miércoles, 20 de noviembre de 2019

¿Progreso?


Dicen los que de esto hablan, que la humanidad ha presenciado en los últimos decenios más y mayores avances científicos, técnicos y tecnológicos que los que se habían visto en todos los siglos de historia humana juntos. No sé si tal afirmación es rigurosa, históricamente hablando, puesto que no soy historiador. Pero alcanzo a sospechar que sí. Y es que en verdad durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, hemos sido testigos de un desarrollo ciertamente asombroso de las ciencias, que ha llevado a aplicaciones tecnológicas cada vez más asombrosas. Y todo parece indicar que esa marcha hacia adelante en la tecnología, lejos de detenerse, experimentará en los próximos años progresos de tal magnitud que no resulta descabellado pensar que nuestros hijos y nietos verán cosas con las cuales actualmente solo soñamos o que concebimos como producto de la mera ciencia ficción. El futuro dirá.

Y aquí comienza el problema. Porque tal ha sido la envergadura del progreso experimentado que ha venido a instalarse en la conciencia del hombre moderno la firme convicción de que esa marcha hacia adelante, ese progreso que parece indefinido e imparable, ese glorioso dominio del hombre sobre la naturaleza por medio de la técnica, etc., representa no solo un progreso, eso sí indudable, en ciertas áreas de la experiencia humana, sino que de alguna manera ese progreso científico y tecnológico significa el progreso total de la humanidad.

Lo anterior significaría, más o menos, que la humanidad marcha hacia adelante y progresa PORQUE progresan las ciencias y la tecnología. El Progreso de la humanidad, así en mayúscula, vendría a quedar reducido e identificado con el progreso científico-tecnológico. Pero resulta que las habilidades científicas de una persona o sus competencias tecnológicas no determinan su estatura moral, es decir, no dicen NADA acerca de si se está ante una buena o ante una mala persona, que las hay, por cierto. Y, por lo mismo, los avances científicos o tecnológicos de una sociedad en su conjunto NADA dicen acerca de si se está ante una sociedad que progresa verdaderamente o si, por el contrario, se está solo ante una sociedad que ha hipertrofiado uno de sus componentes en detrimento de lo que debiera ser su preocupación radical: el progreso moral, social y personal.

He ahí el porqué de que la palabra progreso que encabeza este artículo la hayamos puesto entre signos de interrogación, como dudando, ¿progreso? Sí, sin duda, y enorme progreso a nivel de las ciencias y de las tecnologías. Pero al mismo tiempo asistimos, sin duda igualmente, a una decadencia moral de las sociedades y de los individuos, que se manifiesta en la pérdida del norte ético a causa de un relativismo subjetivista o de un subjetivismo relativista que lo ha invadido todo. La proliferación de leyes abortistas por todo el mundo es solo una muestra, todo lo dramática posible, de dicho relativismo en el cual el capricho individual es elevado a categoría ética, por encima de los más elementales principios ya no solo morales pero incluso de mera humanidad.

Tenemos entonces, para ponerlo en términos gráficos, edificios plagados de una tecnología asombrosa, funcionando como abortorios en donde mediante procedimientos que rayan en la barbarie demencial de épocas pasadas, se asesina a diario y sistemáticamente a miles de bebés. Es el progreso tecnológico al lado de la más absoluta decadencia moral que se pudiera imaginar. Es la barbarie adornada con lujosa “civilización” técnica.

¿De qué progreso nos enorgullecemos entonces? Las luces de las grandes ciudades encandilan al espectador y lo llevan al convencimiento de que nos hayamos disfrutando de las mieles de una civilización en pleno desarrollo, pero bajo esas mismas luces se revelan al atento observador las lacras de una sociedad que a nivel moral padece de mortal enfermedad.

La sociedad humana progresaría verdaderamente si al lado del desarrollo tecnológico avanzaran también los estándares de la moralidad, los vicios arraigaran cada vez con menor fuerza y se alentara el crecimiento en las virtudes como camino regio para lograr la plenitud humana objetiva. Mientras ello no ocurra y se siga apostando por un mero crecimiento del ámbito material propio de las ciencias y las técnicas, no podrá hablarse con propiedad de progreso, en el sentido más humano del vocablo. Se le seguirá vendiendo humo a las sociedades, oropeles, espejismos y vacíos.


Leonardo Rodríguez Velasco 


lunes, 11 de noviembre de 2019

Colección de encíclicas

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En medio de este desierto de sana doctrina que caracteriza a la jerarquía eclesiástica de los últimos decenios, nada mejor que retornar con devoción a los escritos de los grandes papas de antaño, esos que supieron ver el error y denunciarlo con fuerza y elocuencia.


jueves, 7 de noviembre de 2019

¿Qué orden seguir en el estudio de la filosofía? (Para Rodrigo)


En varias ocasiones me han preguntado por el orden más conveniente para estudiar o al menos para comenzar a familiarizarse con la filosofía de santo Tomás de Aquino. No soy autoridad en este tema ni mucho menos, pero tanto me lo preguntan que voy a intentar dar una respuesta al menos desde mi humilde experiencia.

Considero que lo mejor es empezar con la biografía de Tomás, hay varias de gran valor. La biografía de Tomás permite acercarse a su lado humano, para situar ideas en el contexto de su autor y comprender mejor por qué escribió como lo hizo y por qué le interesaron los temas sobre los que escribió. Eso es importante. Además la vida de santo Tomás por sí sola fue tan interesante, que conociéndola aumenta en el lector el interés por profundizar en su obra.

Luego de la biografía creo que es buena idea empezar a leer los escritos de Tomás, aunque al principio no entendamos todo al cien por ciento.  Tomás escribe con tanta claridad que incluso para quien nunca lo ha leído, muchas de las cosas que escribe son perfectamente comprensibles. Nada que ver con esos filósofos que escriben tan enredado que uno los lee y se siente un completo idiota porque no entiende ni media palabra, o casi.

Yo diría que se puede comenzar a leer la Suma Teológica. Es un libro que aborda temas muy profundos, sin duda, pero muchas de sus páginas son de una sencillez asombrosa, al alcance de cualquiera. Podemos al mismo tiempo irnos familiarizando con el lenguaje de Tomás y con la forma de resolver las preguntas que él mismo se va formulando.

Será de mucha ayuda acompañar este proceso con la lectura de autores de línea tomista que hayan explicado sistemáticamente el pensamiento de Tomás o que hayan profundizado en algún punto en particular desde la óptica de Tomás de Aquino. Particularmente recomendables son algunos autores como el padre Reginald Garrigou-Lagrange, dominico francés, gran tomista del siglo XX. Son de fácil consecución sus libros en Internet, aunque siempre recomiendo que se haga lo posible por obtenerlos en físico, porque nada podrá sustituir la experiencia de poder tener el libro en nuestras manos, subrayarlo  y estudiarlo cómodamente sin la intermediación de una pantalla. Otro autor que nos puede presentar un panorama general del pensamiento de Tomás es el también francés Etienne Gilson, sus libros se consiguen asimismo con facilidad.

La ventaja que tiene apoyarse en este tipo de autores es que nos permiten hacernos una visión de conjunto de las principales ideas de Tomás, y aunque entre los autores llamados tomistas no todo ha sido uniformidad de pareceres e interpretaciones, no obstante nos ayudan a ver como “sinópticamente” la obra tomista y esto es un apoyo valioso porque llegar por uno mismo a tener esa visión de conjunto requeriría leer prácticamente toda la obra tomista (varios volúmenes), cosa que no todos podemos hacer, sea por falta de tiempo o simple y llanamente porque es demasiado y se corre el riesgo del desánimo. Somos humanos.

Con el paso del tiempo uno va conociendo la existencia de muchos autores tomistas, sus obras y sus aportes, y va aprendiendo a seleccionar entre toda esa espesa selva aquellos materiales con los cuales quiere ir complementando su aproximación a Tomás. De todos se puede extraer algo bueno.

Hacer aquí una lista de autores sería largo y muy subjetivo, pues reflejaría simplemente mi camino en el tomismo. En este blog he compartido muchos de los libros que he ido leyendo, puede con ellos hacerse el lector una idea de los autores más relevantes.

Ya entrando propiamente en las temáticas filosóficas recomiendo, y no yo sino los que más saben de estas cosas, hacerse a una buena historia de la filosofía, luego abordar, más o menos en este orden, la lógica, la filosofía de la naturaleza, la antropología filosófica, la ética, la filosofía del conocimiento, la metafísica y, finalmente, la teología natural. Lo anterior no es camisa de fuerza, solo una recomendación que responde al orden más o menos natural que se encuentra en la misma realidad de las cosas, pues se inicia con el estudio del instrumento necesario, la lógica, y se asciende hasta la causa última de todo lo real, Dios conocido por medio de la luz natural de la razón, que se estudia en la teología natural, culminación de la metafísica. La historia de la filosofía se puede ir leyendo a medida que se avanza, para ir ambientando los temas y contrastando lo que vamos aprendiendo de Tomás con lo que han dicho otros antes y después de él.

En mi caso siempre estoy repasando cuestiones de lógica y de filosofía del conocimiento. Me parecen dos líneas fundamentales, literalmente hablando. Muchos errores en metafísica, y por ende en teología natural, provienen de malas inteligencias a nivel de elementos de lógica y filosofía del conocimiento.

No es un camino que se recorra en un tiempo corto. Se requieren años, por eso considero importante no seguir esquemas rígidos que pudieran luego de un tiempo causar desánimo y hastío. Con esquemas rígidos me refiero al caso de aquél que quisiera desde el inicio someterse a una disciplina estricta de lectura semanal, con un calendario establecido de temas y fechas. No. Cierta flexibilidad ayudará a mantener vivo el interés y alejado el desaliento. Si un buen día de repente no deseas leer nada no hay problema, todos tenemos muchas otras ocupaciones que pertenecen a nuestros deberes de estado y que no podemos dejar de lado, evidentemente. Además tenemos obligaciones hacia nuestros familiares y seres queridos, como pasar tiempo con ellos, por ejemplo. Nada de esto se puede descuidar pues se generaría un desbalance que tarde o temprano llevaría todo al fracaso. Conservar una sana “vida social” es fundamental para quien quiere ser lector de santo Tomás. Los afanes y necesidades de nuestra terrenal vida son tan fuertes, urgentes e insoslayables, que quien pretende ignorarlos para ir en pos de un ascetismo literario puro, se estrella de frente contra la realidad, que no perdona. Así que conviene guardar las proporciones y no descuidar ninguna faceta de nuestra vida.

Muchas otras cosas pudiera señalar aquí a manera de consejos para quien se inicia en la lectura de Tomás, pero vamos a dejarlo hasta aquí para no abusar de la paciencia del amable lector.

¡Mucho ánimo en la ardua tarea de ser discípulo de Tomás!


Leonardo Rodríguez Velasco. 
     

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Non multa sed multum

Para quienes amamos la lectura existe una tentación permanente contra la que hay que estar en guardia porque si caemos en ella perderemos tiempo valioso y energía que bien pudiera utilizarse en tareas más provechosas. La tentación de la que hablamos es la siguiente: convertirnos en acumuladores de libros que nunca leemos, acaparar textos y textos en nuestros armarios, físicos o digitales, caer presa de una verdadera gula de libros sin importar que nunca los leeremos o si al caso les daremos una hojeada rápida, desatenta y superficial.

Contra lo anterior traemos a cuento el adagio latino que encabeza esta entrada: NON MULTA SED MULTUM. Que significa que en vez de ocuparnos con muchas cosas, conviene más ocuparnos de pocas pero con juicio y profundidad. En cuanto a la lectura viene a decir el adagio que en vez de acumular cientos de libros, mejor tener unos pocos pero estudiarlos a fondo, con disciplina y rigor.

De hecho los medievales tenían otro dicho referente al tema de la lectura y era este: TIMEO HOMINEM UNIUS LIBRI, temo al hombre de un solo libro, es decir, vale más el lector que se ha consagrado a un libro y lo ha escrutado a conciencia, que el supuesto lector que jamás ha terminado un libro, se ha dedicado a acumular miles que nunca lee y cree por ello ser muy culto.

Es un problema real el que aquí estamos mencionando, además de real muy común. 

Por ejemplo, para hablar del área de la filosofía, un buen libro de filosofía, sea de tipo histórico o sistemático, requiere de un esfuerzo de atención, de lectura sostenida, pausada, reflexiva; requiere de varias relecturas, tomar notas, escribir las reflexiones que vienen a cuento, etc. Y ni aún después de todo ello está garantizado que se haya captado el pensamiento del autor ni su mensaje principal ni sus ideas más relevantes. Por eso conviene después de un tiempo retomar el texto y con otra lectura aproximarnos de nuevo para tratar de seguir desentrañando su sentido.

Pasa por ejemplo con las obras de Tomás de Aquino, nadie puede decir que ya leyó la Suma Teológica y por tanto no debe volver a ella. No. Ello sería un error, la Suma es un texto tan profundo que nunca lo termina uno de leer verdaderamente, de hecho aunque leamos una y otra vez las mismas páginas, cada vez encontramos algo distinto, profundizamos más en algún argumento, comprendemos mejor algo que antes habíamos solo vislumbrado, captamos una nueva relación, solucionamos alguna nueva duda, hallamos la respuesta a un nuevo problema o sencillamente recordamos algo que ya se nos había olvidado. Tal es la profundidad de un buen texto que siempre podemos sacar de él nuevos frutos.

Ahora bien, todo ese trabajo es impedido por la tentación de que estamos hablando. Se apodera de nosotros un deseo incontrolado por acumular libros y más libros, hacemos lecturas superficiales de ellos porque el deseo de pasar pronto a un nuevo texto nos impide detenernos a conciencia en ninguno. Por ese camino jamás profundizaremos en nada, nunca podremos decir que hay un tema en el cual las ideas principales nos son familiares, no podremos aportar con solvencia sobre ningún asunto. Y sobre todo estarán lejos de nosotros los temas importantes, los temas trascendentes, pues dichos temas solo se dominan luego de un trabajo sostenido, largo, disciplinado, lleno de obstáculos superados y dificultades que en su momento amenazaron con destruir todo el camino recorrido.

¡Y si solo fuera eso! Pero es que además dicha tentación deja huellas de su paso, porque cuando se habla con alguien que ha sucumbido a ella y en vez de lector se ha convertido en acumulador de libros, se puede fácilmente percibir la superficialidad de sus ideas en su lenguaje falto de solidez, en sus argumentaciones circulares y repetitivas que nunca terminan de convencer, en su dificultad para abordar con soltura temas de cierta elevación conceptual. La tentación pasa factura cuando se cede ante ella.

¡Qué diferente es el lector verdadero! El que se ha dedicado a pocos temas o incluso a uno solo, a pocos libros o incluso a uno solo, ¡qué envidiable manejo del tema! ¡Qué imponente uso del argumento definitivo! ¡Qué facilidad con la que recorre de un extremo a otro todos los detalles del asunto! ¡Qué placer produce el solo hecho de escucharlo disertar sobre aquello que domina con holgura!

¡En guardia entonces estimados lectores! No vayamos tras de muchos libros, más bien seamos lectores juiciosos de esos que leen a conciencia, releen y luego de un tiempo vuelven a leer. Huyamos del acumulador compulsivo, de su superficialidad y de su gula literaria. 


Leonardo Rodríguez Velasco

martes, 5 de noviembre de 2019

Pregunta de un lector: ¿Por qué Tomás de Aquino hoy?

Un amable lector del blog, desconocemos con qué asiduidad nos visita, nos ha formulado la siguiente pregunta que consideramos interesante responder:

¿Por qué en pleno siglo XXI insistir con las ideas de un escritor tan antiguo como Tomás de Aquino?

Al amable lector le causa una considerable extrañeza nuestra insistencia en la difusión del tomismo, siendo así que, según él, Tomás vivió y escribió en otra época y para otra época. Y, al parecer, sus propuestas estarían hoy no solo "pasadas de moda" (lo cual no es criterio alguno en filosofía y mucho menos en teología), sino que incluso habrían sido "hace tiempo" completamente refutadas por filósofos "modernos" y también por la ciencia actual.

Pero no solo eso, sino que nuestro lector considera también que el estado actual de la sociedad, con sus "avances" en "libertades" y una mayor "tolerancia", democracia, pluralismo, etc., hacen del todo incompatibles los ideales de Tomás de Aquino, representante, según nuestro lector, de un universo cerrado, teocrático, represivo, intolerante, fanático y un muy largo etcétera.

Hasta ahí las preocupaciones del amable lector. Vamos a tratar de esbozar una respuesta a su pregunta puntual: 

¿Por qué Tomás hoy?

Ante todo diré que a Tomás lo encontré por casualidad allá en los tiempos de mi cada vez más lejana juventud. Los detalles del dichoso encuentro los he relatado en otro lugar y no corresponde repetirme aquí. Quisiera tan solo insistir en lo fortuito del hallazgo, fortuito, claro está, para el ojo humano, pero sin duda muy poco fortuito para el Dios de Tomás. No andaba yo buscando filosofías ni nada que se le pareciera, a decir verdad ni siquiera me interesaba la religión. Era, como ya he dicho, un joven como todos preocupado por naderías y caprichoso. 

Pero sucedió que después de encontrarme de frente con este enorme monje italiano, surgió en mí un interés por conocerlo mejor. ¿Por qué? ¡No lo sé! ¿Había algún precedente que hubiera podido presagiar que dicho interés surgiría en mí al saber de Tomás? ¡No, ninguno! ¿Por qué entonces me interesé por Tomás y por sus ideas? Considero que la respuesta más sincera que puedo dar a esa pregunta es: hubo algo en su vida y en su forma de escribir y de expresarse que llamaron mi atención. Tal cual. ¿Exactamente qué? ¡No sé!

Pero evidentemente lo que nuestro lector desea saber no es por qué al adolescente de diecinueve años lo cautivó Tomás, sino más bien por qué al adulto de treinta y seis lo sigue cautivando, al punto de hacer un blog para darlo a conocer, difundir sus escritos y defender, en la medida de sus posibilidades, sus ideas. Vamos a ver.

No puedo hoy, después de diecisiete años de frecuentar los escritos de Tomás y de hurgar en todos los detalles de su ajetreada e interesantísima biografía, responder de nuevo que aún no sé qué es lo que me cautiva del tomismo. Eso lo podía responder a los diecinueve, no hoy. Hoy debo responder algo como lo siguiente: me cautiva de Tomás la verdad que descubro en sus palabras y la coherencia que brilló en su vida. Ni más ni menos.

Comprendo que al amable lector, suponiendo que sea un "devoto" del pensamiento moderno o contemporáneo, la palabra "verdad" le generará de forma automática un escalofrío que lo hará ponerse en guardia contra algún tipo de dogmatismo tirano, eso es seguro. Y es que si alguna herencia permanente pudiéramos señalar de todo ese recorrido que inicia con René Descartes (de hecho más atrás con Guillermo de Ockham), y viene a desembocar en el "pensamiento débil" postmoderno, esa sería sin lugar a dudas la puesta entre paréntesis de la palabra verdad; la negación misma de la existencia o si quiera la posibilidad de hablar de algo llamado "verdad".

Porque si en algo están de acuerdo todas las corrientes y escuelas filosóficas que han venido viendo la luz desde hace por lo menos cinco siglos es en afirmar que la verdad, o no existe, o es cualquier cosa menos lo que los medievales entendían por verdad. Ya sea que nos movamos en las coordenadas del racionalismo o en las del empirismo, con todos los matices posibles, la verdad o es negada o es alterada en su significación hasta hacerla coincidir con los postulados de dichos sistemas. Y es que una verdad que se acomoda no a lo real, fuente última de sentido, sino a los delirios demiúrgicos de algún filósofo moderno, deja de ser la verdad para convertirse en una mera expresión de deseos.

Santo Tomás no dudó de la existencia de la verdad, ni de la verdad natural ni de la verdad sobrenatural. Sus escritos son expresión de una búsqueda incansable, pero no como del que busca porque no tiene, sino como del que busca porque quiere penetrar aún más en los tesoros de una realidad que se le ha dado a conocer por gracia de Dios. Fue amante de la verdad hasta el extremo, a hablar de ella dedicó su vida entera, sus trabajos, sus desvelos, sus vigilias, sus ayunos, su docencia, sus escritos, todo. Y cuando durante la celebración de aquella misa de diciembre del año 1273, le fue dado contemplar sin velos un poco de aquella verdad que cuarenta y ocho años llevaba amando, fue tanto su asombro ante aquella grandeza sublime que decidió no escribir más, ni dar más clases, guardar sus herramientas y mantener un prudentísimo silencio al respecto. Solo luego de su muerte un par de meses después, su secretario personal, Reginaldo de Piperno, reveló estos acontecimientos y gracias a él sabemos que en aquella misa Tomás, seguramente, vislumbró la gloria de Dios.

¿Que por qué me cautiva Tomás hoy? Por todo lo anterior y aún por mucho más. ¡Que ha sido refutado! ¿Por quiénes? ¿Por los racionalistas con sus delirios de grandeza? ¿Por los empiristas con sus reduccionismos ciegos? ¿Por Kant que no leyó a Tomás? ¿Por Nietzsche que terminó demente? ¿Por Marx, cuyas ideas han causado directa o indirectamente millones de muertes? ¿Por la ciencia moderna, que proclama referirse únicamente a lo observable y experimentable en laboratorio y por lo tanto no tiene NADA que decir fuera de dichos límites? ¿Quién lo ha refutado?

Y no se crea que acaban allí las razones para que aún hoy me siga cautivando Tomás. Porque falta hablar de su vida, de su santidad, de su virtud, de su sencillez, de su humildad, de su entera dedicación a una vida de oración y de estudio ininterrumpidos. Pero seguramente estos aspectos no son del interés del amable lector; sin embargo, son de radical importancia para quien esto escribe, ¿qué es un escritor cuya vida no guarda coherencia con lo que piensa, cree, escribe y dice? Un diletante. Tomás vivió profundamente cada una de las líneas que escribió, casi podría decirse que sus escritos no son otra cosa que su vida de oración y contemplación vertida en tinta sobre papel. Vivió lo que enseñó y enseñó lo que vivió.

¿Algo más por agregar? Sí; Tomás trae respuestas concretas para el hombre de hoy y para la sociedad actual. No es Tomás un pensador abstracto encumbrado en las nubes de un pensamiento desligado de lo cotidiano. Nada más lejos del tomismo que esa caricatura. La ética individual y social que brota de las obras de Tomás está cargada, pletórica de intuiciones y directrices que de ser oídas hoy darían un fruto abundante en términos de convivencia, orden y armonía social. ¿Y para el individuo? ¡Para el individuo la santidad! Que no es poco.

Si por alguno de esos avances tecnológicos que cada día nos asombran pudiera regresar al pasado y tener una breve conversación con aquél muchacho de diecinueve años que está a punto de conocer a Tomás le diría: ¡Gracias!


Leonardo Rodríguez Velasco.

   

domingo, 3 de noviembre de 2019

¡Y de nuevo el ateísmo práctico!

Pocas experiencias tan desalentadoras, humanamente hablando, como la de conversar con alguien acerca de Dios, sobre todo acerca de su misma existencia, y al final verle encoger los hombros en señal de ancha indiferencia, como diciendo: "quizá es interesante lo que me dices, pero... estoy ocupado, no me llama la atención, por ahora no lo necesito, no me termina de convencer del todo, lo encuentro francamente aburrido y desgastante, estoy bien así, etc, etc.".

Tal actitud proviene la inmensa mayoría de las veces de un ateísmo práctico poco consciente, pero no por ello menos eficaz. Se trata en el fondo no de una postura alcanzada luego de una crítica juiciosa de los argumentos, sino más bien de una decisión de la voluntad, con la cual el individuo busca proteger su estilo de vida de cualquier "amenaza", incluida la "amenaza" llamada Dios.

Y es que a decir verdad Dios es visto por muchos como una amenaza a su forma de vida, como el terrible juez lleno de prohibiciones y normas que llega a aguarnos la fiesta, a decirnos que prácticamente todo lo que hacemos está mal y a amenazarnos con un infierno eterno de sufrimientos indescriptibles si no le obedecemos "ciegamente" sus mandatos.

La anterior es una caricatura de Dios, se trata de una imagen que se ha transmitido con el correr de los siglos y que está presente en el imaginario de miles de personas. Y decimos caricatura porque es una deformación del verdadero rostro divino, que en Cristo se nos ha revelado como Padre amoroso, como bienhechor supremo y como pastor que cuida sus ovejas y no descansa hasta encontrar la que se ha extraviado para regresarla a su redil en hombros y feliz.

Lo lamentable es que esa distorsión del rostro de Dios es difundida no solo por los que podrían llamarse "enemigos" de Dios o de la religión, sino también por los que se supone son creyentes. Algunos han tomado del catecismo solo las partes más a propósito para generar miedo, dejando de lado aquellas que nos hablan del amor de Dios y de su plan para el hombre. Y armados con la parte de doctrina que han elegido van por ahí buscando atraer mediante el miedo, mediante el terror al infierno y mediante la amenaza de sufrimientos eternos.

Estos le hacen a la causa divina un mal servicio. De hecho llenan de argumentos a los "otros". Les facilitan la tarea de criticar la religión acusándola de dominar a través del miedo.

¡Si quienes viven lejos de Dios porque lo consideran una amenaza para su estilo de vida supieran que, contrario a lo que piensan, Dios no viene a quitarnos la alegría sino a ofrecernos una mayor!

¡Si supieran que lo que aquí llaman alegría y felicidad y que defienden con tanto ahínco, se reduce a vano espejismo transitorio y superficial!

¡Si tan solo alguien les explicara que Cristo ha venido para traer vida, y vida eterna!

¡Quizá pensarían distinto y dejarían de ver a Dios como enemigo o amenaza!

Es responsabilidad de los que nos decimos creyentes llevar a los demás un Dios amoroso, padre y redentor. 

¿Existe el infierno? Por supuesto que sí. Pero también el cielo, y esa es nuestra mayor esperanza.


Leonardo Rodríguez V. 


martes, 29 de octubre de 2019

¿Solo hay opiniones?

Pensemos por un momento en lo que significa esa afirmación tan común hoy día de que no hay verdades sino meras opiniones, y que por lo tanto nadie puede pretender que su "opinión" valga más o esté por encima de la de alguien más.

No vamos a profundizar aquí en las contradicciones lógicas de todo relativismo, ya lo hemos hecho en otras ocasiones, simplemente quisiéramos dejar la siguiente reflexión:

¿Si no hay verdades sino meras opiniones, eso significa que afirmar que no hay verdades sino meras opiniones es solo una opinión?

Porque si afirmar que no hay verdades sino opiniones, es a su vez una mera opinión, eso significa que pueden haber otras opiniones sobre el asunto, por ejemplo, la opinión de que sí hay verdades. Y por lo tanto, según la lógica de quienes defienden este modo de "pensar", los que afirman que no hay verdades sino opiniones no podrían pretender que su opinión esté por encima o valga más que la de aquellos que afirman que sí hay verdades.

Dicho lo anterior la pregunta verdaderamente importante sería: ¿es posible que dos proposiciones o dos afirmaciones acerca de un asunto digan cosas contrarias y sean verdaderas al mismo tiempo? Es decir, ¿es posible que ante el cuerpo inmóvil de un pajarito uno diga que está muerto y otro diga que está vivo y ambos tengan razón? La sana lógica nos dice que no, una de las dos debe ser correcta, es decir, debe corresponder con la realidad, y la otra necesariamente ha de estar equivocada. El pajarito no puede estar vivo y muerto, si está vivo no está muerto y viceversa.

O el que dice que no hay verdad está en lo correcto o está en lo correcto el que dice que sí hay verdad. El gran problema para el primero es que en el mismo instante de afirmar que no hay verdad, lo afirma con la pretensión de que eso que está afirmando ES VERDAD, por lo tanto se contradice apenas abre la boca. Es la muerte de todo relativismo.

¿Cómo saber cuándo algo es verdad o no? Ahí ya estamos en el camino correcto, es el punto de partida adecuado, la existencia de afirmaciones verdaderas no se discute, se parte de ella porque es evidente desde su misma formulación y también es evidente en el acto que pretenda negarla. 

Mucho me temo que lo que ha sucedido es que el modelo científico actual, que parece nunca arribar a una verdad definitiva sobre sus objetos de estudio, sino estar en una permanente y perfectiva aproximación, se ha colado en los asuntos filosóficos y ha contaminado la manera de entender la relación de lo real con el intelecto humano, manera que es distinta según se trate de asuntos de laboratorio o de verdades metafísica o éticas, por ejemplo.

Pero de eso en una próxima oportunidad.


Leonardo Rodríguez V.


miércoles, 16 de octubre de 2019

Tres meses sin Facebook


 ¡Hace poco cumplí tres meses sin Fcebook! ¡Todo un logro! Pues aunque suene evidentemente estúpido, lo cierto es que dicha “red social” se había convertido en un hoyo negro que consumía buena parte de mi tiempo libre, robándome tiempo valioso y exponiéndome a miles de estímulos que ponían ante mis ojos un mundo seductor plagado de consumismo y “bienestar”.

La decisión la tomé luego de que, gracias a una aplicación de rastreo de actividad que instalé en mi teléfono celular, pude evidenciar que diariamente estaba invirtiendo más tiempo del que era medianamente racional invertir en “redes sociales”. De hecho me asombró comprobar que al día eran varias horas las que terminaban casi desapercibidamente yéndose literalmente a la basura. No eran unos cuantos minutos, eran horas. Me horroricé, para decir lo menos. Obviamente sospechaba que estaba gastando mucho tiempo en ello, pero una cosa es sospecharlo y otra bien distinta es que una aplicación te lo diga con total precisión matemática.

Abrí mi cuenta de Facebook por allá en el año 2009, más o menos. Lo hice movido de un lado por una humana curiosidad, pues estaba de moda (¡humano, demasiado humano!), y de otro por el deseo de difundir por su medio material de formación en temáticas religiosas y filosóficas. Al principio todo estuvo bajo control, o eso recuerdo. El tiempo que le invertía era más bien poco y casi siempre lo que hacía era ingresar para compartir  información relevante. Todo bien hasta ahí. Pero con el paso del tiempo todo comenzó a cambiar y me di cuenta que ingresaba únicamente a mirar por largos periodos de tiempo las publicaciones de mis contactos, chistes, videos, viajes, vacaciones, etc. Horas invertidas en tamaña insensatez injustificable desde todo punto de vista.

Hace algunos meses percibí que mi ritmo de escritura y lectura estaba descendiendo sensiblemente. Al mismo tiempo noté que ello era directamente proporcional al tiempo que pasaba atrapado en la “red social”. A más Facebook menos lectura y menos escritura. Fue entonces que decidí hacer un pequeño experimento.

Me propuse ausentarme de Facebook durante un mes y ver qué tanto mejoraba con ello mi ritmo de lectura y escritura. Los resultados no pudieron ser más reveladores, tanto que decidí no regresar a Facebook definitivamente. Decisión que luego de tres meses mantengo y espero mantener por más tiempo, ojalá en forma permanente.

Lo primero que noté fue que de nuevo pude retomar lecturas particularmente profundas, sobre todo en metafísica. La metafísica es una disciplina exigente, se ubica en el mayor grado de abstracción y por lo tanto exige de un nivel de atención y focalización nada despreciable. Pues bien, esas lecturas fueron las más perjudicadas con mi dañina relación con Facebook. Al alejarme fueron las primeras en regresar.

Asimismo retomé la escritura y de nuevo pude terminar varios textos que tenía pendientes y pude también volver a retomar con regularidad las publicaciones de mi blog. Los beneficios fueron claros e innegables.

Así las cosas la decisión de hacer permanente mi ausencia de Facebook fue sencilla de tomar. Era cuestión de poner en una balanza lo que estaba perdiendo y lo que Facebook me ofrecía, es decir, nada.

Porque a decir verdad lo que la “red social” ofrece es poco menos que nada: publicidad, contactos superficiales, “modas” irrelevantes o dañinas, pábulo a la envidia, ocasiones de pecado y pérdida de tiempo en general. Hay quienes dicen que les ofrece entretenimiento. Pase. Pero hay muchas y mejores formas de entretenimiento que no traen consigo todo lo negativo que viene con Facebook.

Uno de mis temores estúpidos era que alejándome de Facebook iba a dejar de enterarme de muchas noticias e iba a perder contacto con muchas personas. Falso de toda falsedad, como decían los abuelos. Ni lo uno ni lo otro ha ocurrido, más bien lo que puedo evidenciar es que las noticias verdaderamente relevantes me siguen llegando de muchas otras maneras y las personas con las que he perdido efectivamente contacto eran personas que poco o nada aportaban a mi vida. Personas que ni siquiera conocía. Las otras, las reales, esas siguen en mi vida.

¿Aconsejo a todos hacer lo mismo que yo? Por un lado sí, sin duda, pero por otro lado comprendo que muchos pueden tener diversas razones para permanecer allí y no las discuto. Solo permanezcan en guardia contra el desperdicio de tiempo y contra la influencia del consumismo y del hedonismo que reina en ese “sitio”.


Leonardo Rodríguez V.


martes, 24 de septiembre de 2019

CITA: La verdadera felicidad. (Joseph White)


"The human heart is only at peace and rest when it finds an ultimate good that it can posses with stability and joy. Really in the end—as much as that can be friendship, it can be marriage and children, it can be meaningful work, it can be the love of the search for the Truth, natural and supernatural—the ultimate rest of the human heart is in God. No matter what the achievements of the human race, it is never going to be free of its need for God, nor be able to dominate the mystery of God. You can only approach him through a studious wonder, through contemplation, through learning, through devotion, through religion. St. Thomas gives us clues for how to live in this world while thinking about the mystery of this world in light of God, unto God. That’s what he calls wisdom: to think about all things in the light of God, and for God, and as returning to God.

To be on a pilgrimage in this world, headed back toward God, intellectually trying to think about things in light of God, and trying to find joy through contemplating God in faith. This heals the heart because it gives the heart a place of rest. Contemplation is something very powerful. Eucharistic adoration is one of the ordinary forms of contemplation at work in the Church that converts people all the time. It is such a profound contemplative encounter with the presence of Christ! St. Thomas helps us become people who have the habit of contemplation, who habitually seek to find God in silent prayer".


Joseph White o.p.


domingo, 1 de septiembre de 2019

CITA sobre ateísmo

"¿Qué habrán (o habremos) hecho los creyentes para que Dios tenga tan mala imagen entre ciertas personas? Parece que Dios sería únicamente el aguafiestas, el supervisor implacable de nuestros desmanes, el castigador inevitable de todo lo poco o mucho malo que hiciéramos en esta vida. ¡Pues tarde o temprano su justicia caerá sobre los impíos!... En consecuencia, no nos enfademos por ver que a Dios se le pone como un mero justiciero, un vengador, en definitiva, un estorbo para nuestra felicidad... ¿Puede haber algo más contrario al mensaje de lo que conocemos por medio de la revelación bíblica, de un Dios misericordioso, fiel, perdonador, que paga ciento por uno, etc. etc ? ¿Es éste el Dios que nos reveló Jesús de Nazaret? Meditar esto por parte de los creyentes quizás sea más importante que enfadarse porque algunos hayan proclamado su opinión (sólo “probabilística”...) sobre la no existencia de Dios".


Lorenzo Vicente Burgoa

sábado, 31 de agosto de 2019

LIBROS: Carpeta con libros de Antonio Royo Marín

Presentamos a continuación una carpeta con  las principales obras del teólogo español Antonio Royo Marín, autor de varias obras de mucha importancia sobre todo en temas de espiritualidad. 

Aunque el autor en varios apartados de algunas de sus obras cita textos del Concilio Vaticano II, no obstante se trata de un autor que puede ser leído sin temores de falsas doctrinas o modernismo.


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jueves, 29 de agosto de 2019

Resultados encuesta

Me han preguntado si, a raíz de esta encuesta, me he 'convertido' a la 'religión' democrática. No, solo me pareció un método idóneo para saber si valía la pena el esfuerzo que supone organizar y subir material de estudio en inglés. Porque si no hay interesados en dicho material estaría perdiendo tiempo valioso. He ahí la respuesta, nada de democratismo, solo un modo sencillo de averiguar algo concreto.

Por otro lado, los resultados han quedado así:




Y aunque ha ganado el 'no', lo cierto es que hay un número importante interesado en dicho material, de manera que hemos decidido ubicar en la parte superior del blog una pestaña que los dirigirá a una sección exclusiva de contenido en inglés. Gracias a todos.


Leonardo Rodríguez V.

martes, 27 de agosto de 2019

Cosas, lenguaje y pensamiento: Pbro. Álvaro Calderón

Compartimos el siguiente fragmento de uno de los capítulos del libro "Umbrales de filosofía", escrito por el padre Álvaro Calderón, de la Fsspx. En él aborda brevemente el tema de la diferencia entre imagen y concepto, tema clave para la comprensión de la epistemología tomista.


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Las cosas, el lenguaje y el pensamiento

“Las palabras emitidas por la voz son los símbolos de las pasiones del alma, y las palabras escritas los símbolos de las palabras emitidas por la voz. Y así como la escritura no es idéntica en todos los hombres, tampoco las lenguas son semejantes. Pero las pasiones del alma, de las que son las palabras signos inmediatos, son idénticas para todos los hombres, lo mismo que las cosas, de que son imagen estas pasiones, son también las mismas para todos”.

Tres cosas nos propone Aristóteles, por las cuales se conoce una cuarta. Nos habla de palabras escritas, palabras orales y pasiones del alma; y por medio de esto conocemos las cosas. Estas hojas están llenas de palabras escritas que son signos de las palabras orales pronunciadas en clase. Nos hemos referido así a muchas cosas: perros, gatos y osos polares. Pero lo más importante que aquí dice Aristóteles, es que las palabras escritas y orales no se refieren directamente a las cosas, sino que lo hacen por medio de ciertas pasiones del alma. Sobre estas pasiones del alma en las que consiste el pensamiento debemos reflexionar. ‘Reflexio’ significa volver hacia atrás: hemos estado pensando en las cosas, ahora volvamos hacia atrás y pensemos en lo que estamos pensando.

Aristóteles dice que las palabras son símbolos o signos de las pasiones del alma en las que consiste el pensamiento; y que estos signos no son idénticos para todos los hombres. Esto es evidente, porque las letras y las voces son signos convencionales, y otros hombres usan otros lenguajes: inglés, francés. 
De las pasiones del alma, en cambio, dice que son imágenes de las cosas, y que son idénticas para todos los hombres. Esto ya no es tan evidente, pero no es muy difícil verlo:

1. Signo de ello es que siempre es posible aprender la lengua de los otros y que muchos que hablan diferentes idiomas se pongan de acuerdo para pensar lo mismo sobre alguna cosa, mostrando que las imágenes concebidas de esa cosa son idénticas.

2. Además, la imagen se forma por la impresión que dejan las cosas sobre los sentidos (por eso Aristóteles las llama «pasiones»); ahora bien, los sentidos son los mismos para todos los hombres; por lo tanto, las imágenes también.


II. Imágenes y conceptos

Reflexionando, entonces, sobre las pasiones o huellas que la cosa deja en el alma al ser conocida, que son – dice Aristóteles – como imagen de la cosa, podemos distinguir una doble imagen:

1. La imagen formada a partir de las impresiones recibidas por los sentidos, llamada imagen sensible, o imagen a secas, o ‘phantasmata’ (fantasma) por los escolásticos 2.

2. La imagen concebida por la inteligencia, llamada también idea o concepto.

La imagen sensible se va formando en nosotros por la conjunción de experiencias que tenemos de la cosa. En ella se reúnen de manera orgánica todos los aspectos alcanzados por nuestros cinco sentidos, acumulados por nuestra memoria y comparados entre sí. Si reflexionamos en nuestro interior buscando cómo es la imagen sensible que tenemos de una manzana, vemos que combina una cierta variedad de formas y tamaños propios de manzanas, una gama de colores entre el rojo y el verde, entre brillante y opaco, un tipo de olor característico, una variedad de sabores de múltiples aspectos característicos (acidez, dulzura, intensidad), muchos datos ofrecidos por el tacto, ya sea al tocarla con las manos (textura de piel, peso, consistencia propias) o al comerla (si es arenosa o no, dureza de la piel, etc.). La imagen de la manzana que comimos ayer se nos presenta al espíritu como dentro de los límites de la imagen de manzana, pero con características definidas, con circunstancias de tiempo y lugar.

El concepto o idea, en cambio, que queda en nuestro espíritu por obra de la inteligencia como imagen intelectual de la cosa es, de todo aquello que nos ofrecen los sentidos, sólo lo esencial. La obra de la inteligencia consiste, como dijimos, en descubrir lo esencial, la ‘quididad’, de entre todo aquello que sentimos de la cosa. De toda la rica experiencia alcanzada de la manzana (rica en más de un sentido), entiende que es esencialmente una sustancia, parte de otra sustancia mayor: el árbol; entiende que es viviente con vida vegetal, entiende pertenece al género de las frutas, y entiende por fin que todas las gamas de sensaciones aso-ciadas al ‘phantasmata’ de la manzana son variaciones accidentales de lo que esencialmente es una misma especie de cosa: la manzana.

Conclusión. La imagen y el concepto son, entonces, en un aspecto lo mismo y en otro muy distintos:

1. Son lo mismo, porque ambos componen como una única imagen de lo mismo: la inteligencia concibe la idea entendiendo lo esencial de la cosa «en» la imagen sensible alcanzada de esa misma cosa.

2. Son muy distintos, porque el concepto es simple huella de lo esencial de la cosa, mientras que la imagen es huella muy compleja de todos sus aspectos sensibles.


domingo, 25 de agosto de 2019

LIBRO: Las pruebas de la existencia de Dios - Ángel Luis González (selección)

Compartimos a continuación algunas páginas extractadas del libro "Teología natural", donde el autor presenta de manera ordenada las cinco pruebas clásicas de la existencia de Dios. El libro completo ya ha sido compartido aquí y recomendamos su lectura, sin embargo, creemos que tiene utilidad tener estas páginas a la mano para facilitar su recordación a los que están recién iniciando en la teología natural tomista.

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jueves, 22 de agosto de 2019

Cita sobre la santísima Virgen María





«Una de las razones por que tan pocas almas llegan a la plenitud de la edad en Jesucristo es porque María, que ahora como siempre es la Madre de Jesucristo y la Esposa fecunda del Espíritu Santo, no está bastante formada en sus corazones. Quien desea tener el fruto maduro y bien formado, debe tener el árbol que lo produce; quien desea tener el fruto de la vida, Jesucristo, debe tener el árbol de la vida, que es María. Quien desea tener en sí la operación del Espíritu Santo, debe tener a su Esposa, fiel e indisoluble, la divina María . . . Persuadíos, pues, que cuanto más miréis a María en vuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, si no de una manera clara y distinta, al menos con mirada general e imperceptible, más perfectamente encontraréis a Jesucristo, que está siempre con María, grande y poderoso, activo e incomprensible, y más que en el cielo Y en cualquier otra criatura del universo»



san Luís María Grignion de Montfort

martes, 20 de agosto de 2019

LIBRO: Teología de la perfección cristiana, Royo Marín, (Completo en un solo tomo)

Les traemos en UN SOLO TOMO la obra ya clásica de Antonio Royo Marín "Teología de la perfección cristiana". Obra de gran utilidad para los que deseen bases sólidas para su vida espiritual.

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sábado, 17 de agosto de 2019

LIBRO: El psicoanálisis de Freud. De Rudolf Allers.


Rudolf Allers fue un psiquiatra y filósofo católico nacido en Viena en 1883 y fallecido en 1963 en Estados Unidos. En sus inicios fue seguidor de la escuela freudiana de psicología, pero más adelante se separó de Freud al detectar errores graves en sus planteamientos. Estudió en Italia la filosofía tomista y dedicó sus esfuerzos a dar a la psicología una base antropológica sólida que proviniera de la filosofía de Tomás de Aquino. Sus textos, aunque densos, son interesantes.

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miércoles, 14 de agosto de 2019

LIBROS: Historia de la filosofía (Fraile y Urdanoz; falta el tomo VII)

Les presentamos los tomos que hemos podido reunir de Internet de esta obra de gran valor. Son originalmente ocho tomos, no nos ha sido posible encontrar el tomo VII, si algún amable lector lo tiene le agradeceríamos nos lo facilite para poder publicar la colección entera.








TOMO VII: Filosofía de las ciencias, neopositivismo y filosofía analítica.

No somos tan importantes


Hace un par de días mi ciudad y sus alrededores recibieron una generosa lluvia, más bien aguacero acompañado de tormenta eléctrica, que nos puso a pensar un poco acerca de la fragilidad humana y los aires de superioridad con los que a veces vivimos nuestro día a día.
Resulta que de los siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza), es la soberbia como la madre y raíz de los demás, de modo que todos de una forma u otra se pueden reconducir a ella como a fuente primera de las conductas autodestructivas del ser humano. Nos dice el viejo catecismo que la soberbia es “el amor desordenado de la propia excelencia”, lo que en palabras sencillas significa un apego desordenado a nosotros mismos, a nuestras reales, o la mayoría de las veces, ficticias cualidades; apego a nuestra propia opinión no tanto porque quizá pueda ser correcta sino porque es la nuestra; apego a nosotros mismos y nuestro propio beneficio y bienestar, pasando si es necesario por encima de los demás y olvidando los deberes de caridad y amor fraterno que nos deben unir con nuestro prójimo. La soberbia es, en resumen, una egolatría que nos enceguece y nos hace ubicarnos, como si dijéramos, en el centro del universo con todo lo demás girando a nuestro alrededor para nuestro servicio y utilidad. El soberbio es un ególatra.
Y resulta entonces que en ocasiones la naturaleza se agita un poco, tan solo un poco, nos deja entrever una milésima parte de su poder, de su fuerza, de su furia si se quiere, y es allí donde comprendemos muy a pesar nuestro que en realidad no somos tan importantes. Somos débiles criaturas henchidas de aire, confiados ciegamente en nuestra propia “excelencia”, soberbios, vanidosos y las más de las veces presas de un tremendo complejo de superioridad que se manifiesta en mil detalles cotidianos: incapacidad de aceptar una crítica, dificultad a veces grande para pedir perdón, imposibilidad de reconocer errores, falta de humildad y sencillez, etc.
Gracias a Dios la naturaleza de cuando en cuando nos recuerda lo pequeños que realmente somos y nos despierta de la borrachera de vanidad en la que vivimos sumergidos.

¡Bienvenidas las tormentas!

Leonardo Rodríguez Velasco



lunes, 12 de agosto de 2019

Filosofía y sofística: El filósofo y su gemelo malvado el sofista.


Es evidente que la filosofía no goza hoy de buena fama. Las razones son muchas, mencionemos algunas al menos de pasada:

1. El predominio socio-económico indiscutible de las disciplinas “productivas”. Muchos concluyen con pasmosa imprudencia que, dado el éxito técnico de las ciencias “duras”, la filosofía no tiene un papel de importancia en la sociedad actual. A fin de cuentas a punta de filosofía no se fabrican nuevos celulares.

2. La proliferación de un estilo de vida marcado por un creciente consumismo hedonista, según el cual lo importante es lo útil, lo que pueda provocar una mejora directa en la “calidad de vida” de las personas, entendiendo calidad de vida por bienestar físico preferentemente. Es el antiguo “carpe diem” que toma el lugar de director de orquesta. Dicho estilo de vida hace imposible en la práctica que el interés por las arduas cuestiones metafísicas tenga alguna relevancia social.

Lo anterior ha producido una progresiva desaparición de la filosofía del panorama cultural contemporáneo. Sin embargo, no es exacto hablar de desaparición de la filosofía, sino que más bien habría que decir que lo que ha ocurrido es una sustitución o más bien una suplantación de la filosofía por parte de su hermana gemela pero malvada, la sofística.

El sofista es un personaje que ha estado presente a lo largo de la historia del pensamiento humano, como antagonista del filósofo. Para decirlo brevemente el filósofo busca la verdad de las cosas, busca que sus juicios se ajusten lo más posible a la realidad. Y aunque es consciente de las limitaciones de la inteligencia humana, de lo frecuentes que han sido, son y serán las equivocaciones de los hombres, etc., prosigue su camino contento con ir descubriendo verdades, por humildes que estas puedan ser. El sofista, por el contrario, no es movido por el puro interés por la verdad, por ajustar sus juicios a lo real. Lo que lo mueve en primer lugar es el amor propio, la búsqueda de algún tipo de beneficio, de ganancia, de triunfo, de lucimiento personal. De hecho si alguna vez se encuentra ‘accidentalmente’ proponiendo y defendiendo alguna verdad, no es la verdad misma lo que lo mueve, sino algún beneficio que desea obtener por medio de ella. Siempre es él mismo el centro de sus motivaciones.

El filósofo en todas las épocas ha tenido a su lado al sofista. Por eso en todas las épocas al lado de una auténtica filosofía es posible encontrar una sofística, con épocas de predominio filosófico seguidas o preparadas por épocas de predominio sofístico.

¿Y nuestra época? ¿Filosofía o sofística? ¿Predomina hoy el filósofo o el sofista? Esta pregunta se puede responder fácilmente si primero respondemos a la siguiente, ¿predomina hoy el interés por la verdad?

No es difícil percibir que en la actualidad la sociedad se encuentra en un estado de somnolencia con respecto a las grandes cuestiones filosóficas. No solo ha desaparecido el interés por los temas trascendentes, sino que incluso podemos sospechar que a fuerza de no estudiarlos hemos perdido incluso la capacidad de comprenderlos. Las preocupaciones actuales del hombre promedio se limitan a los afanes del día a día y las preocupaciones de las clases altas, en su mayoría, se encuentran confinadas al mantenimiento y acrecentamiento de sus fortunas. ¿Y los intelectuales? Los auténticos intelectuales son una especie en vía de extinción y muchos se han consagrado a la defensa de causas ‘políticas’ de dudosa nobleza. Brillan por su ausencia.

Así las cosas han venido a brillar en la actualidad una serie de personajes que se han apoderado de los “micrófonos” actuales: redes sociales, cátedras universitarias, columnas de opinión, etc. Desde allí dan rienda suelta no tanto al interés por la verdad cuanto al deseo de hacer triunfar a toda costa las tesis con las cuales se han comprometido previamente. Ha llegado una nueva época de dominio de los sofistas. Las redes sociales podrían servir bien de muestra de lo que llevamos dicho. Allí pululan los “expertos” en todo tipo de asuntos, se multiplican los debates en donde lo buscado es el lucimiento personal, se pierde tiempo en asuntos baladíes, se entroniza lo efímero y se endiosa, en últimas, la voluntad de poder, como diría Nietzsche, gran sofista él mismo sin saberlo o a sabiendas.

El panorama no es alentador. Para quienes amamos la filosofía y deploramos el predominio de la sofística, el mundo actual se nos presenta como motivo de angustia, por un lado, y como ocasión de heroísmos, por otro. Mantener lo que debe ser mantenido, conservar, sostener, aguantar, resistir en espera de mejores épocas, que quizá estamos destinados a no ver. Pero las futuras generaciones, pasada la actual borrachera de pensamiento sofista, seguramente agradecerán el esfuerzo de quienes un poco estoicamente decidimos ir contra corriente y transmitir una herencia imperecedera: las líneas áureas del pensamiento clásico. Somos herederos.


Leonardo Rodríguez Velasco.    


sábado, 10 de agosto de 2019

LIBROS: Teología moral para seglares (Antonio Royo Marín)

Ya en una ocasión habíamos compartido este texto, lo hacemos de nuevo puesto que hemos encontrado una versión de mayor calidad visual.






(CLIC EN LAS IMÁGENES)


viernes, 9 de agosto de 2019

LIBRO: Aprender latín

Interesante libro para ejercitarnos en la lengua latina:



(Clic en la imagen)

martes, 6 de agosto de 2019

¿Filosofía implícita?

Uno de los argumentos que se suelen utilizar para motivar el estudio de la filosofía dice más o menos lo siguiente: se debe estudiar la filosofía para poder comprender con cierta profundidad las verdades más altas acerca de la existencia humana y para vivir una vida más consciente y racional; ya que de otra forma seríamos simples actores secundarios de una trama existencial en la que otros dirigirían la obra.

Lo anterior significa en palabras más sencillas que la filosofía permite cuestionarnos acerca de todo, incluyendo los principios mismos que rigen la vida social en cada momento de la historia. Pero no solo los que rigen la vida social sino también aquellos ideales y "cosmovisiones" que son el marco referencial de la vida de cada individuo, a sabiendas o no. Dicho cuestionamiento es fundamental si es que nos interesa la revisión continua de la validez de dichos principios, con el fin de ajustarlos cada vez más al logro verdadero de nuestra esencial plenitud de vida. 

Vivir sin esa conciencia clara que brota del esfuerzo por comprender el marco 'filosófico' que opera como música de fondo de nuestra cotidianidad, es vivir una vida que muy difícilmente podría calificarse de humana, si es que es cierto aquello de que la diferencia entre los humanos y los animales es que el humano es animal racional, es decir, pensante.

Ahora bien, ante dicha argumentación la respuesta más común consiste en afirmar que eso de la "cosmovisión", la filosofía de vida, la música de fondo, etc., no significa nada y que en realidad nadie vive hoy preocupado por filosofías, principios y cosmovisiones. Se nos dice que hoy el hombre moderno es 'pragmático', queriendo decir con ello que no se preocupa por cuestiones 'teóricas', 'abstractas', 'inútiles', sino que se consagra a la búsqueda del éxito, del progreso, del bienestar. De manera que eso de filosofías y cosmovisiones vendría a ser algo del pasado, algo superado, algo antiguo.

¡¡¡Nada más alejado de la realidad!!!

Una filosofía de vida, una determinada visión de la realidad, de la vida, de Dios, del hombre, de la humanidad, de la ética, etc., puede estar presente en una persona de dos formas: explícita o implícita.

Está presente explícitamente cuando dicha persona en forma consciente y voluntaria ha hurgado en su interioridad y con la lámpara de la razón ha hecho visibles aquellos hilos profundos que a manera de postulados teórico-prácticos dirigen en silencio, pero muy eficazmente, la toma de decisiones, la orientación general que el individuo ha dado a su vida, sus opiniones y posturas políticas, su religiosidad o irreligiosidad, su teísmo o ateísmo, en general, su postura total ante la vida. Hecho este ejercicio ha avanzado así en el conocimiento propio y ha procedido a cultivarse para tratar de ser coherente en su proceder, incluso aunque no siempre dicha coherencia sea lograda. 

Por otra parte, está presente implícitamente cuando al individuo jamás le ha interesado dirigir esa mirada escrutadora hacia su interior para esclarecer los fundamentos de sus posturas básicas ante la vida. Ha ido viviendo cada momento en forma, dijéramos, automática, sin conciencia profunda de lo que está en juego, sin sospechar los hilos que mueven su conducta y sus preferencias, sin notar el entramado conceptual que actúa bajo las innúmeras decisiones y contingencias de su vida diaria. Y lo que es aún más peligroso, sin darse cuenta nunca de que posiblemente su descuido en explicitar y conocer su 'filosofía de vida', ha dado lugar a que otros redacten el guión de su existencia, le digan qué pensar, cómo hacerlo y cuándo inclinarse por esto o por lo otro. Cual marioneta.

Se preguntarán algunos. ¿cómo es posible que alguien a quien no le interesa la filosofía, el estudio de las cosas trascendentes, el análisis de los principios, etc., se vea siguiendo unos principios y una filosofía que otro le ha dictado?

El proceso no es difícil y mediante una analogía se comprende con bastante sencillez:

Todos hoy usamos con total naturalidad un número cada vez mayor de elementos tecnológicos: computadores, tabletas, celulares, televisores, Internet, aplicaciones, Redes Sociales,  GPS, y un largo etcétera. Pues bien, resulta que muy pocos, extremadamente pocos, de los cientos de millones de usuarios de dichos dispositivos han estudiado alguna vez física, matemática, electrónica, electricidad, termodinámica, robótica, ni ninguna de las ciencias que hacen posible la existencia de toda esa tecnología. Y, ¡oh sorpresa! A pesar de no haber estudiado nunca de forma CONSCIENTE todas esas ciencias y disciplinas, usamos todos a diario las maravillas que han resultado de la aplicación técnica de todos esos saberes. En otras palabras, compramos, usamos y dependemos cada vez más de elementos cuya existencia tiene detrás todo un conjunto de conocimientos que estamos lejos de manejar o conocer en forma consciente.

¿Por qué los usamos si no entendemos ni hemos estudiado nunca ninguna de las ciencias que los han hecho posibles? Sencillo: PORQUE PARA USARLOS NO ES NECESARIO ENTENDER TODAS ESAS CIENCIAS, BASTA CON QUE SIMPLEMENTE HAGAMOS LO QUE TODO EL MUNDO HACE. Son fáciles de usar, todo el mundo los usa y nadie anda cuestionándose acerca de su origen, su explicación científica ni nada por ese estilo. Simplemente se usan por contagio ambiental. 

Pues bien, de esa misma manera es como podemos asumir una filosofía de vida, unos principios básicos ante la realidad, ante la muerte, ante Dios, ante nosotros mismos, etc., sin siquiera darnos cuenta. Los tomamos del ambiente, de la atmósfera social, de la idiosincrasia imperante en un determinado lugar y momento. Los adquirimos a medida que crecemos en el contacto diario con el medio social circundante, viendo a nuestros mayores, oyendo, mirando, presenciando la dinámica propia de las micro-sociedades de las que vamos formando parte. Y así es como, sin darnos cuenta, se van instalando en nosotros una serie de posturas ante la vida que actúan como estructura interna que vivifica, sostiene y explica las decisiones que tomamos, las preferencias que nos caracterizan, nuestra particular forma de pensar y de 'ver la vida', incluso nuestras más íntimas convicciones acerca de realidades de tanto peso como el alma, la eternidad, Dios, la vida y la muerte.

En realidad resulta totalmente inevitable que todos tengamos una filosofía de vida. Queramos o no así es y solo nos queda tratar de que dicha filosofía nos sea consciente, explícita y conocida. Ya que de no hacerlo así viviríamos en el fondo como personajes secundarios dentro de nuestra propia novela personal, sujetos en todo momento a que otros piensen, digan, impongan, difundan, defiendan, sostengan, enseñen y transmitan, los postulados elementales, los más fundamentales principios y directrices que han de dirigir la intencionalidad de nuestras propias existencias. Sería como vivir nuestras vidas interpretando con ellas un guión escrito por alguien más. Cual marionetas, nuevamente.

¿Qué hacer? ¿Estudiar filosofía? Sí y no. No, si con ello se quiere decir estudiar filosofía de manera profesional, con miras a un título universitario y a convertirlo en carrera. Esta es una vocación de unos pocos. Pero sí en el sentido de filosofar nuestra vida, mirarla, analizarla, vivirla a nivel consciente, saborearla racionalmente, llevar luz hasta allí donde se ocultan los postulados esenciales que me estructuran como persona, mis 'principios y valores', como dicen hoy con expresión engañosa.

Se trata en el fondo de una tarea de auto-conocimiento, es el viejo consejo socrático del "conócete a ti mismo". Conócete para que te entiendas, te comprendas y puedas llevarte hacia la plenitud. Conócete para que detectes las manipulaciones a las que puedes estar sujeto sin haberlo notado. Conócete para que te puedas elevar desde lo que eres hacia aquello que estás llamado a ser.


Leonardo Rodríguez V.