En las últimas cuatro semanas Colombia está siendo testigo, y el mundo entero, de un conjunto de protestas y manifestaciones que han desencadenado destrucción de bienes públicos y privados, varias decenas de muertes, caos, bloqueos viales que ponen en riesgo miles de puestos de trabajo y la distribución de toneladas de alimentos, así como una mayor radicalización de los discursos públicos.
Las redes sociales han contribuido al caos y a la polarización y son hoy un escenario de batalla donde también se transparenta la profunda división que afecta al país. Prácticamente no se puede asumir ninguna postura clara al respecto de lo que ocurre sin automáticamente generar oleadas de mensajes de odio y hasta amenazas del "bando" contrario.
Colombia lleva décadas siendo presa de la ambición de una clase dirigente ávida únicamente de llenar sus propios bolsillos, el saqueo de los recursos públicos es una epidemia crónica en nuestro país y el descontento social con los gobernantes ha sido siempre alto, con algunos momentos pasajeros en que el "caudillismo" ha dado la impresión de que algún político era querido por la masa.
Y como sucede en todos lados, hay personajes dispuestos a capitalizar ese descontento, a instrumentalizar la rabia de la gente y sus deseos de mayor justicia y honestidad en sus políticos. Dichos personajes esperan atentos a que se presente su gran oportunidad para generar caos, atizar los odios, las divisiones y catapultar de esa manera sus ambiciones personales, poco disimuladas.
Se nos sigue entreteniendo con la dicotomía derecha-izquierda, con eso se distribuye a la gente en "bandos" y se les da un sentido de pertenencia e identidad. Pero para el católico avisado todas las actuales ofertas del espectro político colombiano no son más que distintas versiones de ese liberalismo condenado en múltiples oportunidades por el Magisterio de la Iglesia. Unos por el lado derecho, otros por el izquierdo, unos por la libertad de mercado y la inversión privada, otros por el control estatal y la regulación a ultranza. Pero en lo esencial liberales ambos, y condenados ambos.
De manera que lo que presenciamos en este momento es el enfrentamiento entre liberales que aspiran, los unos a conservar, los otros a obtener el control de los recursos públicos, para agrandar lo más posible sus propios bolsillos.
En medio de esa lucha entre liberales de derecha y de izquierda se ubican el pueblo colombiano, las familias y los obreros, soportando las consecuencias de las ambiciones desmedidas de los unos y de los otros.
Por estos días las calles están llenas de rabia e indignación acumuladas en años de robos y corrupción de la clase política colombiana. Pero lamentablemente también se da el hecho evidente de que miles de esos que se prestan para generar caos y destrucción están allí manipulados por hábiles embaucadores que quieren aprovechar el momento, como aves de carroña. Otros están allí en las calles confundidos, desorientados, carecen de formación, de virtud y simplemente salen porque ven a los demás salir y desean un poco de ese poder que se siente, quizá, al destruir algo. Luciferino.
Son momentos de locura colectiva, de masa enloquecida. Los unos seguirán diciendo que hay motivos suficientes, con eso ocultan sus ambiciones personales. Los otros seguirán diciendo que no hay motivos, con eso ocultan su deseo de no desprenderse del botín. Y entre tanto el pueblo seguirá soportando el grueso de las consecuencias, reflejado en escasez, desempleo, angustia, incertidumbre y desesperación.
Y si a lo anterior le sumamos año y medio de restricciones por la "pandemia", el escenario no podría ser peor.
Los creyentes conocemos el poder de la oración, y es eso lo que debemos hacer por estos días, de día y de noche, doblar rodilla como decían las abuelas, y esperar que Dios se apiade de nosotros.
¿Qué saldrá de todo esto? Es incierto, quizá vengan para Colombia años de gobiernos de liberales de izquierda, podría ser. En dado caso nuestra actitud, la del católico, tendrá que ser la misma que con sus mellizos los liberales de derecha, denuncia permanente de la radical perversión de un sistema que pone al hombre por encima de las leyes de Dios y lo expulsa de las sociedades, siendo eso precisamente la causa de tantos males que soportamos en justo castigo.
¡Quiera Dios ser benévolo con Colombia, otrora llamada país del sagrado corazón de Jesús!
Leonardo Rodríguez V.
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2 comentarios:
Buenos días, lamentablemente no he encontrado un medio para comunicarme por usted, así que no me queda sino hacerle una pregunta en este comentario.
¿Qué versión de la Divina Comedia recomienda en español? Saludos.
Buenos días, este es mi correo: fosegenetos@gmail.com
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