miércoles, 25 de abril de 2018

La prisión que se avecina

Quien ha estado en una prisión (al menos de visita), sabe que su principal característica es la limitación de la libertad de movimiento de los reclusos. Todo su universo físico se ha reducido a las paredes de la cárcel y están obligados a moverse en unos cuántos metros a la redonda. Más allá hay todo un mundo, pero les está prohibido. Precisamente esto es lo que constituye el castigo: verse limitado.

Nadie quiere llegar a una cárcel, ni siquiera los delincuentes quieren, puesto que al momento de cometer su delito lo que buscan es el disfrute de las ganancias que esperan obtener. 

Pero hay una cárcel aún peor que la cárcel física y es la cárcel del pensamiento, la prisión del alma. Esta se da principalmente por medio del pecado, pues el pecador es prisionero del pecado, que se convierte en un pequeño tirano que domina su vida, su pensamiento y sus decisiones. Hay luego otro modo de prisión del alma y es el error. El error ocurre cuando, como decía Aristóteles, juzgamos ser lo que no es o juzgamos no ser lo que es. Se trata de una desconexión con la realidad a cambio de un espejismo construido por el capricho del sujeto.

Pues bien, resulta que desde hace ya varios siglos, sobre todo a partir del Renacimiento y de la filosofía cartesiana, se ha venido construyendo un universo 'gnóstico', es decir, un universo hecho enteramente por el hombre que se cree dios. Y nos referimos aquí no tanto al universo físico sino al universo cultural: artes, religión, filosofía, ciencias, sociedad, política, etc. Se trata de una construcción 'humana' en el sentido 'inmanentista' del término. En otras palabras, se ha venido construyendo un universo en el cual el hombre ocupa el lugar que en la sociedad inmediatamente anterior ocupaba Dios. Se ha buscado edificar todo sobre la voluntad humana desnuda, desligada de todo orden sobrenatural, separada incluso de la misma realidad natural puesto que en los últimos tiempos se ha comenzado a hablar de la realidad como 'construcción social'. Lo cual puede verse claramente en movimientos contemporáneos como la ideología de género.

Lo grave de este edificarse la sociedad sobre bases humanas, sobre la inmanencia de la construcción 'social', sobre el rechazo de todo orden de cosas que no sea producto de la mera voluntad humana, aunque se trate del mismísimo orden de la realidad biológica, es que se trata de una sociedad fundamentalmente edificada sobre la tiranía del capricho: las cosas no son como son sino como yo deseo que sean, la realidad es construcción social, la ética es subjetiva, no hay moral universal, toda opinión vale puesto que solo hay opiniones y no verdades, no hay un orden de verdades absoluto... el hombre es dios puesto que nada lo limita.

En los últimos años hemos ido viendo cada vez con mayor asombro cómo este orden de cosas se ha ido instalando con tal fuerza en la sociedad, en la cultura, en las instituciones, en los individuos, que ha llegado a convertirse hoy en la atmósfera que se respira por todas partes. No hay cabida para un discurso que no sea el determinado por el relativismo nihilista y hedonista (R-N-H) imperante. Dicho R-N-H ha venido a ser el único esquema de pensamiento aceptado socialmente, al punto que todo intento por concebir la realidad de forma distinta, es inmediatamente satanizado, perseguido, estigmatizado, rechazado y criminalizado. Tal es la fuerza con que el error se ha instalado en las conciencias y en las instituciones.

La prisión que se avecina no será tanto una de muros de ladrillo y cemento, sino una hecha con las ideas-capricho del hombre divinizado, del sujeto gnóstico. Apoyada en un sistema represivo que perseguirá al que se aparte del discurso dominante. 

Y será una prisión invisible para muchos, sobre todo para aquellos cuyos vicios personales les hagan cómoda la estadía en una prisión llena de comodidades para el cuerpo y espinas para el alma. Los pocos que puedan percibir los barrotes 'ideológicos' y quieran escapar de ellos, serán 'amablemente' invitados a 'reeducarse', serán obligados a aceptar la 'libertad' ofrecida por el sistema. ¿En qué consistirá dicha libertad? En la posibilidad de pegarse un tiro en el alma.

¿Alternativas? La humilde aceptación de nuestra condición de criaturas, la sincera apertura a una realidad que nos trasciende y que no depende de nosotros, la lucha continua contra el vicio en cualquiera de sus formas y la fe en Dios que ya ha vencido al mundo.


Leonardo Rodríguez


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