual. En el caso de los movimientos lo actual les viene por el lado del fin a que tiende la acción, que aunque es último en el orden de la ejecución, es primero en el orden de la intención y de esa forma pone en movimiento todo el proceso, desde la intención del agente. Y como todo movimiento o es acción o pasión, o sea, activos o pasivos, tan to en uno como en otro la especie se toma del acto que es principio o término último, respectivamente.
Leonardo Rodríguez V.
lunes, 6 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 2: si es propio de la creatura racional obrar por un fin
Ia-IIae q.1 a.2
En el artículo anterior ST se preguntó si el hombre obraba por fines, es decir, si el hombre en sus acciones verdaderamente persigue un fin o actúa como al azar, desordenadamente, sin buscar nunca algo determinado en lo que hace. Y la respuesta fue que sí, que evidentemente el hombre al actuar lo hace por fines. Aunque no siempre, pues hay muchas cosas que hacemos como sin pensar, como rascarnos la barba al meditar (los que tienen). Pero, ciertamente aquellas cosas que hacemos en tanto que somos hombres, es decir, en tanto que interviene la voluntad deliberada, las hacemos por un fin puesto que precisamente la voluntad es una potencia cuyo objeto es el fin y el bien.
Ahora en este segundo artículo se pregunta ST si ese obrar por un fin es algo propio de la creatura racional, es decir, si obrar por un fin es algo que se da solo en la creatura racional, algo propio y como que exclusivo suyo.
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Bien. Comienza santo Tomás realizando una reflexión un poco difícil de entender, sobre todo para nosotros hoy. Tengamos en cuenta que ST al escribir se estaba dirigiendo a estudiantes que en esa época ya habían pasado unos 4 años al menos en la facultad de artes antes de ingresar a teología, es decir, ya habían estudiando filosofía varios años antes de llegar a las clases del buen Tomás. Entonces le entendían perfectamente cuando él les hablaba de causa final, agente, serie ordenada de causas, materia, forma, etc.
Para nosotros hoy la cosa es más compleja. Crecimos escuchando los Hombres G y ahora reggaeton (no todos, Deo gratias), y nos hacen falta esas bases que los oyentes de ST sí tenían bien consolidadas. Pero como decía un antiguo jefe, con los bueyes que tengo me toca arar, lo que significa que como sea igual debemos hacer el esfuerzo.
La reflexión que hace ST es más o menos la siguiente:
- TODO AGENTE (es decir toda causa eficiente, ¿recuerdan las causas aristotélicas, formal, material, eficiente y final?) necesariamente obra por un fin.
- En una serie ordenada de causas (una serie ordenada de causas es aquella donde la causalidad de cada una va dependiendo de la causalidad de la anterior, como el bastón que mueve la piedra, PORQUE fue movido por la mano, PORQUE el abuelo decidió moverla, etc.) si se quita la primera fallan las demás.
- La primera causa es la final, paradójicamente, aunque ya explicamos que en el orden de la intención ha de estar al principio. Y es la primera porque la materia no es movida a recibir la forma por el agente a no ser que éste se encuentre determinado a un fin en particular. Si el agente no estuviera determinado a un fin no haría lo uno más que lo otro, se obraría al azar y nunca se lograrían fines determinados. Por eso de las 4 causas la primera es la final, es la que pone como en movimiento todo lo demás. Los medievales decían que la causa final es "causa causarum", esto es, causa de las causas.
- Afirma ST que esa determinación del agente por el fin se realiza de distintas maneras, porque en los agentes racionales (como el hombre), esa determinación ocurre en la voluntad (llamada apetito racional) que tiende al fin. Mientras que en los demás seres esa determinación del agente se produce por un apetito natural, una tendencia natural.
- Y sucede que obrar o hacer algo ocurre de dos maneras: como por iniciativa propia, y como por iniciativa ajena, por decirlo de alguna manera. En otras palabras, como determinándose a sí mismo a dicha acción (la que sea), como le ocurre al hombre cuando obra como tal (voluntad deliberada); o como determinado por otro, como le ocurre a la flecha que vuela hacia el blanco dirigida por el arquero.
- De manera que hay que decir que los seres dotados de razón, que obran con libre arbitrio, obran por un fin como puesto por ellos mismos; mientras que los seres irracionales obran por un fin como movidos por otro.
- Y lo anterior incluso en el caso de que conozca el fin, materialmente hablando, como es el caso de un animal. El animal conoce aquello que es fin, más no conoce la razón de fin, por lo tanto no conoce la razón de medio, por lo tanto no puede de suyo ordenar una serie de acciones a la consecución de un fin, sino que cuando parece que lo hace en realidad obra movido por un impulso que le viene de su naturaleza, es decir, del Autor de su naturaleza. A eso se llama apetito natural.
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De esta manera ST muestra que incluso los seres irracionales, carentes de razón, obran por un fin. Los animales que vemos a nuestro alrededor obran por fines, lo cual resulta evidente a la mera observación, como cuando nuestro perro nos trae la correa PARA pedirnos un paseo. De manera que no resulta difícil ver que ahí se da el obrar por un fin. En la naturaleza inferior, la que ni es racional, ni es sensitiva, como un vegetal o un mineral, es mucho más difícil ver que hay acciones por un fin. Pero ST señala que incluso allí se da el obrar por un fin, aunque claro que no un fin conocido por el agente, sino un fin más bien conocido por una inteligencia que está como fuera de dicho agente y lo ha ordenado al fin. Aquí el ejemplo de la flecha y el arquero es útil. La flecha evidentemente no conoce nada, está hecha de madera (supongo), y no tiene conocimiento; sin embargo, vemos que claramente la flecha viaja por el aire con una dirección determinada y como que con la intención de dar en el blanco, más claramente dicha intención no brota de ella sino del arquero que dirige el movimiento de la flecha.
Si en el universo vegetal y mineral no hubiera acciones por un fin determinado, se seguiría que en dicho universo todo sería caótico, desordenado, ininteligible, impredecible. Y vemos que sucede exactamente lo contrario, no solo hay orden (relativo) en el mundo humano, y en el animal; sino que también a nivel vegetal y mineral, incluso atómico y subatómico, todo se nos presenta en un orden de movimientos y reacciones admirablemente organizado, preciso, armónico, tanto que los científicos incluso lo pueden describir en fórmulas matemáticas bastante precisas.
De manera que el universo entero obra por un fin, no es caos, sino cosmos.
Leonardo Rodríguez V.
domingo, 5 de septiembre de 2021
Cuestión 1, artículo 1: resumen esquemático del tratado de la bienaventuranza.
Es un gusto poder escribir nuevamente después de estos meses de receso en donde han pasado varias cosas a nivel personal. En primer lugar contraje matrimonio el pasado 15 de agosto, fiesta de la asunción de nuestra señora, y en segundo lugar me encontraba en el proceso final de entrega de mi tesis de maestría, tarea que me consumió buena parte de mi tiempo las últimas semanas. Lo anterior, sumado a otros asuntos menores, me apartó un poco de esto que tanto disfruto, escribir y compartir sobre estos temas.
Pero aquí estamos de nuevo y con el favor de Dios espero poder retomar la escritura con la regularidad que mi nuevo estado de vida me permita, afortunadamente mi esposa me apoya en estas cosas y, de hecho, es muchas veces mi correctora de estilo personal, ya que ella es docente de lengua castellana.
Quisiera retomar los artículos de este blog entrando por la puerta grande, voy a presentar en sucesivas entregas un resumen esquemático del tratado de la bienaventuranza de santo Tomás de Aquino, también llamado tratado sobre el fin del hombre o sobre la felicidad humana. Se trata sin duda de un texto de capital importancia en el sistema tomista, en donde el santo expone nada más y nada menos que sus ideas acerca de la verdadera felicidad humana, haciendo uso de su habitual profundidad y sencillez, en armoniosa unión.
El tratado sobre la bienaventuranza o felicidad del hombre abarca las primeras cinco cuestiones de la "prima secundae", es decir, de la primera parte de la segunda parte de la Suma (espero recordarán cómo está dividida la Suma y de dónde sale esa nomenclatura un poco extraña).
Dichas cinco cuestiones están simétricamente divididas en 8 artículos cada una, para un total de 40 artículos que contienen una doctrina profunda y admirablemente organizada sobre la felicidad humana, tema fundamental como pocos y que no necesita de grandes introducciones para hacer comprender su importancia.
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Ia-IIae q.1 a.1
Si compete al hombre obrar por un fin
Aquí santo Tomás (ST) comienza por el principio, por decirlo de alguna manera. ST es una mente muy organizada y siempre busca dar el mayor orden posible a sus escritos, reflejo del orden que seguramente reinaba en su poderosa inteligencia. Y resulta que así como en el orden teórico el principio lo constituyen precisamente los llamados primeros principios del intelecto, en cuya luz resolvemos todas las verdades que podemos conocer demostrativamente, de igual manera en el orden de lo práctico debe haber un principio que ilumine lo demás y ese principio es el fin. En palabras más sencillas: cuando se trata del comportamiento humano o del hacer, lo que hace las veces de principio que ilumina y explica y dirige todo es el fin, de manera que, por ejemplo, todo lo que un estudiante hace se explica a la luz del fin que persigue, que es obtener un título profesional. Todo lo que un trabajador hace en la empresa se explica por el fin que persigue que es cumplir con sus funciones para obtener un salario. Todo lo que un padre de familia hace se explica por el fin que persigue (que debe perseguir) que es llevar el sustento a su familia y cubrir las necesidades de todos. Y así.
El fin es entonces como el norte que guía la comprensión de todo lo que ocurre en el orden del hacer, en el orden de lo práctico, tanto de lo práctico externo, como de lo práctico interno, del "agere" y del "facere".
Entonces en este artículo, el primero de los 40, se pregunta ST si es propio del ser humano actuar movido por fines, es decir, si el hombre cuando hace lo que hace o se comporta como lo hace, persigue fines, se propone fines, obra "finalísticamente", no sé si esa palabra existe, que me perdone Cervantes.
Y ST va a responder que SÍ, que efectivamente es propio del hombre en su obrar hacerlo en vista de fines. Y lo demuestra más o menos de la siguiente manera:
- El hombre hace muchas cosas, caminar, comer, dormir, estudiar, casarse, crecer, reproducirse, discutir, trabajar, razonar, decidir, etc.
- Pero si analizamos todo eso veremos que NO TODO ELLO lo hace en cuanto hombre, es decir, muchas de esas cosas son acciones que el hombre tiene en común con los demás animales.
- Entonces hay que distinguir por lo menos dos tipos o conjuntos de acciones, aquellas que el hombre hace pero que no son suyas propias en cuanto hombre; y aquellas que sí son propias suyas, propiedades.
- Resulta que al hombre lo que lo distingue de los demás animales es el hecho de tener dominio sobre sus actos, sobre sus acciones. Y dicho dominio lo tiene por estar adornado de una cualidad que se llama "libre albedrío", que ST llama "facultad de voluntad y razón" porque el libre albedrío es una facultad que se deriva como consecuencia de la racionalidad del hombre, es decir, del hecho del hombre ser animal racional.
- Por tanto se llaman propiamente acciones humanas aquellas que el hombre realiza por medio de su voluntad deliberada, es decir con libre albedrío.
- Ahora bien, toda potencia tiene un objeto propio que la especifica, como el objeto de la vista es el color, y todos los actos de una potencia los realiza en virtud o bajo el alcance de dicho objeto, así como todo lo que la vista alcanza lo capta en cuanto coloreado.
- Y resulta que el objeto de la voluntad es el fin o el bien (que es decir lo mismo en cierta manera).
- De donde resulta que todo lo que se hace por medio de la acción de la voluntad, es hecho en la medida en que la voluntad tiende al fin como objeto propio, es decir, se mueve por fines o bienes que persigue y a los cuales tiende.
- Por lo tanto todas las acciones humanas, es decir, las hechas por voluntad deliberada o libre albedrío, son hechas necesariamente en pos de un fin.
- Y así concluye que es propio del hombre, propiedad suya, obrar por un fin.
Ese es el razonamiento de ST para demostrar que es propio o característico del ser humano actuar por fines, proponerse fines en su obrar.
No somos autómatas o robots que actuamos como ciegamente o como dirigidos mecánicamente por algo externo a nosotros mismos, sino que verdaderamente nos proponemos fines y actuamos en pos de ellos, o por lo menos así debe ser, puesto que existe la manipulación, también existen los vicios que atan la voluntad, etc., pero esos son otros temas para otra oportunidad.
Por ahora lo que ST quiere dehar claro desde el inicio de su tratado sobre la bienaventuranza o felicidad humana es que es algo propio del hombre actuar movido por un fin.
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En la respuesta a la primera objeción ST hace una observación que es interesante y que va a repetir muchas veces más adelante.
La primera objeción decía que el hombre no actúa por fines porque la expresión "actuar por" denota causalidad, es decir, el fin sería causa de la acción. Pero el fin, como su nombre indica, está al final, y una causa parece que debe ser obviamente anterior a su efecto, por tanto el fin no podría ser causa porque en vez de estar al principio está es al final.
Para responder a esto ST distingue entre el orden de la intención y el orden de la ejecución. El orden de la ejecución es el conjunto de acciones que se realizan en un determinado proceso, por ejemplo para hacer una silla el carpintero ejecuta una serie de movimientos y martillazos, que desde el primero al último forman el orden de la ejecución. El orden de la intención es algo que está más bien en la inteligencia del carpintero y lo forma la idea de silla que se propone fabricar, el modelo mental por decirlo de alguna manera, que es el fin que persigue con su acción sobre la madera. Sin ese modelo mental las acciones del carpintero no se explican.
Imaginen que encontramos un carpintero dando martillazos a unos trozos de madera y le preguntamos qué intenta fabricar y nos responde "no sé", sería absurdo, a no ser que el pobre hombre esté en medio de un ataque de ira y esté dando golpes simplemente por descargar su rabia, podría ser. Pero normalmente nos va a dar una respuesta más "lógica" y nos dirá, por ejemplo, que está haciendo una silla para descansar. Entonces cada martillazo tiene una justificación, una dirección, una intención, se entiende cada golpe.
Pues bien, ST dice que el fin es causa en el orden de la intención, no en el de la ejecución, pues ciertamente en el orden de la ejecución lo primero es el primer movimiento que se realiza en orden al fin, no el fin mismo que solo está al final. Pero en el orden de la intención es completamente necesario que el fin esté de primero, dirigiendo todo y dando justificación a todo.
Leonardo Rodríguez V.
miércoles, 26 de mayo de 2021
Sobre la actual situación en Colombia
En las últimas cuatro semanas Colombia está siendo testigo, y el mundo entero, de un conjunto de protestas y manifestaciones que han desencadenado destrucción de bienes públicos y privados, varias decenas de muertes, caos, bloqueos viales que ponen en riesgo miles de puestos de trabajo y la distribución de toneladas de alimentos, así como una mayor radicalización de los discursos públicos.
Las redes sociales han contribuido al caos y a la polarización y son hoy un escenario de batalla donde también se transparenta la profunda división que afecta al país. Prácticamente no se puede asumir ninguna postura clara al respecto de lo que ocurre sin automáticamente generar oleadas de mensajes de odio y hasta amenazas del "bando" contrario.
Colombia lleva décadas siendo presa de la ambición de una clase dirigente ávida únicamente de llenar sus propios bolsillos, el saqueo de los recursos públicos es una epidemia crónica en nuestro país y el descontento social con los gobernantes ha sido siempre alto, con algunos momentos pasajeros en que el "caudillismo" ha dado la impresión de que algún político era querido por la masa.
Y como sucede en todos lados, hay personajes dispuestos a capitalizar ese descontento, a instrumentalizar la rabia de la gente y sus deseos de mayor justicia y honestidad en sus políticos. Dichos personajes esperan atentos a que se presente su gran oportunidad para generar caos, atizar los odios, las divisiones y catapultar de esa manera sus ambiciones personales, poco disimuladas.
Se nos sigue entreteniendo con la dicotomía derecha-izquierda, con eso se distribuye a la gente en "bandos" y se les da un sentido de pertenencia e identidad. Pero para el católico avisado todas las actuales ofertas del espectro político colombiano no son más que distintas versiones de ese liberalismo condenado en múltiples oportunidades por el Magisterio de la Iglesia. Unos por el lado derecho, otros por el izquierdo, unos por la libertad de mercado y la inversión privada, otros por el control estatal y la regulación a ultranza. Pero en lo esencial liberales ambos, y condenados ambos.
De manera que lo que presenciamos en este momento es el enfrentamiento entre liberales que aspiran, los unos a conservar, los otros a obtener el control de los recursos públicos, para agrandar lo más posible sus propios bolsillos.
En medio de esa lucha entre liberales de derecha y de izquierda se ubican el pueblo colombiano, las familias y los obreros, soportando las consecuencias de las ambiciones desmedidas de los unos y de los otros.
Por estos días las calles están llenas de rabia e indignación acumuladas en años de robos y corrupción de la clase política colombiana. Pero lamentablemente también se da el hecho evidente de que miles de esos que se prestan para generar caos y destrucción están allí manipulados por hábiles embaucadores que quieren aprovechar el momento, como aves de carroña. Otros están allí en las calles confundidos, desorientados, carecen de formación, de virtud y simplemente salen porque ven a los demás salir y desean un poco de ese poder que se siente, quizá, al destruir algo. Luciferino.
Son momentos de locura colectiva, de masa enloquecida. Los unos seguirán diciendo que hay motivos suficientes, con eso ocultan sus ambiciones personales. Los otros seguirán diciendo que no hay motivos, con eso ocultan su deseo de no desprenderse del botín. Y entre tanto el pueblo seguirá soportando el grueso de las consecuencias, reflejado en escasez, desempleo, angustia, incertidumbre y desesperación.
Y si a lo anterior le sumamos año y medio de restricciones por la "pandemia", el escenario no podría ser peor.
Los creyentes conocemos el poder de la oración, y es eso lo que debemos hacer por estos días, de día y de noche, doblar rodilla como decían las abuelas, y esperar que Dios se apiade de nosotros.
¿Qué saldrá de todo esto? Es incierto, quizá vengan para Colombia años de gobiernos de liberales de izquierda, podría ser. En dado caso nuestra actitud, la del católico, tendrá que ser la misma que con sus mellizos los liberales de derecha, denuncia permanente de la radical perversión de un sistema que pone al hombre por encima de las leyes de Dios y lo expulsa de las sociedades, siendo eso precisamente la causa de tantos males que soportamos en justo castigo.
¡Quiera Dios ser benévolo con Colombia, otrora llamada país del sagrado corazón de Jesús!
Leonardo Rodríguez V.
domingo, 18 de abril de 2021
La verdad y los conceptos
En anteriores entradas nos hemos
referido a la importancia de las definiciones en la vida de la inteligencia y
hemos señalado cómo su abandono está ligado, por un lado, a la pérdida del
valor de la inteligencia como facultad de conocimiento, y por otro, a la
decadencia socio-cultural que necesariamente viene pareja con el relativismo
que se instala cuando la inteligencia es desplazada, ignorada o adulterada.
Quisiéramos hoy insistir en un
aspecto de este asunto y es el de las relaciones entre los conceptos, o mejor
dicho, entre la capacidad del hombre para abstraer los conceptos universales y
necesarios a partir de su experiencia sensible, y la idea de que existe la
verdad y puede ser alcanzada por el conocimiento intelectual humano.
Ante todo un poco de terminología.
¿Qué es la verdad? Los medievales decían que la verdad en general puede y debe
entenderse como una cierta adecuación entre dos cosas, por un lado el acto de
la inteligencia y por otro la realidad de las cosas. Entonces, a partir de esa
visión general, distinguían entre la verdad metafísica, la verdad lógica y la
verdad moral. La verdad metafísica es la realidad de las cosas, es decir, las
cosas mismas (incluido el hombre, por supuesto), tienen una consistencia en el
ser, son y son algo, y ese ser algo es fundamento de su ser cognoscibles; o en
otras palabras, porque las cosas son y son algo, son cognoscibles, puesto que
lo que no existe de ninguna manera es la nada y la nada, nada es, y lo que nada
es nada ofrece a la inteligencia más allá de esa misma afirmación de que “no es”.
Por otro lado está la verdad lógica que es la verdad que se predica de los
conocimientos mismos en cuanto verdaderos, se define como la adecuación entre
el conocimiento y la cosa que se conoce, o en términos técnicos, adaequatio intellectus ad rem. Un
conocimiento es verdadero cuando lo afirmado en dicho acto de conocimiento se
corresponde con la realidad, Si decimos “está lloviendo”, y efectivamente
resulta que está lloviendo, entonces dicho conocimiento es verdadero. Se trata
de un conocimiento medido por la realidad de las cosas, la verdad lógica
depende de la verdad metafísica. Y por último la verdad moral que es la verdad
de nuestras palabras, de lo que decimos. Su contrario es la mentira. Aquí
interviene un factor moral personal, puesto que quien miente tiene la intención
de engañar, es decir, sabe que lo que dice es falso y aun así lo dice por
alguna motivación subjetiva.
Ahora bien, los conceptos y las
definiciones son la manera que tiene la inteligencia de expresar la verdad, de
concebir en sí la realidad y expresarla. Un concepto es la imagen inteligible
de la cosa, como cuando empleamos el concepto hombre (animal racional), estamos
aprehendiendo y expresando la realidad esencial de todos y cada uno de los
miembros de esa especie. De tal manera que “hombre” no es solo una palabra
usada para referirnos a un conjunto de individuos que se asemejan, sino que
estamos ante la posesión inmaterial e intencional de aquello común a todos los
individuos que caen bajo dicho concepto. A partir de los conceptos formamos
definiciones y a partir de las definiciones de cada concepto se establecen
entre ellos relaciones lógicas que tejemos en predicados, juicios y
razonamientos. Es la esencia de la vida de nuestra inteligencia.
Entonces pregunto, ¿qué pasa cuando
la sociedad olvida estas verdades sobre la vida íntima y propia de la
inteligencia y las reemplaza por concepciones utilitaristas, nominalistas y
relativistas? El utilitarismo es defiende la utilidad sobre la verdad, lo bueno
y verdadero es lo útil, lo verdadero es solo otro nombre para lo útil, y si un
concepto, juicio o “verdad” no es útil, pues concluyen que ha de ser porque no
es verdadero. El nominalismo afirma que los conceptos no expresan esencias de
las cosas, sino que son solo palabras usadas por economía mental para agrupar
cosas que vemos se parecen. Y el relativismo es la afirmación de la
inexistencia de la verdad, para defender únicamente la existencia de posturas,
perspectivas y opiniones, tan cambiantes como los sujetos mismos y tan válidas
unas como otras.
Pregunto de nuevo, ¿qué pasa cuando
la visión que expusimos arriba es reemplazada por las corrientes mencionadas en
el párrafo anterior?
¿Se animan a compartir sus
reflexiones en los comentarios?
Leonardo Rodríguez V.
viernes, 16 de abril de 2021
¡Nuestro blog cumple diez años! ¡Laus Deo!
En un día como hoy, 16 de abril de 2011, nació este blog.
Han sido diez años de mucho aprendizaje, lectura, escritura
y sobre todo de entrar en contacto con gente valiosa de todas partes del mundo
que comparten con el autor de este blog la nostalgia por una herencia de
pensamiento que yace olvidada por unos, pisoteada por otros e ignorada por casi
todos.
Fue gracias al aliento que nos dio un sacerdote amigo por lo
que decidimos emprender este viaje, y no nos hemos arrepentido ni un instante.
El aprendizaje ha sido permanente y continuo, hemos ido viendo más claro
algunas cosas que al principio estaban como envueltas en un velo de
complejidad; complejidad que lejos de desanimarnos nos impulsaba a continuar
avanzando hacia la comprensión, que nos parecía posible y cercana, de la mano
de santo Tomás de Aquino.
Diez años después debemos reconocer con humildad que el
camino del tomismo recién está comenzando, porque si bien es cierto que algunas
cosas las entendemos hoy mejor que ayer, hay otras, las más fundamentales (Ser y esencia, por poner solo un ejemplo),
que el tiempo nos ha mostrado que las entendíamos mal o de forma muy superficial,
y somos conscientes de que se necesitará mucha reflexión y lecturas meditadas,
y oración, para llegar algún día a su comprensión relativamente cabal, Deo volente.
El agradecimiento hacia santo Tomás es inmenso, pienso que
si quitara a santo Tomás de mis últimos quince años de vida, esta sufriría un cambio
dramático y quedaría irreconocible, supongo que para peor. Porque santo Tomás ha
sido, entre otras muchas cosas, un muro protector que me ha permitido como
persona permanecer lejos de los dardos venenosos de las corrientes modernas de
pensamiento, llenándome de razones y permitiéndome ver las cosas desde una
altura que me ha facilitado la realización de una crítica argumentada, y una
toma de postura consecuente. Mientras a mi alrededor veo a muchos naufragar en
medio de las ideologías más destructivas, el tomismo me ha mantenido a flote, y
me aferro a él como el náufrago a la tabla que la Providencia pone en su
camino.
Hoy, esa soledad que sentíamos hace diez años al ver que
éramos una rara avis en el mundo
digital, se ha ido desvaneciendo poco a poco y hay señales esperanzadoras en
este sentido: cada día aparecen más y más iniciativas en Internet encaminadas a
difundir en pensamiento de santo Tomás de Aquino, cosa que celebro
profundamente. Sueño con que un día todas esas iniciativas, que hoy se encuentran
dispersas en páginas de YouTube, blogs, cursos online, etc., se unan en una
sola familia y se pueda ofrecer una sólida propuesta de difusión y defensa del
tomismo, no como curiosidad histórica, sino como herramienta viva y perenne
para el hombre y la sociedad de nuestro tiempo. Dios dirá.
Mientras lo anterior ocurre, y aunque la Providencia
dictaminara que no ocurra, este blog y el canal de YouTube que de él nació,
intentarán seguir la tarea iniciada hace diez años: difundir la vida, obra y
pensamiento de santo Tomás de Aquino, plenamente persuadidos de que solo en las
fuentes del aquinate se encuentra la doctrina saludable para la dirección de la
inteligencia, de la voluntad, y por ende, de las sociedades humanas.
¡Pedimos a Dios que continúe bendiciendo esta minúscula
empresa, la cual ponemos bajo el patronazgo de la santísima Virgen María!
¡Feliz aniversario!
Leonardo Rodríguez
martes, 13 de abril de 2021
La admiración filosófica (Juan Antonio Widow)
La admiración es el principio de todo saber.
Entendiendo el saber como el acto interior por el cual se descubre lo que algo
es, y que perfecciona al sujeto. Es decir, que excluimos el saber entendido
como mera información o como el tener noticia, pues éste no es propiamente
saber, sapere, término en cuyo significado
se unen analógicamente los actos de la visión y del gusto, indicando éste el
interior deleite producido por la posesión de lo conocido.
La admiración es parecida al estupor causado por la
presencia de lo desconocido. Hay algo que inicialmente es común a ambos estados
del alma, y es la situación del sujeto que se halla atónito ante lo
inesperadamente desconocido. La
diferencia decisiva la pone el acto mínimo de reflexión que se da en quien se
admira, y que consiste en saber que no sabe. Es un no saber que se constituye
en objeto, que se hace propio por el sujeto y que engendra así la pregunta, que
es el acto interior por el cual el sujeto formaliza su ignorancia. La pregunta
busca naturalmente la respuesta, pero en ésta se halla a su vez planteada otra
pregunta. De esta manera el saber primero y elemental procrea los otros saberes
más perfectos. Sin pregunta no puede
haber respuesta, es decir, no puede perfeccionarse el saber. Sin entender
el problema en cuanto tal, es imposible comprender las respuestas. El que queda
estupefacto, en cambio, al carecer de esa mínima reflexión por la que tendría
que saberse ignorante, esto es, al ser incapaz de entender los términos en que
se plantea una pregunta, queda aprisionado en su estupor -o estupidez- inicial.
Suele ocurrir que este defecto de la inteligencia quede recubierto por un
andamiaje de eruditas repeticiones.
La primera admiración es como la del niño: las
siguientes son las que van abriendo al sujeto hacia el ser de las cosas, y le
hace pasar de los saberes más elementales a los más perfectos. Para llegar a éstos es necesario que exista
posibilidad real de ocio, es decir, de dedicación a la actividad que se
justifica por sí misma y no por razón de utilidad. Esta posibilidad real es
la que se ha dado en las sociedades verdaderamente civilizadas, en que las
ciencias han tenido un lugar reservado para su cultivo en razón de ellas
mismas, y no en el de sus aplicaciones técnicas.
La referencia de Aristóteles a los mitos y a los
amantes de ellos no lleva consigo el sentido negativo con que hoy se entiende
este término. El mito no es para Aristóteles la falsificación de una realidad,
la cual llevaría a una necesaria "desmitificación", sino la expresión
mediante imágenes sensibles de una realidad cuya comprensión escapa a la
inteligencia humana. En este sentido el mito es claramente un intento de responder
a una pregunta, aunque sea mediante alegorías y figuras sensibles.
(Tomado de "Curso de metafísica")
domingo, 11 de abril de 2021
Más acerca de las definiciones
Una de las actividades más propiamente humanas es hacerse preguntas. Dios no se hace preguntas porque lo sabe todo y los animales tampoco se hacen preguntas porque no tienen pensamiento abstracto y universal que les permita procesar conceptos y razonamientos. Por lo tanto es propio del hombre, que ni es Dios ni es un completo animal, hacerse preguntas.
Y la pregunta por excelencia es la que busca el QUID, la que pregunta ¿qué es esto? ¿Qué es lo otro? Al hacernos esa pregunta buscamos responder con la QUIDITAS, la esencia de las cosas, con lo que las cosas son. Pero no lo que las cosas son de forma accidental, sino lo que son esencialmente, preguntamos por el ser esencial de las cosas, aquello que son y no pueden no ser, su naturaleza.
Pues bien, resulta que cuando encontramos dicha esencia de las cosas la enunciamos en una definición, la definición es entonces la expresión de la esencia de una cosa, la que sea. Al definir, como la misma palabra indica, lo que hacemos es descubrir los "fines" o "límites" o "contornos" de algo, aquellos aspectos de su ser que la hacen ser lo que es y la distinguen de las demás cosas. Definir es descubrir lo que hace a una cosa aquello que es. al definir al hombre y decir que es ANIMAL RACIONAL, estamos diciendo que la animalidad y la racionalidad limitan esa realidad que es el hombre, le dan contornos claros, lo hacen lo que es y lo diferencian de lo demás seres. Definir es delimitar.
Y aquí hay que hacer una aclaración de la mayor importancia: en filosofía realista la definición DESCUBRE y señala la esencia de las cosas, pero NO en cuanto establecida por el hombre, sino en tanto descubierta por el hombre luego de un trabajoso procesos de penetración en las cualidades de la cosa, desde lo más accidental hacia lo esencial, que es el camino natural de nuestra inteligencia, que debe comenzar por lo sensible para avanzar hacia lo inteligible.
En otras palabras, el hombre no establece la esencia de las cosas, solo la estudia, la descubre y la enuncia en una definición. Las cosas son lo que son, y siendo lo que son esperan a que la inteligencia del hombre las encuentre y se pregunte por su QUID, su qué.
Claro que ocurre distinto con las cosas artificiales, como una mesa, una moto, un edificio, etc. Porque en esos casos, al tratarse de cosas hechas por el ingenio humano, evidentemente lo que esas cosas son depende del fabricante y es éste quien establece en cierta forma su definición, su esencia. Aunque habría que aclarar aquí que en las cosas artificiales la esencia de la cosa NO ESTÁ en la cosa misma sino en la inteligencia del fabricante o del artista. Porque una silla de madera, en sí misma, es un trozo de madera de cierto árbol, de cierta especie, que no dependen del artista, como todo lo natural. La forma de silla que accidentalmente el carpintero le da a ese trozo de madera es externo a la madera misma y solo existe como idea en la inteligencia del carpintero.
¿Pero a qué viene todo lo anterior? Pues a señalar un cierto MAL de la mentalidad moderna (o posmoderna para algunos). El moderno ha perdido de vista la naturaleza de las definiciones y ha llegado a creer que las cosas son LO QUE EL SER HUMANO DIGA QUE SON. De manera que al definir algo ya no se trata de que la inteligencia esté DEVELANDO la intimidad de la cosa, sino que la está construyendo, a la manera como el carpintero fabrica primero en su mente la idea de la silla, idea que luego plasma en el trozo de madera. En un proceso semejante el moderno fabrica en su mente ideas que luego aplica a la realidad para que ésta sea lo que él establece, desde la independencia soberana y "creadora" de su inteligencia. El hombre se convierte así en "creador" de la realidad. La realidad pasa a ser un mero producto del hombre, ya no es lo que es sino lo que el hombre establece.
¿Con qué criterio establece el hombre "realidades"? El criterio cambia según la circunstancia, pero siempre será de una forma u otra el deseo de no ser criatura sino "creador". El deseo de liberarse del yugo de lo REAL, para convertir su entorno en una masa informe a la espera de que el hombre le de forma según sus deseos.
Los ejemplos que podrían darse son muchos. El mismo concepto de Dios (¡con perdón!) será sometido a este proceso. Se dirá que no es más que una creación de tiempos antiguos poco desarrollados, producto de una conciencia temerosa y anticientífica. Pero que el moderno nada encuentra que justifique mantener dicho "concepto", entre otras cosas porque si hay alguna divinidad, es el hombre mismo.
La moralidad sufre iguales golpes. Ya no se podrá sostener una moral universal y permanente. La moral se reducirá a la constatación en cada momento histórico de lo que la sociedad establece, de lo que la sociedad quiere. Serán "normas" pasajeras, provisionales, mientras dura cierto estado de cosas. Pero apenas el contexto cambia o la conciencia "evoluciona", se impondrá una moralidad distinta, en parte o en todo. Es una moralidad en constante movimiento.
Y a partir de la inestabilidad de la moralidad y de la desaparición del "concepto" de Dios, TODO lo demás, en al ámbito político, social, económico, cultural, familiar, etc., se verá expuesto a una crítica semejante y a la implantación, como sistema, del movilismo radical. Terreno fecundo para todo tipo de subjetivismos.
Y todo esto a causa de haber perdido de vista el poder de la inteligencia para definir.
Recuperar la pregunta por el QUID, recuperar el afán por las definiciones, es no solo una empresa conveniente sino necesaria y urgente. Sin definiciones la inteligencia naufraga en un mar de impresiones pasajeras, quedando todo al arbitrio del capricho del momento. Sin definiciones la inteligencia se reduce a poco más que secretaria de las pasiones o ama de llaves de la voluntad de poder. O definimos o tenemos que asistir inevitablemente a la muerte de la inteligencia. Pero como la inteligencia no muere, la veremos convertida en esclava de una voluntad enceguecida.
La inteligencia humana está hecha para el ser, es su objeto propio, la inteligencia contempla el ser y está llamada a contemplar un día al SER por esencia. Todo se trastorna al negar o alterar la naturaleza de nuestra inteligencia.
Leonardo Rodríguez Velasco
sábado, 3 de abril de 2021
Ampliar la extensión de una idea disminuye su comprensión. Algo de lógica "revolucionaria".
Una de las primeras cosas que se aprende en los manuales de lógica es el tema de la comprensión y la extensión de las ideas o conceptos. Brevemente se trata de lo siguiente: una idea tiene comprensión y extensión, son dos de sus características. La comprensión de un concepto es su contenido, como cuando se dice que hombre es animal racional, la animalidad y la racionalidad son el contenido del concepto de hombre. La extensión de un concepto tiene que ver con la cantidad de cosas o individuos a los cuales ese concepto puede ser aplicado, en el caso del concepto hombre, su extensión la conforman todos los individuos de los cuales se puede decir que son hombres.
Ahora bien, la comprensión y la extensión de una idea se relacionan de manera inversamente proporcional, es decir, si la una crece, la otra disminuye; y si la una disminuye la otra crece. En el ejemplo del concepto hombre, tenemos que su comprensión está dada por la animalidad y la racionalidad; y su extensión son todos los individuos de los que se puede predicar ese concepto. Pero, ¿qué pasaría si quitamos la racionalidad? Quedaría la animalidad solamente, tendríamos sencillamente el concepto de animal, y al reducir su comprensión aumentaría su extensión, porque ahora el conjunto de individuos de quienes es posible decir que son animales es mucho más grande que el conjunto de individuos de los que es posible decir que son hombre. ¿Y qué es un animal? ¿Cuál es su comprensión? Animal es una substancia viviente sensible. Pero ¿qué pasa si quitamos a ese concepto la nota de "sensible" y reducimos su comprensión? Pues pasa que nos queda el concepto de substancia viva y ese concepto es aplicable a una extensión mayor de sujetos que aquella de la que se puede predicar el concepto animal, que es más rico en comprensión y por tanto más pequeño en extensión.
¿Bien, y ¿por qué les estoy hablando de esto? Por lo siguiente.
Si algo caracteriza a los sistemas de pensamiento que han venido apareciendo en los últimos siglos hasta desembocar en ese que tenemos hoy en día, como quiera que se le llame, es un rechazo explícito o implícito a la actividad conceptualizadora de la inteligencia, es decir, una guerra abierta contra esa facultad nuestra con la que conocemos la realidad de las cosas y la expresamos en conceptos. El hombre puede por ejemplo alcanzar la quididad o esencia de la libertad y puede expresarla en un concepto o definición. Y así con lo demás: hombre, Dios, alma, verdad, etc.
Esto ha molestado mucho a los "filósofos" que han buscado hacer su camino más bien por el lado de la voluntad, terminando por endiosar al hombre convirtiéndolo en "creador" de realidades: el hombre no conoce la realidad que ya está ahí, sino que la crea. Entonces estos "filósofos" han propuesto que en vez de conceptos y definiciones que evidentemente limitan la "sagrada" libertad humana, lo que hay que lograr es la "deconstrucción" del universo conceptual previo y la construcción sobre sus ruinas de un nuevo universo discursivo, caracterizado ya no por la intención de captar y expresar lo real, sino de crearla.
Volvamos a la comprensión y extensión de los conceptos.
Una de las estrategias para lograr su propósito les está generando mucho éxito. Consiste en AMPLIAR desaforadamente la EXTENSIÓN de los conceptos para...¿ya lo adivinaron? ¡Claro! Para DINAMITAR la comprensión de los mismos. Un ejemplo:
El concepto de familia. En términos bastante generales se entiende por familia la sociedad primera natural, conformada por el hombre y la mujer, seguidos de su prole, unidos por vínculos de sangre y de afecto, ordenada al bien de la prole y al socorro mutuo de los esposos.
Si soy un revolucionario, posmoderno, "filósofo", etc., ¿Cómo podría destruir ese concepto de familia que encuentro tan limitado y "discriminador"? Ampliando su extensión para limitar su comprensión hasta ojalá reducirla a nada. Cuando su comprensión sea casi la nada misma, recién podré construir sobre ella un nuevo concepto de familia, que ya nada tenga que ver con el anterior, que tanto me incomoda.
Entonces nuestro posmoderno dirá que familia NO ES SOLO ESO que dijimos arriba, dirá que familia también es una relación homosexual; dirá que familia también es si yo me quiero casar con una vaca; dirá que familia también es si un hombre se quiere casar con su mamá (cosa que ya ha pasado); dirá que familia es básicamente cualquier conjunto de lo que sea, desde que sean personas o se "perciban" como tales.
¡Claro! Con semejante ampliación de la extensión del concepto de familia, su comprensión queda en casi nada, queda en "conjunto de personas que viven juntos, o no, como sea".
¿Qué queda del concepto de familia después de ese proceso de "deconstrucción"? Su extensión está en su máximo, por ende su comprensión está en lo mínimo. O en otras palabras, la familia es cualquier cosa, precisamente porque A TODO se le llama familia.
Y el proceso es aplicable a todo concepto. Piensen en el concepto AMOR, LIBERTAD, ESPIRITUALIDAD, IGUALDAD, VERDAD, etc.
¿Cuál es el camino para destruir un concepto? Destruir su significado, ¿cómo? Destruyendo su comprensión, ¿cómo? Ampliando su extensión hasta que ya no signifique NADA.
¿Ven la importancia de estudiar lógica?
Leonardo Rodríguez Velasco.