miércoles, 20 de noviembre de 2019

¿Progreso?


Dicen los que de esto hablan, que la humanidad ha presenciado en los últimos decenios más y mayores avances científicos, técnicos y tecnológicos que los que se habían visto en todos los siglos de historia humana juntos. No sé si tal afirmación es rigurosa, históricamente hablando, puesto que no soy historiador. Pero alcanzo a sospechar que sí. Y es que en verdad durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, hemos sido testigos de un desarrollo ciertamente asombroso de las ciencias, que ha llevado a aplicaciones tecnológicas cada vez más asombrosas. Y todo parece indicar que esa marcha hacia adelante en la tecnología, lejos de detenerse, experimentará en los próximos años progresos de tal magnitud que no resulta descabellado pensar que nuestros hijos y nietos verán cosas con las cuales actualmente solo soñamos o que concebimos como producto de la mera ciencia ficción. El futuro dirá.

Y aquí comienza el problema. Porque tal ha sido la envergadura del progreso experimentado que ha venido a instalarse en la conciencia del hombre moderno la firme convicción de que esa marcha hacia adelante, ese progreso que parece indefinido e imparable, ese glorioso dominio del hombre sobre la naturaleza por medio de la técnica, etc., representa no solo un progreso, eso sí indudable, en ciertas áreas de la experiencia humana, sino que de alguna manera ese progreso científico y tecnológico significa el progreso total de la humanidad.

Lo anterior significaría, más o menos, que la humanidad marcha hacia adelante y progresa PORQUE progresan las ciencias y la tecnología. El Progreso de la humanidad, así en mayúscula, vendría a quedar reducido e identificado con el progreso científico-tecnológico. Pero resulta que las habilidades científicas de una persona o sus competencias tecnológicas no determinan su estatura moral, es decir, no dicen NADA acerca de si se está ante una buena o ante una mala persona, que las hay, por cierto. Y, por lo mismo, los avances científicos o tecnológicos de una sociedad en su conjunto NADA dicen acerca de si se está ante una sociedad que progresa verdaderamente o si, por el contrario, se está solo ante una sociedad que ha hipertrofiado uno de sus componentes en detrimento de lo que debiera ser su preocupación radical: el progreso moral, social y personal.

He ahí el porqué de que la palabra progreso que encabeza este artículo la hayamos puesto entre signos de interrogación, como dudando, ¿progreso? Sí, sin duda, y enorme progreso a nivel de las ciencias y de las tecnologías. Pero al mismo tiempo asistimos, sin duda igualmente, a una decadencia moral de las sociedades y de los individuos, que se manifiesta en la pérdida del norte ético a causa de un relativismo subjetivista o de un subjetivismo relativista que lo ha invadido todo. La proliferación de leyes abortistas por todo el mundo es solo una muestra, todo lo dramática posible, de dicho relativismo en el cual el capricho individual es elevado a categoría ética, por encima de los más elementales principios ya no solo morales pero incluso de mera humanidad.

Tenemos entonces, para ponerlo en términos gráficos, edificios plagados de una tecnología asombrosa, funcionando como abortorios en donde mediante procedimientos que rayan en la barbarie demencial de épocas pasadas, se asesina a diario y sistemáticamente a miles de bebés. Es el progreso tecnológico al lado de la más absoluta decadencia moral que se pudiera imaginar. Es la barbarie adornada con lujosa “civilización” técnica.

¿De qué progreso nos enorgullecemos entonces? Las luces de las grandes ciudades encandilan al espectador y lo llevan al convencimiento de que nos hayamos disfrutando de las mieles de una civilización en pleno desarrollo, pero bajo esas mismas luces se revelan al atento observador las lacras de una sociedad que a nivel moral padece de mortal enfermedad.

La sociedad humana progresaría verdaderamente si al lado del desarrollo tecnológico avanzaran también los estándares de la moralidad, los vicios arraigaran cada vez con menor fuerza y se alentara el crecimiento en las virtudes como camino regio para lograr la plenitud humana objetiva. Mientras ello no ocurra y se siga apostando por un mero crecimiento del ámbito material propio de las ciencias y las técnicas, no podrá hablarse con propiedad de progreso, en el sentido más humano del vocablo. Se le seguirá vendiendo humo a las sociedades, oropeles, espejismos y vacíos.


Leonardo Rodríguez Velasco 


lunes, 11 de noviembre de 2019

Colección de encíclicas

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En medio de este desierto de sana doctrina que caracteriza a la jerarquía eclesiástica de los últimos decenios, nada mejor que retornar con devoción a los escritos de los grandes papas de antaño, esos que supieron ver el error y denunciarlo con fuerza y elocuencia.


jueves, 7 de noviembre de 2019

¿Qué orden seguir en el estudio de la filosofía? (Para Rodrigo)


En varias ocasiones me han preguntado por el orden más conveniente para estudiar o al menos para comenzar a familiarizarse con la filosofía de santo Tomás de Aquino. No soy autoridad en este tema ni mucho menos, pero tanto me lo preguntan que voy a intentar dar una respuesta al menos desde mi humilde experiencia.

Considero que lo mejor es empezar con la biografía de Tomás, hay varias de gran valor. La biografía de Tomás permite acercarse a su lado humano, para situar ideas en el contexto de su autor y comprender mejor por qué escribió como lo hizo y por qué le interesaron los temas sobre los que escribió. Eso es importante. Además la vida de santo Tomás por sí sola fue tan interesante, que conociéndola aumenta en el lector el interés por profundizar en su obra.

Luego de la biografía creo que es buena idea empezar a leer los escritos de Tomás, aunque al principio no entendamos todo al cien por ciento.  Tomás escribe con tanta claridad que incluso para quien nunca lo ha leído, muchas de las cosas que escribe son perfectamente comprensibles. Nada que ver con esos filósofos que escriben tan enredado que uno los lee y se siente un completo idiota porque no entiende ni media palabra, o casi.

Yo diría que se puede comenzar a leer la Suma Teológica. Es un libro que aborda temas muy profundos, sin duda, pero muchas de sus páginas son de una sencillez asombrosa, al alcance de cualquiera. Podemos al mismo tiempo irnos familiarizando con el lenguaje de Tomás y con la forma de resolver las preguntas que él mismo se va formulando.

Será de mucha ayuda acompañar este proceso con la lectura de autores de línea tomista que hayan explicado sistemáticamente el pensamiento de Tomás o que hayan profundizado en algún punto en particular desde la óptica de Tomás de Aquino. Particularmente recomendables son algunos autores como el padre Reginald Garrigou-Lagrange, dominico francés, gran tomista del siglo XX. Son de fácil consecución sus libros en Internet, aunque siempre recomiendo que se haga lo posible por obtenerlos en físico, porque nada podrá sustituir la experiencia de poder tener el libro en nuestras manos, subrayarlo  y estudiarlo cómodamente sin la intermediación de una pantalla. Otro autor que nos puede presentar un panorama general del pensamiento de Tomás es el también francés Etienne Gilson, sus libros se consiguen asimismo con facilidad.

La ventaja que tiene apoyarse en este tipo de autores es que nos permiten hacernos una visión de conjunto de las principales ideas de Tomás, y aunque entre los autores llamados tomistas no todo ha sido uniformidad de pareceres e interpretaciones, no obstante nos ayudan a ver como “sinópticamente” la obra tomista y esto es un apoyo valioso porque llegar por uno mismo a tener esa visión de conjunto requeriría leer prácticamente toda la obra tomista (varios volúmenes), cosa que no todos podemos hacer, sea por falta de tiempo o simple y llanamente porque es demasiado y se corre el riesgo del desánimo. Somos humanos.

Con el paso del tiempo uno va conociendo la existencia de muchos autores tomistas, sus obras y sus aportes, y va aprendiendo a seleccionar entre toda esa espesa selva aquellos materiales con los cuales quiere ir complementando su aproximación a Tomás. De todos se puede extraer algo bueno.

Hacer aquí una lista de autores sería largo y muy subjetivo, pues reflejaría simplemente mi camino en el tomismo. En este blog he compartido muchos de los libros que he ido leyendo, puede con ellos hacerse el lector una idea de los autores más relevantes.

Ya entrando propiamente en las temáticas filosóficas recomiendo, y no yo sino los que más saben de estas cosas, hacerse a una buena historia de la filosofía, luego abordar, más o menos en este orden, la lógica, la filosofía de la naturaleza, la antropología filosófica, la ética, la filosofía del conocimiento, la metafísica y, finalmente, la teología natural. Lo anterior no es camisa de fuerza, solo una recomendación que responde al orden más o menos natural que se encuentra en la misma realidad de las cosas, pues se inicia con el estudio del instrumento necesario, la lógica, y se asciende hasta la causa última de todo lo real, Dios conocido por medio de la luz natural de la razón, que se estudia en la teología natural, culminación de la metafísica. La historia de la filosofía se puede ir leyendo a medida que se avanza, para ir ambientando los temas y contrastando lo que vamos aprendiendo de Tomás con lo que han dicho otros antes y después de él.

En mi caso siempre estoy repasando cuestiones de lógica y de filosofía del conocimiento. Me parecen dos líneas fundamentales, literalmente hablando. Muchos errores en metafísica, y por ende en teología natural, provienen de malas inteligencias a nivel de elementos de lógica y filosofía del conocimiento.

No es un camino que se recorra en un tiempo corto. Se requieren años, por eso considero importante no seguir esquemas rígidos que pudieran luego de un tiempo causar desánimo y hastío. Con esquemas rígidos me refiero al caso de aquél que quisiera desde el inicio someterse a una disciplina estricta de lectura semanal, con un calendario establecido de temas y fechas. No. Cierta flexibilidad ayudará a mantener vivo el interés y alejado el desaliento. Si un buen día de repente no deseas leer nada no hay problema, todos tenemos muchas otras ocupaciones que pertenecen a nuestros deberes de estado y que no podemos dejar de lado, evidentemente. Además tenemos obligaciones hacia nuestros familiares y seres queridos, como pasar tiempo con ellos, por ejemplo. Nada de esto se puede descuidar pues se generaría un desbalance que tarde o temprano llevaría todo al fracaso. Conservar una sana “vida social” es fundamental para quien quiere ser lector de santo Tomás. Los afanes y necesidades de nuestra terrenal vida son tan fuertes, urgentes e insoslayables, que quien pretende ignorarlos para ir en pos de un ascetismo literario puro, se estrella de frente contra la realidad, que no perdona. Así que conviene guardar las proporciones y no descuidar ninguna faceta de nuestra vida.

Muchas otras cosas pudiera señalar aquí a manera de consejos para quien se inicia en la lectura de Tomás, pero vamos a dejarlo hasta aquí para no abusar de la paciencia del amable lector.

¡Mucho ánimo en la ardua tarea de ser discípulo de Tomás!


Leonardo Rodríguez Velasco. 
     

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Non multa sed multum

Para quienes amamos la lectura existe una tentación permanente contra la que hay que estar en guardia porque si caemos en ella perderemos tiempo valioso y energía que bien pudiera utilizarse en tareas más provechosas. La tentación de la que hablamos es la siguiente: convertirnos en acumuladores de libros que nunca leemos, acaparar textos y textos en nuestros armarios, físicos o digitales, caer presa de una verdadera gula de libros sin importar que nunca los leeremos o si al caso les daremos una hojeada rápida, desatenta y superficial.

Contra lo anterior traemos a cuento el adagio latino que encabeza esta entrada: NON MULTA SED MULTUM. Que significa que en vez de ocuparnos con muchas cosas, conviene más ocuparnos de pocas pero con juicio y profundidad. En cuanto a la lectura viene a decir el adagio que en vez de acumular cientos de libros, mejor tener unos pocos pero estudiarlos a fondo, con disciplina y rigor.

De hecho los medievales tenían otro dicho referente al tema de la lectura y era este: TIMEO HOMINEM UNIUS LIBRI, temo al hombre de un solo libro, es decir, vale más el lector que se ha consagrado a un libro y lo ha escrutado a conciencia, que el supuesto lector que jamás ha terminado un libro, se ha dedicado a acumular miles que nunca lee y cree por ello ser muy culto.

Es un problema real el que aquí estamos mencionando, además de real muy común. 

Por ejemplo, para hablar del área de la filosofía, un buen libro de filosofía, sea de tipo histórico o sistemático, requiere de un esfuerzo de atención, de lectura sostenida, pausada, reflexiva; requiere de varias relecturas, tomar notas, escribir las reflexiones que vienen a cuento, etc. Y ni aún después de todo ello está garantizado que se haya captado el pensamiento del autor ni su mensaje principal ni sus ideas más relevantes. Por eso conviene después de un tiempo retomar el texto y con otra lectura aproximarnos de nuevo para tratar de seguir desentrañando su sentido.

Pasa por ejemplo con las obras de Tomás de Aquino, nadie puede decir que ya leyó la Suma Teológica y por tanto no debe volver a ella. No. Ello sería un error, la Suma es un texto tan profundo que nunca lo termina uno de leer verdaderamente, de hecho aunque leamos una y otra vez las mismas páginas, cada vez encontramos algo distinto, profundizamos más en algún argumento, comprendemos mejor algo que antes habíamos solo vislumbrado, captamos una nueva relación, solucionamos alguna nueva duda, hallamos la respuesta a un nuevo problema o sencillamente recordamos algo que ya se nos había olvidado. Tal es la profundidad de un buen texto que siempre podemos sacar de él nuevos frutos.

Ahora bien, todo ese trabajo es impedido por la tentación de que estamos hablando. Se apodera de nosotros un deseo incontrolado por acumular libros y más libros, hacemos lecturas superficiales de ellos porque el deseo de pasar pronto a un nuevo texto nos impide detenernos a conciencia en ninguno. Por ese camino jamás profundizaremos en nada, nunca podremos decir que hay un tema en el cual las ideas principales nos son familiares, no podremos aportar con solvencia sobre ningún asunto. Y sobre todo estarán lejos de nosotros los temas importantes, los temas trascendentes, pues dichos temas solo se dominan luego de un trabajo sostenido, largo, disciplinado, lleno de obstáculos superados y dificultades que en su momento amenazaron con destruir todo el camino recorrido.

¡Y si solo fuera eso! Pero es que además dicha tentación deja huellas de su paso, porque cuando se habla con alguien que ha sucumbido a ella y en vez de lector se ha convertido en acumulador de libros, se puede fácilmente percibir la superficialidad de sus ideas en su lenguaje falto de solidez, en sus argumentaciones circulares y repetitivas que nunca terminan de convencer, en su dificultad para abordar con soltura temas de cierta elevación conceptual. La tentación pasa factura cuando se cede ante ella.

¡Qué diferente es el lector verdadero! El que se ha dedicado a pocos temas o incluso a uno solo, a pocos libros o incluso a uno solo, ¡qué envidiable manejo del tema! ¡Qué imponente uso del argumento definitivo! ¡Qué facilidad con la que recorre de un extremo a otro todos los detalles del asunto! ¡Qué placer produce el solo hecho de escucharlo disertar sobre aquello que domina con holgura!

¡En guardia entonces estimados lectores! No vayamos tras de muchos libros, más bien seamos lectores juiciosos de esos que leen a conciencia, releen y luego de un tiempo vuelven a leer. Huyamos del acumulador compulsivo, de su superficialidad y de su gula literaria. 


Leonardo Rodríguez Velasco

martes, 5 de noviembre de 2019

Pregunta de un lector: ¿Por qué Tomás de Aquino hoy?

Un amable lector del blog, desconocemos con qué asiduidad nos visita, nos ha formulado la siguiente pregunta que consideramos interesante responder:

¿Por qué en pleno siglo XXI insistir con las ideas de un escritor tan antiguo como Tomás de Aquino?

Al amable lector le causa una considerable extrañeza nuestra insistencia en la difusión del tomismo, siendo así que, según él, Tomás vivió y escribió en otra época y para otra época. Y, al parecer, sus propuestas estarían hoy no solo "pasadas de moda" (lo cual no es criterio alguno en filosofía y mucho menos en teología), sino que incluso habrían sido "hace tiempo" completamente refutadas por filósofos "modernos" y también por la ciencia actual.

Pero no solo eso, sino que nuestro lector considera también que el estado actual de la sociedad, con sus "avances" en "libertades" y una mayor "tolerancia", democracia, pluralismo, etc., hacen del todo incompatibles los ideales de Tomás de Aquino, representante, según nuestro lector, de un universo cerrado, teocrático, represivo, intolerante, fanático y un muy largo etcétera.

Hasta ahí las preocupaciones del amable lector. Vamos a tratar de esbozar una respuesta a su pregunta puntual: 

¿Por qué Tomás hoy?

Ante todo diré que a Tomás lo encontré por casualidad allá en los tiempos de mi cada vez más lejana juventud. Los detalles del dichoso encuentro los he relatado en otro lugar y no corresponde repetirme aquí. Quisiera tan solo insistir en lo fortuito del hallazgo, fortuito, claro está, para el ojo humano, pero sin duda muy poco fortuito para el Dios de Tomás. No andaba yo buscando filosofías ni nada que se le pareciera, a decir verdad ni siquiera me interesaba la religión. Era, como ya he dicho, un joven como todos preocupado por naderías y caprichoso. 

Pero sucedió que después de encontrarme de frente con este enorme monje italiano, surgió en mí un interés por conocerlo mejor. ¿Por qué? ¡No lo sé! ¿Había algún precedente que hubiera podido presagiar que dicho interés surgiría en mí al saber de Tomás? ¡No, ninguno! ¿Por qué entonces me interesé por Tomás y por sus ideas? Considero que la respuesta más sincera que puedo dar a esa pregunta es: hubo algo en su vida y en su forma de escribir y de expresarse que llamaron mi atención. Tal cual. ¿Exactamente qué? ¡No sé!

Pero evidentemente lo que nuestro lector desea saber no es por qué al adolescente de diecinueve años lo cautivó Tomás, sino más bien por qué al adulto de treinta y seis lo sigue cautivando, al punto de hacer un blog para darlo a conocer, difundir sus escritos y defender, en la medida de sus posibilidades, sus ideas. Vamos a ver.

No puedo hoy, después de diecisiete años de frecuentar los escritos de Tomás y de hurgar en todos los detalles de su ajetreada e interesantísima biografía, responder de nuevo que aún no sé qué es lo que me cautiva del tomismo. Eso lo podía responder a los diecinueve, no hoy. Hoy debo responder algo como lo siguiente: me cautiva de Tomás la verdad que descubro en sus palabras y la coherencia que brilló en su vida. Ni más ni menos.

Comprendo que al amable lector, suponiendo que sea un "devoto" del pensamiento moderno o contemporáneo, la palabra "verdad" le generará de forma automática un escalofrío que lo hará ponerse en guardia contra algún tipo de dogmatismo tirano, eso es seguro. Y es que si alguna herencia permanente pudiéramos señalar de todo ese recorrido que inicia con René Descartes (de hecho más atrás con Guillermo de Ockham), y viene a desembocar en el "pensamiento débil" postmoderno, esa sería sin lugar a dudas la puesta entre paréntesis de la palabra verdad; la negación misma de la existencia o si quiera la posibilidad de hablar de algo llamado "verdad".

Porque si en algo están de acuerdo todas las corrientes y escuelas filosóficas que han venido viendo la luz desde hace por lo menos cinco siglos es en afirmar que la verdad, o no existe, o es cualquier cosa menos lo que los medievales entendían por verdad. Ya sea que nos movamos en las coordenadas del racionalismo o en las del empirismo, con todos los matices posibles, la verdad o es negada o es alterada en su significación hasta hacerla coincidir con los postulados de dichos sistemas. Y es que una verdad que se acomoda no a lo real, fuente última de sentido, sino a los delirios demiúrgicos de algún filósofo moderno, deja de ser la verdad para convertirse en una mera expresión de deseos.

Santo Tomás no dudó de la existencia de la verdad, ni de la verdad natural ni de la verdad sobrenatural. Sus escritos son expresión de una búsqueda incansable, pero no como del que busca porque no tiene, sino como del que busca porque quiere penetrar aún más en los tesoros de una realidad que se le ha dado a conocer por gracia de Dios. Fue amante de la verdad hasta el extremo, a hablar de ella dedicó su vida entera, sus trabajos, sus desvelos, sus vigilias, sus ayunos, su docencia, sus escritos, todo. Y cuando durante la celebración de aquella misa de diciembre del año 1273, le fue dado contemplar sin velos un poco de aquella verdad que cuarenta y ocho años llevaba amando, fue tanto su asombro ante aquella grandeza sublime que decidió no escribir más, ni dar más clases, guardar sus herramientas y mantener un prudentísimo silencio al respecto. Solo luego de su muerte un par de meses después, su secretario personal, Reginaldo de Piperno, reveló estos acontecimientos y gracias a él sabemos que en aquella misa Tomás, seguramente, vislumbró la gloria de Dios.

¿Que por qué me cautiva Tomás hoy? Por todo lo anterior y aún por mucho más. ¡Que ha sido refutado! ¿Por quiénes? ¿Por los racionalistas con sus delirios de grandeza? ¿Por los empiristas con sus reduccionismos ciegos? ¿Por Kant que no leyó a Tomás? ¿Por Nietzsche que terminó demente? ¿Por Marx, cuyas ideas han causado directa o indirectamente millones de muertes? ¿Por la ciencia moderna, que proclama referirse únicamente a lo observable y experimentable en laboratorio y por lo tanto no tiene NADA que decir fuera de dichos límites? ¿Quién lo ha refutado?

Y no se crea que acaban allí las razones para que aún hoy me siga cautivando Tomás. Porque falta hablar de su vida, de su santidad, de su virtud, de su sencillez, de su humildad, de su entera dedicación a una vida de oración y de estudio ininterrumpidos. Pero seguramente estos aspectos no son del interés del amable lector; sin embargo, son de radical importancia para quien esto escribe, ¿qué es un escritor cuya vida no guarda coherencia con lo que piensa, cree, escribe y dice? Un diletante. Tomás vivió profundamente cada una de las líneas que escribió, casi podría decirse que sus escritos no son otra cosa que su vida de oración y contemplación vertida en tinta sobre papel. Vivió lo que enseñó y enseñó lo que vivió.

¿Algo más por agregar? Sí; Tomás trae respuestas concretas para el hombre de hoy y para la sociedad actual. No es Tomás un pensador abstracto encumbrado en las nubes de un pensamiento desligado de lo cotidiano. Nada más lejos del tomismo que esa caricatura. La ética individual y social que brota de las obras de Tomás está cargada, pletórica de intuiciones y directrices que de ser oídas hoy darían un fruto abundante en términos de convivencia, orden y armonía social. ¿Y para el individuo? ¡Para el individuo la santidad! Que no es poco.

Si por alguno de esos avances tecnológicos que cada día nos asombran pudiera regresar al pasado y tener una breve conversación con aquél muchacho de diecinueve años que está a punto de conocer a Tomás le diría: ¡Gracias!


Leonardo Rodríguez Velasco.

   

domingo, 3 de noviembre de 2019

¡Y de nuevo el ateísmo práctico!

Pocas experiencias tan desalentadoras, humanamente hablando, como la de conversar con alguien acerca de Dios, sobre todo acerca de su misma existencia, y al final verle encoger los hombros en señal de ancha indiferencia, como diciendo: "quizá es interesante lo que me dices, pero... estoy ocupado, no me llama la atención, por ahora no lo necesito, no me termina de convencer del todo, lo encuentro francamente aburrido y desgastante, estoy bien así, etc, etc.".

Tal actitud proviene la inmensa mayoría de las veces de un ateísmo práctico poco consciente, pero no por ello menos eficaz. Se trata en el fondo no de una postura alcanzada luego de una crítica juiciosa de los argumentos, sino más bien de una decisión de la voluntad, con la cual el individuo busca proteger su estilo de vida de cualquier "amenaza", incluida la "amenaza" llamada Dios.

Y es que a decir verdad Dios es visto por muchos como una amenaza a su forma de vida, como el terrible juez lleno de prohibiciones y normas que llega a aguarnos la fiesta, a decirnos que prácticamente todo lo que hacemos está mal y a amenazarnos con un infierno eterno de sufrimientos indescriptibles si no le obedecemos "ciegamente" sus mandatos.

La anterior es una caricatura de Dios, se trata de una imagen que se ha transmitido con el correr de los siglos y que está presente en el imaginario de miles de personas. Y decimos caricatura porque es una deformación del verdadero rostro divino, que en Cristo se nos ha revelado como Padre amoroso, como bienhechor supremo y como pastor que cuida sus ovejas y no descansa hasta encontrar la que se ha extraviado para regresarla a su redil en hombros y feliz.

Lo lamentable es que esa distorsión del rostro de Dios es difundida no solo por los que podrían llamarse "enemigos" de Dios o de la religión, sino también por los que se supone son creyentes. Algunos han tomado del catecismo solo las partes más a propósito para generar miedo, dejando de lado aquellas que nos hablan del amor de Dios y de su plan para el hombre. Y armados con la parte de doctrina que han elegido van por ahí buscando atraer mediante el miedo, mediante el terror al infierno y mediante la amenaza de sufrimientos eternos.

Estos le hacen a la causa divina un mal servicio. De hecho llenan de argumentos a los "otros". Les facilitan la tarea de criticar la religión acusándola de dominar a través del miedo.

¡Si quienes viven lejos de Dios porque lo consideran una amenaza para su estilo de vida supieran que, contrario a lo que piensan, Dios no viene a quitarnos la alegría sino a ofrecernos una mayor!

¡Si supieran que lo que aquí llaman alegría y felicidad y que defienden con tanto ahínco, se reduce a vano espejismo transitorio y superficial!

¡Si tan solo alguien les explicara que Cristo ha venido para traer vida, y vida eterna!

¡Quizá pensarían distinto y dejarían de ver a Dios como enemigo o amenaza!

Es responsabilidad de los que nos decimos creyentes llevar a los demás un Dios amoroso, padre y redentor. 

¿Existe el infierno? Por supuesto que sí. Pero también el cielo, y esa es nuestra mayor esperanza.


Leonardo Rodríguez V.