sábado, 20 de julio de 2019

LIBROS: Colección filosofía tomista - editorial Herder

Compartimos aquí la colección titulada "Filosofía tomista", de la editorial Herder. Útil en términos generales, sobre todo la parte histórica y la recopilación de textos, no es del todo "tomista" en muchos aspectos, en particular la "Teología natural" y la "Ontología". No obstante la compartimos aquí para que el amable lector acceda a ella y la estudie con sentido crítico.

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Leonardo Rodríguez V.


martes, 16 de julio de 2019

(9) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval




9) Idea de la libertad como pura auto-determinación       



¡Cuánto se habrá escrito sobre la libertad! ¡Y cuánto queda aún por ser escrito!

La libertad como concepto atrae inevitablemente la atención de los intelectuales y eruditos de todo tipo: los filósofos escriben sobre ella, los psicólogos hacen lo propio; los sacerdotes lanzan advertencias sobre su uso enloquecido, los moralistas la toman como centro de sus cavilaciones; los artistas la buscan como fuente de inspiración, le dedican poemas y canciones; los políticos la usan como estribillo de sus discursos de tres pesos. Parece que todo el mundo tiene algo que decir de la libertad.

¿Y la libertad ya no como concepto sino como elemento vital del cotidiano vivir? Bajo este aspecto la libertad pareciera ser el 'desiderátum' de todas las épocas, de todos los tiempos y de todos los lugares. Su fuerza de atracción resulta imponente, atrae siempre a manera de fin que parece nunca alcanzarse del todo: ¡aspiramos a la libertad! ¡Buscamos la libertad! ¡La libertad a cualquier precio! ¡Libertad, igualdad y fraternidad!

Hoy vivimos, según muchos, en una sociedad construida sobre el respeto por la libertad, por las libertades. Nos dicen que ya han quedado atrás los tiempos de tiranías y cadenas. La época de los reyes y de los sacerdotes, nos dicen, ha pasado, y vemos abrirse ante nuestros ojos un presente donde la libertad humana por fin reclama sus derechos y es puesta en el sitial de honor como piedra angular que ha de sostener con su fuerza todo el edificio social.

Pero, en medio de tal aparente apoteosis de la libertad, ¿se entiende lo que esta significa? Porque pareciera que estamos aquí ante un concepto verdaderamente proteico vacío de sentido e infinitamente maleable según quien lo use y para qué. 

¿Qué es para el moderno la libertad? La idea que el hombre moderno se hace de la libertad hunde sus raíces en una filosofía voluntarista y nominalista que inició su andadura, según los entendidos, por allá por los años de Guillermo de Ockham, fraile franciscano inglés que vivió en la primera mitad del siglo catorce, célebre por sus aportes al estudio de la lógica, entre otros. Pero no crea el amable lector que nos ha seguido hasta aquí que ahora emprenderemos un recorrido histórico a tiempos tan lejanos, no, con ánimo de brevedad trataré de resumir aquí en apretada síntesis lo que él dijo y cómo de allí se derivó un concepto de libertad que llega hasta nosotros en pleno año 2019.



Básicamente, y remitiendo al lector a otros lugares donde nos hemos ocupado más extensamente de este tema, Ockham decía que siendo Dios un ser infinitamente poderoso, omnipotente, nada lo podía limitar. ¿Y es que alguien negaba eso en la Edad Media? Tanto como negarlo no, pero estaban de moda las tesis aristotélicas y algunos querían deducir de ellas ciertos postulados que en últimas chocaban contra lo que Ockham decidió defender a su manera. El asunto de las esencias o naturalezas de las cosas, en cuanto objetivamente existentes y también en cuanto cognoscibles por la inteligencia humana, había desvelado desde antiguo a los filósofos, mucho se había escrito al respecto y los medievales no fueron en ello la excepción. El famoso problema de los universales trasnochó a más de uno en aquellos tiempos y no sin razón, puesto que en verdad se trata de un problema fundamental en filosofía y de cuya solución dependen gran número de asuntos de no poca importancia. Dicho problema obtuvo en términos generales, y resumiendo bastante, tres respuestas: unos dijeron que los universales existían como tales, es decir, en su universalidad, independientemente de la inteligencia que los pensaba o que pensaba por medio de ellos. Otros dijeron que los universales no existían 'fuera' de la inteligencia humana, sino solo 'dentro' de esta al momento de ser empleados en el discurso o en el razonamiento para referirse a realidades singulares con algo en común. Finalmente hubo quienes dijeron que los universales existían 'fuera' de la inteligencia humana, pero no en estado de universalidad, sino individualizados en cada substancia singular, y su estado de universalidad que permitía la predicación 'de muchos', se debía a la operación abstractiva de la inteligencia que tomaba de los datos sensibles de los sentidos la raíz inteligible y trabajaba con ella. Por eso se decía que los sentidos captan lo sensible y la inteligencia lo inteligible, a partir de lo sensible. O en palabras más sencillas: con los sentidos conocemos tal triángulo particular dibujado sobre la pizarra, mientras que con la inteligencia nos hacemos cargo del concepto de triángulo en universal, aplicable o predicable de muchos.

Pues bien, ¿qué tenía que ver esto con la omnipotencia de Dios? Pues algunos dijeron que la existencia de tales universales, de tales naturalezas, de tales esencias, en últimas limitaba el poder de Dios por cuanto al crear debía guiarse, por decirlo de alguna manera, por esos modelos eternos e inmutables que eran las esencias de las cosas. Por ejemplo, existiendo la esencia de hombre, Dios al crear al hombre debía 'obedecer' dicha esencia eterna y crear conforme a ese modelo. De alguna forma las esencias en su eternidad e inmutabilidad acababan limitando de alguna manera el poder de Dios. 

Muchos se espantaron de tales afirmaciones y salieron en defensa de la libertad divina, de la voluntad omnipotente del Creador. ¿Cómo lo hicieron? Al parecer tomaron el camino más obvio, si las naturalezas de las cosas limitaban el poder de Dios entonces había que eliminar tales naturalezas, negar su existencia y decir que lo único verdaderamente existente y real eran los individuos, los singulares, Pedro, Juan, Santiago, Tomás, etc., pero no el hombre. Y así con todo.

Precisamente el término 'nominalismo' viene de que se dijo entonces que los universales o conceptos, eran solo nombres que aplicábamos a muchos singulares que parecían tener algo en común o que al menos se parecían: vemos a Juan, a Pedro y a Santiago y al parecer son individuos con muchas semejanzas, por lo tanto nos referimos a ellos con el nombre genérico de 'hombres'. Pero no queriendo significar que el concepto hombre tiene algún tipo de realidad o consistencia más allá de su uso cómodo para referirnos a varios entes que se parecen.

Voluntarismo y nominalismo. El voluntarismo venía entonces a decir que la voluntad primaba sobre la inteligencia, puesto que al trabajar la inteligencia con conceptos e ideas, y al ser estas solo nombres, impulsos de aire, 'flatus vocis', era la voluntad la verdadera artífice de todo, desde la voluntad del Creador, al darle existencia a todo, hasta la voluntad de la criatura al decidir sobre su vida. No contaba la inteligencia sino la voluntad.

Muchas cosas se derivaron de ese voluntarismo y de ese nominalismo. De alguna forma se puede decir que todas las corrientes de filosofía que vinieron después (Ockham murió en 1349) se originaron, consciente o incoscientemente, del ockhamismo: racionalismos, empirismos, idealismos, positivismos, etc.


¿Y cómo se relaciona todo eso con el tema de la libertad?

La relación es cercana y radical. En la teoría clásica de la libertad (llamo clásica a la teoría tomista), esta es una característica del obrar humano fruto de la naturaleza de la inteligencia misma. El ser humano es un ente que conoce y tiende, o mejor dicho, es un ser cuyo psiquismo superior se divide en facultades de conocimiento y facultades de apetición o tendencia. A nivel de las realidades sensibles tenemos los sentidos, facultades de conocimiento, y los apetitos y las pasiones, que son fuerzas de tendencia o acción. Y a nivel de las realidades inteligibles tenemos la inteligencia, facultad de conocimiento, y la voluntad, facultad de tendencia o apetición. Ahora bien, así como los sentidos se mueven tras de lo conocido por medio de los sentidos; así la voluntad se mueve tras de lo conocido por la inteligencia. Por esa doble vertiente el ser humano puede moverse hacia la consecución de un delicioso helado que luce 'apetitoso', y también puede sacrificarse por un ideal, como la justicia o la valentía, por ejemplo. En el primer caso estamos ante una realidad captada por los sentidos y que moviliza la apetición sensible; en el segundo caso estamos ante una realidad inteligible que moviliza el ejercicio de la voluntad.

Pues bien, resulta que a diferencia de los animales, cuyo conocimiento es únicamente del nivel sensible, y por tanto limitado a lo accesible a sus sentidos y a su vida instintiva que lo determina por completo. El hombre, a causa de su inteligencia que es capaz de captar y conocer lo universal, lo inteligible, no se encuentra limitado o determinado por su vida instintiva, sino que puede en cada caso concreto poner en juego elementos de juicio de carácter inteligibles y decidir propiamente el curso de su acción. La libertad es entonces una nota característica de los actos humanos en la cual se pone en juego mucho más que solo lo instintivo y donde el hombre es verdaderamente señor de sus actos, de actuar o no, y de actuar de esta o de aquella forma.

Las dos facultades superiores, inteligencia y voluntad, entran en juego a la hora de ejercer actos libres. La inteligencia en cuanto contempla lo real, el orden de las cosas, y toma de allí la norma de acción. Y la voluntad en cuanto ejecuta lo así visto y entendido por la inteligencia a partir de su captación del orden real.

Es el orden de lo real el cual determina a la inteligencia y luego de allí a la voluntad. 

La ética, por poner un ejemplo, vendría a ser el resultado del estudio de la naturaleza humana por parte de la inteligencia, para a partir de dicho conocimiento objetivo proceder al establecimiento de las acciones más convenientes para el logro de la plenitud teleológica o finalista de dicha naturaleza. 

Estamos entonces a años luz del voluntarismo. En dicha perspectiva, al no existir naturalezas sino individuos, no existe la naturaleza humana, la inteligencia no conoce esencias, por tanto tampoco la esencia humana. Por lo tanto no se deduce de dicha esencia conocida un derrotero ético de acción que pueda llamarse correcto, por sobre otro que sería incorrecto. Desaparecen el bien y el mal de las acciones humanas. Todo viene a quedar reducido a opciones individuales, cada persona singular quedaría en la necesidad lógica de construir 'su' propio sistema ético, al no existir uno valedero para todos los hombres, puesto que de entrada se ha dicho que el 'hombre' no existe, sino solo individuos particulares que se parecen y que por comodidad de expresión agrupamos artificialmente bajo el rótulo de 'hombres'.

El nominalismo y el voluntarismo dan a luz una ética desgajada del orden natural de las cosas. Una ética subjetivista, inmanentista y radicalmente individualista. 

Desaparece lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo decente y lo indecente, el bien y el mal. Solo quedan las interpretaciones de cada uno, opiniones, posturas. Es el reino del 'tú tienes tus ideas yo las mías', 'malo para ti pero no para mí', etc. 


La libertad viene a ser entonces una pura autodeterminación del sujeto. Ya no se constituye en obediencia al orden de lo real, sino que se eleva cual demiurgo platónico fabricando la 'realidad' a su acomodo. Es la apoteosis del capricho. En nuestros tiempos la ideología de género es un ejemplo actual y palpable de dicha apoteosis en el cual el sujeto se 'construye' de espaldas a lo real.


FIN.



Leonardo Rodríguez Velasco.




lunes, 15 de julio de 2019

(8) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval



8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica


Quizá una de las notas más características de la filosofía que se comenzó a hacer a partir del llamado Renacimiento, sobre todo a partir de Descartes, fue la de un abierto rechazo a toda la herencia filosófica del pasado. Aunque cabe aclarar que al decir 'pasado' nos referimos concretamente a la Edad Media, puesto que la filosofía rechazada, la herencia filosófica que se dejó en el olvido fue la que tenía la impronta de los siglos de profunda fe que vieron la Edad Media. Puesto que el 'pasado' entendido como las corrientes greco-romanas, sí que fue 'resucitado' con entusiasmo de conversos.

Y no se crea ni por un momento que dicho rechazo del pensamiento inmediatamente anterior por parte de los 'innovadores' renacentistas y cartesianos, fue consecuencia de un proceso juicioso de análisis y crítica, en el cual se sopesaron detenidamente los contenidos, las tesis principales, las afirmaciones más características, los hilos conductores típicos del armazón doctrinal de los escolásticos, y solo luego de tal análisis crítico se procedió a detectar falencias y a identificar notorios errores y equivocaciones de los medievales, para comenzar entonces a edificar en adelante una filosofía libre de aquellos errores y falencias. 

Nada más alejado de la realidad, puesto que lo que ocurrió con mayor frecuencia en los pensadores de aquellas centurias de fervor 'revolucionario' fue que actuaban desde un desconocimiento casi total de los principales exponentes del grandioso pensamiento medieval, santo Tomás de Aquino por ejemplo.

Difícil si no imposible encontrar por esos años un autor que fuera enemigo radical de la escolástica, defensor de las nuevas formas de hacer filosofía, que al mismo tiempo fuera un exacto conocedor de la herencia filosófica que tanto despreciaba. Abundan los 'medio' conocedores de la escolástica, a la cual engloban en una condena universal sin distingos ni matices. Ni qué decir de autores específicos como el aquinate, ya que al leer las referencias a sus tesis principales da la impresión de que sus contradictores de turno jamás habían tenido en sus manos un escrito de Tomás y citaban frases sueltas sin contexto y repetían acusaciones sin entenderlas quizá del todo.

Y entonces, si no era a partir de un conocimiento juicioso y meditado que se emitían las más feroces condenas sobre la escolástica medieval, ¿con base en qué se le condenaba? Pienso que la ciencia experimental que en aquellos años daba sus primeros pasos tuvo bastante que ver, además de otras variables de tipo sociales y hasta políticas. Pero no tanto la ciencia experimental como tal sino las interpretaciones que de ella se hacían en muchos círculos intelectuales de entonces. 

Antiguamente, en la época de los griegos clásicos, la filosofía había absorbido a las ciencias, de tal manera que cuando alguien escribía un tratado sobre lo que hoy llamamos biología o matemática, creía estar escribiendo sobre algo que hacía parte de la filosofía. La filosofía abarcaba todo y por ende a todas las ciencias; no había ocurrido aún esa detallada separación epistemológica de las diversas ciencias que se dio en la época medieval en autores como nuestro querido Tomás quien de forma tan clara delimitó los territorios pertenecientes a la teología y a la filosofía, poniendo entre ellas un criterio de demarcación preciso. Proceso de separación que se hizo más complejo y espinoso andando el tiempo con la aparición de las distintas ciencias que nos acompañan incluso hasta hoy.  

En la época de la aparición triunfal de la ciencia experimental tal estado de cosas cambió y las ciencias tendieron ya no a englobar en sí mismas a la antigua filosofía sino que pugnaron abiertamente (lo cual continúa hoy) por reemplazarla primero para eliminarla del todo después. En tal estado de cosas quienes hacían filosofía entonces se preocupaban muy escrupulosamente por 'desmarcarse' de sus predecesores y presentar 'su' filosofía como más acorde con los tiempos que corrían, más acorde con la nueva ciencia. Normal entonces que tal estado de cosas jugara en contra del debido reconocimiento de los méritos de la filosofía de los tiempos medievales.

Sea lo que fuere lo cierto es que desde aquella época la filosofía se hizo de espaldas a la herencia pasada y en franco desconocimiento de las tesis principales de sus mayores, quienes en un esfuerzo de siglos habían sabido dar respuesta, si no a todo, por lo menos a los más complejos asuntos que abordaba la filosofía como lo eran los problemas metafísicos, éticos y epistemológicos. Desconociendo dichas respuestas, queriendo ignorarlas, rechazándolas acríticamente, los neo-filósofos abordaron 'ex novo' y movidos de una evidente soberbia, consciente en algunos, implícita en los más, dichos problemas y como cabía esperar extraviaron el camino con las tesis más descabelladas, como aquellas que dieron nacimiento a la famosa dicotomía entre racionalistas y empiristas, que dura hasta hoy.

También en nuestros días vemos todo esto. Encuentra uno autores que sin ningún espíritu crítico condenan y rechazan la herencia filosófica medieval, en sí o en sus ramificaciones éticas y políticas. Y lo hacen desde un desconocimiento radical de dicha herencia: condenan aquello que ignoran. Un ejemplo entre muchos: Richard Dawkins. Este escritor británico es tristemente célebre por dedicar su vida a una insulsa 'cruzada' contra la religión y contra Dios. Desde un cientificismo radical pretende 'argumentar' contra las creencias religiosas y 'demostrar' su carácter no solo de auténticas falsedades a nivel teórico sino su malicia a nivel de influencia concreta en las sociedades. Ahora bien, cuando uno lee a este autor, aún reconociendo sus conocimientos específicos en su área propia (biología evolutiva, zoología, etología, etc.), es evidente al cabo de muy pocas páginas que ignora supinamente ya no las tesis fundamentales de la filosofía que está detrás de la teodicea tradicional, sino incluso el mero ABC de todo filósofo principiante. Habla de lo que no sabe, literalmente. Al punto que produce verdadera pena ajena, como decían nuestros abuelos. 

Pero como el señor Dawkins hay cientos. Pontifican sobre lo 'trasnochado' de la filosofía clásica, de la ética clásica, de la teodicea clásica, etc., llenan cientos de páginas cada año dando por supuesta la 'superación' de la antigua filosofía sin saber siquiera qué decía aquella filosofía y cómo lo sustentaba, repiten tópicos sin tomarse el trabajo de verificar su validez. Perezosos de mente.

Así se construyó la filosofía moderna y así le ha ido desde entonces.



Leonardo Rodríguez V.



Continuará...



9) Idea de la libertad como pura auto-determinación