miércoles, 27 de febrero de 2019

CITA - Revolución sexual


“La gran promesa de nuestro tiempo es la libertad y la satisfacción sexual ilimitada como camino hacia la felicidad. Haz lo que quieras para aumentar tu diversión, tu placer, tu felicidad y tu bienestar. Eres independiente, autónomo y nadie debería poner reglas en tu camino: y la Iglesia menos que nadie. Dios está muerto, y también lo está el diablo. Construye tu propio mundo, decide si deseas ser un hombre o una mujer, si tu nariz debe estar torcida o recta, tus senos pequeños o grandes, y si satisfacer tus necesidades sexuales con hombres o mujeres o con ambos. Tú decides si tu hijo debe vivir o morir, si debería tener ojos marrones o azules. Tú decides si debes recibir una inyección letal cuando estés harto de la vida y cuándo. Cualquier cosa que obstaculice el camino de tu libertad será derribado: la identidad de género como hombre o mujer, la moralidad, la familia, la Iglesia, la santidad de la vida”.

Gabriele Kuby


(Autora del libro "Sexual revolution", que recomendamos)

viernes, 22 de febrero de 2019

(7) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


7) Primacía de la praxis sobre la teoría


Esta última nota de la filosofía que en la Edad Moderna reemplazó a la medieval es naturalmente una consecuencia de las anteriores. Hemos visto cómo el hombre medieval prefería una mirada sobre el mundo que hemos llamado sapiencial, por sobre una mirada meramente práctica. Con mirada sapiencial nos referimos al hecho de que el intelectual medieval contemplaba al mundo como obra de Dios, ordenado con sabiduría y amor por Él, susceptible de ser comprendido por la inteligencia humana que a través precisamente de dicho conocimiento reconocía su origen y establecía relaciones de religiosa veneración con su divino Hacedor. La naturaleza era para el medieval un gran libro en el cual podía leer las huellas de Dios, de su poder y de su amor. Todo esto requería obviamente de condiciones que lo hicieran posible, como por ejemplo la vitalidad de potencia metafísica de su inteligencia y la preeminencia social de la iglesia, guardiana de la espiritualidad cristiana. La Edad Moderna corroe precisamente esas dos bases, las nuevas teorías sobre la naturaleza del conocimiento, sobre el alcance de la inteligencia humana, etc., junto al progresivo declive de la influencia social de la iglesia, minaron las condiciones que hacían posible la mirada sapiencial del medieval. En su reemplazo se consolidó, junto a la aparición de la ciencia moderna, un esfuerzo netamente pragmático, una mirada instrumental sobre la naturaleza. Ya no era el gran libro que hablaba del poder y la bondad de Dios, sino ante todo el campo de despliegue del poderío de dominio de la técnica humana. Era un nuevo horizonte el que se abría ante los ojos del hombre del futuro.

Precisamente a ello hace referencia la primacía de la praxis sobre la teoría. La palabra praxis viene del griego y significa práctica. Mientras que la palabra teoría hace aquí referencia a lo meramente abstracto y contemplativo. De esa forma una actitud práctica sería lo opuesto a una actitud teórica, puesto que en cierto sentido el práctico sería verdaderamente útil a sí mismo y al progreso de la sociedad en general, al paso que el teórico sería un actor pasivo, envuelto en meras especulaciones sin fruto alguno individual o social.

Así las cosas, en un mundo que se alejaba de la mirada sapiencial del intelectual del medioevo y daba la bienvenida a la llegada de un mundo técnico, pragmático, productivo, etc., era natural que comenzara a primar lo práctico sobre lo teórico, en el sentido peyorativo antes descrito.

También hoy día es muy sencillo rastrear todo esto en nuestra sociedad. Ya lo hicimos en un artículo anterior y nos excusamos de repetir lo que allí se dijo, para no importunar al amable lector. Él mismo puede hacer el ejercicio de ver a su alrededor y evaluar lo que llevamos dicho.


Leonardo Rodríguez V.


Continuará...  


8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
9) Idea de la libertad como pura auto-determinación


lunes, 18 de febrero de 2019

(6) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial

Con el ocaso de la metafísica tradicional, en la cual el hombre se abría al conocimiento de realidades fuera del espacio-tiempo, llegando incluso a alcanzar racionalmente la existencia de Dios, la sociedad se comienza a decantar poco a poco por una concepción del conocimiento más bien práctica que teórica. Si antes los hombres veían el universo como trampolín para ascender a la contemplación de Dios como su causa primera, ahora los hombres verán el universo como escenario de dominio humano sobre la materia y creación de tecnologías cada vez más asombrosas. Decíamos anteriormente que todo esto coincidió con el auge de la nueva ciencia experimental y se configuró así un nuevo paradigma de progreso social caracterizado por el interés en aumentar el conocimiento de la naturaleza material, con el fin de conocer cada vez mejor sus mecanismos y poder usarlos para mejorar en forma creciente la vida del hombre sobre la tierra.

Ante este panorama era natural que el conocimiento de tipo filosófico-sapiencial obtenido por medio de la especulación metafísica principalmente, fuera poco a poco desapareciendo de la lista de intereses de las sociedades y fuera reemplazado vertiginosamente por un modelo de conocimiento técnico-instrumental, único capaz de ofrecer resultados prácticos a la hora de aplicar la ciencia a la creación de nuevas técnicas y nuevas tecnologías.

Actualmente nadamos en este paradigma y no hay en el horizonte próximo esperanzas de regresar a una visión menos utilitarista del conocimiento. De hecho una mirada rápida a los currículos académicos de universidades e instituciones de educación primaria y bachilleratos, permite ver ese énfasis hegemónico que se hace en las disciplinas consideradas productivas o rentables, en detrimento de las disciplinas consideradas muertas en cuanto a su estatuto económico. En otras palabras, pocos padres de familia verán hoy con buenos ojos que su hijo estudie filosofía en la universidad, mientras que se sentirán seguros y orgullosos si su hijo manifiesta interés por alguna ingeniería.

Lo anterior refleja un estado social de abierto desprecio por las humanidades, agravado por un dominio apabullante de las disciplinas ‘prácticas’ o ‘productivas’.

Se perfila así un tipo de hombre y un tipo de sociedad muy específico, en los cuales desaparece o se adormece el interés por las grandes cuestiones metafísicas: ¿qué es el hombre? ¿De dónde venimos? ¿Para dónde vamos? ¿Existe Dios? ¿Qué es el alma? ¿El mundo ha tenido comienzo? ¿Tendrá fin? Etc. Todos estos interrogantes y otros por el estilo desaparecen del horizonte mental del hombre moderno y la sociedad que resulta de dicha transformación viene a ser entonces una sociedad sumida exclusivamente en la materialidad, en el esfuerzo por construir “el paraíso en la tierra”.


Leonardo Rodríguez V

Continuará...


7) Primacía de la praxis sobre la teoría
8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
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miércoles, 13 de febrero de 2019

No hagamos odiosa la verdad

La verdad, considerada en sí misma, es el alimento propio de la inteligencia, lo cual quiere decir que la inteligencia la busca y descansa en ella cuando la ha encontrado. Lo anterior hablando en absoluto, pero considerando las cosas de forma relativa, es decir, atendiendo a las condiciones de la persona que recibe la verdad, puede darse la tragedia de que por llevar un estilo de vida contrario a las exigencias de la verdad, sobre todo de la verdad moral y religiosa, la persona se haga en cierta forma ciega a la verdad. No solo en el sentido de perder el interés por descubrir una verdad que seguramente le exigirá cambiar de estilo de vida, sino incluso por el hecho mismo de que el sujeto mal dispuesto se hace verdaderamente incapaz de comprender la verdad. Es la peor tragedia que pudiera pasarle a alguien.

Lo anterior no dice nada distinto a lo que siempre se ha dicho: debes vivir como piensas o tarde o temprano acabarás pensando como vives.

Pero y ¿qué pasa del lado del que anuncia la verdad?

Lo dicho vale para el que recibe la verdad. Pero algo semejante se puede decir de quien la anuncia. Veamos.

Puede suceder que las características de personalidad de quien anuncia la verdad hagan accidentalmente odiosa la verdad. Digo que accidentalmente puesto que de manera esencial la verdad es sumamente amable. Pero si el sujeto que la anuncia o la 'dice' posee una personalidad 'odiosa' para quien escucha, entonces la verdad misma se 'contagia', por decirlo de alguna manera, de dicha odiosidad y su aceptación por parte del oyente se hace más difícil.

Lo anterior sucede con demasiada frecuencia, lamentablemente.

A veces, quienes tienen el enorme privilegio de conocer verdades de orden religioso, teológico, moral, etc., se dejan dominar por el (1) orgullo, por la (2) aspereza o por (3) la incoherencia de vida.

(1) 

No pocas veces ocurre que nos enorgullecemos con un vano sentido de superioridad por el hecho de considerar que conocemos la verdad. Esto ocurre ya se trate del orden religioso, filosófico o moral. Es una superioridad inexplicable pero muy frecuente. Inexplicable sobre todo porque nada hay más contrario al espíritu de la religión o a la verdadera filosofía que la soberbia. Animados por esa soberbia anunciamos la verdad y esta llega a los oídos de los demás revestida con los ecos de la soberbia de quien la dice, y por tanto se hace odiosa.

(2)

Asimismo ocurre que quien anuncia la verdad lo hace con maneras ásperas, toscas, en tono gruñón y condenatorio: "mandando a todos al infierno". De esta forma solo se logra que la verdad se haga odiosa y no sea recibida. El anuncio de la verdad ha de hacerse con firmeza aderezada con una dosis de dulzura.

(3)

Finalmente la incoherencia de vida. Pocas cosas desacreditan tanto el anuncio de la verdad como el ver que quien la predica no la practica. Y ocurre a diario. Cuando las personas observan que alguien lleva una vida incoherente respecto de lo que dice creer o respecto de los principios que dice profesar, entonces el anuncio mismo que realiza de dichos principios pierde fuerza de atracción.


De esas tres formas, y otras más, podemos hacer odiosa la verdad. Y es lamentable ya que de suyo la verdad es lo más amable que existe, es el alimento propio de la inteligencia. Pero los seres humanos podemos estorbar ese proceso con nuestras disposiciones de personalidad, ya sea de parte del sujeto que recibe una verdad o del que la anuncia.



Lo anterior significa, entre otras cosas, que muchos de quienes hoy están en el error, ateos, materialistas, protestantes, liberales, ideólogos de género, abortistas, etc., están en esa posición más por el carácter odioso de quienes defienden las posturas contrarias que por las posturas mismas. Enorme responsabilidad tiene quien anuncia una verdad.

Gran cuidado debemos poner entonces en tratar de no hacer odiosa la verdad.


Leonardo Rodríguez V.


(5) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


5. Liquidación de la metafísica


Desde los tiempos de Aristóteles se viene hablando de una disciplina filosófica llamada metafísica, que como su nombre indica, se ocupa de estudiar realidades que en cierta forma están más allá de la física, más allá del mundo físico. Incluso cuando la metafísica estudia el universo físico, que lo hace, dicho estudio es llevado a cabo desde una perspectiva distinta y ontológicamente más elevada que la perspectiva física o material, es decir, estudia lo material pero no materialmente, como si dijéramos.

Dicha disciplina no solo es una más dentro del conjunto de las disciplinas filosóficas, sino que es la principal, la cumbre del esfuerzo filosófico humano, puesto que si estamos de acuerdo en decir que la filosofía es el estudio de la realidad por medio de la razón tratando de descubrir las causas últimas (es decir primeras) que la explican, en lo cual se distingue de lo que hoy llamamos ciencias, como la química y la física con sus diversas ramas, puesto que estas se ocupan de estudiar no las causas últimas (primeras) con una intencionalidad explicativa, sino solo de descubrir las causas próximas de su objeto de estudio, y ello con una intencionalidad más bien explicativa y utilitaria; si estamos de acuerdo en lo anterior, repito, entonces naturalmente la metafísica se convierte en la principal ciencia filosófica puesto que se ocupa del estudio de las causas última de lo real como tal. En otras palabras, los antiguos miraban con asombro el universo esperando develar su íntima consistencia para de allí elevarse a la consideración de la causa primera de todo ello, Dios. Los modernos miran con interés el universo esperando develar sus mecanismos para con ello poder construir aparatos cada vez más sofisticados y asombrosos.

Hablamos aquí de dos miradas distintas sobre el universo: una mirada sapiencial, sabia, que usa el conocimiento del universo como trampolín para elevarse a su fuente primera; y otra mirada utilitaria o pragmática que usa el conocimiento del universo con el fin de dominar las fuerzas de la naturaleza y poder hacer cada vez más sencilla la vida terrena mediante las tecnologías.

El cultivo de la metafísica permitía el mantenimiento de esa mirada sapiencial puesto que abría en todo momento las puertas de la inteligencia a la consideración de un universo de realidades que escapaban a los condicionamientos materiales, espacio-temporales. Los griegos clásicos cultivaron la metafísica (Sócrates, Platón, Aristóteles), de sus manos la recibieron los medievales quienes la llevaron a una altura de sofisticación notable con los aportes de autores como santo Tomás de Aquino, y la Edad Moderna (Renacimiento en adelante) dio inició a su liquidación sistemática al punto que hoy, 2019, es posible afirmar que la metafísica, salvo en algunos círculos reducidos de intelectuales, no despierta ningún interés. De hecho si algo despierta es desconfianza, por cuanto se le asocia con totalitarismos de pensamiento que, nos dicen, no tienen ya cabida en un mundo ‘abierto y pluralista’.

A partir del surgimiento de lo que después se llamó filosofía moderna, que arranca a fines de la Edad Media con autores como Guillermo de Ockham, e inicios de la Edad Moderna con autores como René Descartes, se comienza a modificar la concepción que se tenía acerca de la naturaleza del conocimiento humano, en particular acerca de los alcances de la inteligencia. Ya hablamos de eso en el artículo anterior en el que nos detuvimos a presentar el inmanentismo de la filosofía, es decir, su enclaustramiento en la conciencia subjetiva con la consiguiente ruptura entre realidad extramental y razón. Precisamente ese inmanentismo es la causa de la liquidación de la metafísica, puesto que si ya no nos es posible elevarnos por medio de la inteligencia al conocimiento de lo real extramental y estamos, por el contrario, limitados a conocer solo nuestras propias modificaciones de conciencia, nuestros estados mentales, entonces se hace imposible ir hacia realidades que gocen de una independencia ontológica real, tan real que sustenten la existencia de todo lo demás y den razón de la esencia de las cosas naturales, se hace imposible ir hacia Dios como fuente de toda la realidad.

Dios era, naturalmente, la culminación de la metafísica y de toda la filosofía. Siendo la filosofía una investigación racional acerca de todas las cosas por medio de sus causas últimas, y siendo la metafísica la ciencia filosófica por excelencia, es decir, la encargada del estudio de dichas causas en toda su universalidad ontológica y causal, era igualmente natural que una vez liquidada la capacidad de la inteligencia para salir de sí misma al encuentro de lo real y sus causas, quedara igualmente liquidada la metafísica como ciencia válida. Todo esto coincidió (y se coimplicó) con la aparición de la ciencia moderna con sus ilimitadas promesas de progreso explicativo y tecnológico, por tanto la metafísica fue en cierta forma reemplazada por las ciencias nuevas al punto que el valor sapiencial de la antigua metafísica fue reemplazado por el valor pragmático/utilitario de las disciplinas que empezaban a descollar en el horizonte cultural de las sociedades occidentales.

En breve: la metafísica se hace imposible cuando se comienza a desconfiar de la capacidad de la razón para ir más allá de sí misma. El inmanentismo la liquida. El inmanentismo es la cárcel de la inteligencia.


Leonardo Rodríguez Velasco


Continuará... 



6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial
7) Primacía de la praxis sobre la teoría
8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
9) Idea de la libertad como pura auto-determinación



lunes, 11 de febrero de 2019

(4) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


4. Inmanentismo


Acerca del inmanentismo ya hemos hablado en distintas ocasiones en este blog y también en los escritos que tenemos publicados. Vamos a dar aquí solo unas breves indicaciones sobre la naturaleza de ese error filosófico con consecuencias en los más diversos campos de la vida humana.

Inmanencia proviene del verbo latino “manere” que traduce permanecer, de donde ‘in-manencia’ vendría a ser algo así como una ‘permanencia-en’. Todo ello aplicado al universo de las facultades humanas de conocimiento. Veamos.

Normalmente se cree, o eso postula el sentido común y la filosofía realista, que existe el conocimiento, que el conocimiento consiste en aprehender la realidad y que esa aprehensión de la realidad que ocurre en el seno del conocimiento nos ofrece verdaderos conocimientos, es decir, que verdaderamente conocemos lo real extra-mental y no solo nuestras ideas. Desde esta postura el conocimiento nos abre hacia lo extramental, nos permite acogerlo en nosotros por medio de sensaciones, percepciones, conceptos, juicios y razonamientos.

El inmanentismo explica las cosas de forma distinta. El conocimiento existe, PERO no consiste en aprehender la realidad extramental, sino en percibir nuestro mundo interno, mundo formado por un flujo de conciencia donde encontramos ideas, sensaciones, sentimientos, planes, etc., pero que no podemos saber si todo ello se corresponde con una supuesta realidad extramental. Aún más, no sabemos tan siquiera si existe la realidad extramental puesto que en todo momento conocemos o percibimos únicamente nuestro propio mundo interno, nuestras ideas, nuestros conceptos. Se da entonces una ruptura entre lo real y lo mental.

En el realismo lo real y lo mental son dos esferas diversas pero unidas EN el fenómeno del conocimiento. En el inmanentismo lo real y lo mental no solo son esferas diversas sino extrañas la una de la otra, al punto de que lo único de lo que tenemos certeza es de nuestros pensamientos y una pretendida realidad extramental estará siempre entre paréntesis, puesto que no tenemos acceso cognoscitivo a ella. Lo extramental, como su nombre lo indica, permanece fuera de la mente y por tanto inalcanzable e incognoscible para el sujeto, encerrado en su mente sin posibilidad de ir más allá.

René Descartes postuló dicho principio de inmanencia en filosofía y después de él los que lo siguieron han sacado todas las consecuencias lógicas que de dicho principio se derivan.

¿Consecuencias? Varias y muy importantes. Ante todo la modificación radical del concepto de verdad y del universo de la ética.

En el inmanentismo el concepto de verdad se modifica por cuanto ésta pasa a ser ya no la adecuación entre el intelecto y la cosa, sino la coherencia del intelecto consigo mismo. Como ya no se conoce la realidad sino solo las propias ideas presentes en la conciencia del sujeto, la verdad ya no es el conocimiento de la realidad sino la identidad y coherencia del sujeto con su propio mundo interno. Es la subjetivización radical del concepto de verdad. La verdad a fin de cuentas acaba por ser lo que cada uno postule desde su conciencia. En el extremo de esa postura están los que afirman que entonces existirán tantas ‘verdades’ como individuos. Es la muerte de la verdad ‘objetiva’.

Junto a la muerte de la verdad ‘objetiva’ vendrá la muerte de la ética ‘objetiva’. Al no haber verdad sino solo postulados de la conciencia individual, la ética ve modificado enteramente su rostro. Ya no hay bien y mal objetivo, ya no hay conductas buenas y malas de suyo, ya no hay bondad o maldad objetivamente hablando; todo juicio moral pasará a depender exclusivamente de la conciencia de cada quien. Para decirlo en términos sencillos: bueno o malo será lo que cada uno diga, lo que cada uno juzgue como tal. Existirán entonces tantos sistemas éticos como individuos y será imposible hablar de una ética con pretensiones de universalidad. Todo pasa a ser relativo.

Lo anterior es consecuencia de ese inmanentismo de la filosofía que nace en tiempos de Descartes y se desarrolla a lo largo de toda la época moderna y contemporánea: si no hay captación de lo real, no hay verdad y por ende no habrá moral universal. Es el inicio del imperio del relativismo.


Leonardo Rodríguez V.


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5) Liquidación de la metafísica
6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial
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jueves, 7 de febrero de 2019

(3) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


3) Pluralismo

Con esta característica aludimos aquí al rechazo sistemático de  la  noción de ‘verdad’ única. Durante la Edad Media los escritores abordaron una multiplicidad de temas con gran libertad, pero lo hicieron conscientes de que se movían dentro de un marco de principios rectores provenientes de su fe religiosa. Lo anterior no ha de ser interpretado en el sentido de que dichos principios limitaran, asfixiaran, impidieran o reprimieran la investigación propiamente racional y filosófica, no, de hecho en los escritos de un autor tan medieval como Tomás de Aquino podemos encontrar una doctrina muy clara sobre la distinción entre los niveles teológico y filosófico de la investigación, así como una defensa y justificación de la capacidad de la razón dentro de su propia esfera. Efectivamente no pocas veces el sistema tomista es catalogado como intelectualista y aún hoy día sus tesis son usadas para defender los derechos de la razón frente a doctrinas que rebajan la inteligencia al no diferenciarla esencialmente del conocimiento sensible.

De manera que no se debe creer que la fe limitara a la razón, más bien le establecía puntos de referencia, señales de demarcación y avisos de peligro. En lenguaje técnico se ha dicho que la teología ejercía una función de vigilancia sobre la filosofía, por cuanto le señalaba los peligros de ciertas doctrinas. Pero más allá de eso la mente del filósofo quedaba en plena libertad para abordar los problemas más arduos imaginables. Bastaría para convencernos de ello dar una mirada a las obras que nos quedaron de aquellos tiempos, y veríamos la diversidad de temas abordados, la variedad de soluciones en disputa y la, en ocasiones, agresividad de ciertas disputas en torno de temas trascendentales.

La fe no limitaba la razón. Sería como decir que las señales de tránsito limitan la libertad de movimiento del conductor y su vehículo. En cierto sentido sí, pero en realidad, bien miradas las cosas, sucede que las señales de tránsito le ayudan a llegar seguro a casa, cosa de agradecer sobre todo en aquellas vías de mayor peligrosidad. La señal de tránsito no mueve el vehículo, pero le indica a su conductor los lugares peligrosos y la mejor manera de transitar para llegar sano y salvo a su destino. Algo así ocurría con la fe en la mente del filósofo medieval. La fe no le decía cómo filosofar, pero le indicaba los peligros y las mejores rutas.

Todo lo anterior ocurría en aquella época debido a que todos se movían dentro de un marco mental que en términos generales podemos denominar cristiano. Dicho marco abría un sinfín de posibilidades investigativas para la razón por cuanto postulada de entrada la racionalidad del cosmos partiendo de la sublime inteligencia del Creador. Incluso se defendía en aquella época la posibilidad de una investigación racional del mismo Dios, de su existencia primero y también de algunos aspectos (forma de hablar humana puesto que Dios es inmensamente ‘simple’, no compuesto) de su naturaleza. Se puede decir que a los estudiosos medievales no les faltó ni variedad de temas ni posibilidad de profundizar en los mismos.

Lo que sí es cierto es que creían en la verdad, es decir, creían que la inteligencia humana podía conocer con certeza muchas cosas, desde la existencia de Dios hasta los conocimientos más básicos de las distintas ciencias. Cuando estudiaban un tema no lo hacían para formarse opiniones o creencias igualmente discutibles que sus contrarias, sino con el fin de encontrar la verdad sobre dicho tema. Y creían que muchas veces dicha verdad era efectivamente alcanzable.

La filosofía que arranca con los autores del Renacimiento y sobre todo después de Descartes es una filosofía en la cual el concepto de verdad comienza a sufrir modificaciones que la van volviendo un asunto cada vez más subjetivo. Poco a poco la verdad comienza a diluirse en opiniones, posturas, perspectivas, corrientes, etc., todas respetables, todas defendibles, todas con argumentos a favor y en contra, todas igual de válidas. Lo importante ya no es llegar a la verdad sino edificar sistemas explicativos autorreferenciales, coherentes, autónomos, racionales y libres de toda tradición religiosa. Todo filósofo desea fundar su propio sistema, todo filósofo sueña en adelante con crear su propia corriente, ya nadie quiere ser discípulo, todos quieren ser maestros. Ya no se trata, como en la Edad Media, de que exista una variedad de temas, sino de que proliferan perspectivas, abordajes, opciones de respuesta, posibilidades de explicación, etc. Ya no hay una verdad sobre nada, sino solo distintas visiones y propuestas, todas igualmente respetables. Todo se argumenta, todo se defiende, todo se opina, ya no hay verdad, no se le busca, no se aspira a ella…la verdad muere.

La única verdad que parece quedar en pie es aquella que afirma que no hay verdad.

En ese orden de ideas el pluralismo de la filosofía moderna no es fruto de la riqueza de temas y de la fuerza de una razón ‘liberada’, sino más bien de la debilidad de una razón que abandona la tarea de buscar la verdad, la realidad de las cosas, y se limita a construir múltiples sistemas posibles.

Es como si en hora pico quitáramos de las vías como por arte de magia todas las señales de tránsito. Se puede decir en cierto sentido que habría más libertad de movimiento para los conductores, pero las posibilidades de llegar sano y salvo a casa se verían drásticamente reducidas y los accidentes estarían a la orden del día. Igualmente en la Edad Moderna con el eclipse del contexto religioso y teológico, la razón adquiere mayor “libertad de movimiento”, pero el precio a pagar fue quizá demasiado alto.

Leonardo Rodríguez V.


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5) Liquidación de la metafísica
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miércoles, 6 de febrero de 2019

(2) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


2) Separación de la fe y la razón


Si por algo es conocida la Edad Media en cuanto a filosofía es por el intento de armonizar la fe con las exigencias de la razón. Autores como Tomás de Aquino son conocidos casi siempre por este punto, haber trabajado en establecer una estrecha colaboración entre la fe y la razón. Incluso muchas veces se habla de los escritos medievales como escritos de síntesis entre el pensamiento filosófico griego, Platón y Aristóteles, y los datos de la revelación cristiana.

Dicha armonía se logró y se sostuvo durante algún tiempo, sobre todo en el siglo de Tomás, el siglo XIII, siglo medieval por excelencia. Pero quizá era tan grande esa tarea, tan sublime ese objetivo, que pronto el edificio empezó a resquebrajarse y acabó por prácticamente venirse abajo. Un siglo después de la muerte de Tomás (+1274) la escolástica se encontraba ya en plena decadencia y se avizoraban tiempos de profundos cambios en todos los niveles.

Durante el Renacimiento lo que quedaba ya de síntesis entre fe y razón se sostenía solo en círculos pequeños de comunidades religiosas, pero en muchos intelectuales y curiosos de todo pelambre comenzaba a gestarse un deseo de "liberar" la especulación filosófica de la tutela de la teología y la religión. De hecho es un dato que no carece de importancia el hecho de que si en la Edad Media los filósofos y teólogos habían sido en su práctica totalidad religiosos, sacerdotes, hombres del clero; en la época del Renacimiento estos comienzan a ser minoría y los nombres famosos de filósofos que recordamos de esos años pertenecen a seglares, es decir, hombres ajenos al clero.

En este ambiente aparecen hombres como René Descartes que con sus nuevas teorías profundiza la separación entre fe y razón y propugna una autonomía total de la razón. Por algo se le conoce como el padre del racionalismo, que es la filosofía que defiende el poder de la razón como único camino para investigar y conocer la verdad en todo tipo de asuntos. La fe y la teología quedan relegados a un nivel distinto del de la filosofía, y poco a poco después de Descartes otros autores acabarán por eliminar por completo la teología arrojándola al baúl de los recuerdos.

Por si fuera poco por esos mismos años comienza a dar sus primeros pasos la ciencia moderna, que promete un futuro de inmenso bienestar a través del dominio de las fuerzas de la naturaleza, puestas al servicio del hombre por medio de la técnica y de la producción de tecnologías cada vez más asombrosas.

El "espíritu" del Renacimiento con su exaltación de la figura humana, el racionalismo de la filosofía que apareció en esos años, las promesas de la nueva ciencia que empezaba a crecer, cambios políticos que disminuyeron la influencia de la iglesia en la sociedad, etc., consolidaron en el ambiente social la idea de que en adelante la razón humana debía avanzar sola, sin someterse en manera alguna a los dictados de la teología y la religión.

Todo esto inició hace quinientos años, más o menos, y hoy día, pleno 2019, vivimos aún de las consecuencias de aquellas transformaciones. Pensar hoy en la sola idea de proponer una armonía entre fe y razón es de inmediato rechazado como un sinsentido, como un absurdo, como un imposible, como un anacronismo, como un abuso inaceptable. Se ha instalado ya cómodamente en las inteligencias la idea de que razón y fe no solo son distintas sino contradictorias, en el sentido de que si quieres seguir siendo racional y pensante, debes mantenerte lejos de la religión. Es la opinión más difundida en la actualidad. Las personas que conservan su fe religiosa son vistas con inmensa desconfianza y desprecio. Desconfianza porque se les ve como enemigos de la razón. Y desprecio porque pudiendo ser "racionales" se rebajan voluntariamente al nivel de lo irreal, de las "fantasías" teológicas.

La separación entre fe y razón que marcó el inicio de la era moderna domina hoy tranquilamente el panorama intelectual. Resulta un riesgo oponerse a su dominio hegemónico. Pero nos agradan los riesgos.


Leonardo Rodríguez V.

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viernes, 1 de febrero de 2019

(1) Características diferenciales de la moderna filosofía, respecto de la medieval


1) Paso de lo teocéntrico a lo antropocéntrico


La Edad Media se desenvolvió en una atmósfera permeada por la omnipresencia de la iglesia católica (nos referimos al espacio geográfico comúnmente denominado occidente o Europa), sobre todo a través de la actividad de las órdenes religiosas. Luego de la caída del imperio Romano se sucedieron una serie de transformaciones culturales que culminaron con la consolidación de distintos reinos en aquellas tierras que habían sido parte del territorio romano. En medio de la desorganización que casi en todas partes fue la nota distintiva por esos años, solo la iglesia católica permanecía heredera de una estructura organizativa interna que le permitía erigirse en referente de los conatos de organización intentados aquí y allá. Durante los mil años, más o menos, que transcurrieron entre la caída del Imperio Romano y el Renacimiento italiano, la iglesia católica jugó un papel de grandísima influencia social. Dicha influencia se desarrolló con los altibajos que son de esperar en una institución conformada por hombres, que si a veces son dignos de su rango y responsabilidades, en otras no lo son tanto y causan un daño que llega a perdurar más allá de ellos mismos. En todo caso el balance es altamente positivo y se puede afirmar que lo mejor que dio de sí aquella época lo produjo bajo la influencia de los principios morales y religiosos emanados del catolicismo.

Una de esos frutos maravillosos que nos legó la Edad Media fue su pensamiento filosófico y teológico, heredero del pensamiento griego (Platón y Aristóteles), pero a su vez capaz de construir con dichas bases, y al calor de la revelación religiosa de la cual la iglesia era depositaria e intérprete, un sistema global, una cosmovisión, que hermanaba en perfecta armonía lo mejor de la tradición griega de pensamiento con las verdades de la fe y la teología. Fue la armonía de la fe y la razón acerca de la cual tanto se ha escrito.

En dicho sistema armónico Dios estaba en la cima de la pirámide de lo real, como Causa Suprema de todo lo existente y a su vez Causa Necesaria de la existencia actual de todos los entes. El conocimiento de lo real culminaba en Dios como fuente del ser, y de manera particular se concebía a Dios como principio y fin de la existencia misma del ser humano: salido de las manos de Dios y llamado a volver a Él al final de sus días de acuerdo a la estatura moral alcanzada por medio de su conducta en íntima colaboración con la gracia divina. A este sistema de pensamiento se le llama teocéntrico por cuando Dios ocupa el sitial de honor y se le concibe como la explicación suprema de todo, alfa y omega.

En tiempos del Renacimiento una serie de transformaciones culturales, políticas, sociales, etc., que sería largo desarrollar acá, comenzaron a resquebrajar el orden medieval y supusieron la aparición de una sociedad que comienza progresivamente a alejarse del modo de concebir la vida de las generaciones que la antecedieron. El teocentrismo del que se habla para caracterizar al período medieval fue uno de los aspectos que comienzan a desaparecer paulatinamente, y ese vacío comienza a ser llenado por una visión cada vez más antropocéntrica, es decir, una visión de la sociedad y de la vida humana en la cual es el hombre mismo, su realidad, su presente y su futuro, el que ocupa el foco de atención llegando a ser el centro gravitacional para la organización del mundo que comienza a aparecer ante los ojos de los renacentistas.

La filosofía fue uno de los terrenos en los cuales se vio con claridad el paso de una manera teocéntrica a una manera antropocéntrica de concebir las cosas. Se dijo ya que los escritores medievales, en su mayoría teólogos más que filósofos, concibieron la filosofía como una sabiduría humana llamada a ser coronada por la sabiduría divina aportada por la teología como reina del edificio de las ciencias. Entre ambas sabidurías no había extrañamiento ni mucho menos oposición, sino que aun siendo disciplinas distintas, provenían ambas de la misma fuente que era Dios mismo como verdad absoluta. La filosofía preparaba la reflexión teológica, le presentaba materiales, organizaba el orden natural para que fuera apto para recibir la influencia del sobrenatural, infinitamente superior por derecho propio.

La filosofía que comienza a desarrollarse a partir del Renacimiento (pero que hunde sus raíces en autores medievales como Scoto y Ockham) es una filosofía que ya no aspira a la armonía con la fe, una filosofía que busca construirse de cero, autónoma, lejos de las especulaciones teológicas, “pura”. Si en la Edad Media los autores fueron en su mayoría teólogos, en la edad que comienza con el Renacimiento, si bien sigue siendo importante la presencia de eclesiásticos, la filosofía es hecha por hombres que muchas veces ya no son religiosos, ni sacerdotes ni monjes. Señal clara de que se construiría una filosofía donde la teología no jugaría el rol predominante de la época anterior.

Lo que se inicia con René Descartes, considerado padre de la filosofía moderna, es un movimiento filosófico racionalista, en el sentido de ser un movimiento donde la razón va a primar por sobre la fe. La razón sola en adelante construirá el edificio del pensamiento, lejos de la tutela de la fe religiosa.

Y si lo anterior es cierto a propósito del siglo de Descartes, es aún más cierto en nuestros propios tiempos, en los cuales varios siglos de racionalismo han hecho desaparecer totalmente los vestigios de pensamiento medieval que aún pervivían.


Siguientes temas que se abordarán:

2) Separación de la fe y la razón
3) Pluralismo
4) Inmanentismo
5) Liquidación de la metafísica
6) Dominio del conocimiento técnico-instrumental por sobre el filosófico-sapiencial
7) Primacía de la praxis sobre la teoría
8) Rechazo a-priori de la tradición filosófica
9) Idea de la libertad como pura auto-determinación



 Leonardo Rodríguez V.