Todos tenemos la experiencia de
que somos capaces de hablar y de pensar, y de que, cuando pensamos en nuestro
interior, hablamos con nosotros mismos; es decir, necesitamos hacer uso de
palabras.
¿Hablar es lo mismo que pensar?
¿Hablan los animales y, por lo mismo, piensan? Algunos lo han creído así.
Realmente no es fácil comprender la diferencia entre el lenguaje humano y el de
las bestias.
Al hablar pronunciamos palabras.
Parece, pues, conveniente preguntarnos por la naturaleza de las palabras: ¿qué
es una palabra?
En el siglo XII, el profesor
Roscelino estimó que la palabra era aire golpeado por la lengua. Su discípulo
Abelardo comprendió que tal definición se limitaba a la voz, mero sonido; pero
una palabra humana era algo más que mera voz. Si se quiere, es una voz, pero lo
realmente importante reside en su significación. Es una voz que significa algo;
es decir, es un signo.
En el lenguaje actual,
acusaríamos a Roscelino de reduccionismo. Su definición es correcta, si se mira
únicamente un aspecto secundario, más bien material; pero no lo es, porque deja
fuera lo que realmente nos interesa.
Juan de Santo Tomás, uno de los
grandes escolásticos renacentistas, profesor en Alcalá de Henares, España, nos
advierte que un signo es aquello que representa algo distinto de sí mismo a la
potencia del que conoce. Para que haya un signo, pues, se necesita de tres
cosas: algo que va a ser representado mediante el signo; el signo mismo que lo
representa, y una potencia, la inteligencia por ejemplo, que comprenda al signo
en su calidad de tal.
Pongamos un ejemplo. El humo es
signo de un incendio. Tenemos un incendio que va a ser representado por un
signo; luego el signo, el humo que lo representa, y una inteligencia, la
nuestra, que comprende la calidad de signo que tiene el humo.
Hay muchos tipos de signos, por
supuesto.
• Hay signos naturales, como el humo que
significa (señala) al fuego y el enrojecimiento del rostro que señala nuestra
vergüenza.
• Hay signos artificiales o arbitrarios que
el hombre inventa convencionalmente, como las luces roja y verde para dirigir
el tránsito automotriz.
El signo natural es el que
significa en virtud de su misma naturaleza, por una relación real entre el
signo y lo significado que la inteligencia humana se limita a comprender. El
arbitrario o artificial lo hace, en cambio, en virtud de una libre
determinación humana y su relación con lo significado es una mera relación
convencional; de razón, diría un filósofo, mas no real. Cuando un signo
artificial no depende de una persona o de un grupo de personas determinadas
sino del tiempo, se dice que es un signo consuetudinario.
¿Qué tipo de signo es la palabra?
Es un signo artificial. No es
natural, porque no hay una relación real entre la voz y lo señalado por ella;
si lo hubiera, no podría haber diferentes idiomas ni el fenómeno lingüístico de
la equivocidad. Toda palabra sería unívoca. Más adelante explicaremos estos
términos.
Es un signo artificial
consuetudinario, porque no basta que una persona o grupo de personas decidan
que tal palabra significará tal cosa. Nadie sabe quién inventa las palabras. Es
la costumbre la que las impone. Muchos poetas, entre otros nuestra Gabriela
Mistral, han inventado términos nuevos para expresar sus ideas y sentimientos,
pero solo algunos de ellos han pasado al lenguaje ordinario y el resto se ha
perdido por su no aceptación de la comunidad parlante.
Cabe preguntarse ahora de qué es
signo la palabra. ¿De las cosas? A primera vista parece evidente que con ellas
queremos referirnos a las cosas que nos rodean; mas esta referencia, cuando la
hay, no es directa. Parece más acertada la consideración que han hecho los
filósofos desde antiguo según la cual la palabra es signo del concepto y el
concepto es signo de la cosa.
Esta distinción sutil permite
explicar por qué las bestias, a pesar de poseer la capacidad de emitir voces,
no son capaces de hablar. El loro, por ejemplo, es capaz de repetir frases
completas, sin embargo, no es capaz de advertir su significación. El animal
posee tan sólo un rudimento de lenguaje, porque posee un rudimento de
conocimiento. Por eso es capaz de advertir que ciertos elementos son signos;
así el perro sigue el rastro de su presa por el olfato -el olor es signo de la
presa- pero como no es capaz de comprender el signo en su calidad de tal, no es
capaz de construir el concepto de signo, por lo que tampoco lo es de expresarse
con palabras. Tan solo emite voces -gruñidos, ladridos, aullidos- que expresan
el pequeño número de sentimientos y apetitos que lo embargan.
Resulta de lo dicho que el
concepto y la palabra son dos realidades muy distintas, pero muy estrechamente
relacionadas. Como dijimos, la palabra es signo del concepto, el cual lo es de
la cosa.
Este aserto lo podemos comprobar
con el fenómeno lingüístico de la palabra equívoca. Es una voz que es signo de
diversos conceptos. Por eso, si el interlocutor equivoca la significación de la
palabra, no entiende de qué le están hablando. San Agustín, obispo de Hipona,
nos trae el siguiente ejemplo. Un hombre nos asegura que hay animales que
superan al hombre en virtud. Al punto no lo podemos sufrir, porque la virtud es
la fuerza moral gracias a la cual el hombre se determina, con facilidad y gozo,
a hacer el bien. Pero ocurre que nuestro interlocutor se estaba refiriendo a la
fuerza física, que en latín clásico se denomina virtud (virtus), mas nosotros
la entendimos al modo cristiano que la limita a la fuerza moral.
Si la palabra fuese signo de la
cosa, sin pasar por el concepto, no se podrían producir tales equivocaciones.
Pero como son signos de los conceptos, y uno no sabe de qué concepto lo es en
la mente del que nos habla, hemos de suponer que lo usa en el sentido
consuetudinario al que estamos habituados. Por ello es de la mayor importancia
respetar el uso correcto del lenguaje. Quien no lo haga así, será incapaz de
darse a entender y de comprender a los demás. Muchos locos sufren por esa
causa. A nuestros hijos hemos de enseñarles a respetar el verdadero castellano;
que muy simpático será el lenguaje "lolo", pero es incomprensible
para los que no pertenecen al grupo que lo usa.
Juan de Santo Tomás distingue,
además, entre signo formal y signo instrumental:
• El signo instrumental es una
cosa que, además de tener su propia naturaleza, es capaz de conducirnos a otra
por su relación con ella. No importa si esa relación es natural o artificial.
En el primer caso, lo conocemos
como objeto; en el segundo, como signo. Pero estos diferentes conocimientos
pueden separarse. Una cosa es saber qué es la fiebre y otra es saber de qué es
signo esa fiebre. Casi todos los signos son instrumentales, entre ellos, las
palabras. Hemos visto que, como dice Aristóteles, la palabra es un sonido
emitido por una boca animal, y, además, es signo de un concepto. Quien escucha
“school” y no sabe inglés, escucha la voz, pero mientras no sepa a qué concepto
se refiere, no podrá entender lo que le han dicho.
• El signo formal es aquel que
hace presente inmediatamente, en el signo mismo, a la cosa significada. Su
naturaleza es la de ser signo y no tiene otra; por ello, cuando se lo conoce,
lo que se conoce es la cosa significada y no el signo mismo. Expliquémoslo
mediante un ejemplo.
Cuando recordamos lo que hicimos
en las vacaciones, podemos imaginar el caballo en el que hicimos un paseo al
cerro. La imagen del caballo de marras me presenta directamente ese caballo, y
no, como el humo, se limita a señalar la presencia del fuego. No conozco la
naturaleza de la imagen, sino que directamente me represento al caballo en el
que di el paseo, como si lo tuviese dentro de mi cabeza. Porque toda imagen es
un signo formal. Por cierto que una imagen no es un caballo; pero cuando
imagino al caballo, tan solo lo veo a él, y nada sé de la imagen que me lo
presenta.
No es lo mismo que una
fotografía, aunque se parece. La fotografía me presenta al caballo, pero, al
mismo tiempo, veo que tengo en la mano un objeto de una naturaleza muy
diferente: una mera cartulina teñida, o algo así. En cambio, cuando recuerdo al
caballo, la imagen me presenta a la bestia, pero ella misma, la imagen, no
aparece por ninguna parte.
El concepto es un signo formal.
Por ello no tengo conciencia directa de mis conceptos, sino de lo significado
por ellos. Así, cuando el profesor de geometría me explicó qué eran los ángulos
opuestos por el vértice, después de algún esfuerzo comprendí qué era aquello.
Entonces forjé en mi interior el concepto ángulos opuestos por el vértice. En
ningún momento podré decir: tengo el concepto ángulos opuestos por el vértice,
ahora trataré de saber qué significa; por el contrario, sí puedo decir: tengo
las palabras ángulos opuestos por el vértice, pero no comprendo qué significan.
Como las palabras son signos instrumentales, podemos poseerlas sin conocer de
qué son signo; como los conceptos son signos formales no se pueden poseer sin
saber qué significan. Si no comprendo algo, eso quiere decir que carezco del
concepto correspondiente. Otro tanto ocurre con las imágenes que construye mi
imaginación. Si lees las palabras “Catedral de Reims” y nunca la has visto, no
puede imaginarla; una vez vista, construyes el signo formal imaginativo de la
catedral, la guardas en la memoria y podrás imaginarla cuando quieras.
Hemos visto que hay una rigurosa
correlación entre palabra y concepto, pero que sus naturalezas son muy
diferentes. Aquélla es signo consuetudinario e instrumental, éste es formal y
personal; es decir, cada persona construye su signo formal en el momento que
comprende algo, pero tan sólo en la medida que lo comprende. Por eso un
concepto, o una imagen, puede ser muy superior a otro, según la capacidad de
cada uno. Por ello, aunque todos digamos lo mismo, no todos comprendemos lo
mismo.
Se nos presentan varios problemas
en esta relación que son de difícil solución: ¿Es la palabra causa del concepto
o el concepto es causa de la palabra? ¿Cuál es primero? ¿Puede concebirse un
concepto sin la palabra correspondiente? ¿Se puede pensar sin palabras?
Como estamos en una iniciación a
la filosofía, no nos parece adecuado penetrar en problemas tan complejos. Lo
importante que debes conservar de esta lección es que no es lo mismo pensar que
hablar, usar palabras que usar conceptos.
(Tomado de "Aprendiendo a pensar" de Juan Carlos Ossandón Valdés)
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