Bastan algunos días en el campo para recuperar un poco la fe en la humanidad.
Las ciudades se han vuelto verdaderas fuentes de las más diversas patologías psicológicas, desde el célebre estrés, pasando por dolencias del espíritu (pecados) provenientes de las casi infinitas opciones para empuercarnos el alma que tienen las grandes urbes modernas, hasta complejas situaciones familiares producidas por la ruptura que trae el agite diario de los adultos por "conseguir el pan", o el más moderno "ser alguien en la vida" y el vacío "desarrollarme profesionalmente".
En el campo se vive a otro ritmo, mucho más sano, mucho más real y mucho más humano. Y las personas están alejadas de tanta basura que se acumula en las ciudades, basura material y basura moral. Y no es que el campo sea un oasis de perfección, pero sí es cierto que permite un estilo de vida más acorde con la dignidad humana.
El solo hecho de tener ese contacto limpio con el paisaje, sin la contaminación que imponen los edificios y el cemento de las autopistas, es en sí mismo terapéutico a su manera, relajante; y además es una invitación constante a la meditación de las cosas que realmente importan. Estando en el campo comprende uno por qué los antiguos anacoretas y ermitaños huían de las ciudades y buscaban la perfección de sus almas en los parajes más alejados, entre las montañas y los riscos, en los desiertos, con la sola compañía del canto de las aves, el azul del cielo y el verdor de los árboles.
Es una lástima que las nuevas generaciones pierdan cada vez más ese contacto con el campo, para dedicarse a 'vivir' con exclusividad en las ciudades, rodeados de cemento y humo, grandes centros comerciales llenos de nada y vacíos de todo, autopistas atestadas de vehículos que transportan personas cada día más afanadas y "estresadas", modas extrañas en la ropa y hasta en el peinado, etc. Todo excesivamente semejante a una especie de zoológico humano.
Al lado de todo ello la tranquilidad y quietud del campo contrasta como el día y la noche, y permite apreciar cuán errados andan los que consideran que las ciudades son el futuro.
Si ese es el futuro yo prefiero mudarme al pasado y vivir allí tranquilamente.
Leonardo Rodríguez
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