lunes, 31 de diciembre de 2018

¡Feliz y santo 2019!





Texto original en latín

Te Deum laudamus:
te Dominum confitemur.
Te aeternum Patrem,
omnis terra veneratur.

Tibi omnes angeli,
tibi caeli et universae potestates:
tibi cherubim et seraphim,
incessabili voce proclamant:

Sanctus, Sanctus, Sanctus
Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt caeli et terra
maiestatis gloriae tuae.

Te gloriosus Apostolorum chorus,
te prophetarum laudabilis numerus,
te martyrum candidatus laudat exercitus.

Te per orbem terrarum
sancta confitetur Ecclesia,
Patrem immensae maiestatis;
venerandum tuum verum et unicum Filium;
Sanctum quoque Paraclitum Spiritum.

Tu rex gloriae, Christe.
Tu Patris sempiternus es Filius.
Tu, ad liberandum suscepturus hominem,
non horruisti Virginis uterum.

Tu, devicto mortis aculeo,
aperuisti credentibus regna caelorum.
Tu ad dexteram Dei sedes,
in gloria Patris.

Iudex crederis esse venturus.

Te ergo quaesumus, tuis famulis subveni,
quos pretioso sanguine redemisti.
Aeterna fac
cum sanctis tuis in gloria numerari.

Salvum fac populum tuum, Domine,
et benedic hereditati tuae.
Et rege eos,
et extolle illos usque in aeternum.

Per singulos dies benedicimus te;
et laudamus nomen tuum in saeculum,
et in saeculum saeculi.

Dignare, Domine, die isto
sine peccato nos custodire.
Miserere nostri, Domine,
miserere nostri.

Fiat misericordia tua, Domine, super nos,
quem ad modum speravimus in te.
In te, Domine, speravi:
non confundar in aeternum.

_____________________________________________



¡MIL GRACIAS A TODOS NUESTROS LECTORES.

DIOS LOS BENDIGA Y FELIZ 2019!


sábado, 29 de diciembre de 2018

Sobre el bello y olvidado arte de la argumentación


Hoy no sabemos cómo argumentar y hay que decirlo así, con sencillez pero con valentía. No sabemos argumentar, nadie nos ha enseñado cómo exponer o defender argumentadamente una idea, una tesis, una opinión, una postura, etc. En el bachillerato el tema prácticamente ni siquiera se menciona. Y los intentos de algunos docentes por reforzar “lectura crítica” en sus estudiantes no llenan ese vacío a cabalidad. En la Universidad debería hacerse un poco más, pero no. Muchos universitarios salen de los claustros de su ‘alma mater’ con la capacidad argumentativa tan intacta como cuando ingresaron.

¿Cuáles son los resultados de tal estado de cosas? Varios y todos relacionados con la erosión de la capacidad de diálogo y sano debate. A nivel familiar vemos que se ha instalado en muchos hogares una incapacidad crónica para hablar los problemas. Se recurre preferentemente a la discusión irracional en donde el grito, la amenaza e incluso la agresión física están omnipresentes y hacen imposible arribar serenamente a acuerdos que promuevan la paz y la concordia familiar.

De un ámbito familiar así golpeado se pasa, por parte de los hijos, a un ambiente escolar igualmente debilitado. Y es que en efecto los colegios actualmente son sede de conflictos que llegan muchas veces inclusive hasta hechos tan lamentables como el ocurrido hace poco en una población de Santander en donde un estudiante causó la muerte de uno de sus compañeros y dejó herido de gravedad a otro. La intolerancia que se evidencia en sucesos tan lamentables es resultado de una incapacidad radical para solucionar diferencias por medio del diálogo racional y razonado. Ante la ausencia de diálogo constructivo se procede a utilizar las distintas formas de violencia como sucedáneo espurio.

Por parte de los padres o de los adultos en general, de un ámbito familiar trastornado por la ausencia de habilidades sociales básicas de diálogo y argumentación razonada, se pasa a ambientes laborales y sociales igualmente golpeados por dicha falencia. Y de eso nos informan diariamente los noticieros nacionales e internacionales. La decadencia de la vida social y política es cada día mayor porque no existen ya habilidades para oír la argumentación ajena, tratar de entenderla, proceder a refutarla razonadamente si fuere el caso, exponer el propio punto de vista con argumentos, ser claro para hacerse entender, etc. Y desde muchos puntos de vista dicha decadencia parece imparable. La violencia irracional gana terreno cuando desaparece la habilidad para hablar.

De ahí que sea de la mayor importancia revivir ese antiguo arte de la argumentación, de la exposición argumentada de las ideas o tesis que acogemos como informadoras de nuestra cosmovisión y de nuestro estilo de vida. Y decimos antiguo porque verdaderamente los antiguos, nuestros mayores, fueron unos maestros en la argumentación y nos dejaron en sus escritos enseñanzas valiosísimas sobre cómo adquirir y perfeccionar poco a poco esa habilidad. De manera particular urge recuperar las enseñanzas de los medievales acerca de este asunto. Ellos, incluso en ocasiones hasta el exceso, perfeccionaron esa herramienta y supieron usarla con una maestría que aún hoy nos asombra.

Nos es particularmente cercano y caro el gran Tomás de Aquino, como es de sobra sabido por los visitantes de este blog. Es muy interesante ver cómo Tomás en sus escritos siempre antes de exponer argumentadamente sus tesis, hacía una recopilación de las tesis contrarias junto con sus respectivos argumentos. Procedía luego a hacer la defensa de sus tesis y después regresaba al inicio y respondía una por una las opiniones contrarias. Y no se crea que las opiniones contrarias las exponía en forma débil para luego refutarlas con facilidad, no, todo lo contrario, Tomás presentaba con tal fuerza y honestidad las tesis contrarias a las suyas que sus mismos contradictores quedaban asombrados de que muchas veces Tomás daba mejores argumentos que ellos mismos para defender dichas ideas. Armado de semejante honestidad intelectual procedía Tomás en todos sus escritos y por eso su obra es una escuela fascinante de pensamiento.

Esa aparentemente sencilla costumbre de Tomás suponía un enorme esfuerzo por comprender hasta en sus más mínimos detalles el pensamiento del oponente; un enorme esfuerzo por penetrar cabalmente en el pensamiento del otro hasta poder asimilar la estructura de su razonamiento, el fundamento de su postura y el armazón de su visión de las cosas. Solo después de haber comprendido bien la posición contraria procedía Tomás a refutarla con toda claridad y contundencia.

¡Qué lejos estamos hoy de todo eso! Las redes sociales, los acaloramientos electorales, las polarizaciones políticas, los radicalismos irracionales de todo cuño, tienen al borde de la extinción el bello arte de la argumentación, porque se ha entronizado el apasionamiento ciego como guía del diálogo público. Nadie quiere escuchar y todos quieren ser escuchados. Nadie quiere entender. Nadie oye. Nadie se esfuerza por analizar la postura del otro. Nadie ofrece otra cosa que no sean ataques y agresiones personales, afirmaciones gratuitas o etiquetas facilistas. Muchas “discusiones” (que debieran ser escenario de argumentación razonada) se zanjan con un simple “nazi”, “comunista”, “fanático”, “fascista”, “retrógrado” y en Colombia con los tristemente célebres “paraco” o “guerrillero”. Con una etiqueta, que se pretende sea peyorativa, se evita el esfuerzo juicioso por comprender la postura del otro y tratar de usar la razón argumentativa para ver, como hacían los medievales, de dicha postura qué se debe rechazar, qué se debe aceptar y qué se debe distinguir para discernir  mejor. Siempre insultar y descalificar será más fácil que argumentar y analizar.

Las redes sociales son un caso típico. Con la facilidad de expresión que permiten y la velocidad con que se difunde lo que allí se comparte, se han convertido en escenarios que entorpecen la serena discusión de ideas. Allí todo es extremadamente superficial, no hay espacio para la argumentación razonada. Allí gana el que invente con más rapidez el insulto más eficaz o elabore la ironía más hiriente. La razón brilla por su ausencia y es el reino de las afirmaciones gratuitas y los ataques personales.

Las afirmaciones gratuitas son una epidemia hoy. Todos afirman o niegan, sin preocuparse ni lo más mínimo por defender con razones y argumentos dichas afirmaciones o negaciones. Entre más contundente sea la afirmación o entre más radical sea la negación se sienten más satisfechos consigo mismos y consideran más “sólida” su postura. Es el radicalismo vacío puesto en el sitial de honor. El radical es el que afirma o niega sin presentar razones, solo por el gusto onanista de oír su propia voz retumbar.

Los antiguos decían que aquél que realiza una afirmación, sea que afirme o niegue algo, carga sobre sí el deber de probar dicha afirmación. Los latinos hablaban del “onus probandi” o carga de la prueba para referirse a ello. Era para ellos inimaginable ir por ahí diciendo cosas sin sustentarlas en pruebas, en razones, en argumentos. En otro adagio latino decían que “affirmanti incumbit probatio”, al que afirma algo le corresponde probarlo, no cabe afirmación gratuita.

(Dicho sea de paso resulta lamentable la desaparición del latín de la formación de las nuevas generaciones. El latín es un idioma austero y preciso que obliga a clarificar la idea que se quiere poner por escrito, antes de escribirla. No es un idioma cuya estructura se preste para elucubraciones equívocas o voluntariamente engañosas. Tristemente hoy el latín sobrevive en ambientes muy reducidos, como los juristas por ejemplo, que recurren en ocasiones a algunos adagios latinos en la redacción de sus escritos, pero nada más).

Comenzar por no afirmar nada sin argumentarlo sería un buen inicio para retomar esa sana costumbre de intercambiar tesis de forma racional. El beneficio se vería a largo plazo en la transformación de los patrones de interacción social. Quizá pudiéramos por ese camino recuperar un poco del terreno que ha ocupado la violencia verbal y física.  

Lo dramático del asunto es que la tarea se antoja autodidacta. Al no contar en las instituciones de “educación” formal con iniciativas encaminadas a la recuperación de habilidades argumentativas, se impone la necesidad de que cada uno trate por su cuenta de formarse lo mejor posible. Hay muchos textos que pueden servir para tal propósito. Pero más que textos lo importante es que se genere un auténtico interés, porque de nada serviría el mejor libro al respecto si no existen las ganas de llevar adelante lo que allí se pudiera aprender. Y el interés quizá podría nacer al analizar los beneficios que se obtendrían a nivel personal y social con el cultivo del noble arte de la argumentación razonada o del diálogo argumentativo.


(Para los interesados en iniciar ese camino les hago las siguientes precisiones:   

Al final de esta entrada pondré un link a un escrito corto del profesor Néstor Martínez, filósofo tomista uruguayo, quien ha compendiado allí de forma magistral las normas básicas para argumentar correctamente.

Si buscan otros textos sepan que encontrarán en términos generales tres tipos de libros sobre lógica: libros de lógica FORMAL, libros de lógica SIMBÓLICA y libros de lógica INFORMAL. Los libros de lógica formal e informal son los más útiles en la práctica. La lógica formal se ocupa en resumen de las tres operaciones básicas de la inteligencia que son la simple aprehensión de ideas, el juicio y la argumentación. Fue estudiada desde antiguo por Aristóteles y perfeccionada por los medievales. Recomiendo mucho iniciar por ella puesto que allí se establecen las bases de todo pensamiento sólido. Luego está la lógica informal que es una rama relativamente nueva de la lógica y que se ocupa del análisis de las formas más comunes de argumentación y debate que se usan en la vida diaria, los medios de comunicación, las campañas políticas, etc. Está llena de observaciones útiles para la comunicación cotidiana. Y finalmente la lógica simbólica, que es un área de estudio en el que se une la lógica junto con la notación matemática y el resultado es la representación por medio de signos lingüísticos de las proposiciones simples o compuestas que componen los discursos comunicativos. Es utilizada en ramas especializadas de la matemática y en realidad no es de ninguna utilidad en la vida diaria.

Insisto en que lo óptimo es comenzar por la lógica aristotélica, ya que ella analiza con gran rigor las tres operaciones básicas de la inteligencia humana. Que por ser básicas están a la raíz de todo el trabajo intelectual, desde una conversación cotidiana hasta la redacción de un trabajo académico riguroso. Conviene asimismo complementar esta lógica con el estudio de la informal, por su utilidad pragmática en los distintos ámbitos comunicativos existentes hoy en día).


LINK: 

http://itinerariummentis1.blogspot.com/2012/01/sobre-el-modo-correcto-de-argumentar.html



Leonardo Rodríguez Velasco.




domingo, 23 de diciembre de 2018

Navidad. Entre el consumismo y la "fe" light

Hoy 23 de diciembre del año del Señor de 2018 nos alistamos para una nueva Navidad (“nativĭtas, -ātis”, que traduce “nacimiento”), es decir, para celebrar una vez más el nacimiento de Jesucristo en la ciudad de Belén, hace ya 2018 años (más o menos). Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y lo que hoy se ve por estos días es lamentable.

El consumismo es un fenómeno multifacético y multicausal, pero para análisis hiperdetallados están los sociólogos. Bástenos aquí señalar algunos elementos haciendo uso del mero sentido común.

Para decirlo claro: cuando falta vida interior nos atosigamos de vida exterior, ni más ni menos.

Una vida interior sana, cultivada, plena, activa y consciente, es el mejor antídoto contra ese mal que aqueja a muchos y que consiste en buscar afuera aquello de lo que se carece adentro. Eso es el consumismo, una falsa solución para un problema bastante real.

Y lo paradójico es que este consumismo viene a aparecer con toda su fuerza justo en una época del año que debería caracterizarse por un espíritu de profunda, no, profundísima sencillez y humildad. Porque el Dios hecho hombre elige nacer en un establo, rodeado de su madre, la Santísima Virgen, su padre putativo, san José y quizá algún buey. 

Bossuet, ese gran orador francés, decía refiriéndose al nacimiento de Cristo en esas circunstancias: 

¡VEN AQUÍ, ORGULLO HUMANO, Y MUERE!

Navidad debería ser una época para "matar" un poco el orgullo humano, o mejor dicho, ese vacío que el hombre adora cuando se adora a sí mismo.

Y acontece todo lo contrario por estos días.

¡Vayamos a un centro comercial para convencernos de lo que decimos! La masa se apiña en ellos como esperando que las flamantes bolsas con que salen de los locales, llenas de cosas que seguramente no necesitan, pero eso sí, de cosas nuevas y a la moda, les colmen ese vacío interior y esa necesidad de felicidad que no encuentran de otra forma.

Se nos dirá que no todos los consumidores por estas fechas lo hacen presa de ese vacío que venimos señalando. Concedemos que puede ser así, y deseamos que así sea. Pero es cierto que lo dicho describe la realidad de muchos, de cada vez más. Es como si asistir al ritual de los centros comerciales, comprar algo, caminar junto a personas que también están allí comprando, nos convenciera de que las cosas en el fondo no están tan mal como algunos nos quieren hacer creer. Que quizá esos negros nubarrones que algunos profetas de infortunios anuncian como inminentes, no lo son tanto y que finalmente aún es posible construir un paraíso aquí en la tierra. Ese es el espejismo que ofrece el consumismo.

Y mientras así se afanan los hijos de Eva en búsqueda de la "felicidad", un humilde niño profetizado desde antiguo por boda de profetas y santos, llamado Emmanuel en las Escrituras, nombre que significa 'Dios con nosotros', sigue naciendo en el establo para enseñarnos muchas cosas, entre ellas, el valor de la sencillez y de la humildad.

Quiera Dios concedernos un poquito de dichas virtudes, no solo por esta época, sino para nuestra vida en todos los ámbitos de nuestro desempeño: familiar, laboral, social, etc. 

Y quiera el pequeño de Belén bendecir a todos los lectores de este blog y regalarles la más hermosa Navidad y el más bendecido año nuevo.

¡Feliz Navidad!


Leonardo Rodríguez


miércoles, 12 de diciembre de 2018

Una pretendida "superioridad"


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Es muy frecuente, lamentablemente, encontrarse uno con esa actitud tan chocante de algunos que se imaginan que por ser "ateos" son, de alguna manera y por alguna extraña razón, automáticamente superiores, sobre todo en términos de inteligencia. En otras palabras, muchos creen que ser ateos les otorga una altura “intelectual” muy por encima de los demás, pobres mortales creyentes.

Lo anterior lo traslucen en sus conversaciones, en el tono con el que abordan todo lo relacionado con Dios, así como en las continuas burlas hacia quienes tienen fe. Que haya alguien inteligente (según lo que ellos entienden por inteligencia) y creyente al mismo tiempo les parece un imposible; de allí sacan la conclusión de que si es creyente no es inteligente y viceversa. Esto lo apoyan, entre otras cosas, citando nombres de científicos de renombre que han manifestado su increencia, supuestamente apoyada en “los avances de la ciencia”.

Estos olvidan, en la embriaguez de su aparente triunfo, que así como hay hombres de ciencia de mucha fama que han manifestado públicamente no creer en Dios, igualmente hay hombres de ciencia con los mismos títulos e igual renombre, que sin ningún problema hablan de su fe en Dios no viendo en ello ninguna contradicción con su labor científica. Sea de ello que se quiera lo cierto es que usar como argumento, de un lado o del otro, un listado de personas inteligentes en algún campo de la ciencia, no es en realidad un buen argumento, como pudiera parecer a primera vista.

En efecto, resulta natural asumir que lo que una persona que consideramos poseedora de conocimientos evidentes y reconocidos dice tener por cierto, debe ser cierto seguramente, ya que quien lo dice es inteligente. Pero esa es una forma incorrecta de razonar por varios motivos, entre otros por los siguientes:

- Por muy inteligente que sea, puede estar equivocado.

- Siendo especialista en un área del saber, sus afirmaciones serán de consideración en dicha área. No por ser buen astrónomo es un teólogo o filósofo idóneo.

- Es posible que al expresar sus opiniones lo haga movido más por sus motivaciones personales que por sus conocimientos específicos.

Etc.


Por lo anterior no consideramos una buena argumentación, en pro o en contra de la existencia de Dios, esas largas listas de nombres de científicos o filósofos, que abundan en cierta literatura, con las que se pretende decidir una cuestión tan trascendental.

Los argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios deben ser sopesados en sí mismos, y no por la fama de quién los enuncia.

¿Por qué cree el ateo que serlo lo hace más inteligente?

Creemos que es debido a esa idea falta tan difundida según la cual la religión y la ciencia son incompatibles, de manera que donde está la una no puede coherentemente estar la otra. Y puestos a escoger entre fe y ciencia, el moderno se queda con la ciencia que le promete mediante la técnica el paraíso en la tierra sin hacerle a cambio exigencias morales de ningún tipo. Algo así como tener que escoger entre hacer un préstamo en un banco que te cobra intereses o hacerlo en uno que no solo no te cobra intereses sino que te da todo el tiempo que quieras para pagar, incluso puedes no pagar si no quieres. Evidentemente la decisión no es difícil.

El hombre moderno escoge la ciencia porque ésta llena su vida de innegables comodidades que facilitan todo, desde el transporte, hasta las comunicaciones y la vida de hogar, pasando por la industria del entretenimiento, entre muchas otras. Además esta masa de comodidades viene sin ninguna exigencia moral, es decir, no hay que ser mejor persona para tener el último celular, ni hay que serle fiel a la esposa para acceder a Internet. Se recibe mucho y no hay que dar nada a cambio, salvo dinero evidentemente. Pero ese es un detalle que parece no importar mucho, ya que con tal de gozar de todo ello, sin compromiso moral alguno a cambio, ningún dinero parece excesivo.

Y entonces ve uno, sobre todo por estas épocas decembrinas, una marea interminable de gente entrando y saliendo de los centros comerciales, felices de ir a gastar allí su dinero, bajo la promesa de un paraíso tecnológico-consumista-hedonista, donde el compromiso ético-moral del individuo brilla por su ausencia.

Es así que la religión sale perdiendo. Ella no promete el paraíso aquí, sino más allá, y a cambio de dicho paraíso exige un compromiso total y radical del individuo con la construcción de su personalidad moral. Una lucha diaria por el mejoramiento personal.

De esa incompatibilidad aparente entre ciencia y fe, sacan muchos la consecuencia de que lo verdaderamente “inteligente” es decantarse irrestrictamente por el “bando” de la ciencia, que promete tantos beneficios, sin pedir casi nada a cambio.

Que aún hayan personas de fe le parece al moderno un escándalo, un error fruto de la ignorancia y el fanatismo ciego de algunos. El reino de la fe les parece una antigualla propia de otras épocas, una pieza de museo que poco a poco desaparecerá para dar paso ya finalmente al reino del progreso tecnológico y “humanista” indefinido.

En ese orden de ideas el ateo se considera a la vanguardia de ese movimiento de progreso, de ese triunfo inevitable de la inteligencia, de la ciencia. Y mira a su vecino creyente como poco más que un estorbo en la realización de ese futuro deseado.

Es por eso que pocas cosas desconciertan tanto al moderno como un católico instruido, un católico formado, un católico consciente de su compromiso de conocer, vivir y profundizar en su fe. Y si dicho católico tiene además madera para estudios filosóficos y asume con altura el debate académico, puede el moderno llegar a ver tambalear enteramente su edificio ideológico, pues la figura de un creyente inteligente no cuadra en su universo, le produce asombro y estupor.

La pretendida superioridad intelectual de que se jactan, no es más que el resultado de su vanidad inflada por la ignorancia de aquello en lo que consiste verdaderamente ser inteligente.


Leonardo R.


martes, 11 de diciembre de 2018

El alma NO está en el cerebro

Hace algunos días, mientras hurgaba curioso entre los libros que una buena amiga mía tiene en la biblioteca de su oficina, vine a dar con el ejemplar que aparece en la foto de la derecha, titulado falazmente "El alma está en el cerebro", escrito por el conocido divulgador científico español Eduardo Punset, célebre no solo por su escritos sino ante todo por haber dirigido y presentado durante dieciocho años el programa REDES, dedicado al tratamiento de temas relacionados con la astronomía, la biología, la psicología, entre muchos otros, a lo largo de más de 600 programas emitidos. 

Quien esto escribe ha disfrutado muchos de los capítulos de REDES, aún disponibles en Internet, pues en ellos se abordaban, en compañía de especialistas invitados de cada área, asuntos apasionantes sobre los más recientes descubrimientos científicos, aludiendo a sus implicancias para la vida corriente de los individuos y las sociedades. Punset, el presentador, tenía la habilidad para presentar temas aparentemente muy técnicos o muy académicos, en un lenguaje tan sencillo que era inevitable engancharse pronto con sus explicaciones y con las conversaciones amenas que tenía con sus invitados.

Adelanto que no he leído completo el libro en cuestión, El alma está en el cerebro, sino solo algunos apartes casi al azar, y ello tiene su explicación: con tan solo ojear algunas de sus páginas es fácil comprender que es un texto comprometido con la idea falsa de que el cerebro es el instrumento con el que "pensamos".

A propósito de dicha idea falsa ya he escrito en otras ocasiones, de manera que aquí solo me referiré a algunos aspectos del asunto que llaman fuertemente la atención.

Los medievales tenían una costumbre muy sana y sobre todo muy útil, y consistía en que cada vez que se disponían a tratar un tema definían antes los términos que iban a utilizar. De manera que si, por ejemplo, querían hablar acerca del amor, se preocupaban antes de definir con toda precisión (a veces llevando al extremo ese deseo de pureza conceptual), qué entendían por "amor". Con ello buscaban la máxima claridad en lo que después iban a afirmar acerca del amor cuando hablaran del amor a Dios, del amor a los familiares, del amor a la patria, etcétera.

Si alguien deseaba entrar al debate debía aclarar antes si los términos los entendía en el mismo sentido o si acaso daba algún significado distinto al vocablo. Ya que disputar sobre un tema, entendiendo los términos del debate en forma diversa, solo podría dar como resultado una real pérdida de tiempo, sumado a confusión de los oyentes.

Jaime Balmes, el egregio escritor español del siglo XIX, en uno de sus escritos pone a propósito de lo que llevamos dicho aquí, el ejemplo de dos que debaten sobre la igualdad, pero cometiendo el error de partir ambos de conceptos distintos. Sucede entonces que todo lo que en aquél "debate" se dice resulta completamente equívoco y no lleva a ninguna parte, puesto que en el fondo, a pesar de usar la misma palabra, están los dos hablando de cosas distintas.

Pero ¿por qué estoy diciendo estas cosas si iba a hablar era del libro de Punset, que no he leído?

Pues resulta que, a juzgar por el título y algunas páginas al azar, Punset allí pretende hablar del alma y del cerebro, como conceptos centrales, pero mucho nos tememos que, aunque quizá logró ciertamente hablar acerca del cerebro, no pudo verdaderamente hablar del alma, por lo menos si entendemos por alma lo mismo que Aristóteles y santo Tomás de Aquino entendieron por tal.

Y este es un error dramáticamente común en la actualidad y desde hace ya un buen tiempo. A partir de Descartes, más o menos, se distorsionó por completo el concepto de alma. Para el pensador francés el alma era una realidad completamente diversa a la materia. El alma, en Descartes, venía a ser una "cosa" dentro del cuerpo, más específicamente en la glándula pineal. Y, de alguna manera que Descartes no aclara, dirige y controla al cuerpo. Una cosa dentro de otra cosa, dirigiéndola. 

De ahí en adelante el alma fue vista como un maquinista oculto dentro del cuerpo que, vaya uno a saber cómo, dirige todo. El problema se agravaba aún más por cuanto Descartes aseguraba que el alma estaba hecha de "algo" del todo distinto a la materia del cuerpo, eran sustancias distintas. De forma que una cosa que no era materia, vivía dentro del cuerpo y lo dirigía.

Evidentemente dichas especulaciones no tenían ni pies ni cabeza y se prestaron rápidamente para que los detractores de la espiritualidad humana o de la existencia misma del alma, encontraran con facilidad los puntos débiles y atacaran esa "alma" cartesiana como algo inexistente, pues según el nuevo paradigma que se estaba elaborando, lo único existente, estudiable, real, obsevable, verificable, etc., era la materia, y no una pretendida "cosa" que no era materia pero vivía dentro de la materia. Esa "cosa" se fue diluyendo hasta hacerse completamente estorbosa y prescindible.

Desde hace 400 años, es decir, desde que Descartes distorsionó el concepto de alma, y hasta el día de hoy en que Punset se permite dar a luz un libro con un título tan falaz, se viene hablando del alma sin que quienes lo hacen se percaten de que en realidad no están hablando de lo mismo que habló Aristóteles o Tomás de Aquino, sino solo de aquello de lo que habló Descartes bajo ese nombre.

Y ello no sería problemático si no fuera porque se pretende, con libros como el de Punset, desacreditar la creencia en la existencia del alma, creyendo destruir dicha creencia argumentando en contra de la versión que dio a luz Descartes en el siglo XVII.

Lo cierto es que libros como el de Punset quizá son verídicos tratándose de lo que Descartes entendió por alma, pero están a años luz de tan siquiera rozar el concepto tomista de alma, el cual es esencialmente distinto del concepto difundido por el padre de la filosofía moderna.

Lo que santo Tomás de Aquino entendió por alma, y lo que entendemos por alma todos los católicos del mundo (al menos implícitamente), no se ve perjudicado por ninguno de los avances de las neurociencias modernas, por más que quienes escriben sobre esos temas insistan en que sí.

Habría que retomar esa sana costumbre medieval de, antes de hablar sobre algo, definir qué entendemos con ese concepto; ahorraríamos muchos malentendidos y tiempo. Y nadie escribiría un libro como el de Punset o a lo menos no le pondría un nombre tan falaz.


Leonardo Rodríguez.

     

101 libros de santos para descargar (inglés y español)

Comparto para este tiempo de navidad 101 libros de santos, la mayoría en español con algunos en inglés. 

Que sea esta una época propicia para retomar la bonita costumbre de hacer "lectura espiritual". Muy necesaria en un mes cargado de materialismo consumista.


   CLIC AQUÍ


(capturas de pantalla del contenido)











Leonardo R.