La admiración es el principio de todo saber.
Entendiendo el saber como el acto interior por el cual se descubre lo que algo
es, y que perfecciona al sujeto. Es decir, que excluimos el saber entendido
como mera información o como el tener noticia, pues éste no es propiamente
saber, sapere, término en cuyo significado
se unen analógicamente los actos de la visión y del gusto, indicando éste el
interior deleite producido por la posesión de lo conocido.
La admiración es parecida al estupor causado por la
presencia de lo desconocido. Hay algo que inicialmente es común a ambos estados
del alma, y es la situación del sujeto que se halla atónito ante lo
inesperadamente desconocido. La
diferencia decisiva la pone el acto mínimo de reflexión que se da en quien se
admira, y que consiste en saber que no sabe. Es un no saber que se constituye
en objeto, que se hace propio por el sujeto y que engendra así la pregunta, que
es el acto interior por el cual el sujeto formaliza su ignorancia. La pregunta
busca naturalmente la respuesta, pero en ésta se halla a su vez planteada otra
pregunta. De esta manera el saber primero y elemental procrea los otros saberes
más perfectos. Sin pregunta no puede
haber respuesta, es decir, no puede perfeccionarse el saber. Sin entender
el problema en cuanto tal, es imposible comprender las respuestas. El que queda
estupefacto, en cambio, al carecer de esa mínima reflexión por la que tendría
que saberse ignorante, esto es, al ser incapaz de entender los términos en que
se plantea una pregunta, queda aprisionado en su estupor -o estupidez- inicial.
Suele ocurrir que este defecto de la inteligencia quede recubierto por un
andamiaje de eruditas repeticiones.
La primera admiración es como la del niño: las
siguientes son las que van abriendo al sujeto hacia el ser de las cosas, y le
hace pasar de los saberes más elementales a los más perfectos. Para llegar a éstos es necesario que exista
posibilidad real de ocio, es decir, de dedicación a la actividad que se
justifica por sí misma y no por razón de utilidad. Esta posibilidad real es
la que se ha dado en las sociedades verdaderamente civilizadas, en que las
ciencias han tenido un lugar reservado para su cultivo en razón de ellas
mismas, y no en el de sus aplicaciones técnicas.
La referencia de Aristóteles a los mitos y a los
amantes de ellos no lleva consigo el sentido negativo con que hoy se entiende
este término. El mito no es para Aristóteles la falsificación de una realidad,
la cual llevaría a una necesaria "desmitificación", sino la expresión
mediante imágenes sensibles de una realidad cuya comprensión escapa a la
inteligencia humana. En este sentido el mito es claramente un intento de responder
a una pregunta, aunque sea mediante alegorías y figuras sensibles.
(Tomado de "Curso de metafísica")
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